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Zorro – Dubravka Ugresic

De veras, ¿cómo se crean los cuentos? Creo que muchos escritores se hacen esta pregunta, aunque la mayoría de ellos evitan contestarla. ¿Por qué? Quizá porque no saben la respuesta, o quizá porque temen portarse como esos médicos que en sus conversaciones con los pacientes usan solo términos latinos (ciertamente, cada vez son menos), para así llevarle ventaja al enfermo (ventaja que de todos modos tienen) y mantenerlo en una posición inferior (en la cual el paciente se halla de una manera u otra). Por eso los escritores prefieren encogerse de hombros y permitir que los lectores crean que los cuentos proliferan como las malas hierbas, y tal vez es mejor así, ya que de las reflexiones de los literatos sobre este tema se podría recopilar una voluminosa antología de insensateces. Y, cuanto más obvia es la insensatez, más admiradores tiene su autor, como ese famoso escritor que repite testarudamente que su epifanía, en sentido creativo, fue un partido de béisbol. ¡Cuando la pelota de béisbol surcó el aire, le llegó la revelación súbita de que era un novelista! En cuanto volvió del partido a casa, se sentó a la mesa de trabajo, y desde entonces no para. El escritor ruso Borís Pilniak empieza su obra «Un cuento sobre cómo se crean los cuentos» 1 (hay que decir que el texto apenas tiene diez páginas) señalando que en Tokio conoció por casualidad al escritor Tagaki, acerca del cual alguien le había comentado que se había hecho célebre con una novela en la que describía a una «mujer europea», una rusa. Aquel Tagaki se habría evaporado de la memoria de Pilniak si en la ciudad japonesa de K., 2 en el archivo del Consulado soviético, no hubiera visto la solicitud de repatriación de Sofia Vasílievna Gnedyj-Tagaki. Y, después, ¿qué ocurrió después? El anfitrión y compatriota de Pilniak, secretario del Consulado soviético, el camarada Dzhurba, lleva a Pilniak a las montañas que rodean la ciudad para enseñarle el templo del zorro. «El zorro es el dios de la astucia y de la traición. Si el espíritu del zorro penetra en un hombre, la estirpe de este hombre está maldita. El zorro es el dios de los escritores», escribe Pilniak. El templo está ubicado a la sombra oscura de los cedros, sobre una roca que se precipita al mar, y en su altar reposan los zorros. Desde allí se abre la vista a una cadena montañosa y al océano, y reina un silencio inusual. Ahí, en ese lugar sagrado, Pilniak reflexiona sobre cómo se crean los cuentos. El templo japonés del zorro y la autobiografía de Sofia GnedyjTagaki (que el camarada Dzhurba le da a leer al escritor) incitan a Pilniak a escribir el cuento. Sofia había hecho el bachillerato en Vladivostok para luego aceptar un empleo de maestra, pero solo hasta que «se presentara un pretendiente» (comentario de Pilniak); era una muchacha «como las había a miles en la antigua Rusia» (comentario de Pilniak); «un poco boba, como lo es la poesía, lo que corresponde a los dieciocho años» (comentario de Pilniak); en Rusia, las biografías femeninas se parecían «como una cesta a otra»: el primer amor, la pérdida de la virginidad, la felicidad, el marido, un niño y poco más. La biografía de Sofia empieza a interesar a Pilniak solo a partir del momento en que el barco llegó «al puerto de Tsuruga; era una biografía extraña y breve, muy diferente a las de millares y millares de mujeres rusas de provincias». De todos modos, ¿cómo llegó a parar esta joven mujer a un barco que viajaba a Tsuruga? Utilizando fragmentos de la autobiografía de Sofia, Pilniak evoca hábilmente su vida en Vladivostok, en los años veinte del siglo pasado. Sofia alquila una habitación en la casa en la que reside también el oficial japonés Tagaki. De él se contaba, escribe Sofia en su breve autobiografía, que se bañaba dos veces al día, usaba ropa interior de seda y por las noches se ponía pijama. Tagaki habla ruso, pero en vez de r pronuncia l, lo que suena cómico, sobre todo cuando lee en voz alta poemas de sus poetas rusos favoritos («La noche murmuraba…»). Aunque las ordenanzas del ejército japonés prohibían a los oficiales casarse con extranjeras, Sofia y Tagaki se prometen muy pronto, al «estilo de Turguénev». 3 Antes de viajar a Japón —porque los rusos están a punto de irrumpir en Vladivostok—, Tagaki deja a Sofia instrucciones y dinero para que esta pueda seguirlo más adelante. 4 Sofia viaja de Vladivostok a Tsuruga, donde la policía fronteriza japonesa la detiene e interroga sobre su relación con Tagaki.


Ella confiesa que están prometidos. La policía también arresta a Tagaki, le propone romper su compromiso y enviar de nuevo a Sofia a Vladivostok, a lo que Tagaki se niega. En vez de ello, mete a Sofia en el tren para Osaka, donde la esperará su hermano para llevarla al pueblo, a la casa paterna, mientras que él mismo se pone a disposición de la policía militar. Pronto el caso se resolverá favorablemente para Tagaki: lo expulsan del ejército para siempre y lo condenan a dos años de destierro, pero recibirá permiso para cumplir el castigo en el pueblo, en la casa paterna, oculta «tras flores y verdor». Los recién casados pasan los días en un dulce aislamiento. Sus noches están colmadas de ardientes pasiones y los días, de una cotidianidad tranquila, no alterada por nada. Tagaki es amable, pero taciturno, lo que más le gusta es pasar los días encerrado en su despacho. «Ella amaba, respetaba y temía a su marido; lo respetaba porque era todopoderoso, noble, silencioso y lo sabía todo; lo amaba y lo temía porque cuando ardía de pasión lograba subyugarla por completo», escribe Pilniak. Y, de todos modos, a pesar de no saber mucho sobre su marido, a Sofia la colmaba por completo la felicidad de aquella vida en común. Cuando se termina oficialmente el destierro de Tagaki, la joven pareja continúa viviendo en el pueblo. Y entonces irrumpen en la soledad de su vida periodistas, fotógrafos, gente… Así es como Sofia descubre el secreto del retiro diario de su marido en el despacho: en esos dos o tres años, Tagaki había escrito una novela. Ella no era capaz de leer la novela de Tagaki, a pesar de que ya sabía un poco de japonés. Le pidió que le contara algo de la obra, pero él eludía la respuesta. Gracias al gran éxito del libro, la vida de los dos cambió; ahora tenían criados que preparaban el arroz y un chófer particular que llevaba a Sofia a menudo a la ciudad vecina para hacer compras. El padre de Tagaki «le hacía una reverencia más respetuosa que la que ella le hacía a él». Sofia empezó a disfrutar de la fama de su marido. Descubrió el contenido de la novela cuando los visitó «un periodista de la capital» que hablaba ruso. Tagaki le había dedicado toda la novela a ella, describiendo cada instante que habían pasado juntos. Resultó que aquel periodista la puso ante un espejo, donde ella «se vio a sí misma vivir entre las páginas de papel; no era tan importante el hecho de que en la novela se describiera con detalles clínicos cómo temblaba ella en los momentos de pasión y el desorden de sus vísceras; no, lo terrible, lo terrible para ella era otra cosa. Comprendió que todo, que toda su vida había sido material de observación, que el marido la había estado espiando cada minuto de su vida… Allí empezaba su horror, era una traición cruel a todo lo que tenía». Pilniak afirma, y a nosotros nos corresponde creerle, que las partes de la autobiografía de «esta mujer un poco boba» que se refieren a la infancia, a sus estudios y a Vladivostok carecen de cualquier interés, mientras que para los días pasados en compañía de su marido logró encontrar «palabras verdaderas y grandes de simplicidad y claridad». En resumen, Sofia «abandonó el rango de mujer de un escritor célebre, el amor y la emoción de los tiempos del jaspe» y pidió regresar a su patria, a Vladivostok. Y ¿qué ocurrió después? Nada. Eso es todo. «Ella sobrevivió a su autobiografía hasta el fondo; yo escribí su biografía, escribiendo que atravesar la muerte es bastante más difícil que matar a un hombre.

Él escribió una novela hermosísima. »Juzgar a los demás no es cosa mía. Mi trabajo se reduce a meditar: sobre todas las cosas y, en particular, sobre cómo se crean los cuentos. »El zorro es el dios de la astucia y de la traición. Si el espíritu del zorro penetra en un hombre, la estirpe de este individuo está maldita. ¡El zorro es el dios de los escritores!» ¿Existió realmente Tagaki, existió Sofia? Es difícil saberlo. En cualquier caso, durante la lectura de este cuento magistralmente escrito, al lector no se le ocurre ni por un segundo que la historia pudiera ser fabricada; que el Consulado ruso en la ciudad de K. y la historia de Sofia y su solicitud de repatriación y el escritor Tagaki sean inventados. Al lector lo deja sobrecogido la absoluta verosimilitud del cuento, la fuerza de una biografía compuesta de dos traiciones: la primera, la traición a Sofia que comete el escritor Tagaki, y la segunda, la que, movido por el mismo impulso creativo, comete el escritor Pilniak. 2 En casi todas las tradiciones mitológico-folclóricas, el campo semántico de la simbología del zorro engloba la astucia, la habilidad, la adulación, el engaño, la mentira, la hipocresía, el egoísmo, la vileza, la egolatría, la codicia, la seducción, la sexualidad, la sed de venganza, la soledad. En los textos mitológico-folclóricos, el zorro aparece a menudo relacionado con algún asunto «sospechoso», a veces se mete en problemas, por lo que también se lo considera un perdedor, y debido a sus atributos nunca está en contacto con seres mitológicos superiores. En una lectura simbólica, el zorro pertenece a la clase baja de la mitología. En la tradición nipona, el zorro es el mensajero de Inari, la deidad japonesa de la fertilidad y del arroz; como mensajero, está relacionado con los seres humanos, con la esfera terrestre, mientras que apenas guarda relación con la esfera «suprema», celestial y espiritual. Entre los indios, los esquimales, los pueblos siberianos y en China está muy extendida la leyenda de un hombre pobre a cuyo hogar acude todas las mañanas una zorra, que se quita el pellejo y se transforma en una mujer. Cuando el hombre lo descubre, le roba y le esconde el pellejo, y ella se convierte en su esposa. Y, cuando después de cierto tiempo la mujer encuentra la piel, retoma su apariencia animal y abandona al pobretón para siempre. En la imaginación folclórico-mitológica occidental y oriental, el zorro es casi siempre un ser taimado, un embaucador, pero también se aparece como un demonio, una bruja y una «novia maldita», o, como en la mitología china, es la forma animal que toma el alma de un humano fallecido. En la imaginación folclórico-mitológica occidental, el zorro es casi siempre de género masculino (Reineke, Reynard, Renart, Reinaert) y, en la oriental, un personaje femenino. En la mitología china (huli jing), en la japonesa (kitsune) y en la coreana (kumiho),la zorra es una maestra de la transformación, el símbolo del mortífero eros femenino, una diablesa, una experta creadora de ilusiones. Kitsune en la mitología japonesa tiene varios rangos; puede ser una simple zorra salvaje (nogitsune) o convertirse en myobu, una zorra celestial, pero para eso debe aguardar mil años. Las colas indican el rango que ostenta en la jerarquía; la más poderosa es la que tiene nueve colas. A juzgar por las apariencias, Pilniak tenía razón; el zorro posee muchas cualidades para ser el tótem del dudoso género de los escritores. 3 ¿Quién es Borís Pilniak? Las fotografías del atractivo varón con gafas redondas de montura fina, vestido con los mejores trajes, siempre con pajarita y aspecto de auténtico dandi, no se corresponden en absoluto con la idea «occidental» de un escritor revolucionario ruso. Y, no obstante, Pilniak lo fue: un escritor revolucionario ruso. Su verdadero apellido era Vogau (Pilniak es un pseudónimo); era hijo de alemanes del Volga, pasó la infancia y la adolescencia en la provincia rusa.

Fue uno de los escritores más prolíficos de su tiempo, con una obra de géneros y estilos muy variados. Sus intereses abarcaban desde la prosa tradicional, con una fuerte inclinación por el naturalismo y el «primitivismo», los reportajes periodísticos, las descripciones de viajes y la novela con temática de realismo socialista, hasta la prosa documental y «ornamental» modernista, cuyo mejor ejemplo es la novela El año desnudo

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