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Y todo arde – Kiersten White

Lada Dracul había hecho todo lo necesario para llegar al castillo. Eso no significaba que quisiera estar dentro de él. Era un alivio escapar de la capital. Entendía la necesidad de tener una sede del poder, pero odiaba que esta fuera Tirgoviste. No podía dormir en esas habitaciones de piedra, tan vacías pero a la vez abarrotadas por los fantasmas de todos los príncipes que estuvieron antes que ella. Como aún le faltaba mucho camino antes de llegar con Nicolae, Lada planeó acampar esa noche. La soledad cada vez era más preciada, y también otro recurso del que ella tristemente carecía. Pero un pequeño pueblo lejos del helado camino la llamó. Durante uno de los últimos veranos antes de que ella y Radu fueran entregados a los otomanos, habían viajado por este mismo camino con su padre. Fue una de las temporadas más felices de su vida. Aunque ahora era invierno, la nostalgia y la melancolía la invitaron a alentar su paso hasta que decidió quedarse. Afuera del pueblo, pasó unos fríos minutos poniéndose ropa más común que su típica selección de pantalones y túnicas negras. Eran lo suficientemente notorias como para arriesgarse a ser reconocida. Se puso falda y una blusa, pero con cota de malla debajo. Eso siempre. Para el ojo poco entrenado, no había nada que la distinguiera como príncipe. Encontró alojamiento en una cabaña de piedra. Como no había suficiente espacio para plantar como para que a los boyardos les interesara, los campesinos podían tener pequeñas tierras para ellos. No eran suficientes para que se enriquecieran, pero les alcanzaba para sobrevivir. Una mujer mayor sentó a Lada junto al fuego y le dio pan y estofado en cuanto las monedas cambiaron de manos. La mujer tenía una hija, una cosilla pequeña que vestía ropas demasiado grandes y remendadas. Además tenían un gato, el cual, pese a la profunda indiferencia que le profesaba Lada, insistía en frotarse contra su pierna mientras ronroneaba. La niñita se sentó muy cerca. –Mi gata se llama Príncipe –dijo la niña, rascándole una oreja a la gata. –Qué nombre más raro para una gata –contestó Lada enarcando una ceja.


La niña sonrió, mostrando todas las separaciones infantiles entre sus dientes. –Pero ahora los príncipes también pueden ser niñas. –Ah, sí –Lada intentó no sonreír–. Dime, ¿qué opinas de nuestro nuevo príncipe? –Nunca la he visto. Pero ¡quisiera hacerlo! Creo que debe ser la chica más bonita del mundo. Lada hizo un sonido burlón al mismo tiempo que la mamá de la niña. La mujer se sentó en una silla frente a Lada. –He oído que no es especialmente atractiva. Y qué bueno. Quizás eso la salve del matrimonio. –¿Oh? –Lada removió su estofado–. ¿No cree que debería casarse? –Viniste sola. ¿Una mujer? ¿Viajando sola? Hace un año una cosa así hubiera sido imposible. Durante la última cosecha pudimos llevar nuestros cultivos a Tirgoviste sin pagarles a los ladrones cada cinco kilómetros –dijo la mujer acercándose a ella con gesto de intensidad–. Ganamos el doble del dinero que solíamos conseguir. Y mi hermana ya no tiene que enseñarles a sus hijos que finjan ser idiotas para evitar que se los lleven a las malditas tropas jenízaras del sultán. Lada asintió, como si no estuviera segura de estar de acuerdo. –Pero el príncipe mató a muchos boyardos. He escuchado que es terrible. La mujer soltó un resoplido y sacudió la mano con desdén. –¿Qué hicieron los boyardos por nosotros? Ella tenía sus razones. Escuché que… –se acercó con un movimiento tan rápido y con tal fuerza que la mitad de su estofado se derramó sin que ella se diera cuenta–. Escuché que le da tierras a cualquiera. ¿Te lo imaginas? No hace falta tener un apellido importante ni ser de linaje boyardo. Se las da a quienes las merecen.

Así que espero que nunca se case. Espero que viva cien años con ese fuego y bebiendo la sangre de nuestros enemigos. La niñita tomó a la gata y se la puso en el regazo. –¿Has escuchado la historia del cáliz dorado? –preguntó, y sus ojos se iluminaron. –Cuéntamela –dijo Lada sonriendo. Y así, Lada escuchó nuevas historias sobre ella misma de su propia gente. Eran exageradas y extremas, pero estaban basadas en cosas que realmente hizo, y en las formas en que mejoró su país para su gente. Esa noche, Lada durmió bien. –¿Sabías –dijo Lada, observando el pergamino en su mano– que para resolver una disputa entre dos mujeres que peleaban por un niño, corté al niño a la mitad y le di una parte a cada una? –Eso fue muy pragmático de tu parte –Nicolae había cabalgado hasta el camino para encontrarse con ella. Ahora estaban lado a lado, con sus caballos paseando entre los árboles cubiertos de hielo. Extrañamente, aunque este invierno era preferible al anterior, Lada extrañaba la camaradería de acampar como fugitiva junto a sus hombres. Ahora estaban cada uno por su parte. Todos haciendo labores importantes para Valaquia, pero ella aprovechaba cualquier oportunidad para reunirse con ellos. Había estado ansiosa por este momento con Nicolae.

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