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Wyrms – Orson Scott Card

342 Heptarcas han gobernado sucesivamente el remoto reino del remoto planeta desde que los colonos griegos originales se instalaron allí, y han sabido mantener el delicado equilibrio de la paz.

Pero, en los pasillos del Palacio Real, los Vigilantes religiosos susurran una profecía: el séptimo séptimo séptimo Heptarca —el 343 gobernante— será Kristos, y vendrá a destruir el mundo…, o a salvarlo.

La joven Paciencia ha sido entrenada desde su infancia en idiomas, protocolo, política y asesinato. Para muchos es también la Princesa, ya que su padre es el Heptarca legítimo, aunque en estos momentos quien gobierne sea el rey Oruc,

que sigue manteniendo pese a todo la paz. Sin embargo, tras la muerte de su padre, Paciencia debe resistirse a las presiones que le exigen que suma al planeta en un baño de sangre a favor de sus derechos.

Por ello se decide a seguir la llamada del Cranning, el incógnito lugar al que hace una generación fueron llamados todos los Sabios, para no regresar jamás.

Y de este modo emprende su viaje iniciático, que la conducirá por las peligrosas sendas del planeta hasta las montañas donde, desde hace siete mil años, el Unwyrm, su enemigo o su amante, aguarda su llegada… y donde le espera también el destino de todo su mundo.


Su tutor la despertó antes del amanecer. Paciencia sintió el frío de la mañana a través de su delgada manta, y los músculos estaban rígidos por haber permanecido durmiendo en el suelo sobre una colchoneta bastante dura.

Decididamente, el verano había terminado y, aunque sólo fuera por un instante, se permitió el deseo de que la ventana de su habitación, que daba al norte, tuviera cristales o, al menos, pudiera cerrarse para el invierno.

Todo aquello formaba parte del entrenamiento de Padre, para endurecerla y conseguir que fuera más resistente, para hacer que despreciara los lujos de la corte y a la gente que vivía para ellos.

Dio por sentado que la nada amable mano de Ángel sobre su hombro era una parte de ese régimen. ¿Qué pasa, he sonreído durante mi sueño? Gracias, Ángel, por haberme rescatado antes de que me corrompiera algún deleite imaginario.

Pero, cuando vio el rostro de Ángel, su aire de preocupación le indicó que algo iba muy mal. Lo más inquietante no era que se preocupara, sino que le dejara ver su preocupación; normalmente era capaz de mostrar o esconder cualquier emoción a voluntad, y la había entrenado para hacer lo mismo.

—El Rey tiene una tarea para ti —murmuró Ángel. Paciencia apartó la manta, cogió el cuenco de agua helada que había en la repisa de la ventana y se la echó por encima de la cabeza. No permitió que su cuerpo se encogiera ante el frío. Se frotó ferozmente con una tela de saco hasta sentir que le picaba todo el cuerpo.

—¿Lo sabe Padre? —preguntó.
—El Señor Paz se encuentra en Lakon —dijo Ángel—. Si lo sabe o no es algo que no te sirve de nada aquí.
Paciencia se arrodilló rápidamente bajo el icono que era el único adorno de su habitación.

Era una talla multicolor de la nave estelar Konkeptoine, hecha en brillante cristal verde. Valía más que la casa de un hombre pobre.


A Paciencia le gustaba el contraste entre la deliberada pobreza de su habitación y la opulencia de esa exhibición religiosa. Los sacerdotes lo habrían llamado piedad. Ella lo consideraba ironía.

Paciencia murmuró el Ven Kristos en ocho segundos —había logrado reducirlo a una ciencia—, se besó los dedos y tocó la Konkeptoine con la punta de éstos. El cristal resultaba caliente al tacto.

Después de todos estos años, seguía vivo. Sin duda, cuando su madre lo tocó siendo joven, debía estar casi ardiendo. Y mucho antes de que Paciencia tuviera una hija estaría frío y muerto y toda la luz habría desaparecido de él. Habló con Ángel por encima de su hombro.

—Cuéntame cuál es la tarea que el Rey Oruc ha preparado para mí.
—Lo ignoro. Sólo sé que te ha mandado llamar. Pero ya puedes adivinarlo, ¿verdad? Naturalmente, Ángel estaba poniéndola a prueba. Ésa era la historia de su vida, una prueba tras otra.

Algunas veces se quejaba de ello, pero la verdad era que le gustaba, que encontraba un gran placer resolviendo los rompecabezas diplomáticos que Padre y Ángel le planteaban continuamente.

Así, pues…, ¿qué deseaba que hiciera ahora el Rey Oruc? El Heptarca no la había mandado llamar nunca hasta hoy. Había estado a menudo en la Casa del Heptágono, por supuesto, pero sólo cuando la llamaban para jugar con alguno de los niños del Heptarca,

nunca para desempeñar una labor en nombre del mismísimo Heptarca. Lo cual era de esperar. A los trece años, no estaba en edad de esperar llamadas del Rey.

Sin embargo, ayer había llegado una embajada de Tassali, un reino del Este que, en épocas antiguas, se había hallado bajo la soberanía del Heptarca de Korfú. Eso no quería decir gran cosa: hubo un tiempo en el que las siete partes del mundo habían sido gobernadas por la Heptarquía, y Tassali llevaba mil años no siendo de Korfú. Prekeptor,

el único príncipe y presunto heredero de Tassali, un muchacho de dieciséis años, había llegado con todo un séquito de tassalikis de alto rango y regalos muy caros.

A través de dicha información Paciencia había llegado ya a la conclusión obvia de que la embajada estaba ahí para acordar un tratado matrimonial con una de las tres hijas del Rey Oruc.

Sin duda la dote había sido negociada un año antes de que la embajada se pusiera en camino. No se manda un heredero real al encuentro de la novia hasta que la mayor parte de los detalles del tratado han sido acordados.


Pero a Paciencia no le resultaba difícil adivinar que aún faltaba por discutir un punto de la negociación: ¿cuál de las hijas? ¿Lyra, la hija mayor, la que tenía catorce años y venía en segundo lugar dentro del linaje de la Heptarquía?

¿Rika, que sólo tenía un año menos que Paciencia y resultaba, con mucho, la más inteligente de todas las hijas del Heptarca? ¿O la menor, Klea, que ahora sólo tenía siete años, pero que, desde luego, era lo bastante mayor ya como para contraer matrimonio si la política lo exigía?

A Paciencia sólo se le ocurría una labor relacionada con la visita de la que ella pudiera encargarse. Sabía hablar muy bien el tassaliki, y dudaba seriamente de que el Príncipe Prekeptor hablara una sola palabra de agaranto.

En Tassali eran bastante provincianos y se aferraban tenazmente a su dialecto. Si iba a celebrarse un encuentro entre Prekeptor y una de las hijas de Oruc,

Paciencia sería una intérprete excelente. Y, dado que Klea era una candidata improbable, y que Rika sólo hablaba un tassaliki pasable, lo más probable era que la hija escogida fuese Lyra.

Todos estos razonamientos tuvieron lugar mientras Paciencia se ponía su camisa de seda. Después de hacerlo se encaró con Ángel y sonrió.

—Voy a servir como intérprete entre Prekeptor y Lyra cuando se encuentren hoy para que puedan decidir si se detestan mutuamente hasta el punto de que valga la pena dar inicio a una disputa internacional para evitar que se casen.
Ángel sonrió.

—Parece lo más probable.
—Entonces, debo vestirme para tomar parte en una reunión oficial entre futuros soberanos. ¿Quieres llamar a Uñas y Calicó para que vengan?

—Lo haré —dijo Ángel. Pero se detuvo ante la puerta—. Debes darte cuenta de que Prekeptor sabrá quién eres —dijo.

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2 comentarios

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  1. Gracias por los excelentes libros que nos comparten. Saludos!

  2. Gracias x el Libro,podrían poner más libros de El Dios Enki

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