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Weirdy – Jess Gr

Camino con la cabeza gacha abrazando los libros contra mi pecho e intentando, a la vez, no tropezarme con mis propios pies. Eso es muy típico de mí. Soy lo que se puede definir como una persona propensa a los accidentes, a muchos accidentes. Aunque a mi favor debo decir que no es fácil mantener la verticalidad cuando vas cargada como una mula, como yo voy casi siempre. Me gustan los libros, casi todos, y me cuesta decidir cuáles llevar conmigo y cuáles no, así que siempre termino acarreando más peso del que puedo. Mi tendencia a los accidentes fortuitos también es provocada por mi falta de visión. No soy ciega, pero sí tengo más dioptrías en cada ojo de lo que debería ser permitido por ley para poder caminar sola por la calle. Por suerte o por desgracia, nunca salgo a la calle sin mis enormes y gruesas gafas que ocultan la mitad de mi rostro. La otra mitad está tapada por mi espeso y voluminoso pelo negro, al que ya he dado por imposible peinar. —¡Aparta, Rarita [1]! —uno de los jugadores de futbol choca contra mí, y estoy a punto de caer por las escaleras. Esa soy yo, Rarita, aunque en realidad me llamo Elizabeth, pero eso ellos no lo saben. Aquí en el prestigioso instituto St. Patrick, solo soy la chica rara y desgarbada que prefiere pasar el rato en la biblioteca sumergida entre montañas de libros, en vez de escaparse a la sala de las calderas a fumar o a meterse mano con algún chico. No me molesta que se burlen de mí, ni siquiera cuando lo hacen descaradamente. Siempre he tenido muy claro que no soy como ellos. La mayoría de los estudiantes de mi instituto son niños ricos que no han movido un dedo en sus vidas, solo se dedican a vivir del dinero de sus familias y a estudiar lo justo para entrar en una gran universidad, ya que cursar los años de instituto en el St. Patrick casi te garantiza un pase directo a cualquiera de las universidades de la Ivy League. Tan solo una escasa minoría de chicos estudian con becas y ellos sí se lo curran de verdad, y después estoy yo… no soy una niña rica y tampoco una becada. Mi padre es quien se ha hecho siempre cargo de los costes de mi educación y de que nada me falte. Apenas lo conozco, ya que nos dejó a mi madre y a mí cuando yo tenía apenas nueve años. La Rarita, ese apodo me ha acompañado durante la mayoría de mis diecisiete años de vida, y no me molesta, al menos no tanto como ser invisible. Eso es lo que peor llevo, el estar rodeada de gente y sentirme tan condenadamente sola. —¡Liz! —escucho el grito de Derek incluso antes de verle. Al instante se acerca a mí con su sonrisa habitual llamando la atención de los demás estudiantes—. Te estaba llamando.


¿No me escuchabas? —Baja la voz —susurro escondiéndome tras mi pelo y mirando hacia el suelo. —Lizzie, levanta la cabeza, nadie nos está mirando, y si lo hicieran, ¿qué? Solo te estoy saludando. —No me gusta llamar la atención, ya lo sabes —lo único que recibo por su parte es un resoplido. Derek es mi mejor amigo desde que empezamos el instituto. En realidad, es mi único amigo. Forma parte de esa minoría de estudiantes que no son unos niñatos capullos y caprichosos, obviamente es becado, y un cincuenta por ciento gay, cosas que no le hacen ser demasiado popular en este lugar de pijos engreídos y clasistas. Me costó mucho llegar a confiar en él, ya que mi personalidad tímida y retraída normalmente me hace huir o alejarme de cualquiera que intente entablar conversación conmigo, pero Derek es distinto, él se propuso ser mi amigo y no cejó en su empeño hasta que lo logró. —¿Me ayudas con esto? —pregunto señalando la pila de libros que llevo en los brazos. —Muchacha, no sé cómo te las apañas para ir siempre cargada —refunfuña liberándome de parte de mi peso—. ¿Lees estos libros, o solo los transportas de un lado a otro por gusto? —¿Sabías que en el antiguo Egipto las bibliotecas eran llamadas los “tesoros del alma” porque en ellas se podía “curar” la ignorancia, la más peligrosa de las enfermedades? Derek sonríe negando con la cabeza y haciendo que sus rizos castaños reboten unos contra otros. —No tengo ni idea de dónde sacas esas cosas, pero molan mucho —murmura. Me sonrojo y vuelvo a agachar la mirada. —Lo he leído en algún libro —susurro encogiéndome de hombros. —¿Vas a la biblioteca? —Sí, tengo que devolver estos libros y recoger otros. —Te acompaño o eres capaz de llegar a casa con media tonelada de libros polvorientos y tu madre acabará echándote. —A Erika no le importa cuántos libros lleve a casa, mientras me comporte como se supone que tengo que comportarme. —¿Como una monja de clausura? —apunta divertido. Ajusto mis gafas deslizándolas sobre el puente de mi nariz con el dedo índice y sonrío levemente negando con la cabeza antes de seguir subiendo las escaleras del edificio principal escuchando a mi amigo resoplar a mi espalda. Antes de que pueda abrir la pesada puerta de la biblioteca, haciendo malabarismos para que no se me caigan, esta se abre y Bastian Clayton me mira fijamente. Por unos segundos, le mantengo la mirada, sus penetrantes ojos verdes se clavan en los míos y veo como una tímida sonrisa tira de sus labios. Bastian es mi novio desde que nos conocimos con apenas doce años, el único problema es que él no lo sabe. Ahogo un suspiro y desvío rápidamente mi mirada hacia el suelo. No necesito mirarle para saber que está guapísimo como siempre, con su pelo rubio despeinado, la chaqueta azul del equipo de fútbol del instituto que él capitanea y unos vaqueros ajustados que le hacen un culo de infarto. —Pero mira a quien tenemos aquí… —escucho la voz de Travis y ni siquiera hago el amago de mirarle. Ya me parecía raro que el mejor amigo, barra, perrito faldero de Bastian no anduviera cerca—.

Rarita, ¿vuelves a tu madriguera? —pregunta en tono burlón—. Cuando a la zorra de tu madre y a ti os echen a la calle, puedes venir a refugiarte aquí a la biblioteca. Al menos no tendrás que vivir bajo un puente. Escucho las risas de algunos chicos más, pero no levanto la mirada. Todos en este instituto creen que estoy becada. ¿Cómo sino una chica con mis pintas podría estudiar en un sitio tan caro y prestigioso como este? Está claro que mi ropa de segunda mano y que use medios de transporte públicos para venir a clase, en vez de tener un deportivo aparcado en el estacionamiento, les ha hecho pensar eso, y yo no he querido desmentirlo. Mejor que piensen que soy una muerta de hambre, antes de saber la verdad, que mi madre y yo vivimos de la pensión que nos pasa mi progenitor como unas mantenidas de mierda. —Si habéis terminado de burlaros, nos gustaría pasar —dice Derek a mi espalda. Puedo notar el tono de cabreo en su voz, así que le miro y compruebo que está frunciendo el ceño. —La amiga loca sale en defensa de la rarita —sigue mofándose Travis. —Apártate, tío, déjales pasar —ordena Bastian llamando mi atención. Me atrevo a mirarle y nuevamente nuestros ojos se cruzan y puedo ver cómo los bordes de sus labios de elevan—. Pasa, Liz —susurra haciendo un gesto con su mano. Abro los ojos como platos al escucharle. ¿Bastian Clayton sabe mi nombre? ¿Cómo es posible? —Gra… Gracias —murmuro dejando que mi pelo vuelva a cubrir mi cara para ocultar el rubor de mis mejillas. Entramos en la biblioteca, y cuando Derek y yo estamos a solas, él me mira sorprendido. —¡¿Qué demonios acaba de pasar ahí?! —exclama—. El capullo Clayton ha sido simpático contigo y te lanzaba miraditas. —Solo estaba siendo amable —susurro dejando la pila de libros sobre una mesa. —¿Desde cuándo es amable contigo? —No lo sé —contesto encogiéndome de hombros. —Lizzie, sé que tienes un encaprichamiento por ese imbécil desde que tienes uso de razón, pero no quiero que te hagas ilusiones. Los tipos como Bastian Clayton o Travis Shaw, son muy poca cosa para ti. Guapos a rabiar, sí, pero también crueles y sin ningún tipo de principio moral —asiento mordiéndome el labio inferior de manera nerviosa. Estoy totalmente de acuerdo con lo que dice mi amigo, pero no puedo evitar que mi corazón dé un vuelco en mi pecho cada vez le veo. En realidad, Bastian nunca ha sido malo conmigo, su amigo sí, pero él siempre me ha tratado de manera gentil, quizá por eso estoy tan colada.

La puerta vuelve a abrirse y Blair Shaw entra en la biblioteca repiqueteando con sus tacones en la superficie pulida del suelo. Camina directamente hacia nosotros y Derek me mira abriendo mucho los ojos. —¿Qué está pasando aquí? —susurro alucinada. —Eso mismo iba a preguntar yo —comenta mi amigo en el mismo tono que yo he utilizado—. Primero el hermano gilipollas y ahora la hermana pija. Este lugar se está convirtiendo en una zona de convergencia para imbéciles. Aprieto los labios con fuerza para no dejar escapar una carcajada por el comentario de Derek y enseguida veo como Blair se para frente a mí echando hacia atrás su lustrosa melena negra de manera teatral. —Rarita, te estaba buscando —me dice. Trago saliva con fuerza y alzo mi mirada lentamente hacia su cara—. Eres buena en literatura y necesito aprobar esa asignatura. —Yo… No… Eh… —titubeo mirando hacia todos lados menos a ella. —Te pagaré bien. Necesito al menos un aprobado raspado o suspenderé el curso y no podré graduarme, y si no me gradúo, adiós a la universidad. Dime qué tengo que hacer y lo haré. —Estudiar —suelto sin pensar, enrojeciendo al instante. —Resulta que hasta vas a tener sentido del humor —comenta negando con la cabeza—. ¿Cuánto quieres? —No puedo ayudarte —contesto con un hilo de voz. —Sí que puedes. No te estoy pidiendo que me des las respuestas del examen, solo que me ayudes a entenderlo. Algo así como clases particulares, y muy bien pagadas, por cierto. —¿Clases particulares? —pregunto volviendo a morderme el labio inferior. Derek, que se había mantenido al margen de nuestra conversación hasta el momento, chasquea la lengua atrayendo la mirada de Blair. —¿Algún problema, Jones? —le pregunta alzando una de sus cejas perfectamente depiladas. —Lizzie, espero que no estés pensando ayudar a esta arpía —me dice mi amigo ignorando la cara de estupefacción de la morena. —¿Cómo acabas de llamarme? —inquiere ella en un tono nada amistoso.

—Arpía, o ¿prefieres que te llame Barbie retorcida? Ese apelativo también te pega. —Las Barbies son rubias, payaso —sisea Blair dando un paso amenazante hacia él—. Me gustaría ver como repites eso de nuevo. —¿Qué vas a hacer, llamar a tu hermanito para que te defienda, o a tu novio? —No necesito que nadie me defienda de ti, pedazo de… —Está bien, lo haré —digo más que nada para que dejen de discutir. Si siguen por ese camino, Derek va a terminar muy mal parado. Blair Shaw, es hermana melliza de Travis y la novia de Bastian, y no creo que nadie quiera tener a esos dos como enemigos. —Perfecto, esta tarde, sobre las seis, ¿te viene bien? —asiento levemente—. ¿Aquí mismo? —vuelvo a asentir y Blair sonríe mirándose las uñas como si ya esperara que esa fuese mi respuesta. Se despide de mí y de Derek moviendo sus dedos y vuelve a salir de la sala con los andares dignos de una reina. —¿Estás segura de esto? —me pregunta Derek cuando nos quedamos a solas. —Sí, además, eres tú el que siempre dice que tengo que relacionarme con más gente. —¡Me refiero a gente normal, no a la reina de las tinieblas! —No exageres. Quizás no sea tan mala —susurro mordiéndome las uñas de manera inconsciente. Siempre lo hago cuando me pongo nerviosa. Derek niega con la cabeza y entonces me doy cuenta de lo que acabo de hacer. Llevo años intentando mantenerme alejada de los chupiguays, como les llama Derek, y ahora estoy a punto de meterme en la boca del lobo a poco tiempo de perderles de vista para siempre. Cuatro meses, solo tenía que aguantar cuatro meses más sin meterme en líos y este infierno se acabaría junto con mis años de instituto. ∞∞∞ Entro en casa intentando hacer el menor ruido posible. No tengo ganas de escuchar las paranoias de mi madre. Pero a pesar de mis esfuerzos, no tardo en escuchar sus pisadas sobre el suelo de madera. —¿Ya estás en casa, cielo? —me pregunta atravesándome con sus grandes ojos de un color azul intenso, muy parecidos a los míos. Aunque obviamente, los suyos destacan más, ya que no están parapetados tras un cristal graduado más grueso que el culo de una botella. —Sí, mamá —contesto en tono apagado mientras me deshago de mi chaqueta. Recojo mi abultado pelo en una goma y lo ato en un moño sobre la parte alta de mi cabeza. —¿Cómo ha ido hoy el instituto? —me encojo de hombros a modo de respuesta y ella frunce el ceño— ¿Ha pasado algo? Dime que no se trata de ningún chico, por favor —su tono de voz, entre reprimenda y exclamación, me hace poner los ojos en blanco.

—No hay ningún chico, mamá —comento en tono hastiado. —Mejor así. Ya hemos hablado de esto, cariño. Nada de novios hasta que termines la carrera. Primero está tu futuro y después… —Todo lo demás —murmuro terminando la frase. —No te burles, Elizabeth. Sabes que solo velo por tu bienestar. Lo último que deseo es que acabes como yo, viviendo de las migajas de un hombre por haber sido tan tonta como para dejarlo todo por él. —Lo sé, mamá —digo agachando la mirada. Ella resopla echándose su pelo castaño hacia atrás y compruebo como cambia su expresión en cuestión de segundos. Erika Adams no es una mala madre. Su mayor defecto es ser demasiado sobreprotectora, pero sé que solo busca lo mejor para mí. Teme que me ocurra lo mismo que le sucedió a ella, que me enamore de cualquier niño rico que me prometa la luna y las estrellas, me quede embarazada y acabe dejando todos mis planes de futuro a un lado para al final descubrir que ese ricachón ya está comprometido. Eso fue lo que ella tuvo que vivir con mi padre. Yo no lo sabía, al menos no al principio. Mi padre pasaba poco tiempo en casa con nosotras, pero mamá me decía que era por su trabajo, y yo nunca sospeché lo contrario. No fue hasta el día que escuché a mi madre decirle que no iba a aguantar más ser la otra, y que nos diera las migajas de lo que le sobraba a su verdadera familia, que entendí lo que realmente pasaba. Yo solo era una niña, pero lo supe, cuando Adrian besó mi frente y me dijo que me quería antes de marcharse, me di cuenta de que nunca más iba a volver, y así fue. Desde entonces, solo recibimos un cheque mensual bastante sustancioso, y un regalo por mi cumpleaños que ya llevo años rechazando. —¿Vemos una peli y después pedimos pizza para cenar? —pregunta mamá recuperando su buen humor. —No, en realidad… Eh… He quedado dentro de un rato… —su ceño vuelve a fruncirse, así que me apresuro en darle una explicación— Con una chica. —Hija, no te… Entiendo si prefieres… Eh… —¡¿Qué?! ¡Mamá, no soy gay! Me gustan los hombres —mi arrebato sorprende a mi madre que abre los ojos como platos y levanta las palmas de las manos de manera defensiva. —Está bien. Lo siento. Entonces, ¿tienes una nueva amiga? —No exactamente.

Solo es una chica del instituto a la que voy a dar clases de literatura. —¿Clases? Espera… Tú no tienes por qué dar clases a nadie. —No tengo, pero quiero hacerlo, me apetece. Solo serán un par de horas de vez en cuando. Le echaré una mano con el examen y listo. —Está bien, siempre que esas clases no influyan negativamente en tus estudios. No quiero que para ayudar a otra chica, acaben resintiéndose tus notas. —No te preocupes por eso, mamá —contesto sonriendo. ∞∞∞ A las seis menos cinco de la tarde entro en la biblioteca y voy directamente hacia uno de los reservados del fondo de la sala, allí podremos estudiar tranquilas sin que nadie nos moleste. Extiendo todo el material necesario sobre la mesa, que no es más que un diccionario, un par de libros de texto y unos cuantos bolis, y me dispongo a esperar. Pasan casi veinte minutos hasta que escucho los tacones de Blair acercándose, me enderezo intentando aparentar una tranquilidad que no siento en absoluto y respiro profundamente clavando mis ojos en la entrada del reservado. —No agaches la mirada. Solo es una chica —susurro para mí misma a modo de mantra, pero mi valentía se viene abajo al ver que Blair no llega sola, Bastian está tras ella y antes de que pueda darme cuenta, mis ojos se clavan directamente en los suyos. Otra vez ese vuelco en el corazón, como si se saltara un par de latidos y volviera a funcionar con normalidad. —Rarita, espero que no te importe dar clases para dos en vez de solo para mí. Mi chico también necesita aprobar —dice abrazando por la cintura al chico que ocupa la mayor parte de mis pensamientos—¿Rarita? —me llama al ver que sigo mirando a Bastian fijamente. —Eh… Sí, claro —murmuro agachando la mirada—. Exactamente, ¿con qué necesitáis ayuda? —Rebelión en la granja —contesta Bastian llamando mi atención. —¿Qué? —El profesor Spencer va a preparar un examen sobre ese libro, es algo así como un ensayo. —En ese caso solo tenéis que leer el libro. Yo hice ese examen hace dos cursos —replico recogiendo el material y guardándolo en mi mochila. —Tú eres un cerebrito —comenta Blair cruzándose de brazos—. Los dos hemos intentado leer el libro y no entendimos una mierda, por eso necesitamos ayuda. Suelto la mochila sobre la mesa y suspiro negando con la cabeza. No puedo hacer esto, ya es suficientemente malo para mi estabilidad mental pasar tiempo con Bastian Clayton, pero si también tengo que estar con mi media hermana psicópata, esto puede transformarse en un infierno.

Sí, no habéis leído mal. Mi querido papaíto, Adrian Shaw, tuvo la brillante idea de inscribir a su hija bastarda en el mismo instituto que sus dos perfectos hijos mellizos, aunque eso obviamente ellos no lo saben, nadie lo sabe. —Sacad los libros —ordeno sentándome en una de las sillas—, esto nos va a llevar más tiempo del que esperaba.

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