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Volver A Creer – Elizabeth Bermudez

Cuando las cicatrices no solo están en el alma, cuesta creer de nuevo en la vida, en el amor y en un futuro feliz. Eva Quiroga lucha día a día para ser la mujer que fue años atrás, pero las consecuencias de un grave accidente, que casi terminó con ella, pesan demasiado. A sus treinta años se siente acomplejada con su cuerpo, y es algo que no puede superar. Víctor Ferrer acaba de llegar de Estados Unidos cuando su camino se cruza con el de Eva por casualidad. De inmediato reconoce que es la mujer de su vida, aunque ella no es la persona que él piensa que es. Sin dudarlo, ni importarle nada, está decidido a enamorarla, pero Eva se lo va a poner muy difícil. ¿Crees en el amor a primera vista, cuando entre dos personas salta esa chispa y al instante sabes que es el amor de tu vida? Víctor Ferrer, sí. Pero a la misma vez, tiene una complicada situación familiar. Vuelve a España para hacerse cargo de la empresa de su padre y de su sobrina huérfana. Dos corazones que comienzan a latir de forma diferente tras la primera mirada, dos personas con un pasado que puede impedirles avanzar en el futuro. Un mismo amor con fuerza para rebasar todos los obstáculos del camino. Dos enamorados que vuelven a creer, pero no lo tendrán nada fácil.


 

La noche de la gala de presentación de la nueva temporada de la cadena de televisión perteneciente al Grupo Quiroga, era uno de los actos a los que Elena Galván y Martín Quiroga no dejaron de acudir tras los años. Ambos eran personas reconocidas y los invitaban a muchos sitios, pero siempre declinaban la asistencia. Tenían claro que lo principal en sus vidas eran sus hijas y el hogar familiar, pasar tiempo juntos, por ello, ver a la pareja en un evento como el de esa noche formaba tanto revuelo. Tras la gala y posterior cena, Martín y Elena decidieron marcharse a casa, habían dejado a las niñas con los abuelos, pero ellos estaban cansados. Sin embargo, el resto de los asistentes, Virginia, Miguel, Eva, Tony y Carla, estos dos últimos, sus entrenadores personales, seguían siendo muy amigos de la familia, decidieron continuar la noche en una discoteca. Sebastián y Begoña, al igual que Elena y Martín, también se marcharon a casa. Sebastián asistía cada año a aquel acontecimiento acompañado de su mujer y orgulloso de Martín y Eva, su hijo y su nieta. Ambos dirigían el Grupo Quiroga con éxito, Martín era el presidente de la cadena y Eva se había convertido en la vicepresidenta. Tras pasar demasiado tiempo recuperándose de una lesión en su espalda, su abuelo comenzó a contarle e introducirla en el negocio y poco a poco Sebastián le fue enseñando muchas cosas. Un día ayudó a su cuñado y desde ese momento, casi sin querer, se vio como vicepresidenta de la cadena de televisión. Le gustaba su trabajo y se sentía feliz y realizada. Antes de marcharse del cóctel tras la gala, Eva tropezó con un camarero y le cayeron un par de copas de vino sobre el vestido. Tenía ganas de ir con los demás y continuar la fiesta, pero no pensaba llegar a ningún lado así, manchada.


A Elena no le importó intercambiarse el vestido con su gemela para que pudiese continuar disfrutando de la noche. A altas horas de la madrugada, Eva se lo estaba pasando de lujo en la discoteca. Hacía años que no se divertía tanto. Se hizo muy amiga de Carla y Virginia. Aquella noche, las tres estaban algo achispadas. Carla se había divorciado hacía poco, Virginia llevaba años detrás de Miguel, pero al parecer era invisible para ese hombre, y Eva no encontraba al amor de su vida. Estaban decididas a buscar a unos hombres que acabase con la soltería de las tres, anhelaban una vida tan plena y feliz como la de Elena y Martín. Desde la posición en la que se encontraban, Virginia divisó a un hombre alto, moreno y de buen cuerpo, con unos magníficos ojos grises. Estaba en la barra pidiendo una copa, iba acompañado de otro que tampoco estaba nada mal. —Mirad a esos dos —les indicó a Eva y Carla para llamar su atención—. Los he observado durante un rato y están solos. Creo que deberíamos ir a presentarnos —comentó con una sonrisa traviesa. Eva desvió la mirada hacia otro lado—. ¿Cuánto hace que no le das una alegría al cuerpo? —le preguntó en forma de burla—. El moreno me gusta para ti y el amigo, para Carla. Yo lo intentaré de nuevo con Miguel —comentó resignada y con pocas esperanzas. Eva no le contestó, ya ni se acordaba de la última vez que estuvo con un hombre en la cama. Desde el accidente y las posteriores operaciones se avergonzaba del cuerpo marcado de cicatrices que tenía. En un arranque, Virginia tiró de la mano de Eva con ganas. Carla las siguió con una sonrisa. De camino, esta última se encontró con alguien que conocía y se paró a saludar. Virginia no la esperó. —Hola, guapos. Os veo muy solitos. Soy Virginia y ella… De repente, apareció Miguel, la cogió en brazos y se la llevó a la pista a bailar.

Virginia no lo paró. Solo la buscaba cuando tenía unas copas demás, y ella no pensaba desaprovechar la ocasión. Eva se vio sola ante dos hombres que la observaban con atención. Miró hacia el lugar donde había desaparecido Virginia, intentó buscar a Carla, pero no supo cómo salir de aquella encerrona. Al amigo que acompañaba al moreno de ojos grises le sonó el teléfono, se marchó y se quedaron los dos solos. —Víctor Ferrer —se presentó. Se acercó a Eva y le dio dos besos, con confianza—. ¿Cómo te llamas? —preguntó con una sonrisa cuando vio que lo miraba al detalle. Era un hombre muy guapo, tanto que cortaba la respiración. Muy alto, de hombros extremadamente anchos y con unos ojos impresionantes. —Lo siento, creo que no me encuentro bien. Necesito respirar aire fresco. Con paso ligero se encaminó hacia la salida mientras se reprochaba haber bebido más de la cuenta. Sentía que le costaba respirar. Víctor no la dejó sola, fue tras ella. Aquella mujer había logrado captar toda su atención. —¿Mejor? —preguntó él una vez en la puerta. La sobresaltó cuando lo sintió detrás de ella. Le tenía una mano puesta en el hombro. Eva se dio media vuelta y lo miró. Con timidez, asintió. Las palabras se la atascaban en la garganta. Ella no era así, no entendía qué le pasaba esa noche con aquel hombre. Víctor se acercó peligrosamente, le mostró una sonrisa arrebatadora y clavó la mirada en sus ojos azules y, sin mediar palabra, la besó. Eva sintió aquel gran cuerpo, duro como el acero, contra el suyo y se dejó llevar.

El desconocido sabía besar muy bien. Cuando tomó conciencia de lo que estaba haciendo, se separó de él y lo miró con la respiración alterada. Víctor la observaba con una enorme sonrisa. Eva apreció que era un hombre seguro de sí mismo. Carla apareció en ese momento, había presenciado lo ocurrido mientras varias personas los miraban con atención, cogió a Eva del brazo y se la llevó casi a rastras. Entraron en un taxi y se marcharon. Víctor se quedó con las ganas de saber el nombre de aquella mujer, y muchas más cosas. Le habría gustado terminar la noche con ella, en su cama. Inmerso en estos pensamientos y con la vista clavada en las luces del coche donde se alejaba, sintió que alguien le daba una sonora palmada en la espalda que le hizo volver a la realidad. —Amigo, aún no has empezado en tu nuevo trabajo y mañana estarás de patitas en la calle con una buena patada en el culo. —Víctor lo miró preguntándose qué había hecho. Fue aquella mujer la que vino a él—. Acabas de besar a la mujer del jefe. Ella era Elena Galván, la esposa de Martín Quiroga —le aclaró. El vuelo de Víctor se había retrasado y no pudo llegar a tiempo a la gala que también estaba invitado. No tenía el gusto de conocer a la mujer de Martín Quiroga. Javier no la conocía en persona, pero sabía quién era. —¡Joder! —maldijo con los dientes apretados. No lamentaba haber besado a la mujer de su jefe, sino que ella estuviese casada. —¿Estás loca? ¿Cómo se te ocurre besarte con ese hombre en medio de la calle con toda la gente que había en la puerta de la discoteca? —reprendió Carla a Eva con los ojos desencajados. —No me importa la gente. No le debo explicaciones a nadie. Quizás ha sido un error, pero nada grave que lamentar —intentó quitarle hierro al asunto. Le dolía la cabeza y todo comenzaba a darle vueltas. —Creo que no has reparado en que vas vestida de Elena Galván.

Esta noche tu hermana ha llevado ese mismo vestido y la han fotografiado todos los medios y, resulta que, por casualidades de la vida —ironizó—, tienes su mismo rostro. —¡Dios! —Eva se tapó la cara con ambas manos. No lo podía creer. No le importaba aquel hombre, pero le agobió de inmediato lo que le podría acarrear aquello a su hermana y Martín. Al día siguiente, Eva se presentó en el despacho de su cuñado y le contó todo lo sucedido la noche anterior con aquel extraño, con lujo de detalles. Lo último que deseaba era que su hermana tuviese un problema con su marido. —Nunca volvería a desconfiar de mi mujer, puedes estar segura de ello —afirmó Martín con una amplia sonrisa, tras escucharla con atención y diversión—. Aún no ha llegado nada a mis oídos —La tranquilizó—, pero pararé esas fotos. Estoy seguro de que querrán sacarlas por morbo. Y dime, ¿quién es él? O tendré que descubrirlo cuando localice si alguien quiere publicarlas. —No le veo la gracia. —Eva estaba muy preocupada y Martín se tomaba aquello como un chiste—. Me dijo que se llamaba Víctor Ferrer, pero no te preocupes, no me suena de nada. Martín volvió a soltar una sonora carcajada que molestó a Eva. No había dormido en toda la noche, le dolía la cabeza y estaba preocupada, y su cuñado parecía que estaba pasándoselo en grande. —¿Lo conoces? —preguntó alterada. Por su actitud algo le decía que sí. —Sí, pronto lo harás tú también, querida cuñada —reveló sonriente. Eva lo miró con los ojos muy abiertos, el teléfono sonó y Martín no le dio más explicaciones. Capítulo 1 Eva recibió la visita apresurada, en su despacho de vicepresidencia de la cadena de televisión, de Virginia. Su amiga, y a la que consideraba como a una hermana, entró con prisa. Acababa de presentar los informativos, trabajaba desde hacía un par de años en el Grupo Quiroga y era una estupenda comunicadora, la cámara y los telespectadores la adoraban. Durante la mañana, Eva le había dejado varios mensajes para que se pasase a verla, pero a Virginia le fue imposible. Entre ambas mujeres, junto con Elena, no tenían secretos, y a Eva ya le quemaba por dentro no desahogarse con alguien sobre lo sucedido la noche anterior. De su amiga Carla solo recibió una reprimenda y necesitaba, más que nunca, la comprensión y la forma de ver las cosas de Virginia.

—No te vas a creer lo que me pasó anoche —anunció Eva más que Virginia cerró la puerta de su despacho. —Me tienes en ascuas. He presentado el telediario con la mente puesta en ti. ¿Qué ocurre? — preguntó sentada frente a ella, preocupada. —Resulta que cuando me quedé sola con ese tío, el de la discoteca, me faltó el aire. Salí a la calle a respirar y me acompañó sin pedírselo. Fue muy atento y caballeroso —tranquilizó a Virginia en ese aspecto, veía sus ojos y no quiso asustarla—, pero me besó allí y muchas personas nos vieron. Y yo llevaba el vestido de Elena —apuntilló agobiada, con un grito ahogado. Virginia abrió mucho los ojos y soltó una sonora carcajada. Se llevó ambas manos a la boca y miró a Eva. No lo estaba pasando nada bien con todo ese asunto. —¿Se lo has contado a Elena? —preguntó con media sonrisa que trataba de disimular. —No. Solo a Martín. Es lo primero que he hecho esta mañana nada más poner un pie aquí. No podría soportar que volviesen a tener otro problema en su matrimonio por mi culpa. Años atrás, Martín y Elena se separaron por unas fotografías de Eva con otro hombre donde él creyó que era Elena. Pero por aquellos entonces, no tenía conocimiento de que su mujer tenía una gemela. —¿Cómo ha reaccionado? —se interesó. —Ha soltado una carcajada. Me dijo que nunca volvería a dudar de Elena y que pararía esas fotos si alguien intentaba sacarlas a la luz. —¡Joder! A mis oídos no ha llegado nada, por si te tranquiliza. —Fui una estúpida —lamentó apenada. —Tú no tuviste la culpa de nada. Ese hombre te besó.

Por cierto, ¿quién es él? ¿Lo conoce Martín? A pesar de que acudió a la fiesta organizada por la cadena en la discoteca, no me suena. Y todo el que estaba allí debía tener acreditación para entrar y alguna relación con esta empresa que diriges con Martín. —Sí, él lo conoce. Su nombre no le resultó indiferente, pero no me dijo de qué. Solo me anunció que pronto lo conocería. Se llama Víctor Ferrer. —No me suena de nada. Era la primera vez que lo veía. La verdad, que debe ser nuevo. Está como un tren, y te besó. ¿Qué tal? —preguntó con una amplia sonrisa dibujada en el rostro. Deseaba sacarle toda la información. —Fue un beso espectacular. Hacía años que no me besaban así. —Tras un breve silencio entre ambas, le reveló aquello. A Virginia no le podía mentir. Con solo mirarla, tenía el don de saber qué le ocurría. —Me alegro de que por fin alguien haya calado en ese frío corazón que tienes para los hombres. Por el brillo en tu mirada cuando me has hablado del beso, algo me dice que ese tal Víctor Ferrer ha logrado traspasar la coraza que llevas desde hace años. —Solo fue un beso. Y, aparte de su nombre, no sé nada más de él. ¿Qué tal tú anoche con Miguel? —se interesó, y de paso cambiaba de tema. Aquella mirada socarrona de Virginia la ponía nerviosa. —Con él siempre es lo mismo. No me deja traspasar esa línea que yo deseo desde hace años.

Estoy cansada. No lo intento más, me doy por vencida. Eva sintió pena por ella. Sabía de los sentimos de Virginia por aquel hombre, pero él no terminaba de dar el paso. —Por lo menos, a ver si una de las dos acaba con esta soltería que nos persigue… Te deseo toda la suerte del mundo. Voy a sacarle información a mi cuñado sobre ese tal Víctor Ferrer — anunció decidida mientras se levantaba de la silla. —¡Ni se te ocurra! —le advirtió Eva—. Te lo prohíbo. ¡A trabajar! —ordenó. Virginia soltó una carcajada. No estaba acostumbrada a verla en aquella faceta. —Sí, jefa. —Se marchó con una sonrisa. Al día siguiente, por la tarde, Elena entró en el despacho de su hermana por sorpresa. Eva no la esperaba. Apreció que tenía ojeras y se veía agotada. —¿Qué te ocurre? No tienes buena cara. —Se levantó del sillón, preocupada, y fue hasta ella. —Tengo el estómago revuelto. Este embarazo me tiene fatal. —Estaba embarazada de casi cuatro meses—. He venido a buscar a Martín, pero se está demorando en una reunión por teléfono y me cansé de esperarlo. Eva le apartó el pelo de la cara y le pasó la mano por la frente. La tenía sudorosa. —¿Te llevo yo a casa? —se ofreció.

No la veía nada bien—. Seguro que cuando te des una ducha y te metas en la cama consigues mejorarte. —Eso quisiera yo, pero no puedo. Esta noche tengo una cena en la Asociación de Celiacos. Me han nombrado su representante por este año y no puedo fallarles —lamentó agobiada. Últimamente sentía que no llegaba a nada. Este embarazo la tenía muy cansada y le costaba hacer su vida diaria. Eva sintió pena por su hermana. Sentada a su lado, le acariciaba el rostro. Cada vez la veía más blanca. De repente, Elena se levantó y echó a correr hacia el baño que estaba dentro del despacho de su hermana. Eva fue tras ella y la sostuvo mientras vaciaba el estómago. Ya era la quinta vez aquel día.—Me parece que vas a tener que quedarte en casa. Estás fatal —aventuró Eva mientras la ayuda a volver de nuevo al sofá. Elena se tumbó en él y tomó un poco de agua de la botella que le llevó su gemela—. ¿Nos vamos a casa y me quedo con las niñas esta noche para que puedas descansar? Verte así y no poder hacer nada me agobia —lamentó preocupada. Las gemelas de Elena tenían cinco años, y pese a que el matrimonio contaba con Dora para que les echase una mano con ellas y la casa, en ocasiones les resultaba insuficiente. —En realidad sí puedes hacer algo por mí. —Elena la miraba al detalle y un atisbo de sonrisa le apareció en los labios—. Acude a la cena por mí. Nadie se dará cuenta —le propuso como si nada. Eva la miró con los ojos muy abiertos, se dio cuenta de que no bromeaba. —¿Qué? ¿Me estás diciendo que me haga pasar por ti? —preguntó escandalizada, con los ojos muy abiertos. —Solo es una cena, una de tantas como a las que acudes con Martín de negocios.

Solo será un rato. No puedo quedar mal, es importante. Y aún no quiero dar la noticia de mi embarazo. Si llamo para no asistir, tendré que decir el verdadero motivo de mi ausencia. —¿Me estás pidiendo que vaya con Martín haciéndome pasar por ti, su mujer? —Eva no daba crédito a lo que le proponía. —Sí. —Tú estás peor de lo que me pensaba. —Eva puso los ojos en blanco y se llevó la mano a la cabeza. —Por favor… —Elena la miró con cara de pena—. Hazle ese gran favor a tu hermana. —Pero, Elena… —le reprendió. —No me mires así, no es nada tan descabellado. Te lo pido por las circunstancias —intentaba convencerla con cara de pena. Eva la miraba en silencio. —Pero ¿cómo se te ocurre… —No daba crédito a su propuesta. —Anoche mis hijas me la jugaron por primera vez, se intercambiaron y no las reconocí. Tú y yo nunca lo hemos hecho. Es cierto que nos hemos reencontrado con veinticinco años y no vivimos una niñez juntas. Solo se me ocurrió la idea —justificó—. Por favor, estoy desesperada —volvió a rogarle—. Es por una buena causa. —Está bien. Iré —cedió finalmente—. Creo que te aprovechas de mí. Sabes que no hay nada en este mundo que no hiciese por mi hermana.

—Gracias. —Elena la abrazó, sonriente y feliz—. Yo también te quiero. —Voy a decirle a mi secretaria que avise a Martín cuando termine. Te llevo a casa. En el coche, mientras Eva conducía, Elena la notó más tranquila que el día anterior cuando fue a cenar a su casa y le contó lo sucedido con aquel desconocido mientras llevaba su vestido. —En estos dos días no ha saltado nada a la prensa. Martín me dijo que no tuvo que interceder en ningún asunto relacionado con tu beso. Igual nadie os hizo fotos en ese momento. —Pero sí nos vieron. La salida estaba llena de gente. No lo lamento por mí, sino por Martín y por ti. —No le des más vueltas. —¿Le has preguntado a tu marido de qué conoce a Víctor Ferrer? —Aún no había podido averiguar quién era. La noche anterior, cuando ambas hermanas cenaron a solas, Martín llegó tarde. Eva le pidió a Elena que le sacase información cuando pudiese. —No. Hace una semana que apenas lo veo. Tiene mucho trabajo y llega muy tarde. —Sí, el inicio de la nueva temporada en la cadena nos trae locos. Cuando llegaron a casa de Elena, esta se metió en la cama de inmediato. Eva se quedó jugando con sus sobrinas y luego fue a la habitación de su hermana para ver qué tal continuaba. —¿Qué tenías pensado ponerte esta noche? —preguntó al abrir el gran vestidor, mientras suspiraba. Siempre le abrumaba ver toda la ropa que tenía su hermana. —Lo que me estuviese bueno, pero al ser tú, puedes elegir lo que quieras.

—Le mostró una sonrisa. Ambas eran como dos gotas de agua. No solo el rostro, también el cuerpo, la altura y el cabello, que lo llevaban cortado igual. —Muy graciosa. ¿Le has comunicado ya a Martín tu descabellado plan? —No, pero no le importará. —Ya, se me olvidaba que él también haría cualquier cosa por ti. —Puso los ojos en blanco, le sonrió y su hermana le devolvió el gesto. —Por supuesto que haría cualquier cosa por mi mujer —resonó la voz de Martín. Solo había alcanzado a oír aquella última frase. Entró en la habitación, fue hasta Elena y le dio un beso. Se sentó a su lado y la tomó de la mano—. ¿Qué tal te encuentras? —preguntó preocupado. La secretaria de Eva lo había puesto al tanto de que su mujer se marchó con su hermana. —Un poco mejor. Hoy he tenido un día horrible. Martín volvió a besarla en el cabello. —Así no podremos ir a la cena de esta noche. —No le apetecía nada. Estaba cansado de eventos. Necesitaba estar en casa con su familia. —Tú sí irás, mi amor —replicó Elena con tono mandón. —¿Sin ti? ¿Y qué pinto yo allí? —Mucho si vas acompañado de mí haciéndome pasar por tu mujer —reveló Eva con las manos en la cintura, resignada a hacerlo. Martín miró a su esposa para que le explicase aquello mejor. —No puedo dejar de asistir esta noche a esa cena, pero al mismo tiempo me encuentro fatal y no podría probar bocado. El simple olor de la comida me haría vomitar.

Debes ir con Eva. No será mucho tiempo, a lo sumo tres horas. Llegar, saludar, que Eva dé el discurso y cenar. —¿Tengo que dar un discurso? —preguntó asombrada—. No me habías dicho eso —le recriminó. —Decir unas palabras —le quitó hierro al asunto—. Mira, te lo acabo de escribir. Cogió una nota de la mesita de noche y se la entregó. —Me debes una y muy gorda —murmuró Eva cogiendo el papel. —¿Mi opinión no cuenta? —preguntó Martín mirando a ambas hermanas, sorprendido de que estuviesen de acuerdo en aquello y lo llevasen con toda la naturalidad. —Tómatelo como si fuese trabajo, mi vida. —Elena lo miró con aquella sonrisa que lo desarmaba y su preciosa mirada con la que sabía que su marido no la cuestionaría. Resopló con fuerza y se metió en la ducha, resignado. Sabía que aquel acto era importante para Elena y por ello no discutió. —Puedes coger el vestido color caldera que tanto te gustó de mi última colección. Era uno de los que pensaba ponerme hoy si entraba en él —aconsejó Elena a Eva cuando la vio indecisa en su vestidor. —Pero no es largo, y seguro que no tienes unos zapatos planos acorde. Debido a su accidente y sus problemas de espalda, Eva llevaba años sin usar zapatos de tacón altos, como lo que acostumbraba Elena en los eventos. —Ya estás recuperada por completo. Creo que es hora de que te decidas a volver a llevarlos. Hoy es una buena ocasión. Irás todo el tiempo al lado de Martín, de su brazo, y estarás sentada en la cena —argumentó para convencerla. Eva lo meditó por unos segundos. Si iba a representar el papel de Elena Galván lo tendría que hacer en todos los sentidos. Debía vestir como iría su hermana, lo que menos deseaba es que alguien descubriese en plena cena el intercambio de ambas, y llevar zapatos de tacón iba en el lote.

No escogió unos muy altos y le advirtió a su cuñado que no se separase de su lado en toda la noche. Cuando llegaron a la cena, Eva y Martín lo hicieron cogidos del brazo y sonrientes. Aparentaban ser la pareja perfecta que eran Elena y Martín desde hacía años. Saludaron a varias personas, Eva dio gracias a que Martín los conocía a todos, y permanecieron durante un buen rato en la antesala. Cuando los asistentes estuviesen sentados en las mesas, Eva debía dar el discurso de bienvenida y luego se serviría la cena. De repente, Martín vio entrar a alguien que no esperaban aquella noche. Miró a su cuñada, pero no le dio tiempo de decirle nada. La tomó por la cintura y le sonrió. Eva lo miró y no entendió muy bien la expresión de su rostro. —Estás muy guapa esta noche. Tranquila que todo va a ir muy bien. Recuerda que eres Elena por esta noche —le susurró, a modo de advertencia, Martín en el oído en un gesto cómplice. Eva no entendió muy bien sus palabras, lo miró para que se las explicase mejor, pero él se centró en otras personas que se acercaban. Saludó a dos hombres que se presentaron ante ellos, entonces Eva comprendió las palabras anteriores de su cuñado. Tragó con dificultad y trató de dominar la situación. —¡Qué gran sorpresa, señores! —Martín le extendió la mano a Víctor y luego a su amigo, que era el mismo que lo acompañaba la noche que Eva lo conoció en la discoteca, ella lo reconoció al instante—. Os presento a mi mujer, Elena. —Los dos hombres se quedaron mirándola fijamente—. Víctor Ferrer —lo presentó Martín—. Él estará ahora al frente del bufete jurídico que lleva todos los asuntos legales de la cadena y Javier Quintana, el mejor abogado penalista de su bufete. —Eva les dio la mano a ambos. Trató de dominar el nerviosismo que la presencia de Víctor le había provocado. Cuando la estrechó con la de Víctor, notó que él se la acarició y se demoró un poco más. Luego, miró a su cuñado con una sonrisa fingida mientras lo reprendía con la mirada. Martín sonrió—.

¿Qué hacéis vosotros por aquí? —preguntó interesado. —Mi hermana es la encargada de organizar esta cena —contestó Javier—. No sabía que tú mujer era la elegida para dar el discurso de este año. —Se había enterado en la entrada, donde había un cartel con el rostro de Elena Galván, la nombraban embajadora de la Asociación de Celiacos. Cada año, un personaje conocido de la sociedad y celiaco, era el elegido para representar a las personas con esta intolerancia. Sin dejar de mirar a la mujer de su jefe, Víctor maldecía la hora en la que aceptó acompañar a Javier aquella noche. Necesitaba distracción y el plan de su amigo no le pareció mal, pero se arrepintió en el instante en el que vio a Martín con su mujer del brazo. De repente, indicaron por megafonía que todos debían ocupar sus mesas, el acto iba a comenzar, y Eva debía dar el discurso que le correspondía en nombre de su hermana. De camino al salón, Javier reprendió a Víctor con la mirada. Eran amigos desde la universidad, nunca lo vería como su jefe y dueño del bufete ahora que Rodrigo había fallecido. Javier llevaba años trabajando para el padre de su amigo. Ambos entraron en el bufete a hacer las prácticas en el último año de carrera, pero cuando Víctor se fue por las diferencias con su padre, este le pidió a Javier que se quedase. Desde entonces lo había tratado como a un hijo. —Aún conservamos la cuenta con el Grupo Quiroga. Es la más importante con la que contamos en estos momentos. Deja de mirar a la mujer de Martín de esa forma si no quieres que te parta la cara esta noche y cancele el contrato que tenemos con ellos —le advirtió en tono bajo.

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