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Virgenes Destrozadas – Alba Duro

Alberto estaba de pie frente a un enorme lienzo blanco. Sin decir nada. Sin hacer nada. De hecho, estaba bastante preocupado porque sentía que la creatividad, la musa y todas sus dotes artísticas abandonaron su cuerpo, dejándolo solo. Giró su cabeza y vio el cuerpo desnudo que aún dormía en su cama. Volvió a concentrar la vista a ese espacio repleto de nada y dio un largo suspiro. Faltaba poco para la presentación de sus nuevas obras y no sabía cómo abordar la responsabilidad. Cuando recibió la noticia la noche anterior, estaba manchado de pintura pero tenía una amplia sonrisa en la cara. Su publicista estaba trabajando bien. Fue al baño a tomar una ducha para luego salir a celebrar. Eso sí, Alberto tiene una fibra especial para las fiestas y también para las mujeres. Gracias a su altura, su atractivo y porte, era imposible que no llamara la atención, así que no era necesario tener una excusa para encontrar un poco de diversión a donde fuera. Entró al local de siempre y al poco tiempo estaba rodeado de la crema y nata de la ciudad. Modelos, artistas, músicos, actores y uno que otro blogger. El grupo era grande y ruidoso, la discoteca repleta. A pesar del encanto con el que Alberto se rodeaba, había algo que lo hacía diferente entre todos. Él era Dominante. Pero, por supuesto, eso era un detalle no apto para todo público. Por esa razón, trataba de no dejar que aquello saliera a la luz. Era importante para preservar su propia seguridad y la de quien estuviera con él. Desarrolló este gusto particular de adolescente al enredarse con una mujer mayor. Ella le enseñó a obedecer pero también a ejercer control. Y fue allí, en la primera oportunidad que tuvo de dominar cuando entendió el propósito de su vida: el de establecer los designios de sus amantes según sus deseos. Continuó perfeccionando sus dotes como Dominante con el paso de los años. Desarrolló un gusto particular por los juegos con electricidad, los orgasmos forzados y el sexo oral, tanto darlo como recibirlo.


Sobre todo el primero porque le resultaba fascinante cómo la piel se volvía sensible, los labios se humedecían e incidían en gritos y gemidos. Además, su lengua no tenía rival. Aunque adoraba la compañía de las mujeres, no era un hombre que le gustara en particular las relaciones serias. En realidad pensaba que todo eso era más bien producto de una esclavitud innecesaria. Para mayor comodidad, nada mejor que tener un buen revolcón y adiós. Nada de lágrimas ni de compromisos forzados. Prefería las transacciones rápidas y fáciles de hacer. Esa noche había conocido a una rubia despampanante. Ella era modelo y ansiaba conocerlo porque, según, le gustaba mucho esa aura de tío peligroso. Alberto le resultaba gracioso así que aprovechó esas palabras para tener la excusa y así acercarse a ella. Al final de la noche, los dos estaban besándose en una esquina bastante oscura y no tan ruidosa. El lugar más cercano para ambos era el loft de Alberto. La chica no podía esconder el entusiasmo que sentía por conocer el ambiente de un artista. Para su sorpresa, todo lucía minimalista, blanco y con un decorado casi industrial. Lo único de color eran los botes de pinturas marcados con muestras sobre las tapas y un cuadro enorme que colgaba en la sala. Ella seguía caminando y estaba impresionada con cada rincón que veía. Escaleras de madera y metal, un televisor enorme de color negro que podía pasar por un obra arquitectónica moderna, un tocadiscos junto a una pila de discos de vinilo y una tabla de surf sobre la pared. Era un espacio grande y bien administrado. Cualquiera se hubiera enamorado de ese lugar, sin duda. -Esta fue mi primera obra. La conservo porque es obvio que se me notan los trazos inocentes. Le gustaba hablar con cierta actitud de tío sobrado ante la vida. Le parecía divertido hacerse pasar por alguien tan culto como poco accesible. -Vaya, la encuentro sublime. El uso de los colores es… Es impresionante.

Alberto se había aburrido del juego de la pretensión así que la tomó por la cintura y la besó. Ella se encontró sorprendida pero enseguida le correspondió el gesto. Dentro de sí, pensaba que por fin su sueño se había hecho realidad. Comenzaron a acariciarse con fuerza, con desesperación. Alberto dejó la delicadeza e hizo que la mujer se apoyara sobre la mesa. Parecía un felino hermoso y delicado. Alzó su falta y encontró su vulva palpitante. Tanteó con los dedos y ella gimió casi enseguida. Siguió masturbándola hasta que llevó su lengua dentro de ella. Los ojos de la rubia fueron directo al cielo. El trance duró tanto como quiso Alberto. La tocó, lamió y mordió como quiso. Luego se la echó sobre los hombros y subió las escaleras con cuidado. Ella, enrojecida por la excitación, encontró excitante que aquel hombre fuera tan viril. Lo que no sabía era que se encontraría con una sorpresa. Los dos comenzaron a quitarse la ropa, la mujer, quien estaba esperándolo sobre la cama, miró ansiosa y luego sorprendida el miembro de él. Grande, bastante grande y grueso. Se llevó ambas manos a la boca aunque al final se relamió un poco. Él se abrió paso dentro de ella con un poco de dolor, sin embargo, sintió luego un enorme placer porque Alberto sabía muy bien cómo tocar y satisfacer a cualquier mujer. No había duda de ello. Unas cuantas horas después, él estaba frente al lienzo que había dispuesto temprano en la mañana para trabajar pero, ahora, no podía encontrar la concentración y se estaba sintiendo frustrado. En ese tipo de casos, escuchaba un poco de Trentemøller a todo volumen con un poco de cerveza. Digamos que ese era su plan B en casos de emergencia como este. La mujer aún dormía pero eso debía terminar ya. Él se acercó con notable mal humor y la agitó un poco.

-Disculpa, tienes que irte. Quiso suavizar la situación pero no recordó el nombre, así que, ¿para qué molestarse? Insistió unas veces más hasta que ella abrió los ojos aterrada. -Sí, tienes que irte. -Pe… Pero… -Por favor. Tengo que trabajar. No había rastro del encanto ni la caballerosidad. Nada. Sólo había esa mirada fría detrás de esos ojos verdes. Ella se levantó con tropiezos y comenzó a recolectar sus cosas con la mano. Estaba impresionada. Él volvió a la postura inicial y sintió algunas cosquillas en las puntas de las manos. -¿Nos volveremos a ver? -La puerta está hacia allá. Gracias. Unas cuantas blasfemias inaudibles antes de irse, lanzadas al aire como maldiciones. La rubia, la mujer espectacular que había llamado la atención de sus carnes y deseos, se iba por la puerta con más pena con que gloria. Aunque Alberto tenía el don de tener a cualquier mujer que él quisiera, no se hallaba satisfecho con alguna. Incluso pensaba que después de cierta hora, algunas se volvían particularmente fastidiosas por lo que limitaba el trato con ellas. Volvió a quedarse solo y sintió que todo lo que daba por perdido había sido producto de una ilusión y que más bien era sólo falta de concentración. Tomó una brocha gruesa y un poco de acrílico rojo, su color favorito. Hizo una larga línea y se quedó un rato mirándola. Hacía este ritual todas las veces que se dedicaba a trabajar. Para Alberto era más bien un acto de superstición para que todo le salieran bien, así que era un hábito difícil de romper. Suspiró y siguió pintando hasta el final del día. Tenía las energías renovadas gracias al sexo y al café. II Se echó para atrás y sonrió muy ligeramente.

Tuvo la sensación que lo acaba de terminar muy bien podría ser la obra que abriría la exhibición dentro de los próximos meses. Aún tenía bastante que hacer pero decidió que iría a la playa a surfear. Cualquier pensaría que sería una locura y de cierta manera así era, sin embargo, aún quedaba algunos minutos de luz. El traje de neopreno amortiguaba un poco el frío por lo que se preocuparía de ello cuando le tocara regresar. En la mochila había una muda de ropa, algunas barras energéticas y agua. Lo esencial para recuperarse luego de pelear con las olas. Surfear también era otro momento vital para Alberto quien había crecido entre el calor del Caribe. La playa, entonces, era como otra extensión de su cuerpo. Al llegar, se encontró a unos pocos que como él, querían aventurarse pese a la hora y al frío. Los saludó con la mano, se quitó los zapatos, dejó la mochila y fue hacia el mar. El mismo que le ayudaba a tener inspiración cuando más lo necesitaba. III -Sí. Así…Excelente… Muy bien. Ahora, ajá. Así. Estupendo. -Te traje un poco de café, tienes bastante rato así. -Ah, gracias. Déjamelo por allá, por favor. -¿Qué te parece si probamos esta pose? La vi en Marie Claire, creo -Esto no es Marie Claire, Ana. Olvídate de eso. -Vale, vale. Sólo quería hacerte reír, has estado muy seria. -Odio los días fríos, es todo. Ahora, venga… Un salto.

¡Excelente! Tres horas después, Luna dejaba la cámara sobre el sofá mientras ansiaba una gran hamburguesa. Aquellas con mucha grasa y salsas. Sin embargo, no quería salir, el frío se volvía agudo y ya sentía cómo este se calaba en sus huesos. Pero el hambre… Ay, el hambre. Luna estaba aún sentada cuando las modelos se despedían de ella luego de una jornada que pareció eterna. Aunque sabía que así eran los gajes del oficio, ese día fue particularmente duro. Quedó sola en el pequeño estudio aunque sabía que en cuestión de minutos debía dejarlo. No porque su presencia fuera una molestia sino porque el deber llamaba y porque la distancia del lugar a su casa era considerable. Encendió un cigarro velozmente, cruzó las piernas y se quedó un rato allí. El sol ya había desaparecido en el horizonte así que le tocó reunir fuerzas para levantarse. Tomó el abrigo, la bufanda y la mochila. La cámara la dejaría porque le daba temor andar con un equipo tan costoso entre las manos. Echó una última mirada y apagó la luz. Luna, a pesar de tener sólo 22 años, era una de las fotógrafas más prometedoras de la ciudad. Tenía un ojo exquisito para imágenes atractivas y coloridas, a pesar de su aspecto siempre oscuro. Aprendió todo lo que sabe por observación y porque su padre, un fotógrafo amateur, le enseñó trucos valiosos. Al salir de la calle, tuvo que enfrentarse a esas miradas lascivas que siempre odiaba. Siempre fue así desde su adolescencia, cuando desarrolló esos senos perfectos y redondos y su cintura se volvió pequeñísima. No era muy alta pero llamaba la atención por sus atributos, por su cabello casi rapado y por su rostro. Vestía siempre de negro como un último esfuerzo por pasar desapercibida y porque la dejaran en paz. A veces no era suficiente. No era femenina y tampoco le importaba mucho. Prefería los jeans y jerséis grandes que una falda o tacones. Ugh, los odiosos tacones. Fue al subterráneo a esperar el tren y pensaba que, a pesar del cansancio, había hecho un buen día y que había logrado al menos la mitad de lo que se había propuesto.

Mientras miraba al vacío sin mayor interés, hubo algo que le llamó la atención. Era el anuncio de una muestra de arte cerca del centro. Sería en unos dos días. Estaba tan entregada al trabajo que se alegró en saber que se distraería un poco con un poco de arte, una de sus tantas actividades favoritas. Sonrió para sí y anotó rápidamente la fecha y la dirección para no perderse el evento. ¿Qué era lo mejor? Era completamente gratis. Su bolsillo lo agradecería. El chirrido de las vías se volvía más cercano, señal inequívoca que pronto estaría en casa. El saber que haría algo diferente, hizo que Luna olvidara un momento de las preocupaciones. No supo ni en qué momento había llegado a casa pero estaba aliviada por ello. El piso de Luna era mínimo pero al menos era suyo. Había trabajado y ahorrado hasta el último centavo con una disciplina militar. Al final, caminando luego de terminar una sesión, se encontró con el anunció de venta del apartamento. El dueño estaba desesperado por salir de él y Luna ansiaba un lugar propio, así que el acuerdo que tuvieron no tardó demasiado tiempo. La despedida de su casa fue amarga y conflictiva, tal y como ella esperaba. Su madre era una experta en manipular así que vivir más tiempo en esa casa le iba a restar más y más año de vida. Unas pocas cajas fueron suficientes para estrenar el piso el cual la recibió sin muebles salvo por la cocina y la nevera. -Al menos es algo. –Se dijo. Poco a poco, invirtió en un mejor sistema de calefacción y ventilación. Así que los inviernos y los veranos estarían controlados. Luego de comprar todos los accesorios restantes, ella decoró según su gusto: paredes blancas, un estilo industrial, afiches de películas y música, algunas fotos impresas y ropa en el suelo. Esto último representaba más bien una necesidad de romper las reglas y de decirse a sí misma que viviría como le diera la gana. Al final, su hogar se convirtió en su santuario. Luna pasó gran cantidad de tiempo trabajando para ganar sus cosas pero también se perdió del fascinante mundo de las citas y el sexo.

Mientras estuvo en la escuela, tratando de mantener sus notas y de ganar alguna beca para irse de casa, sus compañeras de clase se besaban en los rincones con los chicos más guapos. Ella no era indiferente ante la vista de los muchachos, sin embargo, se mostraba siempre aburrida por ser objeto de palabras vacías y, de paso, repetitivas. Así que prefirió hundir la nariz en libros y en cualquier cosa que significara que mejorara su índice académico. Había días en lo que quería renunciar a todo aquello, ponerse la falda más corta que tuviera y soltarse el cabello para hacer lo que los demás hacían sin problemas. Pero no podía, en el fondo sabía que eso no era su mundo y que quizás era mejor dejar eso para después. Entonces se agudizó su sarcasmo, la incomodidad social y el gusto por vestirse de negro. El acto más radical fue raparse la cabeza y todo su cabello espeso y negro había quedado para el olvido. El último rasgo que le hacía particularmente parecida a su madre. A diferencia de lo que la gente pensara, fue la decisión que más le gustó. Se libró de una renta esclavizante y era práctico para el verano y, bueno, para cualquier ocasión. De alguna manera, ella había alcanzado todo aquello que se había propuesto, así que era obvio que se sentía aliviada pero necesitaba experimentar las mieles del amor y el sexo. El primer paso lo hizo al masturbarse la primera vez. Todo aquello pareció una especie de ritual. Llegó a casa, apagó todas las luces y tomó una larga ducha. Se miró al espejo y aplicó la crema de fresas que se compró especialmente para la ocasión. Su piel cobró olor a tarta fresca. Siguió desnuda y se echó sobre la cama. Estaba asustada y cerró los ojos como ademán para recordar exactamente lo que había leído en Wikipedia y en webs con artículos eróticos para mujeres. Luego de sentirse lista, encendió el portátil y buscó una página porno para un poco de inspiración. Ya ese sentido, estaba un poco estresada porque no encontraba lo que quería ver. Finalmente dio con un video de un tío con una polla grande y una chica de una contextura más o menos similar a la de ella. Play y ver. Al poco tiempo, sintió su entrepierna caliente y que algo salía de ella, se tranquiló pues sabía que era algo normal. A medida que transcurría el video, se emocionaba más y su cuerpo parecía saber exactamente qué hacer. Sus dedos fueron hacia su vulva y comenzó a tocarse.

Lento y suave, como si temiera romperse. El video había terminado cuando Luna continuaba tocándose. Mantenía los ojos cerrados, aferrándose a la concentración y las sensaciones. Seguía hasta que se le apareció una constelación en su mente. Sus piernas comenzaron a temblar y el fuego que nacía dentro su coño iba expandiéndose por todo el cuerpo en descontrol. Al final, un largo grito ahogado le hizo entender que había tenido su primer orgasmo. Recuperó el aliento y se dio cuenta que había expulsado un poco de líquido. No obstante, volvió a echarse sobre la cama, esta vez más relajada, y se sintió tranquila, feliz. Luna entendería que el orgasmo femenino, en la mayoría de las veces resultaba un mito. Se lamentaba por esas mujeres que podían pasar años sin saber qué era eso, incluso ella misma se privaba de ciertas cosas sobre todo por miedo y a veces por vergüenza. Los pensamientos al respecto la preocupaban más de la cuenta y decidió que su primera vez sería con un tío con experiencia y que no involucraría el amor para hacer las cosas más llevaderas. Sin embargo, los designios del destino son tan caprichosos como impredecibles. IV El móvil no paraba de sonar. La música tampoco. Alberto estaba en la “zona”, así que era probable que cualquier ser humano en la Tierra que quisiera comunicarse con él, perdería el tiempo ya que estaba en el punto más interesante de su creatividad. Los brochazos iban y venían, los colores salpicaba la pared y los jeans de marca. La mirada estaba sobre el lienzo y en una caja en donde reposaban otros materiales que estaba dispuesto a experimentar. Había leído sobre Pollock y Jesús Soto, así que estaba decido en hacer algo diferente para la exhibición. Días antes, su representante le suplicó que llevara una obra para una exposición. -Venga, Alberto. Quiero meterte allí y así aprovechar un poco la publicidad. Irán varios artistas. Es sólo un cuadro, ni siquiera tienes que ir. -¿Cómo no voy a ir? -No es una fiesta glamorosa. No habrá modelos ni champaña, es un evento de la ciudad para incentivar la cultura.

-Suenas ridículo haciéndome pasar como un tío superficial. -Lo eres. Eso es obvio. Se sintió herido con el comentario y, como buen orgulloso que es, prometió que donaría tres obras y que de paso iría con un discurso. Luego de que pasara el calor del momento, se dio cuenta que apestaba para los discursos. Pero se había comprometido y debía seguir. El día había llegado y por un momento se sintió aliviado porque no tendría que ponerse la máscara de hombre culto. El evento prometía que se encontraría con personas inteligentes y con gente que aprecia el arte, además, había una barbacoa pública. Nada mal. Se puso unos jeans oscuros, una franela de cuadros y un jersey gris. Quería verse informal pero cuidado porque eso ya formaba parte de su personalidad. Salió de casa con el peor tráfico de la historia. Se consoló al saber que al menos sus pinturas ya estaban allá y que no se retrasarían con él. Luna pensó que sería un evento cualquiera hasta que pensó que quizás sería una buena oportunidad de proyectar su trabajo a clientes potenciales. A lo mejor tendría suerte. Sabía que se trataba de algo informal pero quería ir arreglada… O al menos según sus términos. Así que tomó un enterito negro, una chupa vaquera y unas zapatillas deportivas. Se miró al espejo y pensó que estaba bien variar los jeans rotos. Miró el reloj sobre la mesa de noche y pensó que era mejor salir si no quería quedar atrapada en algún vagón. El museo de Historia Natural era el epicentro de la exhibición y, aunque era temprano, se estaba congregando una cantidad importante de personas. Alberto terminó de aparcar tras unas blasfemias. Su publicista le hacía señas desde el otro lado de la acera y con una gran sonrisa en la cara. -¡Eh, Alberto! ¡Por aquí! La gente casi no lo dejó pasar. -Vaya, esto está particularmente lleno, ¿no te parece? -Sí, sí. Lo estás.

¿No es estupendo? Ha venido gente de todas partes. Está buenísimo porque todos estamos mezclados y puedes verle la cara de asco de los más snobs. Es sumamente divertido. Leonardo era el publicista de Alberto desde que empezó su carrera como pintor. De hecho, tenía estudios superiores en Arte y Música, experiencia como curador y fotógrafo experimental. Dedicó años en campañas municipales para que los niños sin hogar pudieran realizar actividades vinculadas al arte. Era uno de los hombres más encantadores del círculo y también uno con un sentido de humor bastante negro. -Ya veo, aunque se pondrá mejor cuando hagan la barbacoa. Más de uno querrá ponerse un traje de protección química. Los dos caminaron hacia las escaleras y se adentraron al museo. Había niños, jóvenes y adultos en un ambiente de sincera celebración. Alberto sonrió con aquel panorama ya que le recordó su infancia. Se sintió como en casa. Caminaron y vieron las obras expuestas. Había una variedad excitante: esculturas, pinturas y hasta montajes en vivo. El mundo del arte para él era su mundo. Estaba en lo suyo. Luna salió de la estación un poco mareada. Ya podía percibir el olor a carne asada y los globos de los chicos en los aires. -Que comience el espectáculo. –Se dijo para sí misma, armada con tarjetas de presentación y con decisión de hacer más clientes. Leonardo y Alberto esperaron su turno tras unas cortinas de lino blanco. -¿Tienes el discurso? -Sí. Venga, creo que me estoy arrepintiendo de eso. -Nada de eso.

Lo prometiste. Si lo haces, me tragaré mis palabras, si no, creo que no estarás preparado para que te lo eche en cara por un buen rato. El rostro de fastidio de Alberto pareció acentuarse a medida que faltaba poco para hablar. Su amigo lo veía de reojo con una sonrisa burlona. El podio era todo aquello que odiaba en el mundo y por esa razón había hecho un esfuerzo por alejarse de cualquier situación que ameritaba un discurso. Le llegó el turno y un mar importante de gente lo esperaba como con una sonrisa comunitaria. Estaba nervioso y trató de tomar aire para que no se le notara. Las manos le temblaban y sentía que todo iba a ser un fracaso hasta que vio algo que le robó de inmediato la atención. Era una chica con la mirada seria que parecía observarlo hasta atravesarle el espíritu. Le pareció particularmente interesante que tuviera la cabeza casi rapada y ese gesto desafiante en la cara. Sí, parecía muy joven pero en definitiva no se veía cómo las demás. Tuvo que mirar al papel para comenzar aunque no quería perderla de vista. El suplicio había terminado y se bajó dejando una oleada de aplausos detrás. La frente estaba brillante gracias al sudor de los nervios. Arrugó el papel y ahí sintió una fuerte palmada de Leonardo que lo miraba con asombro y humor. -Amigo mío, has superado tus miedos. Mis respetos. -He visto una chica pero creo que se me ha perdido. -Ay no, otra vez pensando con otra cosa en vez del cerebro. -Me lo merezco luego de pasar este infierno. -Vale, vale. A lo mejor si nos la pasamos un rato por aquí, seamos capaces de verla. ¿Qué dices? -Vale. Cuando Alberto pronunciaba esas palabras sacadas de un discurso preelaborado en Google, se escabulló hacia el museo para tomar algunas fotos. Necesitaba incluir nuevo material a su portafolio.

Luna se acercó hacia una pintura que le llamó poderosamente la atención. Estaba cargada de pinceladas gruesas y de colores muy vivos. Estuvo ahí, de pie, admirándola como si el resto del mundo no existiera. En ese momento, no se percató que Alberto la veía intrigado. Leonardo lo había dejado debido a una llamada que debía atender. En ese momento, encontró el perfil de la chica que le llamó la atención. Parecía estar maravillada por una de sus pinturas. Vio cómo se echó para atrás y tomó unas cuantas fotos. Caminó hacia su dirección y lo mejor es que ella estaba absorta y no reparó en su presencia. -Lindo cuadro, eh. Ella giró hacia él un poco sobresaltada y se sonrojó al darse cuenta que era más guapo de lo que esperaba. -¿Ah? Sí, sí. Es así. Es increíble. Los brochazos parecen violentos pero al mismo tiempo no. Quizás suene un poco pretencioso de mi parte. -Para nada. A lo mejor esa era la intención del artista. Ella sonrió y trató de relajarse. Alberto estaba halagado de cierta manera en la pena que tenía. -¿Qué haces? Vi que estabas tomando fotos. -Soy fotógrafa. Estoy buscando nuevas imágenes para incluirlas a mi portafolio. -Estupendo. Luna no sabía qué decir, sobre todo, porque un tío sumamente atractivo parecía no quitarle la vista de encima.

En ese momento, sonó el móvil de él e inmediatamente se manifestó su cara de pocos amigos. -Vale, vale. Sí. Entiendo. -Debes irte, ¿cierto? -Sí, pero sería genial que me dieras tu número. A lo mejor tenga la suerte de trabajar contigo. Ella sacó una de sus tantas tarjetas de presentación y se la dio con las manos temblorosas. -“Luna”, lindo nombre. -Gracias… ¿Me dirás el tuyo? -Claro, si te fijas bien en el cuadro, te darás cuenta. Se fue dejándola con la palabra en la boca. Lo vio irse y después de que su vista se perdiera con él, trató de entender el mensaje, así que no paró de ver el cuadro hasta que observó el nombre de este. -“Alberto Troconis”. Dios mío, qué estúpida soy. Salió corriendo como un intento de alcanzarlo pero fue en vano. Sólo se encontró con un mar de gente que le impedía el paso. -Joder.

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