debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Verano negro (Washington Poe 2) – M. W. Craven

Mi cuerpo se devora a sí mismo. No lo puedo detener. Estoy demasiado débil para moverme. Mis músculos se han diluido en los aminoácidos que el cuerpo necesita para sobrevivir. Mis articulaciones se van endureciendo y me duelen por falta de lubricación. Un hormigueo recorre mis pies y mis manos a medida que los vasos sanguíneos se contraen bajo la piel para proteger los órganos vitales. Mis dientes se van soltando según se encogen mis encías. Se acerca el final. Lo noto. Mi respiración es rápida y superficial. Estoy mareado. Por primera vez desde hace días, tengo ganas de dormir. Un sueño del que nunca despertaré. Ya no estoy furioso. Al principio, sí lo estaba. Durante días, grité y chillé por esta injusticia. Porque, cuando estaba a punto de lograrlo, ese hombre con ojos de tiburón me lo arrebató todo. Ahora ya lo he aceptado. Al fin y al cabo, es mi culpa. Bajé aquí voluntariamente, movido por las ganas por mostrar lo que había descubierto. Debería haber sabido que a él eso le daba igual. Mi hallazgo no era lo que le interesaba. Solo le importaba «lo otro». Así que me voy a tumbar y a descansar la vista. Un minuto.


Tal vez un poco más… 1 En el sur de Francia hay un pájaro cantor llamado hortelano escribano. Mide quince centímetros y no alcanza los treinta gramos. Tiene cabeza gris, garganta amarillenta y plumaje de un precioso color pardo. Su pico es rosado y regordete, y sus ojos brillan como granos de pimienta de cristal. Su canto staccato hace sonreír a todo el que lo escucha. Es una criatura de una belleza fascinante. Al ver un hortelano escribano, la mayoría quiere quedárselo de mascota. Pero no todo el mundo. Algunas personas no ven su belleza. Algunos ven otra cosa. Porque la «otra» característica sorprendente del hortelano escribano radica en ser el ingrediente principal del plato más sádico del mundo. Un plato que exige no solamente matar al ave, sino torturarla… La chef había comprado dos ejemplares hacía un mes. Como no es posible disparar a un hortelano sin destrozarlo, pagó a un hombre para que lo capturara con red. Le cobró cien euros por cada uno. Un precio bastante alto, aunque, si las autoridades lo hubieran cogido, la multa habría sido mucho peor. Ella se los llevó a casa y los engordó como lo hacían los cocineros de los banquetes romanos: sacándoles los ojos. El día se volvió noche para aquellos dos hortelanos. Y de noche, los hortelanos se alimentan. Estuvieron un mes atiborrándose de mijo, uvas e higos. Cuadruplicaron su tamaño. Lo suficientemente gordos para comérselos. Un plato digno de un rey. O de un viejo amigo. Cuando recibió la llamada, la chef los llevó personalmente al otro lado del canal. Desembarcó en Dover y condujo toda la noche hasta un restaurante de Cumbria llamado Bullace & Sloe.

Los dos comensales no podían ser más antagónicos. Uno de ellos lucía un elegante traje de cuello Mao. Parecía de diseño oriental. Su camisa era blanca y almidonada, con los gemelos de oro puro. Parecía culto y tranquilo. Tenía una sonrisa amable y habría elevado el nivel de cualquier comedor del mundo. El otro llevaba vaqueros salpicados de barro y una chaqueta mojada. Sus botas goteaban agua sucia sobre el suelo del comedor. Parecía como si le hubieran arrastrado de espaldas a través de una mata de tojo. Incluso a la luz tenue de las velas titilando, se le veía nervioso e inquieto. Desesperado. Un camarero se acercó a la mesa y les sirvió las aves en las cazuelas de cobre donde se habían asado. —Creo que le va a gustar este plato —dijo el hombre de traje—. Es un pájaro cantor llamado hortelano escribano. La chef Jégado los ha traído personalmente de París, y hace apenas un cuarto de hora los ahogó en brandy… Su acompañante se quedó mirando el ave: era del tamaño de un dedo pulgar y escupía su propia grasa. Alzó la vista. —¿Qué quiere decir con que los «ahogó»? —Así es como se introduce el brandy en sus pulmones. —Qué barbaridad… El hombre del traje sonrió. Ya había oído ese tipo de comentarios cuando trabajaba en Francia. —Metemos langostas vivas en agua hirviendo. Arrancamos las pinzas a cangrejos vivos. Alimentamos a gansos a la fuerza para hacer foie gras. En cada bocado de un animal hay sufrimiento, ¿no cree? —Entonces, no es legal —contestó el hombre de los vaqueros. —Todos tenemos problemas legales. Los suyos son más serios que los míos, creo.

Cómase el pájaro… o no se lo coma. A mí me da lo mismo. Si lo hace, haga como yo. Así creará una capa de aroma y ocultará su voracidad a Dios. El hombre trajeado se colocó una servilleta almidonada de color rojo sangre sobre la cabeza y se metió el pájaro en la boca. Solo su cabeza asomaba. Mordió y la cabeza cayó sobre el plato. El hortelano estaba ardiendo. Durante un minuto, no hizo más que dejarlo sobre la lengua y tomar breves sorbitos de aire para atemperarlo. La grasa deliciosa empezó a caer derretida por su garganta. Suspiró de placer. Hacía seis años que no comía así. Masticó el ave. Una explosión de grasa, vísceras, huesos y sangre inundó su boca. La mezcla de la carne dulce y el amargor de las entrañas era sublime. La grasa que recubría su paladar era increíble. Huesos puntiagudos se le clavaban en las encías y su propia sangre sazonaba la carne. Resultaba casi apabullante. Finalmente, sus dientes penetraron en los pulmones del hortelano y la boca se le inundó del delicioso armañac. El hombre vestido de vaqueros no había tocado su ave. No podía ver el rostro del hombre trajeado, pues seguía bajo la servilleta, pero oía el crujir de los huesos y sus suspiros de placer. El hombre del traje tardó quince minutos en comerse el pájaro cantor. Cuando volvió a aparecer de debajo de su servilleta, se limpió la sangre que le caía por el mentón y sonrió a su invitado. El hombre de los vaqueros mojados empezó a hablar, y el de traje le escuchó. Pasado un rato, y por primera vez en la velada, el hombre del traje mostró un atisbo de irritación.

Un destello de miedo atravesó su rostro perfectamente compuesto. —Una historia interesante —dijo el hombre del traje—. Pero me temo que no podremos terminarla. Parece que tenemos compañía. El hombre de los vaqueros mojados se volvió. En la puerta había alguien vestido con un traje de oficina normal. A su lado, un agente de policía uniformado. —Estaba tan cerca… El hombre del traje asintió e hizo un gesto a los policías para que entraran. El policía de paisano se acercó a la mesa. —Señor, ¿le importaría acompañarnos? Los ojos del hombre de los vaqueros empezaron a moverse rápidamente de un lado a otro, buscando una escapatoria. El camarero y la chef estaban en la cocina y le obstaculizarían la salida. El agente de uniforme extendió su porra. —No haga ninguna estupidez, señor —dijo el de paisano. —Demasiado tarde —contestó el hombre de vaqueros con un gruñido. Agarró la botella de vino medio llena por el cuello y la levantó a la altura de su cara como un garrote, derramando el contenido sobre su camiseta todavía mojada. Era un duelo mexicano. El hombre de traje contempló la escena sin dejar de sonreír. —¡Dejen que se lo explique! —exclamó furioso el de los vaqueros. —Mañana podrá hacerlo —contestó el policía de paisano. El agente de uniforme se puso a la izquierda del hombre. De pronto se abrió la puerta de la cocina y salió el camarero. Llevaba una bandeja de ostras. Al ver lo que ocurría se le cayó al suelo. Cubitos de hielo y crustáceos se desparramaron por el suelo enlosado. Era justo la distracción que necesitaban.

El agente uniformado fue por abajo, y el de paisano, por arriba. La porra golpeó al hombre en las corvas, mientras que el policía de calle le dio un puñetazo en la mandíbula. El hombre de los vaqueros se derrumbó. El agente de uniforme se arrodilló sobre su espalda y empujó su cabeza sobre las baldosas de piedra para esposarle. —Washington Poe —dijo el policía de paisano—, queda detenido bajo sospecha de asesinato. Aunque no está obligado a decir nada, si al tomarle declaración omitiera algo que posteriormente testifique ante un tribunal, podría perjudicar a su defensa. Todo lo que diga puede ser utilizado como prueba.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |