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Venganza de Calavera 2 (AMOS Y MAZMORRAS 14) – Lena Valenti

De todas las decisiones, aquella fue la más difícil. Aceptar que tenía que dejar ir su sueño y que la libertad no estaba hecha para alguien como ella, fue un duro golpe difícil de encajar. Pero así era. Los hombres del Patrón los habían encontrado. Llevaban a dos sabuesos rastreadores con ellos. Seguramente habían encontrado a Dark Chocolate cerca, porque al hermoso caballo le habría costado alejarse. Con los rastreadores y una prenda de su ropa, no les fue difícil encontrarla. Se quería morir. Lo que no podía permitir era que cazaran a Koda. Hizo lo que tenía que hacer, lo que era su deber. Ella estaba marcada, pero su suerte no tenía por qué ser la de los demás que la habían intentado ayudar. Con lágrimas en los ojos, Sky se preparó para salvar a Koda. No dejaría que le hiciesen daño. Entró en la cabaña y sorbió por la nariz. —Hace un frío de muerte —dijo tiritando. Koda se la quedó mirando. Percibía algo extraño en ella. Ella sabía que él se daría cuenta de su estado de ánimo. Contaba con eso. También era muy observador. —¿Estás llorando? —parecía angustiado. Sky rio y lloró a la vez. Se agachó y se abrazó con fuerza a ese hombre fuerte y valiente que quería protegerla pero que no podía lograrlo. Porque nadie podía. Quería olerlo otra vez, tocarlo y sentirlo cerca.


Koda se quedó impactado y recibió el abrazo con gusto. Se estaba metiendo en un lío gordo. —Gracias —susurró ella. —¿Por qué, hechicera? —le preguntó dulcemente jugando con los rizos rojos entre sus dedos. —Por todo. Él dejó ir el aire con fuerza y miró al techo. Sintió un pinchazo en el cuello. Otro más. Los malditos mosquitos les acribillaban ahí adentro. —No tienes que darme las gracias, Sky. —Estaré en deuda contigo siempre —lo besó en los labios, un roce intenso pero corto y se retiró. Él arrugó el ceño y le quitó hierro al asunto. —Basta. Anda, ayúdame a levantarme que tengo los riñones… Koda intentó incorporarse, pero se dio cuenta de que las extremidades no le respondían. —¿Qué mierda me pasa? Se preguntó. —Nada —contestó ella con las lágrimas por las mejillas. De repente le mostró la jeringuilla que acababa de manipular. Koda no podía creérselo. Era una de las jeringas de anestesia local para caballos. La muy perra la había sustraído del botiquín del veterinario. ¿Lo había tramado todo desde un principio? ¿Y Sky le acababa de pinchar con eso? ¿Por qué? —Sky… —se llevó la mano al pinchazo del cuello—. ¿Qué estás haciendo? ¿Cuánta cantidad había ahí? —Una dosis pequeña. —¿Por qué haces esto? —Porque es lo que tengo que hacer —tiró la jeringa al suelo—. El Patrón me ha encontrado. —¿Qué? No —Koda alargó la mano para alcanzar su pistola, pero esta estaba completamente dormida.

No tardaría nada en perder la conciencia—. No, Sky, no… dame la pistola. Ella miró el arma y negó con la cabeza. —Vienen dos hombres con dos dobermans a por mí. Uno de los perros lleva colgado al cuello un trozo de mi pañuelo. Del que me he dejado en tu coche. Y el otro lleva otro. Koda, a pesar del chute, llegó a la misma conclusión que ella. Habían encontrado a Dark chocolate cerca de su perímetro y se habían puesto a rastrearlos con los perros. —Voy a intentar que no vengan hasta aquí —informó nerviosa— y haré que me encuentren antes. Intentaré ganar tiempo para alejarlos de ti. Él quería zarandearla y gritarle por lo que había hecho. —No lo hagas… no te vayas con ellos. Yo te iba a ayudar… —No. No puedes —le replicó abatida—. No podéis. Koda… lo siento —se agachó le dio el último beso con sabor a despedida y lágrimas y se dispuso a abandonar la cabaña. Koda sentía que se le iban las fuerzas pero encontró el poder para decirle: —No te lo voy a perdonar nunca —dijo entre dientes. Al menos no sentía que le entraba sueño, pero no podía mover ni brazos ni piernas—. Si te largas y me dejas así, no te lo perdonaré, ¿me oyes? Reza por que te encuentre tu Patrón antes que yo —le repitió amenazándola. Ella tragó el nudo de la garganta y se encogió de hombros. No le importaba. Para entonces, todo habría acabado. Y el Patrón ya no se acordaría de ellos. Con la decisión en firme, creyendo que hacía lo mejor para todos, Sky salió de la cabaña decidida a ponerse en la trayectoria de los dobermans y detener su avance.

Cuando Koda vio cerrarse la puerta de la cabaña, la impotencia y el miedo lo abrazaron por completo. Jamás se había sentido tan débil ni tan expuesto. Sky le había hecho lo que nadie: arrebatarle la seguridad y la certeza de que él podía con todo. No. Con todo no. Con ella no había podido. Sky no había creído en él y acababa de humillarlo dejándolo inmóvil en una cabaña perdida en el monte, cuando ella iba a correr peligro y a entregarse de nuevo a su viejo captor. Manipuladora. Embustera. Koda rezaba por que, al menos, la ira que lo consumía rebajara el efecto de la anestesia y lo agitase. Había jugado con el hombre, con el Delta, con el chamán y el dominante. Y se había reído de él. Y se juró que si sus hermanos lograban llegar a tiempo y recuperaban a Sky, él se lo iba a hacer pagar. Lo principal era encontrarla de nuevo. CAPÍTULO 2 Hija de la bruja de los mil demonios. Cabrona. Cabrona de las grandes. ¿Cómo se había atrevido a hacerle eso? ¿Con qué derecho? Koda no podía sentirse más humillado ni más utilizado de lo que se sentía. Sky se había ido, le había anestesiado y él no podía moverse. ¿Cuándo había tramado eso? ¿Cuándo había robado la jeringuilla? ¿En el establo al revisar el botiquín? ¿Y lo había hecho con premeditación y alevosía? No. No se lo pensaba perdonar. ¿Estaba loca? ¿Se había vuelto a poner en manos del Patrón para salvarle la vida a él? ¡No, joder! ¡No! Él era su protector. La odiaba. La odiaba mucho. Todos los sueños que había tenido le avisaban de los peligros que corría con ella.

Sky le había entregado su virginidad y ahora dejaba que los guardas de ese psicópata se la llevaran de nuevo. Si el Patrón consideraba que ya no le servía porque ya no era virgen, tal vez la desecharía… ¿y si la castigaba por ello? ¿Y si la mataba? Pensar en Sky, esa chica tan llena de vida y que él había poseído en esa misma cabaña, muerta a manos de esa sádico, le hizo sentir muy mal. Impotente. Débil. Temeroso, cuando no había temido a nada. Esa mujer se le había metido bajo la piel y le hacía creer cosas que no eran. Lo había cambiado. La luz del amanecer se colaba por la diminuta ventana de la cabaña. Joder, que no podía mover ni un puto músculo. Que se le cerraban los ojos… Ahora sí. Luchaba contra aquel impulso, pero al final, sucumbió. Y el último pensamiento que cruzaba su mente cuando se abandonaba a la inconsciencia era que ella le había tomado el pelo. Y justo cuando sus párpados cedían a su propio peso, cuando se rendía, la puerta se abrió de par en par. Aparecieron en el umbral los dos cuerpos enormes de sus hermanos. Lonan y Dasan estaban ahí. Con él. Arrodillados alrededor de su cuerpo. La jeringuilla yacía en el suelo húmedo de la cabaña, un palmo por encima de su cabeza. Lonan la tomó entre los dedos para inspeccionarla. Entrecerró sus ojos verdes y dijo: —Anestesia. Creo que es para caballos… —Joder —gruñó Dasan. Su mirada plateada revisaba el cuerpo de su hermano por si había alguna herida—. Tenemos que espabilarlo. Hemos traído adrenalina, Koda —le abofeteó la cara levemente para que abriese los ojos. Ellos siempre traían botiquines de emergencia por si los necesitaban con todo tipo de sustancias.

—Ayúdame a cargarlo —Lonan pasó un brazo por debajo de las axilas de Koda y Dasan hizo lo mismo por la otra. Se incorporaron los dos y lo sacaron de la cabaña con la punta de las botas rozando la tierra del bosque en el que Sky y él se habían ocultado. —Agárralo bien. Joder, cómo pesa… —murmuró Lonan. Koda los escuchaba a duras penas. Necesitaba ese pinchazo de adrenalina. En cuanto lo recibiese, se activaría. Y podría ir tras ella. No podían haber ido muy lejos. Solo habían pasado diez minutos… Lonan y Koda tenían el Hummer oculto entre la arboleda. Aquella zona de montaña escondía caminos y senderos alrededor hechos para montañistas especializados. No todo el mundo podía ir por ahí, y más aún si no tenían vehículos concretos todoterrenos y conocían el lugar geográficamente. Ellos, debido a su exprofesión, no tenían problemas en circular por superficies de esas características. En lugares peores habían estado mientras los cosían a balas y la vegetación les privaba de tener buena visibilidad. Si habían salido de esas, también saldrían de esta. Lo dejaron en el suelo, tumbado boca arriba, y mientras Dasan le hacía un torniquete en el brazo para encontrarle la vena, Lonan entró en el coche solo para abrir la guantera y sacar un neceser negro pequeño de ella. Una vez fuera, se acuclilló, bajó la cremallera del estuche y sacó un frasquito y una jeringa. Pinchó la cabeza del frasco con la aguja y absorbió el líquido transparente. Después golpeó la aguja con los dedos y acto seguido, se la clavó a su hermano por vía intramuscular. —En unos segundos volverás a estar de servicio, soldado —le informó Dasan pasando los dedos por su cresta. Dasan había recogido la glock del suelo y se la había puesto en la cinturilla del pantalón—. Llevas un arma en la cinturilla. Al menos, ella no te la ha arrebatado… Koda tardó unos segundo en empezar a recibir los efectos de aquel chute de epinefrina. Probablemente le habrían puesto más de la cantidad recomendada. Lo suficiente como para empezar a correr como un loco, pero no para provocarle un ataque al corazón.

En la primera bocanada profunda de aire que tomó las pupilas se le dilataron y el corazón empezó a bombear sangre a sus extremidades. La adrenalina que ellos poseían en su botiquín nada tenía que ver con la que se inyectaban las personas cuando había un choque anafiláctico o una bajada de tensión. Esta era brutal. Más eficiente. Al cabo de un minuto, se incorporó y quedó sentado en el suelo, mirando al frente. La garganta se le estaba despertando, también las cuerdas vocales. Así que dijo: —Ella. Se la han llevado —se levantó como un salvaje. Dasan y Lonan lo detuvieron sujetándolo por los hombros. —Espera. Hemos venido por otro sendero. Todos los que rodean los ríos confluyen en el mismo lugar y todos los caminos trillados llegan al mismo punto. Súbete al Hummer y reseguiremos la senda descendente. Rodearemos toda esta zona mucho más rápido. —No, joder. Tengo que correr. Se ha ido hace diez minutos —la sangre corría con euforia por sus venas. —¿Se ha ido por voluntad propia? —preguntó Lonan extrañado. —Sí. —¿Quién te ha pinchado? ¿De dónde han sacado la aguja? —Dasan abrió la puerta del Hummer para que entraran los tres e iniciaran la búsqueda—. ¿Ha sido ella?

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