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Veinte mil leguas de viaje submarino – Jules Verne

ABREVIATURAS UTILIZADAS bibl.: bibliografía. BSJV: Bulletin de la Société Jules Verne. cf.: confer, compárese. DLE: Diccionario de la lengua española (Real Academia Española). ed.: edición; editorial. eds.: editores. H69: edición en forma de libro, en formato pequeño, publicada en 1869-1870 por la editorial Hetzel. H71: edición en forma de libro, en formato grande y con 111 ilustraciones, publicada en 1871 por la editorial Hetzel. JN: edición de Jacques Noiray para la editorial Gallimard, publicada en 2005. LP: edición de la colección La Pléiade de la editorial Gallimard, bajo la dirección de Jean-Luc Steinmetz, con la colaboración de Jean-Rémi Dahan y Henri Scepi, publicada en 2012. MÉR: edición por entregas del Magasin d’éducation et de récréation, publicada en 1869-1870. n.: nota. n.º: número. N. del T.: nota del traductor. ob. cit.: obra citada.


p., pp.: página, páginas. s.: siglo. SJV: Société Jules Verne. s.n.t.: no consta el nombre del traductor. ss.: siglos; siguientes, en el caso de páginas. trad.: traducción. v.: véase. VD: edición en alemán a cargo de Volker Dehs para la editorial DTV, publicada en 2013. vol.: volumen, volúmenes. WB: edición en inglés a cargo de William Butcher para Oxford World’s Classics, publicada en 1998. WJM y FPW: edición en inglés a cargo de Walter James Miller y Frederick Paul Walter para la Naval Institute Press de los EE.UU., publicada en 1993. CONVENCIONES: Con «el manuscrito» nos referimos al manuscrito más reciente de la obra, que se puede consultar en dos volúmenes distintos en el sitio web Gallica de la Biblioteca Nacional de Francia [<https://gallica.bnf.

fr>]. Cuando citamos en las notas una obra que figura dentro de la bibliografía general entre las fuentes principales de Verne, p. ej. «Frédol (v. bibl.; p. 61 y ss.)», se entiende que los números de las páginas se refieren a los de esa obra concreta. ¿Cuántas aventuras conviven en Veinte mil leguas de viaje submarino que nos vuelven a convocar una y otra vez? El niño que fuimos se quedaba boquiabierto ante el gálibo, la maquinaria y la velocidad del Nautilus, deseoso de imitar las andanzas del capitán Nemo, navegante por todos los océanos del mundo y descubridor de maravillas y tesoros sin cuento en paisajes de ensueño, inaccesibles a quienes vivimos en las tierras de nuestro planeta. El joven que releía la novela durante aquellos veranos en que se había acabado el resto de la lectura descubría de repente que una versión más completa de la obra le aportaba además un vocabulario desconocido, una aventura de un lenguaje casi fantástico, el de las ciencias naturales, los abismos submarinos, la historia o la geografía; pero quizá empezaba a discernir las contradicciones de un Nemo atormentado, capaz de mostrar a sus huéspedes su lado más compasivo, pero también el más despiadado. Y el adulto que vuelve a tomar el libro en sus manos, tantos años más tarde, sonríe al recordar el cosquilleo que le acechaba cuando Jules Verne iba preparando con sus palabras y su sabiduría de narrador alguno de los episodios cruciales del libro: la lucha a arponazos contra el presunto narval, la angustia de morir ahogados en el mar o asfixiados dentro de un submarino, la excursión por los bosques casi psicodélicos de la isla de Crespo, el combate contra el pulpo gigante, el torbellino del maelstrom… Nemo, el Nautilus, Aronnax, Conseil y Ned Land pertenecen a la misma estirpe de otras grandes figuras de la imaginación verniana, como el Lidenbrock de Viaje al centro de la Tierra, el Michel Strogoff de la novela del mismo título, el Phileas Fogg de La vuelta al mundo en ochenta días, o bien el capitán Hatteras, el capitán Grant, Cyrus Smith, Mathias Sandorf, la Stilla, el joven Dick Sand, el testarudo Kerabán, Wilhelm Storitz y tantos otros que creó Verne. Todos esos momentos se resumen en una aventura: la de la fascinación que ejerce la buena literatura, sin más adjetivos. De ahí que, aunque hayamos caído alguna vez en la tentación, en ese lugar común, de justificar la lectura o relectura de Verne, es algo que no tiene mucha importancia: ¿qué sentido tiene cuantificar el placer de volver a encontrarse con un viejo amigo? Ahora, cuando celebramos el sesquicentenario de la publicación de Veinte mil leguas de viaje submarino, podemos recordar una vez más las palabras de Fernando Savater para reivindicar este tipo de lectura: «Naturalmente que no es imprescindible la oligofrenia o el infantilismo para que un adulto se interese por Verne: basta con que no haya perdido la capacidad de gozar leyendo» 1 . En los últimos años, no solo se han seguido publicando y traduciendo las obras de Verne, sino que el novelista ha ascendido por fin al Olimpo literario que constituyen las celebradas ediciones de La Pléiade, ese canon en papel biblia en el que se publica lo más granado de las letras francesas. No solo eso, sino que los mejores especialistas continúan traduciéndolo y preparando ediciones cuidadosamente anotadas y comentadas, como las de William Butcher al inglés o Volker Dehs al alemán 2 . En el mundo hispano, se crean asociaciones vernianas y se publican monográficos maravillosamente ilustrados, como los de la colección Graphiclassic, y otras revistas le consagran números como el de Jot Down. Por no hablar de la reedición a mediados de la pasada década del ya clásico volumen de Miguel Salabert o del que un geógrafo de prestigio como Eduardo Martínez de Pisón le ha dedicado en fechas mucho más recientes: un jugosísimo libro no solo lleno de aprecio por Verne, su literatura y sus personajes, sino también impregnado de la sabiduría de quien ha recorrido muchos de los escenarios de sus novelas 3 . Además, desde los años noventa del pasado siglo se han seguido publicando obras que permanecían inéditas, como fue el caso del manuscrito de París en el siglo XX o, más tarde, del Viaje a Inglaterra y Escocia 4 . Por otra parte, la Société Jules Verne de París continúa velando por la edición de ciertas obras de Verne publicadas póstumamente —en algunas de las cuales había intervenido también su hijo Michel— a fin de fijar sus textos originales y se encarga de la publicación del Bulletin, que reúne lo más interesante de la crítica y la investigación sobre el autor. Por lo tanto, se observa un deseo de realizar una lectura de Verne más exenta de prejuicios, más dispuesta a aprehender no solo la valía estética de su escritura, sino también su simbolismo, unidos a su tradicional capacidad de entretener, que era su principal propósito, según sus propias palabras, y que siempre habían apreciado los lectores. De algún modo, como autor, Verne se ha ido haciendo «mayor» en el buen sentido de la palabra; dicho sea esto sin restarle ningún mérito a la literatura destinada a niños y jóvenes. Porque no es que Verne no sea un autor que puedan leer los jóvenes (más dudas plantea que lo puedan leer y entender los niños, al menos en sus versiones completas), sino que Verne no es, ni mucho menos, un autor exclusivamente para jóvenes. De igual manera, el apelativo de «padre de la ciencia ficción» no acaba de encajar del todo como definición unívoca de su labor, más próxima a la novela de aventuras, con un componente de enorme pasión por la geografía y los viajes, como veremos, y en la que los aspectos de anticipación científica se basan muy a menudo en datos y elementos de sobra conocidos en su época o acaban convirtiéndose en juguetes literarios de dudosa verosimilitud y viabilidad. En cuanto a su recepción, en el caso de Verne, grandes escritores han admirado su obra, la han leído con fruición y han disfrutado con ella. Turguéniev o Tolstoi lo leían con auténtica pasión en Rusia; más tarde, autores de la talla del estadounidense Ray Bradbury, o bien de Julien Gracq, Georges Perec o el Nobel J.

M. G. Le Clézio, en Francia, y de Antonio Muñoz Molina, en España, no han vacilado en reconocer que Verne marcó la imaginación de su infancia y los ayudó a forjar su vocación de escritores. Aunque en un contexto radicalmente distinto, un reciente homenaje indirecto en las letras españolas lo constituye El lector de Julio Verne de Almudena Grandes 5 . Merecería un extenso capítulo aparte la manifiesta influencia de la novela de Verne en la composición del portentoso poema «El barco ebrio» de Rimbaud y, a través de este, probablemente en las no menos célebres palabras del replicante Roy Baty, interpretado por Rutger Hauer, en la inolvidable secuencia de su muerte en Blade Runner de Ridley Scott, pero no es este el lugar para ello 6 . Más aún, el historiador Georges Duby menciona la cantidad de científicos o marinos franceses del siglo XX que se vieron marcados decisivamente por las aventuras de los Viajes extraordinarios. ¿No resuena una especie de eco del mundo fantástico de Veinte mil leguas de viaje submarino en aquellos extraordinarios documentales del comandante Cousteau? En cualquier caso, como veremos, lo que no deja lugar a dudas a quien se adentra en su obra y en los estudios que se han escrito al respecto, es la berroqueña voluntad de Verne de ser escritor, narrador de historias de los mundos conocidos y desconocidos, y, como él ponía de relieve, de hacer bien su trabajo. Un trabajo que no le vino rodado al principio y que se enmarcó en un contexto histórico de complejos aspectos políticos, sociales, científicos y culturales, del que su obra fue reflejo. Y es que Verne, según Olivier Dumas, uno de los más serios y documentados biógrafos y estudiosos de nuestro autor, «por sus excesos, sus gustos y sus opiniones encarna el espíritu curioso, escéptico e imaginativo del siglo XIX» 7 .

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