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Unida a la bestia (Programa de novias interestelares 5) – Grace Goodwin

Tras la muerte de sus dos hermanos en la guerra contra la implacable amenaza alienígena que pone en peligro a toda la Coalición Interestelar, Sarah Mills se ofrece como voluntaria para sumarse al combate en un intento de llevar a casa a su único hermano vivo. Sin embargo, cuando la procesan por error como una novia en vez de un soldado, opta por rechazar a su pareja. Pero su compañero tiene otras ideas… Dax es un señor de la guerra de Atlán, y al igual que todos los hombres de su raza, una bestia primitiva vive en su interior, lista para aparecer en la furia de la batalla o en la intensidad de la fiebre de apareamiento. Al enterarse de que su novia ha elegido luchar en las líneas de fuego en vez de quedarse en su cama, parte para encontrarla y reclamar lo que la bestia necesita. Sarah no se muestra muy contenta cuando una imponente bestia, que afirma ser su compañero, llega repentinamente en medio de una batalla; y su descontento se transforma en ira cuando la presencia de Dax interrumpe su misión y da lugar a la captura de su hermano. Pero luego de que su oficial superior se niegue a autorizar una misión de rescate, la única esperanza de Sarah para salvar al único pariente que le queda es aceptar la oferta de Dax para ayudarla, incluso si eso significa entregarse a él como recompensa. A pesar de su felicidad por haber encontrado a su rebelde novia, Dax rápidamente descubre que Sarah no se parece en nada a las mujeres dóciles y sumisas de su mundo. Si la quiere, deberá dominarla; así tenga que usar su firme mano sobre su trasero. Pero Dax no solo quiere a Sarah, sino que la necesita. ¿Podrá ella satisfacer la temible bestia que se encuentra en su interior antes de que pierda el control por completo? S C A P Í T U L O 1 arah, Centro de Procesamiento de Novias Interestelares, planeta Tierra Mi espalda estaba tocando algo liso y duro. Contra mi pecho había algo igual de duro, pero mientras lo tocaba con mis manos noté que era cálido. Podía sentir el latido de un corazón debajo de la piel empapada en sudor y oír el ronroneo de placer en su pecho. Sus dientes mordieron el sitio en el que mi hombro y mi cuello se unían; la sensación era intensa y un poco dolorosa. Una rodilla empujó y separó mis rodillas, y mis dedos de los pies apenas tocaban el suelo. Estaba muy bien acorralada entre un hombre, un hombre muy grande e impaciente, y la pared. Sus manos se dirigieron hacia mi cintura, y luego más arriba, para sostener mis senos y pellizcar mis pezones endurecidos. Mi cuerpo se derritió al sentir sus hábiles manos, y me sentí agradecida por la pared y su firme soporte. Sus manos avanzaron, alzando mis brazos hasta que tomó mis dos muñecas con una de sus fuertes manos, y las mantuvo elevadas sobre mi cabeza. Estaba completamente inmovilizada. No me importaba. Debía importarme, pues no me gustaba que me tocasen, pero esto… Oh, cielos, esto era diferente. Se sentía tan bien estar contra la pared. No quería pensar en tomar el control, ni en saber lo que sucedería a continuación. Solo sabía que sea lo que sea que estuviese haciendo, quería más. Era salvaje, indomable y agresivo.


La presión de su grueso miembro se sentía cálida contra la cara interna de mi muslo. —Por favor —gemí. —Tu coño está tan húmedo que gotea sobre mi muslo. Podía sentir lo mojada que estaba; mi clítoris pulsaba, mis paredes internas se contraían con gran impaciencia. —¿Quieres sentir mi polla llenándote? —Sí —grité, asintiendo con la cabeza contra la dura superficie. —Has dicho hace un momento que nunca te someterías. —Lo haré. Lo haré —jadeé, yendo en contra de todo lo que conocía. Yo no me sometía. Me valía por mí misma, me defendía con mis puños o con el filo de mis palabras. No dejaba que nadie me dijese lo que tenía que hacer. Había tenido suficiente de eso con mi familia, y no lo soportaría más. Pero este hombre… le daría todo, incluso mi sumisión. —¿Harás lo que te diga? Su voz era áspera y profunda, una combinación de un hombre dominante y excitado. —Lo haré, pero por favor, por favor, fóllame. —Ah, me encanta oír esas palabras en tus labios. Pero sabes que tendrás que calmar a mi bestia; mi fiebre. No te follaré solo una vez. Te follaré una y otra vez, con fuerza, justo como lo necesitas. Haré que te corras tantas veces que no recordarás ningún otro nombre que no sea el mío. Entonces gemí. —Hazlo. Fóllame. Sus palabras eran tan obscenas que debí haberme sentido avergonzada, pero solo me calentaron más. —Lléname.

Puedo aliviar tu fiebre. Soy la única que puede hacerlo. Ni siquiera sabía qué significaba eso, pero sentía que era cierto. Era la única persona que podía aliviar la impaciente cólera que se escondía dentro de él, bajo sus gentiles caricias, bajo sus suaves labios. Follar era una vía de escape para su intensidad, y era mi trabajo, mi rol, ayudarle. No es que fuese una molestia; estaba desesperada por que me follase. Quizás también tenía la fiebre. Me alzó como si no pesara nada, mi espalda se arqueaba pues sus manos sujetaban firmemente mis muñecas, mis pechos sobresalían como una ofrenda mientras me retorcía para estar más cerca de él, para obligarle a que me llenase. —Pon tus piernas alrededor de mí. Ábrelas, dame lo que quiero. Ofrécemelo. Hincó sus dientes suavemente sobre la curva de mi hombro, y gimoteé con necesidad mientras su enorme pecho rozaba mis pezones sensibles y su muslo subía cada vez más arriba, forzándome a cabalgarlo, haciendo presión contra mi sensible clítoris en un despiadado ataque para hacerme perder el control. Usando sus manos como palanca, elevé mis piernas y me posicioné sobre él hasta que sentí la cabeza de su enorme pene en mi entrada. Tan pronto como lo tuve en donde quería, crucé mis rodillas sobre la curvatura de su definido culo y traté de acercarlo a mí, de empalarme en él; pero era demasiado grande, demasiado fuerte, y gemí con frustración. —Dilo mientras te lleno con mi polla, compañera. Di mi nombre. Di de quien es la polla que te está llenando. Di el nombre de la única persona a la que te entregarás. Dilo. Su miembro comenzó a introducirse en mí, separando mis labios vaginales y ensanchándome. Podía sentir su solidez, su calidez. Podía sentir el olor almizcleño de mi excitación; el olor a sexo. Podía sentir cómo su boca chupaba la sensible piel de mi cuello. Podía sentir la enorme fuerza de las manos con las que me sujetaba, y la sólida pared a mis espaldas que me impedía escapar de la dominancia de su vigoroso cuerpo. Podía sentir su fuerte erección mientras lo estrechaba con mis muslos.

Sentía el movimiento de los músculos de su trasero mientras me embestía. Eché mi cabeza hacia atrás y grité su nombre, el único nombre que significaba todo para mí. —Señorita Mills. Aquella voz era suave; tímida, inclusive. No era la suya. La ignoré y pensé en cómo su polla me estaba llenando. Jamás me habían agrandado tanto antes, y nunca había sentido el escozor que me provocaba, ni el placer de sentir aquella acampanada cabeza deslizándose dentro de mi sitio más sensible. —Señorita Mills. Sentí una mano sobre mi hombro. Fría. Pequeña. No era su mano, porque sus manos se habían posado sobre mi culo en el sueño, apretando y estrujando mientras entraba en lo más profundo de mí, inmovilizándome contra la pared.

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1 comentario

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  1. Hermosa preciosa lectura gracias Grace por deleitarnos con tus historias….

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