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Una noche en Paris – Chloe Santana

Judith se peinó el cabello hacia atrás en un gesto cansado. Aquel día tan deprimente iba a acabar con ella. Tenía dos manchas grises bajo los párpados, el cabello pelirrojo alborotado en amplias ondas que caían sobre sus hombros y la espalda dolorida a causa de mantenerse sentada frente al ordenador de su oficina desde hacía más de cuatro horas. El negocio de la publicidad era un mundo difícil, y sólo los más cualificados llegaban a alcanzar el éxito. Ella lo sabía, y por eso, dedicaba a su trabajo más tiempo que a cualquier otra parcela de su vida. Ahora, con veintisiete años, un gato como única compañía y su nula vida social los fines de semana, estaba empezando a replantearse sus prioridades. “Pero el negocio de la publicidad es competitivo, se dijo, aquí no llega cualquiera, sólo los más preparados”. Sus compañeros de trabajo ya se habían marchado y la oficina estaba rodeada de una completa oscuridad excepto por su despacho fugazmente iluminado. Apagó el ordenador y cogió la cartera. Frente a la puerta estaba uno de sus compañeros de trabajo. —Eh, Judith, ¿Todavía aquí?—le dijo en tono burlón, señalándola con un dedo— ¿Sabes que no pagan las horas extras, verdad? O quizá no te importa, ¿Cuándo fue la última vez que saliste, en el siglo diecinueve? Judith lo fulminó con la mirada. Al negocio de la publicidad no llegaba cualquiera, pero con el idiota de Charlie habían hecho una excepción. Aquel cretino era un mujeriego que parecía tenerlo todo en la vida. Mujeres, dinero y éxito en el trabajo. Era popular entre sus compañeros, adorado por las chicas jóvenes y respetado por sus jefes. Ella no podía negarlo. Charlie era una combinación explosiva de carisma, talento y don de gentes que conseguía ganarse a todo el mundo. A todo el mundo menos a ella. A Judith no podía engañarla. A pesar de su incuestionable atractivo, Charlie era el tipo de hombre dispuesto a pisotear a cualquiera con tal de conseguir lo que quería. Le obsequió con una sonrisa gélida. —Ya me iba. Charlie no se apartó de su lado cuando ella intentó pasar. Desde aquella corta distancia ella pudo observarlo mejor. Tenía el pelo de un rubio castaño, los ojos color miel y la barba cuidada.


Sus facciones eran duras y masculinas, suavizadas por el contorno de unos labios bien formados. Era alto, medía más de un metro ochenta, y tenía el cuerpo atlético y esculpido, el cual ocultaba bajo un traje negro que le añadía un toque de atractivo ejecutivo Judith suspiró para sí. Si no fuera tan capullo… —¿Quieres ir a tomar una copa?—le preguntó él, en un tono demasiado diferente al que solía emplear cuando se refería a ella. —Contigo no voy ni a la vuelta de la esquina-le espetó de mala gana-y ahora apártate, tengo cosas que hacer. Charlie no se movió. —¿Qué cosas, tragarte la reposición de Gossip Girl y acurrucarte con tu gato? Judith lo contempló furiosa a través de sus chispeantes ojos verdes, ¿Cómo se atrevía? —Cualquier plan es mejor que pasar un solo segundo contigo. Charlie la contempló divertido. —Querida-le dijo, cogiéndole la barbilla con dos dedos y alzándola hacia él. Judith se sintió extrañamente excitada y nerviosa ante aquello, pero le mantuvo la mirada— no hay plan mejor que una noche con Charlie. Judith se soltó de un manotazo, alzó la cabeza de manera ufana y se largó de allí con paso apresurado. A su espalda pudo oír la risa de él. Estaba metida en su bañera de hidromasaje, con los chorros de agua apuntando hacia su espalda dolorida. Tenía pétalos de rosas y sales aromáticas que habían perfumado el agua, y una densa espuma cubría todo su cuerpo. Se sirvió otra copa de vino mientras se deleitaba con la música del altavoz, una melodía clásica a piano. El teléfono sonó en aquel momento. Judith apretó los labios irritada. Sabía que sólo una persona podía llamarla a aquellas horas de la noche. No quería cogerlo, era su tiempo de descanso, su vida privada. Y, sin embargo, lo hizo. Descolgó el aparato y contestó de mala manera. —Judith-saludó su jefa-tengo malas noticias. Sintió ganas de meter la cabeza bajo el agua y no salir nunca más. Seguro que así tendría el deseado descanso que tanto se merecía. —¿Qué pasa ahora?—preguntó. —La campaña de perfume para la empresa Sybil no ha salido.

Nos han llamado hoy para comunicarnos que prescindían de nuestros servicios. Al parecer nuestro mayor competidor les ha ofrecido algo mejor. —¿Qué?—exclamó-pero si yo cerré ese trato la semana pasada, ¡Y estaban muy contestos con la campaña! —Ya sabes como es este mundo. Hay una gran competencia.-explicó su jefa-quiero que viajes a Francia mañana y los convenzas. Sé que puedes hacerlo, eres la mejor. Sea lo que sea lo que les hayan ofrecido, mejora la oferta. No podemos perderlo. Viajar a Francia mañana…genial. —¿Y por qué no puede ir Charlie?—protestó molesta. ¿Por qué siempre tengo que hacer yo todo el trabajo sucio? Quiso decir. Un silencio incómodo rodeó la comunicación. —Mmmm…verás, lo hemos mandado a otro sitio—dijo ella-ya sé que no os lleváis bien, así que bueno, no quería que coincidieseis. —¡Por supuesto que no quiero verlo ni en pintura!—exclamó-sólo quiero que lo mandes a él en lugar de a mí. Es la tercera vez que viajo al extranjero en una semana. —Judith-sentenció su jefa-es necesario que vayas. Colgó el teléfono malhumorada y se preparó para hacer la maleta. Le quedaban cinco horas para descansar antes de tomar un vuelo. ¡Oh, la la! Llegó al aeropuerto a las nueve de la mañana. Al menos su jefa había sido amable y le había reservado un asiento en clase vip. Llegaría a Francia a las diez y media, un taxi la recogería para ir a la empresa y luego se hospedaría en un lujoso hotel junto a la torre Eiffel hasta tomar el vuelo de vuelta. Pasó el trayecto con un delicioso Martini en la mano y con la vista de un increíble moreno dos asientos delante suya. Se retocó el maquillaje, ayudada por su espejo de mano. Debía estar impecable para la reunión. Llevaba un traje color crema que acentuaba el tono de su piel, que era muy pálido.

Se había recogido el pelo en un moño del que no dejó escapar ningún mechón rebelde. Y su maquillaje consistía en unos discretos tonos rosados y marrones que se fundían con el tono natural de su piel. Judith no era como el resto de mujeres tan sexys de su oficina. Ella no se sentía cómoda vistiendo con escotes, faldas cortas y tacones de veinticinco centímetros. Ella sólo era una perfecta mujer de negocios con aura discreta y elegante. Se observó a sí misma en el espejo de manos tratando de saber qué había mal en su aspecto para que ningún hombre pudiera fijarse en ella. Tenía los ojos verdes y el cabello de un brillante color naranja, los pómulos altos y los labios carnosos. A simple vista podría decirse que ella era una mujer atractiva. Una mujer atractiva escondida bajo un moño apretado, un traje holgado y unas gafas de pasta que escondían la belleza de sus ojos.

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