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Un Highlander Para Adela – Azahara Vega

Adela nació de un sueño, como casi todas mis novelas. Cuando la comencé escribir tuve muchas dudas porque pertenece a un género que no estoy acostumbrada a tocar, pero, poco a poco, capítulo a capítulo, me fue atrapando las inseguridades de la protagonista, sus preocupaciones, sus sueños… Hasta que llegó el final de la historia y… No, no voy a adelantar nada. ¡Nada de spoilers! Solo espero que os sorprenda, os haga reír –que es lo que busco con esta novela– y podáis pasar un buen rato disfrutando de la historia. Quiero agradecer la ayuda de Cristina Oujo, quien escucha con gran paciencia mis locuras, con quien comparto una amistad de hace tiempo. Eres una mujer con gran corazón y una paciencia infinita. Espero que cuando seamos mayores tengamos la misma ilusión que tenemos hoy en día, quedemos para pasear y hablar, para imaginar nuevos mundos y sigamos deseando que nos llegue nuestra carta para asistir al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Por cierto… ¡Viva Slytherin! (Sí, ya sé que eres de Gryffindor pero se te quiere igual jajaja) También quiero agradecer su ayuda y su amistad a E. La Torre, una gran autora, amiga y persona. Gracias por todo, guapísima. Lástima que no vivas más cerca porque así nos tomábamos un café cada poco tiempo. Pese a la distancia siempre estás presente en mi vida y quiero darte las gracias por ello. Eres una gran persona, con un corazón enorme y quien te conocemos, somos muy afortunadas por ser tus amigas. Y no me olvido de ti, Ángela Suárez. Ya te lo dije por privado pero quiero hacerlo en público, que quede constancia de mi admiración, agradecimiento y cariño que te tengo. Admiro tu trabajo, tu dedicación, tu humildad y buen corazón. Quiero agradecerte tu cariño, tus palabras de ánimo y tus silencias cuando escuchas mis locuras y mis problemas. ¡Gracias por tu amistad y por tu ayuda para que Adela viera la luz! Quería aprovechar para volver a agradecer de manera pública todo el cariño, la paciencia y la ayuda que siempre ofreces sin esperar nada a cambio, Elena. Ya lo he dicho un montón de veces, pero te admiro mucho. Eres una gran mujer con un corazón de oro, siempre dispuesta a escuchar y a ayudar en lo que puedas. ¡Gracias por todo! Teruca, ¡gracias por todos los años de amistad! Por dejarme formar parte de tu día a día, por enviarme fotos y vídeos de la hermosísima pequeña que te robó el corazón y sin duda, a quien más amas en este mundo. Esta novela… se la dedico a ella, a mi sobrino y a todos los niños y niñas que les roban el corazón a sus padres, a sus madres, a sus familias, desde que llegan a sus vidas. Y por último, quiero agradecerte a ti, lectora, que le hayas dado una oportunidad a esta historia. Gracias por apostar por mí, por animarte a leerla. ¡Qué nervios! Ya me diréis qué os parece. Feliz lectura.


PRÓLOGO Ourense, finales de julio de 2018 —¿Cómo que te vas a Edimburgo? Adela depositó el estropajo sobre la pila de platos sucios y se giró un instante para mirar a su abuela. Ella era quien la cuidó desde que perdió a sus padres en un trágico accidente cuando era niña. Era la mujer más importante en su vida pero también, debía reconocer, que su “abu” se volvía un poco gallina protegiendo sus huevos cuando veía que se alejaba del camino que ella creía que debía seguir. Suspiró y se miró las manos llenas de jabón, sabía que iba a ser complicado convencerla de que estaba haciendo lo mejor. Cuando confirmó que su futuro iba a estar ligado a Edimburgo, pensó cómo decírselo a la anciana. Lo reconocía, no le iba a contar nada hasta un día antes de que tuviera que coger el avión pero… Tuvo que llegar a casa la carta de confirmación del vuelo y que su abuela la abriera para curiosear, sorprendiéndose y enfadándose de que su nieta le ocultara que se iba a otro país en cuestión de pocos días. —Abu, ya sabes que no me gusta que me abras las cartas, ¿cuántas veces te lo he dicho ya? —preguntó Adela sin esperar una respuesta, perdió la cuenta de las veces que tuvo esa conversación con ella. Era un caso perdido de cotilla que revoloteaba a su alrededor queriendo controlar cada detalle de su vida. —¿Y si te llega algo importante? Por eso abro toda la correspondencia que llega a casa. —Ya —chasqueó la lengua Adela, retomando la labor de enjabonar los platos sucios antes de pasarlos por agua—, ¿acaso no vivo aquí contigo? —«Y todos los demás», pensó, maldiciendo que sus planes iniciales se hubieran torcido y todo por culpa de la curiosidad de su familiar—. Si me llega una carta importante ya la abro yo. Catuxa se cruzó de brazos y miró fijamente a la joven. Su nieta estaba fregoteando los platos y los vasos sin muchas ganas, ese día se había levantado tarde, a las diez de la mañana, y tuvo que estar pendiente de ella para que la ayudara con las labores del hogar. Estaba cansada de la frase: “estoy de vacaciones”, ¿es que acaso cuando estabas de vacaciones dejabas de comer o de limpiar los baños? ¿Cuándo había comenzado las vacaciones si hacía ya meses que no iba a trabajar? Negó con la cabeza al ver que su nieta era como las nietas de sus amigas: una perezosa que no sabía lo que era trabajar duro. Cuando era ella joven tuvo que dejar de asistir a clases para poder trabajar, para ayudar a la familia con lo poco que ganase. En el pueblo tuvo que cavar, recolectar, plantar árboles, acompañar a las vacas al monte, fregar de rodillas el suelo de las casas que limpiaba; en cambio Adela… Catuxa suspiró y volvió a hacer un gesto de negación. Su Adela estudió, acabó el curso que hizo de cocina en Santiago, se preparó para ser cocinera pese a que no dejaba de protestar que su vocación era otra, y acabó visitando cada mes el INEM buscando un curso que hacer. ¿De qué valió todo el gasto que hizo para estudiar en Santiago? Ella tenía la respuesta: no sirvió para nada. Tanto tren, tantas horas fuera de casa dejándola sola para que acabara tirada en el sofá tachando anuncios de trabajo en el periódico. En resumen: era una perezosa que no sabía lo que era el trabajo de verdad. —Abuela, ¿me escuchas? Catuxa parpadeó y buscó los ojos de la joven. La quería muchísimo, la había criado cuando su hijo murió junto a su nuera, tuvo que quedársela ella ya que su otro hijo no quería hacerse cargo de una niña pequeña cuando estaba luchando por conseguir un ascenso en su trabajo. Al final, acabó ejerciendo de madre para Adela y, en estos últimos años, de abuela para los nietos que su hijo le dio. Y ahora su netiña quería irse lejos, ¿dejándola sola? Adela suspiró al ver que su abuela no le estaba haciendo caso. Se parecía mucho a ella, se apartaba del mundo cuando se sumergía en sus pensamientos y luego le costaba reconocer que no estaba atendiendo a la conversación, era uno de los muchos defectos que compartía con esa mujer.

Lo que no le quedaba claro era saber si lo hacía a posta o era algo innato en su ADN como le sucedía a ella. Su abuela se hacía la tonta muchas veces, sorprendiéndola luego de todo lo que sabía, de toda la información que conseguía y lo atenta que estaba de la vida de cada miembro de su familia. —¿Por qué tienes que irte tan lejos? ¡Te puede pasar algo! ¡Me puede pasar algo a mí! —protestó Catuxa, tras unos segundos de silencio en los que ambas se contemplaron con fijeza. Iba a ser una batalla sin cuartel en la que ganaría la que más testaruda fuera. —¡No intentes hacerme sentir culpable por querer vivir mi propia vida! —explotó Adela al comprobar que sus temores se cumplían. Su abuela no iba a permitirle que se alejara de ella. Tenía el concepto de que la mujer debía quedarse en casa cuidando de sus mayores hasta que estos muriesen, sin importar que no pudiera desarrollar una carrera profesional o incluso formar su propia familia. Era su deber cuidar de ella para devolverle el favor que le hizo cuando la acogió en el momento en que quedó huérfana. Muchas veces le dijo que debía cuidarla, que era su deber, que no podía dejarla sola. En esas ocasiones, Adela se negaba a discutir con la anciana y pasaba del tema, mientras luchaba por labrarse un futuro, pero ahora no iba a ceder por mucho que su abuela intentara hacerla sentir culpable—. No puedo quedarme porque no encuentro trabajo ni de lo mío ni de nada, ni siquiera me quieren para envolver regalos en Navidad. Gracias al INEM he conseguido un trabajo de media jornada en un restaurante de Edimburgo, así que, no solo voy a ganar dinero sino que también mejoraré mi inglés. —Enjuagó el último vaso antes de separarse del fregadero y secarse las manos con el trapo de cocina que llevaba colgado del hombro—. Deberías estar feliz por esta buena noticia, no intentando sabotearme, chantajeándome emocionalmente para que me quede aquí. Catuxa no iba a ceder. Su nieta era muy egoísta. La había cuidado, la había acogida en su casa, estuvo a su lado cuando la necesitó, la cuidó cuando estuvo enferma y ahora la abandonaba. La necesitaba con ella, ¿quién le iba a hacer la compra? ¿O limpiar los baños? ¿Pasar la aspiradora? ¿O acompañarla hasta el banco para que pudiera sacar la pensión y no se la robaran por el camino? ¿O acompañarla al médico dos veces por semana al centro de salud? Su hijo no podía ayudarla, el pobre trabajaba mucho y no podía pedirle que la acompañara cuando lo veía descansando en casa. —¿Cómo puedes dejarme cuando soy una anciana que necesita ayuda y…? —¡Vive con su hijo, su nuera, los dos críos adolescentes de estos, que ni tiran de la cadena cuando van al baño y el maldito gato de la familia; que, por si no lo sabes, me da alergia —acabó explotando Adela al ver que su abuela no iba a dejar de atacarla para que cambiara de opinión y acabara atada a su lado. ¿Por qué no podía felicitarla? ¿Alegrarse por ella?—. ¡Si hasta he tenido que ir a dormir al sofá cama porque no había más habitaciones disponibles, cediendo mi dormitorio a esos dos macarras a los que tengo que cuidar cuando sus padres se quieren ir por ahí. ¡Claro! Con la excusa de como estoy en paro, dispongo de todo el tiempo libre del mundo y no puedo quejarme, porque además es mi obligación al ser su prima. —Estaba cansada de sentirse más como una chacha que como un miembro más de la familia. ¿Por qué tenía que limpiar toda la casa cuando en ella vivía dos adolescentes de catorce y dieciséis años, además de la madre y el padre de estos? ¡Que ayudaran ellos también en las labores del hogar!—. ¡No ves que esta ya no es mi casa! No me encuentro a gusto aquí.

—Eso era lo más suave que podía decir de su actual situación. Desde hacía tres años se veía presa en su propio hogar, siendo relegada a un segundo o más bien tercer plano, en el que sus opiniones no importaban nada—. Te estoy muy agradecida por cuidarme como si fueras mi madre, pero ya no puedo vivir en estas condiciones. Necesito volar lejos del nido, encontrar mi lugar en el mundo, formar mi propia familia en un futuro. En dos días me iré a Edimburgo y espero que te alegres por mí, y si no, lo siento, lo voy a hacer igual. ¡Quiero vivir! ¡Y no vas a estar sola! Contigo viven cuatro personas más y el maldito gato, ¡pídeles a ellos que te ayuden! Adela salió de la cocina sin mirar atrás, sin esperar la respuesta de su abuela, lanzando el trapo húmedo sobre la mesa antes de abandonar la cocina, notando un nudo en el estómago y la molesta sensación de que iba a romper a llorar. Fue directa al baño y se encerró, sin dar un portazo, ya no era una cría por mucho que su abuela le dijera lo contrario, solo quería un rincón para estar sola y, en esa casa, ya no había un lugar al que pudiera llamar suyo. El destino le había quitado a sus padres en un maldito accidente, tuvo que vivir su infancia y adolescencia con el estigma de ser la “huérfana” de colegio y, ahora, su querido tío y la víbora de su esposa le quitaron la atención de su abuela; y sus primos, su cuarto, mandándola a un rincón del salón en el que tenía que guardar sus pertenencias en dos maletas y tres cajas de cartón y soportar la presencia del gato, por mucho que este le hiciera estornudar por culpa de la alergia. ¡Ya no lo aguantaba más! Necesitaba irse lejos de esa locura de casa, alejándose de su familia a la que no tragaba y a la que, claramente, ellos tampoco. Ya lo había decidido, se iría a Edimburgo y se esforzaría para mejorar su inglés y que sus jefes estuvieran contentos con ella. Gracias al anuncio que vio en la oficina del INEM pudo anotarse en la oferta de trabajo del restaurante Loch Ness de Edimburgo. Lo hizo como muchas veces antes, sin creer que le fueran a responder; pero, cuál sería su sorpresa, que en apenas unos días la llamaron informándole, que si aún estaba interesada, la esperaban en la ciudad el uno de agosto. Por lo que averiguó cuando miró en Google, ese mes era muy importante para Edimburgo ya que celebraban varias fiestas en las que acudirían mucha gente, sobre todo turistas, y desde hacía unos años, muchos de ellos procedentes de España.

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