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Un escritor en guerra – Antony Beevor

El lugar de Vasili Grossman en la historia de la literatura mundial ha quedado asegurado por su obra maestra Vida y destino [Yizn i sudba], una de las grandes novelas rusas del siglo XX; algunos críticos la sitúan incluso por encima del Doctor Yivago de Pasternak o las novelas de Solyenitsin. Este volumen está basado en sus cuadernos de notas durante la guerra y en algunos artículos depositados en el Archivo Estatal Ruso de Literatura y Artes. También hemos incluido algunas cartas en posesión de su hija y su hijastro. Los cuadernos de notas contienen gran parte de la materia prima que fue acumulando para sus novelas y artículos. Grossman, corresponsal especial para el periódico del Ejército Rojo Estrella Roja [Krasnaia Zvezda], fue el más perspicaz y honrado testigo de lo sucedido en el frente soviético entre 1941 y 1945, en el que pasó más de mil días, casi tres de los cuatro años de guerra. La agudeza de sus observaciones y la humanidad de sus valoraciones suponen una lección inestimable para cualquier escritor o historiador. Vasili Grossman nació en la ciudad ucraniana de Berdichev el 12 de diciembre de 1905. Berdichev tenía una de las mayores poblaciones judías de Europa central y los Grossman formaban parte de su élite ilustrada. Vasili recibió el nombre de Iosif, pero como muchas familias asimiladas, los Grossman rusificaron sus nombres; el de su padre, Solomon Iosifovich, se convirtió así en Semion Osipovich. Los padres de Grossman se separaron, y de niño pasó dos años en Suiza con su madre antes de la Primera Guerra Mundial. En 1918, inmediatamente después de la revolución, regresaron a Berdichev. Ucrania y su rica agricultura quedaron devastadas, primero por la ocupación alemana del mariscal Von Eichhorn [1] , que asoló los campos, y luego, cuando los ejércitos alemanes se retiraron en noviembre al estallar la revolución en su país, por la guerra civil entre los ejércitos blanco y rojo, mientras los nacionalistas y los anarquistas ucranianos se enfrentaban a ambos. Los blancos y los nacionalistas, y en algún caso los guardias rojos, descargaron su odio ciego hacia los judíos con pogromos en toda Ucrania. Hay quienes dicen que durante la guerra civil fueron asesinados alrededor de 150 000, aproximadamente una tercera parte de la población judía. Entre 1920 y 1922, concluidas las hostilidades, el abandono de los campos provocó una hambruna que dejó cientos de miles de víctimas en Ucrania. Grossman ingresó en 1923 en la Universidad de Moscú, donde estudió química. Ya entonces, pese a su temperamento pacífico, se sentía fascinado por el ejército. «A primera vista, mi padre era una persona absolutamente civil —dice su única hija, Ekaterina Korotkova-Grossman—, algo que se podía comprobar inmediatamente por su andar encorvado y por cómo llevaba sus lentes; además, era muy torpe con las manos. [Aun así] se interesó por el ejército cuando todavía era estudiante. En una carta decía que si no era llamado a filas se presentaría voluntario». En 1928, con veintitrés años y cuando todavía era estudiante, se casó con su novia de Kiev, Anna (Galia) Petrovna Matsuk. Tuvieron una hija en enero de 1930, a la que llamaron Ekaterina (Katia), como la madre de Grossman. En 1932, diez años después de la guerra civil, una hambruna aún peor, provocada por la campaña de Stalin contra los kulaki y la colectivización forzada de la agricultura, mató a más de siete millones de personas [2] . Los padres enloquecidos por el hambre llegaban a comerse a sus propios hijos. Aquello fue el epítome de lo que Osip Mandelstam llamó en un memorable poema «el siglo de los perros-lobo».


Si bien Grossman no fue testigo de los peores horrores del hambre, indudablemente conoció sus efectos o vio los resultados, figuras esqueléticas que pedían limosna junto a las vías del ferrocarril con la esperanza de que algún viajero generoso les arrojara un mendrugo. Describió esa hambre en Ucrania en su última novela, Todo fluye [Vsio techiot], incluida la ejecución de una mujer acusada de haberse comido a sus dos hijos. La consecuencia del cruel tratamiento de Stalin a la región sería, como iba a descubrir el propio Grossman, la bienvenida que dieron muchos ucranianos a las fuerzas invasoras alemanas una década después. Se dice que agentes estalinistas difundieron el rumor de que los judíos eran los responsables del hambre, lo que pudo muy bien desempeñar un papel en la ayuda entusiasta de muchos ucranianos a los alemanes en sus matanzas de judíos. El matrimonio de Grossman, frecuentemente interrumpido por sus estancias en Moscú, no duró mucho tiempo. Galia dejó a su hija con la madre de Vasili, ya que en Kiev reinaba el hambre y la niña tenía más probabilidades de sobrevivir en Berdichev. Durante los años siguientes Katia volvió con frecuencia a esa ciudad para pasar temporadas con su abuela. La literatura comenzó a interesar a Grossman más que sus estudios científicos, pero necesitaba un empleo. Tras graduarse se trasladó en 1930 a Stalino (ahora Donets’k), en el este de Ucrania, para trabajar como ingeniero en una mina. Durante la guerra volvió a pasar varios meses en el Donbass [cuenca del Donets], como muestran sus cuadernos de notas. En 1932, aprovechando un diagnóstico equivocado que lo calificaba como tuberculoso crónico, consiguió dejar Stalino y regresar a Moscú. Allí publicó su primera novela, ¡Buena suerte! [Gliukauf], localizada en una mina de carbón, seguida por Stepan Kolchuguin. Aunque ambas novelas seguían los dictados estalinistas de la época, los personajes eran muy convincentes. Un cuento corto, «En la ciudad de Berdichev» [V gorodie Berdichevie], publicado en abril de 1934, le ganó las alabanzas de Mijail Bulgakov [3] . Máximo Gorki, el gran patriarca de las letras soviéticas, aunque suspicaz frente al rechazo de Grossman hacia el «realismo socialista», también apoyó la obra del joven escritor [4] . Grossman, cuyos modelos literarios eran Chejov y Tolstoi, no era nada proclive al estalinismo, aunque estaba convencido de que sólo el comunismo soviético podía hacer frente a la amenaza del fascismo y el antisemitismo. En marzo de 1933 Nadiezhda Almaz, prima y leal colaboradora de Grossman, fue detenida y acusada de trotskismo. Grossman fue interrogado por el OGPU[*] . Tanto Almaz como Grossman mantenían contactos con el escritor Victor Serge [5] —quien tras exiliarse en 1936 se convirtió en uno de los críticos más incisivos de Stalin desde la izquierda—, pero tuvieron mucha suerte. Nadia Almaz «sólo» fue condenada a un corto período en un campo de trabajo que la apartó del peligro durante el Gran Terror de finales de la década. Grossman no resultó afectado; su suerte habría sido muy diferente si los interrogatorios hubieran tenido lugar cuatro años más tarde. Para un escritor, especialmente tan veraz y políticamente ingenuo como Grossman, la vida durante la segunda mitad de la década de 1930 no fue fácil. Fue un milagro que sobreviviera a las purgas, lo que Ilia Ehrenburg llamó más tarde una lotería [6] . Ehrenburg era muy consciente del carácter desmañado e ingenuo de Grossman: «Siempre fue un amigo extremadamente servicial y afectuoso —escribió— pero podía decir tontamente a una mujer de cincuenta años: “Ha envejecido usted mucho este mes”. Yo conocía ese rasgo de su carácter y no me enfadaba cuando señalaba de repente: “Por alguna razón has empezado a escribir muy mal”».

En 1935, cuando su matrimonio con Galia había fracasado hacía varios años, Grossman inició una relación con Olga Mijailovna Guber, una mujer más alta y cinco años mayor que él. Liusia, como él la llamaba, también era ucraniana. El escritor Boris Guber, su marido, se dio cuenta de que Olga adoraba a Grossman y no trató de oponerse a los acontecimientos. Guber, ruso de origen alemán y de una familia distinguida, fue detenido y ejecutado en 1937 durante la locura de la iezhovshchina, como se llamó a aquella gran purga [7] . Aquel mismo año Grossman ingresó en la Unión de Escritores, un sello oficial de aprobación que proporcionaba muchas ventajas; pero en febrero de 1938 Olga Mijailovna fue detenida, simplemente por haber estado casada con Guber. Grossman actuó rápidamente para convencer a las autoridades de que ahora era su mujer, aunque hubiera mantenido el nombre de Guber; también adoptó a los dos hijos de éste para evitar que fueran enviados a un campo para huérfanos de «enemigos del pueblo». El propio Grossman fue interrogado en la Lubianka el 25 de febrero de 1938. Aun con toda su ingenuidad política, se demostró extremadamente hábil en distanciarse de Guber sin traicionar a nadie. Asumió un gran riesgo al escribir a Nikolai Iezhov, el jefe del NKVD, citando osadamente a Stalin fuera de contexto para argumentar que Olga no compartía ninguna culpa atribuida a su anterior marido; a ésta también la salvó la entereza del propio Guber, que no la implicó aunque seguramente se le incitó a hacerlo durante los brutales interrogatorios. Era una época de profunda humillación moral, y Grossman estaba tan indefenso como el resto de la población. Cuando se le pidió que firmara una declaración de apoyo a los juicios-farsa de viejos bolcheviques acusados de traición «trotskistafascista», no tuvo alternativa; pero nunca olvidó los horrores de aquel período, y los recreó con poderosos efectos en varios pasajes importantes de Vida y destino. Lo peor del terror parecía haber pasado cuando en el verano de 1939 Stalin firmó los pactos de no agresión y de colaboración comercial con Hitler. Grossman pasó aquel verano con su mujer y sus hijos adoptivos en un balneario de la Unión de Escritores en el mar Negro. Pasaron unas vacaciones parecidas en mayo de 1941, pero él regresó a Moscú al cabo de un mes y allí estaba cuando la Wehrmacht invadió la Unión Soviética el 22 de junio. Como la mayoría de los escritores se presentó inmediatamente voluntario para el Ejército Rojo, pero aunque sólo tenía treinta y cinco años era totalmente inútil para la guerra. Las siguientes semanas fueron traumáticas para Grossman, y no sólo por las aplastantes victorias alemanas, sino también por razones personales. Vivía en un pequeño apartamento de Moscú con su segunda mujer, y por razones de espacio ella le desaconsejó proponer a su madre que dejara Berdichev y se alojara con ellos. Una semana después, cuando percibió la dimensión del peligro, era demasiado tarde para que su madre escapara. En cualquier caso, ella no quería huir de Berdichev debido a una sobrina incapacitada. Grossman, que no consiguió viajar a su ciudad natal para llevarla consigo a Moscú, se atormentó por ello durante el resto de su vida. En Vida y destino el físico Viktor Shtrum se reprocha esa misma falta. Los cuadernos de notas comienzan el 5 de agosto de 1941, cuando Grossman partió hacia el frente por orden del general David Ortenberg, director de Estrella Roja. Aunque éste era el periódico oficial del Ejército Rojo, durante la guerra los civiles lo leían aún más ávidamente que Izvestia. Stalin insistía en controlar cada página antes de que se imprimiera, lo que suscitó las bromas en privado de Ehrenburg a Grossman, asegurándole que el dictador soviético era su lector más devoto. Ortenberg, preocupado porque Grossman no sobreviviera a los rigores del frente, le asignó compañeros más jóvenes y militarmente experimentados.

Grossman bromeaba acerca de su falta de entrenamiento militar, pero no pasó mucho tiempo antes de que, para sorpresa de sus colegas, aquel novelista torpe con gafas perdiera espectacularmente peso, se endureciera y los venciera en las competiciones de tiro. La madre de Grossman en la fotografía de su pasaporte. «Te hablaré ahora de mí —escribió a su padre en febrero de 1942—. He estado moviéndome de un lado a otro constantemente durante los últimos dos meses. Hay días en que se ven más cosas que en diez años de paz. He adelgazado. Me pesé en la bania y resulta que ahora sólo peso setenta y cuatro kilos. ¿Recuerdas cuánto pensaba hace un año? Noventa y uno. Mi corazón funciona mucho mejor… Me he convertido en un frontovik experimentado: por el sonido te puedo decir inmediatamente lo que sucede y dónde». Grossman estudió todos los factores militares: táctica, equipo, armamento, así como la jerga militar, que le fascinaba especialmente. Trabajaba tanto en sus notas y artículos que tenía muy poco tiempo para nada más. «Durante todo el año —escribió más tarde— el único libro que he leído ha sido Guerra y paz, dos veces». Por otra parte, demostró una valentía extraordinaria en el frente, cuando la mayoría de los corresponsales de guerra preferían permanecer en el cuartel general. Grossman, un miembro tan destacado de la intelectualidad judía moscovita, se ganó la confianza y admiración de los simples soldados del Ejército Rojo, algo muy notable. En Stalingrado conoció a Chejov, el mejor francotirador del 62.º Ejército, y se le permitió acompañarle en una de sus cacerías y observar cómo mataba a un alemán tras otro. A diferencia de la mayoría de los periodistas soviéticos, dispuestos a intercalar en sus artículos clichés políticamente correctos, Grossman era excepcionalmente meticuloso en sus entrevistas. Se basaba, como explicó más adelante, en «conversaciones con soldados durante las breves interrupciones para descansar. El soldado te cuenta entonces todo lo que piensa; ni siquiera hace falta preguntarle». Los soldados, más que cualquier otro, pueden detectar rápidamente si un entrevistador es egocéntrico, tortuoso o falso. Grossman era extremadamente honrado, con frecuencia demasiado para su propio bien, y los soldados le respetaban. «Me gusta la gente del pueblo —escribió—. Me gusta estudiar la vida. A veces un soldado me recuerda mi deber. Ahora conozco la vida del ejército en su totalidad; al principio me resultaba muy difícil».

Grossman no era un observador desapasionado. La eficacia de sus escritos provenía de su propia respuesta emocional a los desastres de 1941. Más adelante habló de «la punzante premonición de las pérdidas inminentes, y la trágica percepción de que el destino de una madre, una esposa o un hijo eran ahora inseparables del destino de los regimientos cercados y los ejércitos en retirada. ¿Cómo se puede olvidar el frente durante aquellos días: Gomel y Chernigov en llamas, Kiev condenada, las carretas llenas de enseres en la retirada y los cohetes de un verde ponzoñoso sobre los bosques y los ríos silenciosos?». Grossman, junto con sus compañeros, estuvo presente en la destrucción de Gomel, y luego tuvo que huir hacia el sur cuando el Segundo Panzergruppe del general Guderian emprendió una vasta operación de cerco para aislar Kiev. Los ejércitos alemanes capturaron allí más de 600 000 prisioneros, en la victoria más aplastante conseguida hasta entonces. A principios de octubre Grossman fue destinado al cuartel general del 50.º Ejército del general Petrov. Su descripción de ese general, que golpeaba a puñetazos a sus subordinados y dejaba a un lado su té y su mermelada de frambuesa para firmar sentencias de muerte, parece una terrible sátira del Ejército Rojo, pero era demoledoramente exacta. La incómoda sinceridad de Grossman era peligrosa. Si la policía secreta del NKVD hubiera leído esos cuadernos de notas lo habrían enviado inmediatamente a un campo del Gulag. Grossman no era miembro del partido comunista, y esto hacía su situación aún menos segura. Grossman volvió a estar casi cercado por los panzer de Guderian cuando éstos se dirigían a toda prisa a la ciudad de Orel y luego rodearon el frente de Briansk. La narración de su huida es el testimonio más apasionante sobre aquellos acontecimientos que ha llegado hasta nosotros. Grossman y sus compañeros regresaron a Moscú exhaustos, con los agujeros en su automóvil Emka como prueba del peligro que habían corrido, pero Ortenberg les ordenó regresar inmediatamente al frente. Aquella noche, buscando el cuartel general de un cuerpo de tanques, casi cayeron en manos de los alemanes. Como judío que era, la suerte de Grossman habría sido irremediable. Aquel invierno de 1941, después de que los alemanes se vieran detenidos a pocos kilómetros de Moscú, Grossman cubrió los combates más al sur, en el extremo oriental de Ucrania y cerca de los lugares del Donbass que había conocido a principios de los años treinta. Allí comenzó a preparar su gran novela sobre el primer año de guerra, El pueblo inmortal [Narod bessmerten], publicada por entregas durante el verano de 1942 en Estrella Roja. Fue saludada como el único informe veraz por los frontoviki —los soldados de primera línea del Ejército Rojo—, y la fama de Grossman se extendió por toda la Unión Soviética, mucho más allá del respeto que se había ganado en los círculos literarios.

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