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Un día más sin ti – Pat Casalà

Una ráfaga de aire le revolotea el cabello corto y le hace cosquillas en la barbilla. Zack se detiene frente a la puerta de su casa con un ahogo en el pecho. Siente ese viento sobre la cara como una sentencia a su felicidad. Se coloca la palma abierta en la mejilla, con un dolor salvaje quemándole por dentro. Las palabras de Julia se enredan en el silencio apenas roto por el canto de unos pájaros. Es como si volviera a verla sentada en su sofá, abrazada a él, con una de sus sonrisas. —El amor es algo curioso —le dijo—. Como escribió Nicholas Sparks en su mítico libro Un paseo para recordar, es como el viento, sabes que está ahí, pero no lo ves. Sientes su fuerza, su temperatura, su impulsividad, eres capaz de comprobar cómo mueve las hojas de los árboles o arrastra papeles por el suelo, pero nunca lo tocas ni lo puedes observar o acariciar. Zack levanta el brazo para sentir las embestidas del viento que poco a poco arrecia. No hace ni tres cuartos de hora que el avión de Julia se ha estrellado y apenas consigue respirar sin sentir un dolor tan intenso que con el paso de los minutos se vuelve insoportable. Julia ha muerto. Se ahoga al escuchar la frase tintinar en su mente. Lo suyo era una pasión incontrolable, un amor de los que se agarran en el pecho y te impiden respirar. Y no se resigna a vivir sin ella, el mañana se le antoja un lugar frío y cavernoso sin sus risas, sin el sabor dulzón de sus besos, sin la cadencia de sus palabras. La conoció hace siete meses en el entierro de su madre, cuando él acababa de trasladarse a Fort Lucas para entrar a formar parte de los pilotos de élite de la Fuerza Aérea. Contrae los músculos de la cara y aprieta los puños con fuerza para enfrentarse al desgarro de perderla. Mira la casa de enfrente y la recuerda esa primera tarde, apoyada en la barandilla de su porche, con el pelo recogido con varios clips y la tristeza impresa en sus facciones. Charlaron un rato y ella no le pareció una chica a punto de cumplir diecisiete años. El cuerpo de Zack reaccionó a su presencia con agitación. Se enamoró de ella a primera vista, sin atender a la ilegalidad de sus sentimientos o a la imposibilidad de unir sus destinos. El suyo era un amor prohibido. Les separaban once años, Julia era la hija del General, la hermana de Swan, uno de sus mejores amigos, y su vecina de enfrente. Estar juntos no era una posibilidad. Por eso tardó más de la cuenta en olvidar cada una de las razones por las que no podían verse y lanzarse a vivir una historia de amor clandestina, con códigos secretos y construida a base de mentir a los demás.


Ahora se recrimina no haberse atrevido a ir a por ella tras el primer encuentro y permitir que el tiempo pasara amándose en la distancia. Entonces no podía imaginar que apenas contarían con unos meses para estar juntos. Porque, a pesar de las dificultades, de los engaños y de las posibles consecuencias a esa decisión, la intensidad de sus sentimientos por Julia arrasa con todo y valió la pena arriesgarse por un efímero tiempo compartido. Cuando al fin se dio cuenta de que Julia era el amor de su vida le dio igual acabar en la cárcel, en otra base o en el sector privado. Apartó a un lado su manera recta de vivir, se desligó de su tendencia a mantenerse dentro de los límites establecidos por las normas y se entregó a su relación con pasión. Ya no habrá más carteles en la ventana ni más miradas durante el día ni más escapadas nocturnas para besarse a escondidas del mundo. No volverá a escuchar su risa contagiosa ni sus canciones rasgadas con su voz suave y perfecta. No habrá más fines de semana románticos. Ni más salidas. Ni más horas compartidas. Solo quedará este vacío en el pecho que le estruja el corazón hasta dejarlo seco, y no sabe cómo llenarlo para dejar de sufrir. Ojalá tuviera esa máquina del tiempo de la que Julia hablaba cuando se conocieron para apretar un botón y aparecer dentro de unos años, cuando la tristeza se haya aplacado y solo quede el recuerdo de un amor capaz de perdurar a través del tiempo. La ama con la misma intensidad de siempre. Necesita verla en el porche por las tardes, con una tarrina de helado, charlando con su inseparable Penny, sonriéndole. Anhela sus frases ingeniosas, sus provocaciones, su arrojo a la hora de perseguirle. Suspira por contemplarla desde su bicicleta mientras baila y encerrarse con ella en el simulador durante horas para enseñarla a volar. Sin ella va a condenarse a la oscuridad y al sufrimiento. Busca el móvil de contrato en el bolsillo del pantalón para observar su foto de perfil de WhatsApp. La cambió hace poco, cuando fueron juntos a pasar el día a un lago cercano. Tiene luz en sus ojos verdes, una sonrisa feliz en sus labios perfilados con carmín, un toque de color en su tez blanquecina y los rayos de sol le confieren un color pajizo a su larga melena rubia. Era una chica espontánea, luchadora, con un carácter que lograba superar cualquier obstáculo, un torbellino de energía. Aparta la mirada del móvil y la posa en su casa deshabitada. No consigue superar el anhelo de verla aparecer en la puerta. Los cimientos de su serenidad se resquebrajan a marchas forzadas. El culpable de la muerte de Julia sigue libre, Dick Sullivan ha sido la mano ejecutora, pero nunca olvidará que le ha concedido una posibilidad de salvarla.

Una remota e imposible manera de evitar la colisión, un arma para luchar contra lo inevitable. Y no ha conseguido aprovecharla. Solo ha contado con sus palabras para despedirla, unas palabras que se escuchaban en estéreo en la cabina central de la base y que ahora estarán presentes en el General y en el resto de soldados. Las últimas frases de Julia resuenan en su mente con un eco insoportable. —Te quiero Zack. La culpa de esto no es tuya. Intenta ser feliz sin mí y no olvides cuánto te he amado. No podrá olvidarla. Un gran amor nunca desaparece, persiste para siempre en la memoria, como si fuera una muesca en tu corazón. Busca las llaves de casa en el bolsillo y se fustiga en silencio por no haber aprovechado hasta el último segundo para estar con ella. Si ahora la tuviera delante le pediría matrimonio, el futuro se le antoja deshabitado sin su compañía. Y la mayor ilusión de Julia era casarse cuanto antes. Espira, se limpia un par de lágrimas y abre la puerta despacio. Le acompaña su risa, los besos nocturnos al amparo de las estrellas, las esperas frente a la puerta para tirar de su mano y rodearla con los brazos. Observa un segundo la pared del recibidor, donde tantas veces la ha apoyado para besarla, incapaz de esperar a llegar al salón. Pensaba que su corazón ya no podía resquebrajarse más, pero se equivocaba. Lo nota fragmentarse con los recuerdos. Apenas puede respirar, la presión que siente en el pecho le ahoga. Deja las llaves en la caja de la mesilla, acaricia la pared con un sollozo y camina hacia el salón con pasos lentos y silenciosos, como si le diera miedo espantar a la casa con su presencia. Se para en el mueble-bar para servirse un whisky y terminárselo de un trago, en busca de un narcótico para olvidarse de la realidad y recrearla en sueños. Un aroma a cacao le llena las fosas nasales. También le llegan notas de jazmín, gardenia, magnolia y nardo. Niega con la cabeza para obligarse a dejar a un lado esas alucinaciones absurdas. Es imposible oler J’Adore de Dior, el perfume de Julia. Ha visto cómo su avión caía en picado desde el cielo para explotar al estrellarse contra el suelo, ha hablado con ella hasta el último minuto y Swan le ha confirmado la noticia.

Julia está muerta. Escucha el tintineo de una cuchara dentro de una taza en la cocina y a ella tarareando una canción. Sacude la cabeza con angustia, exigiéndose desprenderse de esas sensaciones ilógicas. No puede seguir enganchado a ella con esta desesperación o acabará volviéndose loco. Camina hacia la puerta de la cocina. Tiene la respiración agitada, como si no pudiera rebajar la ansiedad. Se fuerza a regresar a la realidad, a dejar de imaginar un desenlace diferente a su historia con Julia. Quizás si entra en la cocina y la descubre vacía se convence al fin de que ella se ha ido. Unos pasos silenciosos se acercan. Zack hiperventila. Su imaginación le está jugando una mala pasada, no es posible que alguien avance rozando el suelo con unos pies descalzos. Se tapa la cara con las manos y se frota los ojos para no desvariar más. —Has tardado mucho. —La voz de Julia le arranca un gemido—. Te echaba de menos. Aprieta todavía más las manos contra la cara y mantiene los ojos cerrados, temblando. Siente unas manos acariciarle las suyas, el suave aleteo de unas pestañas acercándose y un beso en la comisura de los labios. —Mírame. —Debe dejar de hacer eso, ha de aceptar la realidad y olvidarse de la remota posibilidad de que no sea una alucinación—. Zack, no estoy muerta, no estaba dentro del avión cuando ha caído. Unas manos suaves se posan sobre las suyas, percibe el aliento de una voz en la cara y cómo unos labios le besan con ternura. Inspira aire por la nariz, las lágrimas vuelven a llenarle la cara. Mantiene las pestañas pegadas, con fuerza y busca en su interior un conato de lucidez para deshacerse de la broma macabra de su subconsciente.

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