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Un autentico espectaculo – Elizabeth Urian

—¡No, ni hablar! —La negativa salió con rotundidad de sus labios, sorprendiendo al hombre con su exabrupto—. ¡Antes prefiero bucear con tiburones hambrientos o incluso pillar una infección! —Cualquier alternativa era mejor que trabajar con ella, porque tan solo con pensarlo ya le entraban escalofríos. Gerald Firzjones III, afamado representante de actores del Reino Unido, se arrellanó en la butaca giratoria y la observó un instante en silencio con los párpados entrecerrados. Mientras, ella se mordía los labios haciendo un esfuerzo por controlar su frustración. Audrey Evans siempre había hecho gala de buenos modales. Sin embargo, aquella vez parecía que la noticia había podido con ellos. En el fondo, pensó el hombre, entendía sus motivos, pero no eran tan poderosos como para rechazar un papel como el que le habían ofrecido. No podía ser tan insensata. —Consúltalo antes con la almohada —aconsejó a su clienta con un tono neutro que pretendía rebajar sus niveles de indignación—. Y piensa, sobre todo, en las consecuencias. Audrey hacía semanas que había aceptado el papel, aunque eso fue antes de enterarse con quién debía trabajar. —Nada hay que consultar. Mi respuesta es un no firme. La actriz se levantó del sillón tapizado en cuero marrón y se dirigió hacia los elegantes ventanales que mostraban una espectacular vista del Támesis y del Big Ben. —Es una magnífica oportunidad —insistió—. No deberías rechazarla solo por la presencia de «ella». Por Dios, ¡vas a ser la protagonista! —le recordó esperando que fuera suficiente argumento para convencerla. —¿No crees que lo fastidiará todo? Era lo que más temía. Estando ella de por medio ni siquiera podía soñar con disfrutar de aquella experiencia. —Eso es algo que solo tú puedes decidir, pero piénsalo con detenimiento. ¿Cómo quedarías ante la opinión pública si llegara a filtrarse que abandonas un proyecto por una simple pataleta? Alexa Lane ha aceptado sabiendo que tú serás la estrella de la miniserie. ¿Vas a darle la satisfacción de verte renunciar? —No necesitó añadir más; había dado justo en el clavo, porque cuando ella se dio la vuelta vio aceptación en sus ojos. Suspiró aliviado. —Espero no tener que arrepentirme de haberte hecho caso. —No te preocupes; ambas sois unas excelentes profesionales.


Todo irá como la seda —predijo. Sin embargo, Gerald Firzjones III no sabía cuán equivocado estaba. 1 —¿Quién es usted? —preguntó con un tono tan exigente como irritado—. ¿Y quién diantres le ha dejado pasar? Miró al hombre sin ningún tipo de disimulo, pestañeando un par de veces tratando de enfocar la vista en el cuerpo y en el rostro, sin encontrar ninguna característica que le resultara familiar. Pensó con fastidio que si se trataba de un paparazzi o periodista buscando una entrevista jugosa, se vería forzada a pedirle que se marchara sin ningún tipo de contemplación. No tenía tiempo que perder. Apenas eran las siete de la mañana, pero a las ocho debía estar en los estudios para comenzar el ensayo grupal. En el lujoso salón de la casa de Chelsea que había alquilado por unos meses, se concentró en el visitante. En verdad era atractivo con su pelo castaño peinado al descuido, pero no tanto como para dejarla sin habla, ya que justo ahora acababa de rodar una película con Brad Pitt y no había hombre más extraordinario que él; a pesar de su edad. El joven debía pensar lo mismo de ella, pues no se mostraba nada impresionado con su presencia, todo lo contrario; no podía parecer más relajado. Iba vestido con unos vaqueros grisáceos y un jersey oscuro abierto en el cuello que dejaba a la vista una camisa a cuadros. No podía decirse que pareciera un modelo de pasarela, pero su atuendo era fresco y actual. —Su nuevo asistente personal —respondió él con sencillez, mientras se encogía de hombros. No pudo dejarla más sorprendida ni aunque le hubiera confesado ser un extraterrestre con la misión de eliminar a los humanos de la faz de la Tierra. Ahí debía haber un error, se dijo, porque sus asistentes siempre habían sido mujeres. Como por ejemplo Cloe, que llevaba con ella desde hacía más de cinco años. Si no había podido acompañarla a Londres era por motivos familiares. De otro modo no se hubiera visto forzada a contratar a una sustituta eventual. Y por eso apareció Lisa en su vida. ¿Pero qué decir de ella? Con sus inquietantes cambios de humor solo le había durado tres días y Madeleine, que al principio le pareció de lo más eficiente, tenía la irritante costumbre de morderse las uñas, por lo que no le quedó más remedio que despedir a ambas. Alexa deseaba a alguien equilibrado, que supiera adaptarse a ella, no al revés. Ese joven no se parecía en nada a lo que tenía pensado. —¿Tú? —Si sonó despectiva fue porque Alexa no era muy diestra tratando con sus empleados. No podía negar que en ciertas ocasiones los humos se le habían subido a la cabeza, dando una imagen poco halagüeña—. ¿Quién te ha contratado? —Un amigo me ha ofrecido el puesto.

Por lo que sé —volvió a encogerse de hombros— conoce a su representante. Para ella debería ser suficiente. Si venía recomendado por alguien de la confianza de Fisher, podía darse por satisfecha. Bueno, no del todo. —Entonces tienes experiencia. —Lo vio vacilar y aquel gesto la inquietó. Volvió a recordarse que no tenía tiempo para aquello—. ¿Me equivoco? —Experiencia, mucha —contestó echándole mucho morro—. ¿Como asistente? —Movió la cabeza en un gesto negativo—. Pero nunca es tarde para empezar. —Y a continuación esbozó una sonrisa encantadora, como si con ella pudiera compensar ese detalle, que no lo era tanto, y comerse el mundo. A pesar de las prisas y las mil y una cosas que tenía en la cabeza, en ese instante Alexa sintió un deseo malévolo de ponerlo a prueba. —¿Y puedes decirme cuál es tu nombre? —Maxwell Clark, aunque todos me llaman Max. —Bien, Max. —Se acercó a él y pareció estudiarlo con detenimiento, aunque todo era puro teatro —. ¿Esa experiencia tuya sirve para pintar uñas? Él pareció desconcertado ante la pregunta. Seguramente no sabía qué esperar. —¿Perdón? —¿Y cómo llevas el planchado? —siguió ella sin llegar a contestarle—. ¿Sabes la diferencia entre un capuchino y un mocachino? ¿Eres capaz de llevar una agenda, tomar las llamadas, atender mis pedidos, coordinar mis eventos o conseguir que mis comidas sean saludables? Porque yo cuido mucho mi dieta y espero que los alimentos que tomo sean orgánicos y de proximidad. Lo último era una flagrante mentira. A Alexa le gustaba probar platos nuevos y exquisitos, pero solo lo hacía cuando tenía tiempo. En caso contrario se alimentaba de lo que tenía a mano. Era una suerte que su metabolismo trabajara a su favor, pero el joven no tenía por qué saberlo. A alguien sin experiencia la responsabilidad debería haberle agobiado. Un día solo tenía veinticuatro horas y sus exigencias eran enormes.

En cambio, él no le respondió como se hubiera imaginado. —Conozco a la mejor manicurista de la ciudad, si quiere puedo pedirle una cita ahora mismo y, muy cerca de aquí hay un pequeño local donde sirven las mejores especialidades de café. Le va a encantar. No se parece en nada a esos brebajes de los Estados Unidos. Y en cuanto al resto… confíe en mí; sabré manejarme. ¡Y dicho aquello tuvo el descaro de guiñarle un ojo! ¿Pero con quién creía estar tratando? ¿Con una actriz de tres al cuarto? ¡Ella era Alexa Lane! A pesar de todo, nadie podía negar que tenía cierto desparpajo. Poseía seguridad en sí mismo y se comportaba como si toda su vida se hubiera relacionado con gente de nivel. O tal vez era que estaba poniéndola a su misma altura. Alexa arrugó la nariz ante tal pensamiento. Ella no era su vecina, ni siquiera la chica con la que había ido al instituto. En caso de darle el puesto sería su jefa y tanta familiaridad por su parte la estaba poniendo de los nervios. —Ubícate —le espetó con rigidez—. No tengo por qué confiar en ti. Ni siquiera tengo que darte una oportunidad. Otra mentira. O casi. A Fisher se le estaba agotando la paciencia desde que había aterrizado en Inglaterra, pues todo cuanto salía de su boca eran quejas y más quejas. Con toda la sinceridad que acostumbraba le advirtió que dejara de comportarse como una estrella caprichosa y que enfocara sus energías en la actuación. Enterarse de que había prescindido de otro asistente no sería recibido de buen grado. En un principio no debería importarle lo que Fisher opinara al respecto. Ella mandaba y él se llevaba un suculento tanto por ciento por conseguirle los contratos, pero también era cierto que él era más que su representante. Así que iba a esforzarse por no decepcionarle. —Lo siento —murmuró el tal Max, arrepentido por haber dicho o hecho cualquier cosa que pudiera considerarse inadecuada. Magnánima, decidió pasárselo por alto. Solo esa vez.

«¿A él sí y a las otras no?», le preguntó su enojosa voz interior. «¿Qué pensarían Lisa o Madeleine? Y lo más importante: ¿qué lo hace a él tan especial?» —Nada —contestó en alto y se arrepintió al instante, porque en realidad aquello era para ella misma, no para que el joven la escuchara. Él, por supuesto, pareció desconcertado, echando por tierra esa fachada desenfadada de la que había hecho gala hasta aquel momento. Y a la caprichosa Alexa le supo a triunfo. —¿Perdón? —Espera un segundo —le dijo, antes de correr hacia su habitación. Aquel comportamiento no tenía mucha lógica. En realidad, ¿qué pretendía? Ni siquiera lo sabía, pero lo achacó a la poca cafeína que corría por su organismo. Ya en ella cogió la revista que había estado leyendo la noche anterior. Regresó al salón y con un gesto le indicó que la tomara. Sabía lo que encontraría: a ella. Había sido portada de la versión estadounidense de revista Elle del mes de noviembre. La fotografía, de por sí sugerente, la mostraba más glamurosa y sensual que nunca, recostada en el suelo sobre una alfombra de pieles color blanco y ataviada con un ajustado vestido negro. Max examinó la revista con detalle, como si le fuera la vida en ello. En verdad le iba, aunque él no lo sabía. No había respuesta correcta. Tan solo era una simple excusa para despedirlo, una «razón razonable», si podía llamarse así, para que Fisher no se enfadara tanto. Enumeraría el sinfín de inconvenientes con los que iba a encontrarse si lo contrataba. Sobre todo haría hincapié en que el joven no estaba a la altura y al final su representante terminaría por darle la razón. Mientras Alexa esbozaba una sonrisa de satisfacción por tales pensamientos, Max alzó la vista esperando que ella le indicara qué debía hacer. Pobrecito, no iba a ponérselo fácil. —Creo que han cometido un error con el peinado —dijo mientras señalaba la portada. Aquello consiguió desestabilizarla. —¡¿Cómo?! —Es indiscutible que una mujer así podría terminar en mi cama… —admitió con algo parecido al fervor. —¡¿Cómo?! —repitió confusa por el modo en que se estaba desarrollando la conversación. Aquella no era para nada su idea.

—No deseo parecer un creído… —Pues lo disimulas muy bien —le soltó, tan impertinente como lo estaba siendo él. Estaba claro que distaba mucho de ser el asistente perfecto. —Déjeme explicarme bien. —Sonrió de nuevo dispuesto a conquistarla, pero esos hoyuelos en sus mejillas no iban a hacerla cambiar de opinión. Alexa se cruzó de brazos, esperando—. Tal vez he sido demasiado… —¿Brusco, tosco, grosero? —terminó por él. —¿No cree que cualquier hombre en su sano juicio desearía poder acostarse con usted? Es bellísima, ¿por qué negarlo? —En parte le gustó que no se pasara en halagos. Un exceso hubiera resultado perjudicial y poco creíble. «Un punto a su favor». De los pocos. —¿Entonces? —Es obvio que el fotógrafo pretendía resaltar la sensualidad que hay en usted —emitió un chasquido—, pero cometió un error al permitirle posar con semejante peinado, tan a lo Grace Kelly. Ese look tan pasado de moda hace inevitable que termine pensando en mi madre. Se quedó con la boca abierta, ofendida. ¡¿Le recordaba a su madre?! Ardió en deseos de patearle el trasero. Todo el mundo la había felicitado por aquella portada. No era vanidosa —bueno, sí, bastante—, pero sabía reconocer un excelente trabajo y ese lo había sido. —¿Suele pasear su madre en casa con semejante vestido? —lo pinchó, reservándose la pulla que tenía en la punta de la lengua. —Sé a dónde quiere ir a parar y no voy a caer en eso. No soy un pervertido ni tengo ese tipo de fantasías que está sugiriendo. Solo quiero decir que todo el morbo de la foto se esfuma a causa del… —Peinado. Sí, lo ha dicho una o dos veces. —¿La he importunado? —Eres todo una lumbreras. —No pudo evitar espetar. Él la había molestado con su comentario y ahora Alexa no iba a rehuir vengarse. Ser actriz conllevaba ciertas críticas implícitas por parte del público, periodistas, compañeros de profesión o cualquiera con un blog a disposición y suficientes dotes para la escritura.

No era un mundo fácil y ella había aprendido a aceptarlas sin dejar que le afectara. No obstante, Max estaba poniéndola de mal humor con semejante declaración. —Solo pretendía ser sincero. ¿No es eso lo más importante? —No sé. ¿Lo es? Alexa se movía por un mundo que a veces le resultaba extraño, donde las envidias, el aparentar, el narcisismo o la hipocresía lo dominaban todo. Aunque hacía lo que de verdad le gustaba, la sinceridad no era lo más valorado. Por eso se alegraba de volver a casa, si podía llamarlo así, ya que los actores y las actrices ingleses eran diferentes, más cercanos. Pensándolo mejor, había estado demasiado tiempo alejada. Durante cinco años, de los trece a los dieciocho, había llegado a la fama gracias a la serie de televisión St. Julius College, donde interpretaba el papel de una adolescente. En ese tiempo creció a la sombra de Sharon, su personaje. Cuando eso terminó, su vida cambió de una forma drástica. Participó en dos películas francesas, una de las cuales ganó la Palma de Oro como mejor película en el festival de Cannes y más tarde partió hacia Hollywood, su sueño. Desde la distancia no parecía tan perfecto. Solo ahora empezaba a recoger los frutos de una larga carrera y, aunque solo tenía veintinueve años, llevaba mucho tiempo en el mundo de la interpretación. ¿Su última conquista? Poder protagonizar una película de acción con el gran Brad Pitt. —Entiendo que es una actriz de éxito, ¿pero tan alejada de la realidad está que espera que todo el mundo le dore la píldora? Yo no soy así. Creo que necesita a su lado a alguien que la mantenga con los pies en el suelo. —Das mucho por hecho; demasiado, diría yo. No necesito que mi asistente personal me dé lecciones, solo que me facilite la vida. —Para eso ya tenía su conciencia y lo último que quería era a un Pepito Grillo—. Max, si te soy sincera no creo que esto —hizo un gesto para señalar a ambos—vaya a funcionar. —¡Guau! —exclamó con una admiración fingida—. ¿Va a darme tan pronto la patada? No le gustó que lo expresara así, la hizo sentir mal y un poco culpable, pero se daba cuenta de que Max no encajaba con su carácter, o no quería que encajara. Recelaba de esa personalidad tan desenvuelta que parecía tener respuesta para todo.

Alexa, que se sentía cómoda teniendo todo bajo control, se daba cuenta de que con él eso sería difícil. Aun así, no quería ser injusta ni con él ni con Fisher, que tanto se esforzaba por complacerla. —Está bien —contestó después de meditarlo a conciencia—. Hoy vas a ser mi sombra, y al final de la jornada veremos qué tal. ¿Te parece más justo? El tiempo se agotaba y no podía pasarse toda la mañana poniéndolo a prueba. Un baño de realidad sería más efectivo y tal vez, si tenía suerte, fuera él quien terminara renunciando. —Perfecto. Con una oportunidad tengo más que suficiente. Alexa no quiso discutirle el hecho. Al final del día ambos tendrían suficientes argumentos para decidir y su conciencia estaría más que tranquila. —Me doy unos retoques en el maquillaje, cojo mi abrigo y nos vamos. Al instante, Max consultó su reloj. —Si quiere llegar al ensayo a tiempo, más valdrá que se dé prisa. —¿Cómo sabes que tengo ensayo? Este sonrió con franqueza. —Me han puesto al día de su agenda. Ya que se lo había hecho notar, dejó a un lado los retoques considerando que igual estaba perfecta. Como no tenían tiempo que perder cogió lo que necesitaba y ambos se encaminaron hacia la calle, donde el chófer estaba ya esperándolos. Una vez acomodados y en marcha pudo concentrarse en su nuevo asistente personal, por lo menos para lo que quedaba de jornada. —Tienes media hora para hablarme de ti. —Que era el tiempo que tardarían en llegar hasta los estudios de la productora. Con Lisa y Madeleine no se había molestado en saber de ellas. Poco le importaba su vida si eran capaces de cumplir con su trabajo. Sin embargo, con Max la cosa era distinta y empezaba a sentir curiosidad sobre él. ¿Tenía algo que ver su físico? Porque cuantos más minutos pasaba a su lado, más atractivo e interesante le parecía. «Vigila, no va a quedarse», se recordó.

La distrajo la llamada entrante de su teléfono privado, por lo que tuvo que concentrarse en la voz chillona del otro lado del teléfono mientras intentaba disimular una mueca de disgusto. Podía considerar a Rebecca como una amiga, no muy cercana, pero amiga al fin y al cabo. Aunque no era el momento más adecuado para una charla transoceánica, escucharla llorar hacía que se concentrara en ella y olvidara todo lo demás. El problema con Rebecca siempre era el mismo y por eso se disgustaba tanto. El novio de esta, Tomy, pianista en una orquestra de música clásica y barroca, encontraba consuelo, por decirlo con delicadeza, en brazos de cualquier mujer entre los dieciocho y los cincuenta años. ¿Quién se podría imaginar que un hombre de aspecto tan sobrio y delicado resultara ser todo un Casanova? Pero la culpa de todo, a su modo de ver, era de su amiga, que hacía tiempo que ya debería haber roto con él. Sin embargo, por mucho que la aconsejara en ese sentido, Rebecca hacía caso omiso y cada cierto tiempo llamaba quejándose con infinita amargura. Intentó tranquilizarla todo lo que pudo y al final los lloros cesaron. Justo a tiempo, porque acababan de llegar a los estudios y ya iba con suficiente demora. Colgó y metió el teléfono plateado en el bolso mientras sacaba otro de color blanco. Se lo tendió a Max. —¿Debo llamar a alguien en particular? —le preguntó este mientras una sombra de duda cruzaba por sus ojos. Bajaron del coche y se encaminaron hacia el estudio número ocho, donde se llevarían a cabo los ensayos, pero también los rodajes de interior. —Este, «señor Experiencia» —continuó andando a golpe de tacón sin dignarse a mirarlo—, es tu arma de trabajo. Vas a llevarlo siempre contigo y cogerás todas —se giró hacia él— y remarco todas las llamadas, ya sea de día o de noche. ¿Entendido? No esperó respuesta y entró en el edificio sin esperarle. —¡Tachán! —anunció cuando llegó al centro del estudio. El director de la miniserie alzó la cabeza, sonrió y se acercó a saludarla. —¡Alexa, bienvenida! —¡Hola, William! —dejó que el hombre tomara sus manos y le diera un beso en la mejilla izquierda. Se había entrevistado con él en diferentes ocasiones para hablar del proyecto y de su personaje en la miniserie y ya entonces pudo comprobar que se llevarían a las mil maravillas. William era, además de encantador, un gran director que contaba en su haber con varias adaptaciones de obras literarias de corte romántico y películas de gran éxito. Cuando Fisher se puso en contacto con ella el año anterior para ofrecerle un papel en la miniserie Dilema, rehusó interpretarlo por dos motivos de peso: primero, porque su personaje sería secundario y segundo, porque debía volver a trabajar con Audrey Evans, ella sí, de protagonista. Consideraba que, dado lo mucho que le había costado llegar al punto donde ahora se encontraba su carrera, un papel secundario le sería perjudicial. Además, se negaba a trabajar con su antigua amiga, que tanto la había criticado en el pasado. Su representante puso el grito en el cielo y casi le exigió que aceptase.

Uno a uno, desmontó todos los argumentos que ella esgrimió en contra. La productora RH Shark trabajaba para la BBC, quien emitiría la miniserie. Todo el mundo sabía del prestigio de la cadena de televisión y de los éxitos que lanzaba a la pantalla. Además, después de tanto tiempo alejada de su país sería bueno que el público inglés volviera a confiar en ella, aunque para eso tuviera que rodar con Audrey. Eran dos razones importantes por las que ahora volvía a vivir en Londres, aunque no todas. De repente fue consciente de la audiencia allí congregada y se dejó arrastrar por el director para ser presentada a los actores que habían sido convocados.

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