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Un Amante de Ensueño – Sherrilyn Kenyon

Estar atrapado en un dormitorio con una mujer es algo maravilloso. Estar atrapado en cientos de dormitorios durante más de dos mil años, no lo es. Y ser maldecido y encerrado en un libro para ser convocado como esclavo sexual, puede arruinar incluso a quien un día fuera un guerrero espartano. Pero cuando fui convocado para cumplir las fantasías sexuales de Grace Alexander, ella fue la primera mujer en la historia que me vio como un hombre. Se molestó en sacarme del dormitorio y mostrarme el mundo. Me enseñó a amar de nuevo. Pero yo no nací para conocer el amor. Fui maldecido para caminar solo durante toda la eternidad. Hace mucho tiempo que acepte mi sentencia. Ahora he encontrado a Grace, ¿pero puede romper una maldición de más de dos mil años? — JULIAN DE MACEDONIA —


 

Poseedor de una fuerza suprema y de un valor sin parangón, fue bendecido por los dioses, amado por los mortales y deseado por todas las mujeres que posaron los ojos en él. Era un hombre que no reconocía leyes ni mostraba clemencia alguna. Su habilidad en la batalla y su intelecto superior rivalizaban con los de los mismísimos Aquiles, Ulises y Hércules. De él se escribió que ni tan siquiera el poderoso Ares en persona podría derrotarlo en la lucha. Y por si el don del poderoso dios de la guerra no hubiera sido suficiente, también se decía que la diosa Afrodita en persona besó su mejilla al nacer y se aseguró de que su nombre quedase grabado para siempre en la memoria de los mortales. Bendecido por el divino toque de Afrodita, se convirtió en un hombre al que ninguna mujer podía negarle el uso de su cuerpo. Porque en lo referente al sublime Arte del Amor, no tenía igual: su resistencia iba más allá de la de cualquier mero mortal; sus ardientes y salvajes deseos no podían ser doblegados. Ni rechazados. De piel y cabellos dorados, y con los resplandecientes ojos de un guerrero, de él se comentaba que su sola presencia era suficiente para satisfacer a las mujeres y que un solo roce de su mano proporcionaba un indecible placer. Nadie podía resistirse a su encanto. Y así, los celos arrojaron sobre él una maldición. Una que jamás podría romperse. Como la del pobre Tántalo, su condena fue eterna: obligado a buscar su propia satisfacción sin poder alcanzarla nunca. Obligado a anhelar las caricias de aquella que lo invocara y a proporcionarle un placer exquisito y supremo. De luna a luna, y acería junto a una mujer y le haría el amor hasta que se viera obligado de nuevo a abandonar este mundo. Pero hay que tener cuidado, porque una vez que se conocen sus caricias, quedan impresas en la memoria de su amante.


Ningún otro hombre podrá satisfacerla jamás. Porque ningún simple mortal puede ser comparado con un hombre de tal apostura. De tal pasión. De tan denodada sensualidad. Contempla al maldito. Julian de Macedonia. Apriétalo contra tu pecho y pronuncia su nombre tres veces cuando llegue la medianoche bajo la luz de la luna llena. Él vendrá a ti y, hasta la siguiente luna, su cuerpo estará a tu disposición. Su único objetivo será complacerte, servirte. Saborearte. Entre sus brazos aprenderás el verdadero significado de la palabra paraíso. 1 —Cielo, tú lo que necesitas es que te echen un buen polvo. Grace Alexander se encogió al escuchar el grito de Selena en mitad del pequeño café de Nueva Orleans, donde se encontraban apurando los restos de un almuerzo consistente en judías rojas con arroz. Por desgracia para ella, la voz de su amiga poseía un encantador timbre agudo que podía hacerse oír incluso en mitad de un huracán. Y que en esa ocasión fue seguido de un repentino silencio en el atestado local. Al echar un vistazo a las mesas cercanas, Grace percibió que los hombres dejaban de hablar y se giraban para observarlas con mucho más interés del que a ella le habría gustado. ¡Por el amor de Dios! ¿Es que Selena nunca va a aprender a hablar en voz baja? Y lo que es peor, ¿qué va a hacer ahora, quitarse la ropa y bailar desnuda sobre las mesas?, pensó. Otra vez. Por enésima vez desde que se conocieran, Grace deseó que Selena fuera capaz de sentir vergüenza. Pero su vistosa y a menudo extravagante amiga no conocía el significado de dicha palabra. Grace se cubrió la cara con las manos e intentó no hacer caso a los curiosos mirones. Se sentía consumida por un deseo irrefrenable de deslizarse bajo la mesa, acompañado de una urgencia aún mayor de darle una buena patada a Selena. —¿Por qué no hablas un poquito más alto, Lanie? —murmuró—. Supongo que los hombres de Canadá no habrán podido escucharte. —Bueno, yo no estoy tan seguro —dijo el guapísimo camarero moreno al detenerse junto a su mesa—.

Lo más probable es que se dirijan hacia aquí mientras hablamos. Un calor abrasador tomó por asalto las mejillas de Grace al contemplar la diabólica sonrisa que le dedicó el camarero, que a todas luces estaba en edad de acudir a la universidad. —¿Puedo ofrecerles algo más, señoras? —preguntó antes de volver a mirar a Grace—. O para ser más exactos, ¿hay algo que pueda hacer por usted, señora? ¿Qué tal si me traes una bolsa con la que taparme la cabeza y un garrote para atizar a Lanie?, pensó Grace. —Creo que y a hemos acabado —respondió con la cara como un tomate. Mataría a Selena por aquello, sin lugar a dudas—. Solo necesitamos la cuenta. —Muy bien —dijo antes de sacar la nota para escribir algo en la parte superior del papel. La colocó justo delante de Grace—. Puede hacerme una llamadita si necesita cualquier otra cosa. Una vez que el camarero se hubo marchado, Grace se dio cuenta de que el chico había anotado su nombre y su teléfono en la parte superior del recibo. Selena le echó un vistazo y soltó una carcajada. —Espera y verás —le dijo Grace, reprimiendo una sonrisa mientras calculaba el importe de la mitad de la cuenta con su Palm Pilot—. Me las pagarás por esto. Selena pasó por alto la amenaza y se dedicó a buscar el dinero en su bolso adornado con cuentas. —Ya, ya, eso lo dices ahora; pero si yo estuviese en tu lugar, marcaría el número. Ese chico es monísimo. —Jovencísimo, querrás decir —corrigió Grace—. Y creo que voy a pasar. Lo último que necesito es que me encierren por corrupción de menores. Selena echó un vistazo hacia el lugar donde el camarero esperaba con una cadera apoyada en la barra. —Sí, pero ese don « Soy Igualito a Brad Pitt» que está ahí enfrente bien vale la pena. Me pregunto si tendrá algún hermano mayor… —Y yo me pregunto cuánto estaría dispuesto a pagar Bill por saber que su mujer se ha pasado todo el almuerzo comiéndose con los ojos a un chaval. Selena resopló mientras dejaba el dinero sobre la mesa. —No me lo estoy comiendo con los ojos en propio beneficio.

Lo hago en el tuy o. Después de todo, era de tu vida sexual de lo que hablábamos. —Vale, pues mi vida sexual funciona a las mil maravillas y no le interesa a la gente de este restaurante. —Y tras soltar el dinero en la mesa, cogió el último trozo de queso y se encaminó hacia la puerta. —No te cabrees —le dijo Selena mientras salía tras ella a la calle para incorporarse a la multitud de turistas y lugareños que atestaban Jackson Square. Las notas de jazz de un solitario saxofón se escucharon por encima de la cacofonía de voces, caballos y motores de automóviles al mismo tiempo que una oleada del típico calor de Louisiana las recibía al salir a la calle. Haciendo todo lo posible para pasar por alto el bochorno que hacía el aire casi irrespirable, Grace se abrió camino entre la multitud y los tenderetes ambulantes dispuestos a lo largo de la valla de hierro que rodeaba Jackson Square. —Sabes que es cierto —le dijo Selena en cuanto estuvo a su lado—. Lo que quiero decir es que, por el amor de Dios, Grace, ¿cuánto hace desde la última vez? ¿Dos años? —Cuatro —contestó ella con aire ausente—. Pero ¿a quién le interesa llevar la cuenta? —¿Cuatro años sin sexo? —repitió Selena con incredulidad y a voz en grito. Varios mirones se detuvieron para observar con curiosidad a Selena y a Grace. Ajena como de costumbre a la atención que despertaban, Selena siguió con su diatriba. —No me irás a decir que has olvidado que estamos en plena Era de la Electrónica, ¿verdad? O sea, vamos a ver: ¿alguno de tus pacientes sabe que llevas tanto tiempo sin sexo? Grace acabó de tragarse el trozo de queso y miró a Selena con cara de pocos amigos. ¿Es que tenía la intención de pregonarlo para que toda persona o caballo que pasara por la zona pudiera enterarse? —Baja la voz —le dijo antes de añadir con sequedad—: No creo que sea de la incumbencia de mis pacientes si soy o no la reencarnación de la Virgen. Y con respecto a la Era de la Electrónica, no quiero tener una relación con algo que funciona a pilas y viene acompañado de una etiqueta con advertencias. Selena soltó un bufido. —Ya, bueno, pues déjame decirte una cosa: la may oría de los hombres tendrían que venir acompañados de una etiqueta con advertencias. —Alzó las manos para enmarcar la siguiente afirmación—: « Atención, por favor, Alerta Psicótica. Yo, macho-man, soy propenso a sufrir horribles cambios de humor y a poner caras largas; además, poseo la habilidad de decir la verdad a una mujer sobre su peso sin previo aviso» . Grace soltó una carcajada. Había soltado de carrerilla en innumerables ocasiones ese discursito sobre las etiquetas que deberían llevar los hombres. —Vaya, y a lo entiendo, Doctora Amor —dijo Selena, imitando la voz de la doctora Ruth, la conocida sexóloga que aparecía tanto en la radio como en la televisión—. Usted se limita a sentarse y a escuchar cómo sus pacientes le largan todos los detalles íntimos de sus encuentros sexuales, mientras que en lo personal vive como un miembro vitalicio del Club de las Bragas de Teflón. —Dejó de forzar el falso acento y añadió—: No puedo creer que después de todo lo que has escuchado en tus sesiones no haya nada que consiga revolucionarte las hormonas. Grace la miró con una chispa de humor en los ojos.

—Mira, soy sexóloga. No me beneficiaría mucho que mis pacientes se dedicaran a hacerme experimentar la petite mort mientras echan fuera todos sus problemas. En serio, Lanie, perdería el título. —Vale, pero no entiendo cómo puedes aconsejarles en algo cuando ni siquiera te acercas a un hombre. Grace hizo una mueca y se encaminó hacia el lado opuesto de la plaza, dejando atrás el Centro de Información Turística para llegar hasta el lugar donde Selena había instalado el puestecillo en el que echaba las cartas del tarot y leía las líneas de la mano. Suspiró al llegar al tenderete, que no era más que una mesa cubierta con una faldilla de color morado intenso. —Sabes que no me importaría quedar con un hombre por el que mereciera la pena depilarse las piernas. Pero la mayoría resulta ser una pérdida de tiempo tan evidente que prefiero sentarme en el sofá y ver las reposiciones de Barrio Sésamo. Selena la miró con irritación. —¿Qué tenía de malo Gerry? —Le olía fatal el aliento. —¿Y Jamie? —Le encantaba hurgarse en la nariz. Sobre todo durante la cena. —¿Tony ? Grace se limitó a mirar a su amiga. Selena levantó las manos en un gesto defensivo. —Vale, puede que tuviera un pequeño problema con lo de las apuestas. Pero, a decir verdad, todos necesitamos un hobby. Grace la miró echando chispas por los ojos. —Oy e, Madame Selene, ¿ya has regresado de almorzar? —le preguntó Sunshine desde el puestecillo de al lado, donde vendía objetos de cerámica y dibujos hechos por ella. Sunshine era unos años más joven que ellas, tenía una larga melena negra y siempre llevaba ropas que a Grace le hacían pensar que estaba delante de un hada. Aquel día su vestimenta consistía en una diáfana falda blanca, que habría resultado obscena de no ser por los leotardos rosados que llevaba debajo, y una preciosa camisa de estilo medieval. —Sí, ya he vuelto —respondió Selena mientras se arrodillaba para abrir la tapa del carrito de la compra que todas las mañanas aseguraba a la verja de hierro con una de esas cadenas para las bicicletas—. ¿Me he perdido algo interesante durante mi ausencia? —Un par de chicos cogieron una de tus tarjetas y dijeron que regresarían después de comer. —Gracias. —Selena guardó el monedero en el carro antes de sacar la caja azul de puros donde metía el dinero, el pañuelo de seda negra que contenía las cartas del tarot y un delgado aunque gigantesco libro con tapas de cuero marrón que Grace no había visto nunca. Selena se colocó su enorme sombrero de paja, se dio la vuelta y se puso en pie.

—¿Tus artículos tienen los precios marcados? —le preguntó a Sunshine. —Sí —respondió la chica mientras cogía su monedero—. Sigo diciendo que trae mala suerte; pero al menos así si alguien quiere saber lo que valen cuando no estoy, puede mirarlo. Un motero de aspecto rudo detuvo su moto al borde del arcén. —¡Oye, Sunshine! —gritó el hombre—. Mueve el culo y ven aquí de una vez. Tengo hambre. La chica lo saludó con la mano sin demostrar mucho interés. —No te embales y relájate, Harry, o comerás tú solo —le contestó mientras caminaba sin prisas hacia él y se subía a la parte trasera de la moto. Grace meneó la cabeza al verlos. Sunshine necesitaba mucho más que ella que alguien le diera un par de consejos acerca de los hombres con los que quedaba. Los siguió con la mirada hasta que dejaron atrás el Cafe du Monde. —Mmm… Un beignet sería un postre estupendo. —La comida no es un sustituto del sexo —le dijo Selena mientras colocaba las cartas y el libro sobre la mesa—. ¿No es eso lo que siempre dices…? —De acuerdo, y a has dejado claro tu punto de vista. Pero, en serio, Lanie, ¿a qué viene este repentino interés por mi vida sexual o, mejor dicho, por mi falta de ella? Selena cogió el libro. —A que tengo una idea. A pesar del calor agobiante, la respuesta de su amiga consiguió que un escalofrío la recorriera de arriba abajo. Y Grace no era de las que se asustaba con facilidad. Bueno, siempre y cuando no apareciera Selena con una de sus extravagantes ideas. —¿No será otra sesión de espiritismo? —No, esto es aún mejor. Grace se encogió para sus adentros y comenzó a preguntarse qué estaría haciendo en esos momentos de haber tenido una compañera de habitación normal el primer año en Tulane, en lugar de la impulsiva Selena, aspirante a gitana. De algo estaba segura: no estaría discutiendo acerca de su vida sexual en medio de una calle llena de gente. En ese preciso instante fue más consciente que nunca de lo diferentes que eran. Ella soportaba aquel calor húmedo con un ligero vestido de seda color crema sin mangas de Ralph Lauren y llevaba el pelo oscuro recogido en un sofisticado moño.

En cambio, Selena llevaba una larga y vaporosa falda negra con un ceñido top de tirantes morado que apenas cubría sus generosos senos. El pelo castaño y rizado, que le llegaba a los hombros, estaba recogido con un pañuelo de seda negra moteado como la piel de leopardo. El atuendo se completaba con unos enormes pendientes de plata en forma de luna llena que casi le llegaban a los hombros. Por no mencionar el yacimiento de plata que se había colocado en ambas muñecas en forma de un centenar y medio de pulseras. Pulseras que tintineaban cada vez que se movía. La gente siempre había reparado en sus diferencias físicas, pero ella sabía que Selena escondía una mente astuta y una gran inseguridad bajo su « exótico» atuendo. Por dentro, se parecían mucho más de lo que cualquiera podría imaginar. Excepto por la extraña creencia que Selena había desarrollado por el ocultismo. Y por el insaciable apetito sexual de su amiga. Tras acercarse a ella, Selena obligó a Grace a sujetar el libro entre sus poco dispuestas manos y comenzó a pasar las hojas. Grace hizo todo lo que pudo para no dejarlo caer. Y para no poner los ojos en blanco. —Encontré esto el otro día en esa vieja librería que hay junto al Museo de Cera. Estaba cubierto por una montaña de polvo. Trataba de encontrar un libro sobre psicometría cuando de repente vi este y voilà! —Selena señaló de manera triunfal una página. Grace miró el dibujo y se quedó con la boca abierta. Jamás había visto algo parecido. El hombre del dibujo era fascinante y la pintura estaba realizada con asombroso detalle. De no ser por las profundas marcas de impresión que había dejado el lápiz en la página al realizar el dibujo, habría jurado que en realidad era una fotografía de alguna antigua estatua griega. No, se corrigió, de algún dios griego. Estaba claro que ningún mortal podría tener jamás tan magnífico aspecto. De pie y desnudo en toda su gloria, el tipo exudaba poder, autoridad y una aplastante y salvaje sexualidad. Pese al aire indiferente de su postura, el hombre parecía un depredador listo para pasar a la acción en cualquier momento. Las venas se marcaban en ese cuerpo que prometía una fuerza inigualable, concebida específicamente para proporcionar placer a una mujer. Con la boca seca, Grace paseó su mirada por esos músculos, que tenían el tamaño perfecto en proporción a su altura y peso.

Contempló la profunda hendidura que separaba los duros pectorales y bajó la vista hasta el abdomen con forma de tableta de chocolate que parecía suplicar las caricias de una mano femenina. Y entonces llegó al ombligo. Y después a… Bueno, nadie se había molestado en tapar aquello con una hoja de parra. ¿Y para qué iban a hacerlo? ¿Quién en su sano juicio iba a querer ocultar unos atributos masculinos tan estupendos? Puestos a pensar, ¿quién necesitaría un artilugio con pilas si tenía aquello en su casa? Grace se humedeció los labios antes de volver a contemplar su rostro. Al examinar con atención esos rasgos marcados y apuestos en los que se adivinaba el atisbo de una sonrisa diabólica, le vino a la mente la imagen de una ligera brisa que agitaba esos mechones castaños, dorados por el sol y que los enredaba alrededor de un cuello especialmente pensado para cubrirlo de besos; la imagen de unos penetrantes ojos azules mientras el hombre alzaba una lanza de hierro sobre su cabeza y comenzaba a gritar. De repente, sintió un estremecimiento en el aire cálido y denso que la rodeaba; un estremecimiento que pareció acariciar las zonas de su piel que no estaban cubiertas. Casi podía escuchar el timbre profundo de la voz del hombre y sentir que unos musculosos brazos la envolvían y la apretaban contra un pecho duro como una roca, mientras su cálido aliento le rozaba la oreja. Sintió que unas manos fuertes y expertas recorrían su cuerpo y le proporcionaban un deleite exquisito mientras buscaban el más íntimo de los lugares. Notó un escalofrío en la espalda y su cuerpo comenzó a palpitar en zonas donde ella no sabía que pudiese hacerlo. Era una necesidad feroz y exigente que no había experimentado jamás. Parpadeó y echó un vistazo a Selena para ver si también ella se había visto afectada del mismo modo. Pero si así era, no daba señales de ello. Debía de estar alucinando. ¡Eso era! Las especias de las judías habían llegado hasta su cerebro y lo habían convertido en papilla. —¿Qué opinas de él? —le preguntó Selena cuando por fin la miró a los ojos. Grace se encogió de hombros en un esfuerzo por controlar la hoguera que abrasaba su cuerpo. Aun así, sus ojos se empeñaban en regresar a las perfectas formas del hombre. —Se parece a un paciente que atendí ayer. Bueno, no era del todo cierto… El chico que había estado en su consulta era bastante atractivo, pero ni por asomo tanto como el hombre del dibujo. ¡No había conocido a nadie como él en toda su vida! —¿De verdad? —Los ojos de Selena adquirieron un matiz oscuro que pronosticaba el comienzo de su sermón acerca de las oportunidades de conseguir una cita y la intervención del destino. —Sí —dijo con el fin de interrumpir a su amiga antes de que pudiese comenzar a hablar—. Me dijo que era una lesbiana atrapada en el cuerpo de un hombre. La expresión esperanzada de Selena se vino abajo. Le quitó el libro de las manos y lo cerró de golpe antes de dedicarle a Grace una mirada rebosante de irritación. —Qué gente más rara conoces.

—Y al ver que Grace arqueaba una ceja, añadió—: Ni se te ocurra decirlo —masculló mientras ocupaba su sitio habitual tras la mesa. Colocó el libro boca abajo a su lado—. Hazme caso: esto —afirmó dando dos golpecitos al libro— es lo que estás buscando. Grace estudió con detenimiento a su amiga mientras pensaba en lo convincente que parecía Madame Selene, la autoproclamada Señora de la Luna, allí sentada detrás de la mesa morada con las cartas del tarot delante y el misterioso libro bajo la mano. En ese momento, casi habría podido creer que Selena era de verdad una gitana con poderes sobrenaturales. De haber creído en esas cosas, claro. —Vale —dijo Grace, dándose por vencida—. Deja de andarte por las ramas y dime qué tienen que ver ese libro y ese dibujo con mi vida sexual. El rostro de Selena adoptó una expresión de lo más seria. —El tipo que te he enseñado… Julian… es un esclavo sexual griego que está obligado a consagrarse y someterse a aquella que lo invoque. Grace estalló en carcajadas. Sabía que estaba siendo muy maleducada, pero no podía evitarlo. Pese a todas sus particularidades, a Grace le resultaba imposible aceptar que una mujer premiada con la beca Rhodes, con una licenciatura en Historia Antigua y otra en Física, crey era en algo tan ridículo. —No te rías. Lo digo en serio. —Lo sé y eso es lo que me hace tanta gracia. —Se aclaró la garganta y se puso seria—. Vale, ¿qué tengo que hacer? ¿Quitarme la ropa y bailar desnuda en Pontchartrain a medianoche? —Las comisuras de su boca se curvaron un poco a pesar de la oscura advertencia que leía en los ojos de Selena—. Tienes razón: así conseguiría una buena sesión de sexo, pero no creo que fuese con un espléndido esclavo sexual griego. El libro se cayó de la mesa. Selena dio un grito, se levantó de un salto y tiró la silla. Grace se quedó con la boca abierta. —Lo has empujado con el codo, ¿verdad? Con los ojos abiertos como platos, Selena negó muy despacio con la cabeza. —Confiésalo, Lanie. —Yo no he hecho nada —dijo con una expresión mortalmente seria—.

Creo que lo acabas de ofender. Agitando la cabeza ante semejante necedad, Grace sacó las gafas de sol y las llaves del bolso. Sí, claro, igual que aquella vez en la facultad, cuando Lanie la había convencido de que jugaran a la ouija y lo había amañado todo para que pronosticara que se iba a casar con un dios griego al cumplir los treinta y que iba a tener seis hijos con él. Incluso a esas alturas, Selena se negaba a admitir que había sido ella quien dirigiera el puntero. Y en ese preciso momento hacía demasiado calor bajo el implacable sol de agosto para discutir. —Mira, debo regresar a la consulta. Tengo una cita a las dos en punto y no quiero pillar un atasco —le dijo mientras se ponía las Ray -Ban—. ¿Sigues queriendo venir esta noche? —No me lo perdería por nada del mundo. Llevaré el vino. —Bien, entonces te veo a las ocho. —Hizo una larga pausa antes de añadir—: Saluda a Bill de mi parte y dale las gracias por dejarte venir a casa en mi cumpleaños. Selena observó cómo se alejaba y sonrió. —Espera a ver tu regalo —susurró antes de recoger el libro del suelo. Pasó la mano por la suave tapa de cuero repujado y quitó unas cuantas motas de polvo. Lo abrió de nuevo para observar una vez más aquel maravilloso dibujo y aquellos ojos que habían sido dibujados con tinta negra y que, pese a todo, daban la impresión de ser de un profundo azul cobalto. En esa ocasión, su hechizo funcionaría. Estaba segura. —Te gustará Grace, Julian —le susurró al hombre mientras recorría con los dedos su cuerpo perfecto—. Pero debo advertirte algo: acabaría con la paciencia de un santo. Y te aseguro que traspasar sus defensas te va a resultar más difícil que abrir una brecha en la muralla de Troy a. Aun así, sigo creyendo que si alguien puede ay udarla, ese eres tú. Sintió que el libro desprendía una súbita oleada de calor bajo su mano y supo por instinto que era la forma en que Julian le mostraba su acuerdo. Grace estaba convencida de que era una chiflada por creer en esas cosas, pero siendo la séptima hija de una séptima hija y con la sangre gitana que corría por sus venas, Selena sabía muy bien que había ciertas cosas en la vida que desafiaban cualquier explicación. Ciertas corrientes de energía misteriosa que fluían y manaban sin ser percibidas, a la espera de que alguien las canalizara. Y esa noche habría luna llena.

Devolvió el libro a la seguridad del carrito de la compra y lo cerró con llave. Tenía la certeza de que había sido el destino quien había llevado el libro hasta ella. Había sentido su llamada tan pronto como se acercó a la estantería donde se encontraba. Puesto que llevaba dos años felizmente casada, sabía que el libro no era para ella. Tan solo la estaba usando para llegar a donde necesitaba ir. Hasta Grace. Su sonrisa se ensanchó al imaginarse lo que sería tener a su disposición durante todo un mes a ese esclavo sexual griego tan increíblemente apuesto… Sí, ese sería sin duda un cumpleaños que Grace recordaría durante el resto de su vida. 2 Unas horas más tarde, Grace soltó un suspiro al abrir la puerta de su chalet de dos plantas y poner el pie en el suelo encerado del vestíbulo. Dejó el montón de cartas que llevaba en la mano sobre la antigua mesa de alas abatibles que decoraba el rincón adyacente a la escalera, antes de cerrar la puerta y arrojar las llaves junto a la correspondencia. Mientras se quitaba a tirones los zapatos negros de tacón, el silencio resonó en sus oídos y se le formó un nudo en la garganta. Todas las noches la misma rutina insípida: entrar a un hogar vacío, dejar el correo sobre la mesa, subir la escalera para cambiarse de ropa, tomar una cena ligera, clasificar el correo, leer un libro, llamar a Selena, comprobar el contestador e irse a la cama. Selena tenía razón: su vida no era más que un aburrido y escueto tratado sobre la monotonía. A los veintinueve años, Grace estaba harta de su vida. Qué leches, incluso Jamie, el buscador de tesoros nasales, comenzaba a parecerle atractivo. Bueno, tal vez Jamie no, y menos su nariz; pero seguro que había alguien ahí afuera en algún lugar que no era un cretino. ¿O no? Mientras subía las escaleras, decidió que vivir sola no era tan horrible. Al menos, podía dedicarle mucho tiempo a sus hobbies. O a la búsqueda de alguno, pensó mientras caminaba por el pasillo que conducía a su dormitorio. Algún día encontraría de verdad algo con lo que entretenerse. Atravesó el dormitorio, dejó caer los zapatos junto a la cama y se cambió de ropa en un santiamén. Acababa de recogerse el pelo en una coleta cuando sonó el timbre. Bajó de nuevo la escalera para dejar pasar a Selena. Tan pronto como abrió la puerta, su amiga soltó con voz airada: —No irás a ponerte eso esta noche, ¿verdad? Grace echó un vistazo a los agujeros de sus vaqueros y a la enorme camiseta de manga corta que llevaba. —¿Desde cuándo te preocupa mi aspecto? —Y entonces vio el libro en la enorme cesta de mimbre que Selena utilizaba para llevar las compras—. Puf, ese libro otra vez no.

Con una expresión un tanto irritada, Selena le contestó: —¿Sabes cuál es tu problema, Gracie? Grace miró al techo, rogando a los cielos un poco de ay uda. Por desgracia, no llegó ninguna. —¿Cuál? ¿Que no me trastorna la luz de la luna y que no arrojo mi gordo y pecoso cuerpo sobre cualquier hombre que conozco? —Que no tienes ni idea de lo encantadora que eres en realidad. Mientras Grace se quedaba allí plantada, muda de asombro ante el inusual comentario, Selena llevó el libro a la sala de estar y lo colocó sobre la mesita de café. A continuación, sacó el vino de la cesta y se dirigió a la cocina. Grace no se molestó en seguirla. Había encargado una pizza antes de salir del trabajo y además sabía que Selena tan solo estaba buscando unas copas. Como impulsada por un resorte invisible, Grace se acercó a la mesita donde se hallaba el libro. De forma inconsciente, extendió la mano. Cuando tocó la suave cubierta de cuero, habría jurado que acababa de sentir una caricia en la mejilla. Aquello era ridículo. Tú no crees en esta basura, pensó. Pasó la mano por el cuero, liso y perfecto, y cayó en la cuenta de que no había ni título ni ninguna otra inscripción. Levantó la cubierta. Era el libro más extraño que había visto en su vida. Parecía que las páginas hubieran formado parte en un principio de un rollo de pergamino que más tarde había sido transformado en un libro. El amarillento papel emitió un ligero crujido bajo sus dedos cuando pasó la primera página, donde descubrió un intrincado emblema en espiral pintado a mano en el que se apreciaba la intersección de tres triángulos junto a una fascinante imagen de tres mujeres unidas por espadas. Frunció el ceño y recordó de forma vaga que aquello era una especie de símbolo griego. Aún más intrigada que antes, pasó unas cuantas páginas y descubrió que el libro estaba completamente en blanco, salvo por aquellas tres hojas… Qué extraño, pensó. Debía de haber sido una especie de cuaderno de bocetos de un pintor o de un escultor, decidió. Esa sería la única explicación de que las páginas estuvieran en blanco. Habría sucedido algo antes de que el artista tuviera oportunidad de añadir algo más al libro. Sin embargo, eso no acababa de explicar por qué el papel parecía mucho más antiguo que la encuadernación… Pasó las páginas hacia atrás hasta llegar al dibujo del hombre y observó con atención la inscripción que había encima, pero no pudo sacar nada en claro. Al contrario que Selena, ella huyó de las clases de lenguas antiguas en la facultad como de la peste; y de no haber sido por su amiga, jamás habría aprobado aquella parte de las asignaturas troncales. —A mí me parece griego, sin duda alguna —dijo en voz baja cuando volvió a mirar al hombre.

Era sorprendente. Tan perfecto e incitante. Tan increíblemente sexy… Cautivada por completo, se preguntó cuánto tiempo se tardaría en hacer un dibujo tan perfecto. Alguien debía de haber pasado años dedicado a la tarea, porque aquel tipo parecía estar a punto de saltar de la página del libro y meterse en su casa. Selena se detuvo en la entrada y observó cómo Grace miraba con atención a Julian. No la había visto tan embelesada en su vida. Bien. Tal vez Julian pudiese ay udarla. Cuatro años eran demasiado tiempo. Era evidente que Paul había sido un desaprensivo cerdo narcisista. Su insensibilidad hacia los sentimientos de Grace había llegado al punto de hacerla llorar la noche en que le arrebatara su virginidad. Y ninguna mujer merecía llorar. Mucho menos cuando estaba con alguien que había jurado quererla. Sin duda alguna, Julian sería bueno para Grace. Un mes con él y olvidaría todo lo referente a Paul. Y una vez que saboreara lo que era el verdadero sexo compartido, se libraría de la crueldad de Paul para siempre. Claro que primero Selena tenía que conseguir que su testaruda amiguita fuese un poco más transigente. —¿Has encargado la pizza? —le preguntó al tiempo que le ofrecía una copa de vino. Grace la cogió con un gesto distraído. Por alguna razón, no podía apartar los ojos del dibujo. —¿Gracie? Parpadeó y se obligó a levantar la mirada. —¿Qué? —Te he pillado mirando —bromeó Selena. Grace se aclaró la garganta. —¡Venga, por favor! No es más que un pequeño dibujo en blanco y negro. —Cielo, en ese dibujo no hay nada pequeño.

—Selena, eres mala. —Muy cierto. ¿Más vino? Y como si esa hubiera sido la señal, sonó el timbre. —Iré y o —dijo Selena antes de colocar el vino en la mesa del teléfono y dirigirse al recibidor. Unos minutos después, volvió a la salita. Grace dejó que el maravilloso aroma de la enorme pizza de pepperoni apartara sus pensamientos del libro. Y del hombre cuy a imagen parecía haberse grabado en su subconsciente. Sin embargo, no fue cosa fácil. De hecho, le resultaba más y más difícil con cada minuto que pasaba. ¿Qué narices le ocurría? Ella era la Reina de Hielo. Ni siquiera Brad Pitt o Brendan Fraser despertaban su libido. Y a ellos los veía en color. ¿Qué había de extraño en aquel dibujo? ¿Qué había de extraño en ese hombre? Le dio un mordisquito a la pizza y, a modo de desafío personal, se trasladó al sillón que había al otro lado de la estancia. Así estaba mejor. Les demostraría a Selena y al libro que era ella quien dominaba la situación. Después de cuatro porciones de pizza, dos pastelitos de chocolate, cuatro copas de vino y una película, se reían a mandíbula batiente tumbadas en el suelo sobre los cojines del sofá mientras veían Dieciséis velas. —Dices que es tu cumpleaños —comenzó a cantar Selena y acto seguido golpeó el suelo como si de unos bongos se tratara—. También es el mío. Un poco mareada por el vino, Grace le atizó en la cabeza con un cojín y se echó a reír como una tonta. —¿Gracie? —dijo Selena, que apenas conseguía reprimir la risa—. ¿Estás achispada? Se escuchó otra risilla de Grace. —Yo diría que agradablemente contenta. Maravillosamente contenta. Selena soltó una carcajada y le deshizo la coleta. —En ese caso, ¿estás dispuesta a hacer un pequeño experimento? —¡No! —gritó Grace con rotundidad mientras se metía los mechones sueltos de pelo tras las orejas—.

No quiero utilizar la ouija, ni hacer lo del péndulo; y te juro que si veo una sola carta del tarot o una runa, te vomitaré los pastelitos encima. Mordiéndose el labio, Selena cogió el libro y lo abrió. Las doce menos cinco, pensó. Sostuvo el dibujo en alto para que Grace lo observara y señaló aquel increíble cuerpo. —¿Qué opinas de él? Grace lo miró y sonrió. —Está muy bueno, ¿verdad? Bien, estaba claro que la cosa mejoraba por momentos. No era capaz de recordar la última vez que Grace le había dedicado un cumplido a un hombre. Movió el libro de forma juguetona frente al rostro de su amiga. —Venga, Gracie. Admítelo. Deseas a este bombón. —Si te digo que no le dejaría salir de mi cama ni a cambio de unas galletas saladas, ¿me dejarías en paz? —Es posible. ¿A qué más renunciarías por mantenerlo en tu cama? Grace puso los ojos en blanco y apoy ó la cabeza sobre un cojín. —¿A comer sesos de mono a la plancha? —Ahora soy y o la que va a vomitar. —No estás prestando atención a la película. —Lo haré si pronuncias este hechizo tan cortito. Grace alzó las manos y suspiró. Sabía que no merecía la pena discutir con Selena cuando tenía esa expresión. No se detendría hasta salirse con la suy a ni aunque les cay era un meteorito en ese mismo instante. Además, ¿qué había de malo? Había descubierto hacía y a mucho tiempo que ninguno de los estúpidos rituales y encantamientos de Selena funcionaba. —Vale, si así te sientes mejor, lo haré. —¡Genial! —gritó Selena y la agarró de un brazo para ponerla en pie—. Tenemos que salir al porche. —Muy bien, pero no voy a cortarle el cuello a un pollo y tampoco pienso beber nada asqueroso. Con la sensación de ser una niña a la que habían dejado dormir en casa de una amiga y que acababa de perder en el juego de Verdad-Atrevimiento, permitió que Selena la precediera a través de la puerta corredera de cristal que conducía al porche.

El aire húmedo llenó sus pulmones mientras los grillos cantaban y un millar de estrellas brillaban en lo alto. Grace supuso que era una noche perfecta para invocar a un esclavo sexual. Se rió por lo bajo al pensarlo. —¿Qué quieres que haga? —le preguntó a Selena—. ¿Pedir un deseo a un planeta? Selena negó con la cabeza y la colocó en mitad de un rayo de luna que se colaba entre los aleros del tejado. Le ofreció el libro abierto. —Apriétalo con fuerza contra tu pecho. —¡Ven conmigo, nene! —dijo Grace con fingido deseo mientras se apretaba el libro contra el pecho como si de un amante se tratara—. Me pones tan cachonda… Me muero de impaciencia por hincar los dientes en ese maravilloso cuerpo que tienes. Selena se echó a reír. —Basta. ¡Esto es serio! —¿Serio? Por favor… Estoy aquí fuera en mitad del porche el día de mi trigésimo cumpleaños, descalza, con unos vaqueros a los que mi madre les prendería fuego y abrazando un estúpido libro para invocar a un esclavo sexual griego del más allá. —Miró a Selena—. Solo conozco una manera de hacer que esto sea aún más ridículo… Sujetando el libro con una sola mano, Grace extendió los brazos a ambos lados del cuerpo, echó la cabeza hacia atrás y comenzó a rogar al oscuro cielo: —¡Oh, fabuloso esclavo sexual! Llévame contigo y haz lo que quieras de mí. Te ordeno que te levantes —dijo, alzando las cejas. Selena resopló. —No se hace así. Tienes que decir su nombre tres veces. Grace se enderezó. —Esclavo sexual, esclavo sexual, esclavo sexual. Con los brazos en jarras, Selena le lanzó una mirada furiosa. —Julian de Macedonia. —Vaya, lo siento. —Volvió a apretar el libro contra el pecho y cerró los ojos —. Ven y alivia el dolor que siento en la entrepierna, ¡oh, gran Julian de Macedonia, Julian de Macedonia, Julian de Macedonia! —Se volvió para mirar a Selena—.

¿Sabes? Es difícil pronunciarlo tan rápido tres veces seguidas. Sin embargo, su amiga no le prestaba la más mínima atención. Estaba muy ocupada mirando por todos lados, a la espera de la aparición de un apuesto desconocido griego. Grace no había hecho más que poner los ojos en blanco de nuevo cuando un ligero soplo de viento cruzó el patio y las envolvió con un suave aroma a sándalo. Se tomó un segundo para recrearse con aquella agradable fragancia antes de que se desvaneciera y la brisa volviera a traer el calor húmedo y pegajoso típico de una noche de agosto. De repente, se escuchó un sonido apagado procedente del patio trasero. Un débil susurro entre los arbustos. Arqueando una ceja, Grace examinó las plantas que se habían movido. Y en ese momento salió a relucir el diablillo que llevaba dentro. —Ay, Dios mío —murmuró antes de señalar hacia un arbusto del patio trasero—. ¡Selena, mira allí!

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