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Un Abismo en el Cielo – Vernor Vinge

Hacia el año 10.000, la civilización humana se ha escindido en dos grandes grupos: la cultura nómada de los innovadores comerciantes Qeng Ho, enfrentada a la ruda civilización de los Emergentes, y su tiránica sociedad basada en la tecnología de la esclavitud de las mentes. El enfrentamiento tendrá lugar ante la misteriosa estrella OnOff y frente a la perspectiva de grandes riquezas que promete el futuro comercio con la primera civilización alienígena encontrada por los seres humanos: las Arañas, que sobreviven en un planeta cuyo sol se apaga y vuelve a encenderse con rigurosa periodicidad.


 

La caza de El Hombre se extendió durante más de un centenar de años luz y ocho siglos. Siempre había sido una búsqueda secreta, desconocida incluso para alguno de los implicados. En los primeros años, no había sido más que preguntas cifradas ocultas en las emisiones de radio. Pasaron décadas y siglos. Había pistas, entrevistas con los compañeros de viaje de El Hombre, señales en media docena de direcciones contradictorias: El Hombre ahora estaba solo y se alejaba; El Hombre había muerto incluso antes de que se iniciase la búsqueda; El Hombre disponía de una flota de guerra y regresaba para caer sobre ellos. Con el tiempo, las historias más creíbles mostraban algo de consistencia. Las pruebas eran tan sólidas que varias naves cambiaron de rumbo y quemaron décadas de tiempo para buscar más pistas. Se perdieron fortunas por los desvíos y los retrasos, pero las pérdidas sólo la sufrieron unas pocas de las mayores Familias comerciales, y no se registraron. Ya eran más que ricos, y la búsqueda era tan importante que el dinero apenas importaba. Porque la persecución se había reducido: El Hombre viajaba solo, un conjunto vago de múltiples identidades, una cadena de trabajos únicos en pequeñas naves de carga, pero siempre penetrando cada vez más en ese extremo del Espacio Humano. La persecución se redujo a un centenar de años luz, a cincuenta, a veinte, y a una media docena de sistemas estelares. Y al final, la persecución alcanzó un único mundo en los confines del núcleo del Espacio Humano. Ahora Sammy podía justificar una flota para el final de la persecución. La tripulación y la mayoría de los propietarios no conocerían el verdadero propósito de la misión, pero tenía una buena oportunidad de dar por terminada la persecución. Sammy en persona descendió a Triland. Por una vez, tenía sentido que un Capitán de Flota realizase el trabajo de detalle: Sammy era el único de la flota que realmente había visto a El Hombre en persona. Y teniendo en cuenta la popularidad de su flota, podría superar cualquier tontería burocrática que se le presentase. Eran buenas razones… pero en cualquier caso Sammy hubiese bajado. He esperado tanto y en poco tiempo le tendremos. —¿Por qué debería ayudarle a encontrar a nadie? ¡No soy su madre! —El hombrecillo se había retirado al espacio interior de la oficina. Detrás de él había una puerta abierta cinco centímetros. Sammy entrevió a un niño que les miraba con miedo.


El hombrecillo cerró la puerta con firmeza. Miró furioso a los condestables de Silvicultura que habían precedido a Sammy en el edificio—. Se lo diré una vez más: hago negocios en la red. Si allí no encontró lo que busca, entonces y o no puedo ofrecérselo. —Perdóneme. —Sammy tocó en el hombro al condestable más cercano—. Perdóneme —se deslizó por entre las filas de sus guardaespaldas. El propietario veía que se acercaba alguien alto. Alargó la mano hacia la mesa. Señor. Si destruía las bases de datos que había distribuido por la red, no sacarían nada de él. Pero el gesto del tipo se congeló. Miró asombrado a Sammy. —¿Almirante? —Mm, « Capitán de Flota» , si no le importa. —¡Sí, sí! Le hemos visto en el noticiario todos los días. ¡Por favor! Siéntese. ¿Es usted la fuente de la pregunta? El cambio de modales fue como una flor que se abriese a la luz del sol. Aparentemente el Qeng Ho era tan popular entre los ciudadanos como en el Departamento de Silvicultura. En cuestión de segundos, el propietario —el « investigador privado» como se llamaba a sí mismo— había buscado registros y había iniciado programas de búsqueda. —… Mm. No tiene un nombre, o una buena descripción física, no más que una fecha probable de llegada. Vale, Silvicultura afirma que el tipo debe haberse convertido en alguien con el nombre de « Bidwel Ducanh» . —Miró de lado a los condestables silenciosos y sonrió—. Son muy buenos para llegar a conclusiones tontas a partir de información insuficiente. En ese caso… —Hizo algo con el programa de búsqueda—.

Bidwel Ducanh. Sí, ahora que lo busco recuerdo haber oído hablar de ese tipo. Hace sesenta o cien años se labró un nombre. —Una figura llegada de ninguna parte, con una cantidad moderada de dinero y una gran habilidad para la promoción personal. En un periodo de treinta años se había ganado el apoyo de varias corporaciones importantes e incluso el favor del Departamento de Silvicultura—. Ducanh afirmaba ser una persona de ciudad, pero no era un luchador por la libertad. Quería invertir dinero en un loco plan a largo plazo. ¿Qué era? Quería… —El investigador privado levantó la vista para mirar un momento a Sammy—. ¡Quería financiar una expedición a la estrella OnOff! Sammy se limitó a asentir. —¡Maldición! Si hubiese tenido éxito, una expedición de Triland estaría ya a medio camino de allí. —El investigador permaneció en silencio durante un momento, aparentemente meditando sobre la oportunidad perdida. Volvió a mirar los registros—. Y, como sabe, casi lo consigue. Un mundo como el nuestro tendría que ir a la bancarrota para salir a las estrellas. Pero hace sesenta años, una única nave estelar Qeng Ho visitó Triland. Evidentemente, no querían alterar su itinerario, pero algunos de los que apoyaban a Ducanh esperaban que la nave apoy ase la idea. Ducanh se negó siquiera a considerar la idea, ni siquiera quiso hablar con el Qeng Ho. Después de eso, Bidwel Ducanh perdió gran parte de su credibilidad… Desapareció. Todo eso estaba en los registros del Departamento de Silvicultura. Sammy dijo: —Sí. Me interesaba saber dónde se encuentra ahora ese individuo —no ha llegado ningún vehículo interestelar al sistema de Triland en sesenta años. ¡Está aquí! —Ah, ¿así que supone que podría tener información extra, algo que podría ser útil después de lo sucedido en los últimos tres años? Sammy resistió el impulso de la violencia. Ahora un poco más de paciencia, ¿qué más podría costar después de siglos de espera? —Sí —dijo, benigno y juicioso—, sería mejor cubrir todos los ángulos, ¿no cree? —Cierto. Ha venido al sitio adecuado. Conozco detalles de la ciudad que la gente de Silvicultura no se molesta en registrar.

Realmente deseo ayudar. — Estaba realizando una especie de análisis, así que no era una total pérdida de tiempo—. Esos mensajes de radio alienígenas van a cambiar nuestro mundo, y quiero que mis hijos… El investigador frunció el ceño. —¡Eh! Por poco ha perdido ese personaje Bidwel, Capitán de Flota. Lleva diez años muerto. Sammy no dijo nada, pero debió de perder algo de sus buenas maneras; el hombrecillo se estremeció al verle la cara. —Lo… lo lamento, señor. Quizá dejase algún testamento. No puede ser. No cuando estoy tan cerca. Pero Sammy siempre había sabido que era una posibilidad. Era muy común en un universo de vidas breves y distancias interestelares. —Supongo que estamos interesados en cualquier dato que el hombre dejase tras de sí. —Las palabras surgen como debe ser. Al menos tenemos un final… esa sería la última línea de un zalamero informe de inteligencia. El investigador tecleó y murmuró frente a sus dispositivos. El departamento de Silvicultura lo había identificado renuentemente como uno de los mejores de la clase ciudadana, tan bien distribuido que no podían limitarse a confiscar su equipo para controlarlo. Realmente intentaba ayudar… —Puede que hay a un testamento, Capitán de Flota, pero no está en la red de Grandville. —Entonces, ¿alguna otra ciudad? —El hecho de que el departamento de Silvicultura hubiese subdividido las redes urbanas no indicaba nada bueno en el futuro de Triland. —… No exactamente. Comprenda, Ducanh murió en uno de los cemeterium para pobres de San Xupere, el que está en Lowcinder. Parece que los monjes se quedaron con sus efectos. Estoy seguro de que los entregarían a cambio de un lucrativo donativo. —Sus ojos regresaron a los condestables y endureció la expresión. Quizá reconoció al mayor, el comisionado de Seguridad Urbana.

Sin duda podría convencer a los monjes sin necesidad de realizar ninguna donación. Sammy se puso en pie y dio las gracias al investigador privado; incluso a él le sonaban rígidas sus palabras. Mientras volvió a la puerta y a su escolta, el investigador dio una rápida vuelta a su mesa y le siguió. Sammy comprendió con súbito sonrojo que no le había pagado. Se volvió, sintiendo un repentino aprecio por el tipo. Admiraba a alguien capaz de reclamar su bonificación frente a un montón de policías poco amistosos. —Aquí tiene —empezó a decir Sammy—, es lo que puedo… Pero el tipo levantó las manos. —No, no es necesario. Pero me gustaría pedirle un favor. Tengo una gran familia, los chicos más listos que haya conocido. Esa expedición conjunta no va a abandonar Triland hasta dentro de cinco o diez años, ¿no? ¿Podría asegurarse de que mis hijos, al menos uno de ellos…? Sammy inclinó la cabeza. Los favores relacionados con el éxito de la misión salían muy caros. —Lo lamento, señor —dice con toda la amabilidad que puede reunir—. Sus hijos tendrán que competir con todos los demás. Tendrán que estudiar duro en la universidad. Tendrán que dirigirse a las especialidades que se anuncien. Eso les dará las mejores posibilidades. —¡Sí, Capitán de Flota! Ése es exactamente el favor que le pido. ¿Se encargaría usted… —Tragó saliva y miró directamente a Sammy ignorando a los demás—… se encargaría usted de que se les permita realizar estudios universitarios? —Por supuesto. —Engrasar un poco los requisitos de entrada académicos no molestaba a Sammy en absoluto. Luego comprendió lo que el otro decía en realidad—. Señor, me aseguraré de ello. —¡Gracias! ¡Gracias! —Metió la tarjeta de visita en la mano de Sammy—. Aquí tiene mi nombre y mis estadísticas. La mantendré actualizada.

Por favor, recuérdelo. —Sí, eh, señor Bonsol, lo recordaré. —Era un acuerdo Qeng Ho clásico. La ciudad se alejaba del volador del departamento de Silvicultura. Grandville tenía como medio millón de habitantes, pero estaban todos atestados en una zona de chabolas, el aire reluciente por el calor del verano. Las tierras del bosque de los Primeros Colonizadores se extendían durante miles de kilómetros a su alrededor, territorio virgen de terraformación. Volaron muy alto en el aire índigo limpio, ejecutando un arco hacia el sur. Sammy ignoró al jefe de « Seguridad Urbana» de Triland que estaba sentado justo a su lado; ahora mismo no tenía ni la necesidad ni el deseo de mostrarse diplomático. Marcó una conexión con su Capitana Segunda de Flota. El autoinforme de Kira Lisolet pasó por su visión. Sum Dotran había aceptado el cambio de programa: toda la flota iría a la estrella OnOff. —¡Sammy ! —La voz de Kira cortó el informe automático—. ¿Cómo fue? — Kira Lisolet era la única otra persona en toda la flota que conocía el verdadero propósito de la misión, la persecución. —Yo… —Le perdimos, Kira. Pero Sammy no podía decirlo—. Compruébalo por ti misma, Kira. Los últimos dos mil segundos de mi punto de vista. En este momento regreso a Lowcinder… me queda un último cabo por atar. Se produjo una pausa. Lisolet era rápida con un escán indexado. Después de un rato la oy ó maldecir. —Vale… pero ata ese último cabo, Sammy. Ya hubo momentos antes en que creímos haberle perdido. —Nunca como ahora, Kira. —Lo dicho, asegúrate bien.

—La voz de la mujer sonaba como el acero. Su gente poseía buena parte de la flota. Ella misma era propietaria de una de las naves. De hecho, era la única propietaria operacional de la flota. Normalmente, eso no era problema. Kira Pen Lisolet era una persona razonable en casi todas las cosas. Ésta era una de las excepciones. —Me aseguraré, Kira. Ya lo sabes. —Sammy fue de pronto consciente del jefe de seguridad de Triland que tenía sentado a su lado, y recordó lo que había descubierto accidentalmente momentos antes—. ¿Cómo van las cosas arriba? La respuesta fue leve, casi como si se disculpase. —Genial. Tengo los permisos de astilleros. Los acuerdos con las lunas y asteroides industriales parecen cerrados. Continuamos con los planes detallados. Todavía creo que podemos equiparnos y obtener la tripulación especializada en trescientos Mseg. Ya sabes lo mucho que los habitantes de Triland quieren parte de esta misión. —Oyó la sonrisa en su voz. La conexión estaba cifrada, pero ella sabía que no había seguridad en su extremo. Triland era un cliente y pronto sería un socio de misión, pero debía saber dónde se encontraban. —Muy bien. Añade algo a la lista si todavía no está en ella: « Por nuestro deseo de obtener la mejor tripulación especializada, exigimos que los programas de la universidad del Departamento de Silvicultura se abran a todos los que pasen nuestras pruebas, no sólo a los descendientes de los Primeros Colonizadores» . —Claro… —Pasó un segundo, tiempo justo para reaccionar—. Dios, ¿cómo pudimos olvidarnos de algo así? Lo olvidamos porque hay idiotas a los que es difícil subestimar. Mil segundos más tarde, Lowcinder se dirigía hacia ellos.

La latitud era casi treinta grados al sur. La desolación helada que se extendía a su alrededor tenía un aspecto similar a las imágenes anteriores a la Llegada del Triland ecuatorial, quinientos años antes, antes de que los Primeros Colonizadores empezasen a jugar con los gases de efecto invernadero y construy esen la exquisita estructura de una ecología terraformada. Lowcinder en sí se encontraba casi en el centro de una extravagante mancha negra, el resultado de siglos de combustibles para cohetes « nucleónicamente limpios» . Se trataba del may or espaciopuerto terrestre de Triland, aunque el reciente crecimiento de la ciudad le daba un aspecto tan desolado y chabolesco como cualquier otro del planeta. El volador cambió a hélices y se movió por entre la ciudad, descendiendo lentamente. El sol se hallaba muy bajo, y las calles se encontraban en su may oría entre penumbras. Pero a cada kilómetro las calles parecían más estrechas. Conjuntos a medida dieron paso a cubos que en su momento debieron ser contenedores de carga. Sammy observaba con gravedad. Los Primeros Colonizadores se habían esforzado durante siglos por crear un mundo hermoso; ahora les explotaba entre las manos. Había al menos cinco métodos indoloros para acomodar el éxito final de la terraformación. Pero como los Primeros Colonizadores y su « Departamento de Silvicultura» no estaban dispuestos a adoptar ninguno de ellos… bien, allí podría no quedar ninguna civilización que recibiese a la flota a su regreso. Pronto debería tener una charla sincera con algunos miembros de la clase dominante. Volvió a concentrarse en el presente cuando el volador se dejó caer entre casas enormes. Sammy y sus matones del Departamento de Silvicultura caminaron sobre nieve medio derretida. Pilas de ropa —¿donadas?— se apilaban en cajas en los escalones del edificio al que se acercaban. Los matones las esquivaron. Luego subieron los escalones y entraron. El administrador del cemeterium se hacía llamar « hermano Song» , y parecía tan viejo como la muerte. —¿Bidwel Ducanh? —Apartó nervioso la vista de Sammy. El hermano Song no reconoció la cara de Sammy, pero conocía el Departamento de Silvicultura—. Bidwel Ducanh murió hace diez años. Mentía. Mentía. Sammy respiró profundamente y observó la habitación sombría.

De pronto se sintió tan peligroso como algunos idiotas de la flota decían que era. Que Dios me perdone, pero haré lo que sea por arrancarle la verdad a este hombre. Volvió a mirar al hermano Song e intentó mostrar una sonrisa amistosa. No debió salirle muy bien; el viejo retrocedió un paso. —Un cemeterium es un lugar para que muera la gente, ¿no es cierto, hermano Song? —Es un lugar en el que vivir hasta que se complete nuestra vida. Empleamos todo el dinero que la gente trae para ay udar a los que llegan. Dada la perversa situación de Triland, el primitivismo del hermano Song tenía cierto sentido, aunque terrible. Ay udaba a los más enfermos de entre los más pobres lo mejor que podía. Sammy levantó la mano. —Donaré un centenar de años de presupuesto a cada uno de los cemeterium de su orden… si me lleva hasta Bidwel Ducanh. —Yo… —El hermano Song dio otro paso atrás, y se sentó con fuerza. De alguna forma sabía que Sammy podía cumplir su oferta. Quizá… Pero el anciano miró a Sammy y manifestó cierta tozudez desesperada en su mirada—. No. Bidwel Ducanh murió hace diez años. Sammy cruzó la habitación y agarró el brazo de la silla del hombre. Acercó el rostro. —Conoce a los que he traído conmigo. ¿Duda que si les doy una orden desmontarán este cemeterium pieza a pieza? ¿Duda que si no encuentro lo que busco, haré lo mismo con cada cemeterium de su orden por todo el planeta? Estaba claro que el hermano Song no dudaba. Conocía el Departamento de Silvicultura. Pero por un momento Sammy temió que Song se resistiese incluso ante esa amenaza. Y luego haré lo que debo hacer. Abruptamente, el viejo pareció desmoronarse y comenzó a llorar en silencio. Sammy se apartó de la silla. Pasaron unos segundos.

El anciano dejó de llorar y luchó por ponerse en pie. No miró a Sammy ni hizo gesto alguno; se limitó a salir de la habitación arrastrando los pies. Sammy y sus acompañantes le siguieron. Recorrieron un largo pasillo en fila india. Todo allí era un horror. No era debido a la iluminación desigual y escasa, o a los techos manchados de humedad, o a los suelos sucios. Por todo el pasillo, había gente sentada en sofás o sillas de ruedas. Permanecían sentados y miraban… a nada. Al principio, Sammy pensó que llevaban pantallas de cabeza, que su visión se encontraba muy lejos, en alguna fantasía consensuada. Después de todo, algunos hablaban, y algunos ejecutaban gestos constantes y complicados. Luego notó que las indicaciones de las paredes estaban pintadas. El material liso que se caía a trozos de las paredes era todo lo que había para ver. Y la gente marchita sentada en el pasillo tenía ojos desnudos y vacíos. Sammy caminaba justo detrás del hermano Song. El monje hablaba consigo mismo, pero las palabras tenían sentido. Hablaba sobre El Hombre: —Bidwel Ducanh no era un hombre agradable. No era alguien que te cay ese bien, incluso al principio… especialmente al principio. Decía que había sido rico, pero no nos trajo nada. Los primeros treinta años, cuando yo era joven, trabajó más duramente que cualquiera de nosotros. No había trabajo que fuese demasiado sucio, demasiado duro. Pero hablaba mal de todos. Se burlaba de todos. Se sentaba junto a un paciente durante la última noche de su vida y luego hacía comentarios desdeñosos. El hermano Song hablaba en pasado pero, después de unos segundos, Sammy comprendió que no intentaba convencerle de nada. Song ni siquiera hablaba consigo mismo.

Era como si diese el discurso fúnebre de alguien que sabía que pronto moriría. —Pero a medida que pasaban los años, como el resto de nosotros, podía ayudar cada vez menos. Hablaba de sus enemigos, de cómo le matarían si alguna vez le encontraban. Se rió cuando prometimos ocultarle. Al final, sólo sobrevivió su mezquindad… y eso sin habla. El hermano Song se detuvo ante una gran puerta. La indicación que tenía encima era valiente y florida: AL SOLARIO. —Ducanh es el que mira la puesta de sol. —Pero el monje no abrió la puerta. Se quedó quieto con la cabeza inclinada, medio interrumpiendo el paso. Sammy caminó a su alrededor, luego se detuvo y dijo: —El pago que mencioné: será depositado en la cuenta de su orden. —El viejo no le miró. Escupió en la chaqueta de Sammy y luego volvió por el pasillo, apartando a los condestables. Sammy se volvió y accionó el cierre mecánico de la puerta. —¿Señor? —Era el comisario de Seguridad Urbana. El burócrata policía se acercó y habló con voz baja—: Mm. No queríamos esta tarea de escolta, señor. Debería haberse encargado su gente. ¿Eh? —Estoy de acuerdo, comisario. Por tanto, ¿por qué no les dejaron venir? —No lo decidí yo. Supongo que pensaron que los condestables serían mucho más discretos. —El poli apartó la vista—. Vamos a ver, Capitán de la Flota. Sabemos que ustedes, los Qeng Ho, conservan su rencor durante mucho tiempo. Sammy asintió, aunque esa verdad se aplicaba más a las civilizaciones clientes que a los individuos.

El poli le miró al fin a los ojos. —Vale. Hemos cooperado. Nos hemos asegurado de que nada con relación a su investigación llegara a su… blanco. Pero no nos ocuparemos de ese tipo por usted. Apartaremos la vista; no se lo impediremos. Pero no nos encargaremos de él. —Ah. —Sammy intentó imaginarse donde encajaría ese tipo en el panteón moral—. Bien, comisario, apartarse de mi camino es todo lo que necesito. Puedo ocuparme y o mismo. El poli asintió con nerviosismo. Se apartó, y no siguió a Sammy cuando éste abrió la puerta de entrada « al solario» . El aire era frío y olía a rancio, una mejora con respecto a la humedad desbocada del pasillo. Sammy descendió una escalera oscura. Seguía encontrándose en el interior, pero por poco. En su tiempo, aquella había sido una entrada exterior, que llevaba a la calle. Ahora la rodeaban láminas de plástico, lo que creaba una especie de patio cubierto. ¿Y si es como los despojos del pasillo? Le recordaban a la gente que vivía más allá de las posibilidades del cuidado médico. O las víctimas de un experimentador loco. Sus mentes habían muerto a trozos. Era un final que jamás había considerado en serio, pero ahora… Sammy llegó al pie de la escalera. Tras la esquina se encontraba la promesa de la luz del día. Se pasó el revés de la mano por la boca y permaneció en silencio durante un buen rato. Hazlo.

Sammy avanzó, entrando en una amplia sala. Parecía parte del aparcamiento, pero cubierta por las láminas semiopacas de plástico. No había calefacción, y el viento penetraba por los rotos en el plástico. Había sillas dispersas por todo el espacio abierto, y en ellas se sentaban algunas formas muy cubiertas. Estaban sentadas sin mirar en ninguna dirección en especial; algunas miraban a la piedra gris de la pared exterior. Sammy apenas prestó atención. En el extremo opuesto de la sala, una columna de luz solar descendía en ángulo por un roto o una transparencia del techo. Una única persona se las había arreglado para sentarse en medio de esa luz. Sammy atravesó la sala lentamente, sin apartar en ningún momento la vista de la figura sentada bajo la luz roja y dorada de la puesta de sol. El rostro manifestaba similitudes raciales con las altas Familias Qeng Ho, pero no era el rostro que Sammy recordaba. No importaba. El Hombre hace tiempo que habría cambiado de cara. Además, Sammy tenía un contador de ADN en la chaqueta, y una copia del verdadero ADN de El Hombre. Estaba envuelto en mantas y llevaba una gorra tejida. No se movió pero parecía estar observando algo, la puesta de sol. Es él. La convicción le llegó sin intervención racional, una ola emocional que rompió contra su ser. Quizás incompleto, pero es él. Sammy cogió una silla libre y se sentó encarándose con la figura en la luz. Pasó un centenar de segundos. Doscientos. Ya se desvanecían los últimos ray os de la puesta de sol. La mirada de El Hombre estaba vacía, pero reaccionó al sentir el frío en la cara. Movió la cabeza, buscando de forma imprecisa, y pareció notar la presencia del visitante. Sammy se giró para que su rostro quedase iluminado por el cielo de la puesta de sol.

Los ojos manifestaron algo, perplejidad, recuerdos que regresaban desde lo más profundo. De pronto, las manos de El Hombre salieron de entre las mantas y apuntaron como garras a la cara de Sammy. —¡Tú! —Sí, señor. Yo. —La búsqueda de ocho siglos había terminado. El Hombre se agitó incómodo sobre la silla de ruedas, cambiando de sitio las mantas. Permaneció en silencio durante unos segundos, y cuando al final habló, lo hizo de forma entrecortada. —Sabía que tu… raza todavía seguiría buscándome. Financié este maldito culto Xupere, pero siempre supe… que podría no ser suficiente. —Volvió a agitarse. Había un brillo en los ojos que Sammy jamás había visto en los viejos días—. No me lo digas. Cada Familia ayudó un poco. Quizá toda nave Qeng Ho tiene un miembro de su tripulación que me busca. No tenía ni idea de la búsqueda que al final había dado con él. —No pretendemos hacerle daño, señor. El Hombre soltó una risa áspera, sin discutirlo, pero ciertamente sin creerlo. —Mi mala suerte hizo que tú fueses el agente que asignaron a Triland. Eres lo suficientemente listo para encontrarme. Deberían haberte dedicado a mejores tareas, Sammy. Deberías ser Capitán de Flota como mínimo, no un chico de los recados asesino. —Volvió a agitarse y bajó la mano como si se rascase el culo. ¿Qué tenía? ¿Hemorroides? ¿Cáncer? Dios, apuesto a que está sentado sobre una pistola. Ha estado preparado durante años y ahora se le ha enredado en las mantas. Sammy se inclinó con seriedad.

El Hombre tiraba de él. Vale. Quizá fuese la única forma de hablar con él. —Al final tuvimos suerte, señor. Yo supuse que quizás habría venido aquí debido a la estrella OnOff. La búsqueda subrepticia entre las mantas se detuvo durante un momento. El desprecio cruzó brevemente el rostro del anciano. —Está a sólo cincuenta años luz de distancia, Sammy. El enigma astrofísico más cercano al Espacio Humano. Y vosotros los Qeng Ho sin cojones jamás lo habéis visitado. El sagrado beneficio es lo único que os preocupa. —Agitó la mano derecha en gesto de perdón, mientras la izquierda se hundía más entre las mantas—. Pero claro, toda la raza humana es igualmente cobarde. Ocho mil años de observaciones telescópicas y dos pifias de vuelos atravesando el sistema, eso es lo único que mereció la maravilla… Pensé que quizás estando tan cerca podría componer una misión tripulada. Quizás allí encontrase algo, una ventaja. Luego, cuando regresé… —El extraño brillo había regresado. Había soñado durante tanto tiempo con ese sueño imposible, que le había consumido. Y Sammy comprendió que El Hombre no era un fragmento de sí mismo. Simplemente estaba loco. Pero las deudas que se deben a un loco siguen siendo deudas reales. Sammy se inclinó un poco más. —Usted podría haberlo conseguido. Sé que una nave estelar pasó por aquí cuando « Bidwel Ducanh» tenía su may or influencia. —Era Qeng Ho. ¡Malditos Qeng Ho! Me he lavado las manos con respecto a vosotros.

—Su mano izquierda y a no buscaba. Aparentemente, había encontrado el arma. Sammy alargó el brazo y tocó con delicadeza las mantas que ocultaban el brazo izquierdo de El Hombre. No era para detenerle por la fuerza, sino para admitirlo… una forma de pedirle unos momentos más de tiempo. —Pham. Ahora hay una razón para ir a OnOff. Incluso para los estándares Qeng Ho. —¿Eh? Sammy no sabía si había sido el gesto, las palabras o el nombre que no se había pronunciado desde hacía tanto tiempo, pero algo hizo que el hombre se mantuviese quieto y le escuchase. —Hace tres años, mientras seguíamos viniendo hacia aquí, en Triland detectaron una emisión desde la estrella OnOff. Se trataba de una radio de chispa, como la que podría inventar una civilización degenerada si hubiese perdido su historia tecnológica. Hemos desplegado nuestras propias antenas, y hemos realizado nuestros análisis. Las emisiones son como código Morse manual, excepto que las manos humanas y los reflejos humanos jamás podrían producir exactamente ese ritmo. El anciano abrió la boca y la cerró, pero por un momento no salieron palabras. —Imposible —dijo al fin, casi sin fuerzas. Sammy se sintió sonreír. —Es extraño oírle decir esa palabra, señor. Más silencio. El Hombre inclinó la cabeza. Luego añadió: —El premio gordo. Lo perdí por sesenta años. Y tú, viniendo a cazarme… ahora tú lo recibirás todo. —Todavía tenía el brazo oculto, pero se recostó sobre la silla, derrotado por la visión interior de la derrota. —Señor, algunos de nosotros —más que algunos— le hemos buscado. Consiguió que resultase muy difícil encontrarle, y siguen siendo válidas todas las antiguas razones para que la búsqueda sea un secreto. Pero nunca pretendimos hacerle daño.

Queríamos encontrarle para… —¿Para compensarle? ¿Para pedirle perdón? Sammy no podía decir esas palabras, y no eran del todo ciertas. Después de todo, El Hombre se había equivocado. Mejor hablar del presente—: Sería para nosotros un honor si nos acompañase a la estrella OnOff. —Nunca. No soy un Qeng Ho. Sammy siempre seguía de cerca la posición de las naves. Y justo ahora… Bien, valía la pena intentarlo. —No vine a Triland en una única nave, señor. Dispongo de una flota. La barbilla del otro se elevó una fracción. —¿Una flota? —El interés es un reflejo antiguo, no del todo muerto. —Están cerca del punto de atraque, pero ahora mismo deberían ser visibles sobre Lowcinder. ¿Le gustaría verlas? El anciano se encogió de hombros, pero ahora tenía al descubierto ambas manos, descansando sobre su regazo. —Déjeme que se las muestre. —Había una salida recortada en el plástico a unos pocos metros. Sammy se puso en pie y empujó lentamente la silla. El anciano no se opuso. En el exterior hacía frío, probablemente por debajo del punto de congelación. Los colores de la puesta de sol colgaban sobre los tejados, pero la única prueba del calor del día era el aguanieve que le manchaba los zapatos. Empujó la silla, atravesando el aparcamiento hacia un punto que les ofrecería una vista hacia el oeste. El viejo miró a su alrededor sin punto fijo. Me pregunto cuánto tiempo hace que no sale al exterior. —¿Alguna vez pensaste, Sammy, que otros podrían unirse a esta fiesta? —¿Señor? —Estaban a solas en el aparcamiento. —Hay colonias humanas más cercanas que nosotros a la estrella OnOff. Esa fiesta.

—Sí, señor. Estamos actualizando nuestra vigilancia de esos mundos —tres hermosos planetas en un sistema estelar triple, que se habían recuperado de la barbarie hacía pocos siglos—. Ahora se hacen llamar « Emergentes» . Nunca los hemos visitado, señor. Suponemos que son una tiranía, de alta tecnología pero muy cerrada, muy autárquica. El anciano gruñó. —No me preocupa lo cerrados que sean esos bastardos. Esto es algo que podría… despertar a los muertos. Lleva armas, cohetes y armas nucleares, Sammy. Muchas armas nucleares. —Sí, señor. Sammy maniobró la silla de ruedas del viejo hasta el borde del aparcamiento. En los visores podía ver las naves alzándose lentamente en el cielo, todavía ocultas al ojo humano por el edificio más cercano. —Cuatrocientos segundos más, señor, y las verá aparecer sobre ese tejado de ahí. —Señaló el lugar. El anciano no dijo nada, pero miraba más o menos hacia arriba. Se veía el tráfico aéreo convencional, y los transbordadores del espaciopuerto de Lowcinder. La noche todavía era un crepúsculo brillante, pero el ojo desnudo podía apreciar media docena de satélites. Al oeste, una diminuta luz roja parpadeaba con un ritmo que indicaba que se trataba de un icono en los visores de Sammy, no un objeto visible. Era su marcador para la estrella OnOff. Sammy miró el punto durante un momento. Incluso de noche, lejos de las luces de Lowcinder, OnOff no era del todo visible. Pero con un pequeño telescopio tenía el aspecto de una estrella tipo G normal… estacionaria. En unos pocos años sería invisible para todos excepto los grandes telescopios. Cuando mi flota llegue allí, llevará dos siglos a oscuras… y casi estará lista para su próximo renacimiento.

Sammy se agachó apoyándose sobre una rodilla junto a la silla, ignorando el frío del aguanieve. —Permítame que le hable de mis naves, señor. —Y recitó tonelajes, especificaciones de diseño y propietarios… bueno, la may oría de los propietarios; había algunos que sería mejor dejar para otro momento, cuando el anciano no tuviese una pistola a mano. Y mientras tanto, observó el rostro del otro. El viejo comprendía lo que decía, eso estaba claro. Sus insultos se producían en una monotonía baja, una nueva obscenidad para cada nombre que Sammy recitaba. Excepto el último… —¿Lisolet? Suena de Strentmann. —Sí, señor. Mi Capitana Segunda de Flota es de Strentmann. —Ah. —Asintió—. Eran… eran buena gente. Sammy sonrió para sí. Para esta misión, la preparación de vuelo duraría diez años. Tiempo suficiente para que El Hombre recuperase la forma física. Quizá fuese tiempo suficiente para aliviar su locura. Sammy acarició la estructura de la silla, cerca del hombro del otro. En esta ocasión, no le abandonaremos. —Ahí llega la primera de mis naves, señor. —Sammy volvió a señalar. Un segundo más tarde, una estrella brillante se elevó sobre el tejado del edificio. Avanzó majestuosa en el crepúsculo, una deslumbrante estrella del crepúsculo. Pasaron seis segundos, y se hizo visible la segunda nave. Y otra. Y otra.

Y luego una pausa, y al final una más brillante que el resto. Sus naves estelares se encontraban aparcadas en órbita baja, a cuatro mil kilómetros. A esa distancia no eran más que puntos de luz, diminutas gemas colgadas a medio grado de distancia unas de otras sobre una línea recta invisible que atravesaba el cielo. No era más espectacular que el atraque en órbita baja de cargueros dentro del sistema, o alguna operación local de construcción… a menos que supieses desde dónde habían llegado esos puntos de luz, y a qué distancia podían viajar al final. Sammy oy ó que el anciano emitía un ligero suspiro de asombro. Él lo sabía. Los dos observaron cómo los siete puntos de luz se deslizaban lentamente por el cielo. Sammy rompió el silencio. —¿Ve la más brillante al final? —La gema brillante de la constelación—. Es s up e r i o r a c u a l q u i e r n a v e e s t e l a r j a m á s fa b r i c a d a. E s m i n a v e i n s i g n i a , s e ñ o r … l a P h a m Nu we n.

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