debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Ultimas pasiones del caballero Almafiera – Juan Eslava Galan

De cómo el caballero menesteroso disputó a dos follones la puente de Font Frida1 ¿Qué vemos en el retablillo de nuestro cuento? Cien o doscientos títeres: reyes, arzobispos, caballeros, mesnaderos, trovadores, moros, ganapanes, putas y otra gavilla menuda. Empecemos por este viajero que desciende por el puerto de la Vella, en los montes Pirineos, una radiante mañana de abril del año mil y doscientos doce. La tez pavonada por el sol, el atuendo raído, el escaso hato, las desfondadas botas militares y el jamelgo encanecido y flaco que cabalga revelan a un caballero menesteroso que viene de lejos. El caballero se recrea honestamente en el olor del espliego, en los lirios en flor que la brisa agita, en el fresco y verde prado que despliega sus gramíneas y se salpica de amapolas. Son campos lindos de mirar y cabalgar, cuando florece el olivo y canta el cuco, cuando la rana de san Antonio atruena el arroyo con su ronco canto y el lucio desova entre las piedras pulidas del claro riachuelo. Poco le va a durar el gozo al caballero. En la puente de piedra que cruza el barranco de Font Frida, dos hombres de aspecto ruin, un cincuentón barbudo y un treintañero imberbe, disputan una partida de ajedrez. El barbudo, que es ancho de cara y recio, medita la jugada mientras se rasca, distraído, la pelambre del pecho. —Viene gente —le avisa el otro. Levanta los ojos del tablero. Mira al viandante. Le parece un peregrino de los que van a San Yago, a postrarse ante la tumba del apóstol, lo que es de mucho beneficio para las ánimas. Repara en la espada de cinco palmos de la manzana a la punta que pende del hatillo. Un peregrino armado no concuerda, más bien discuerda. —Vamos a ver lo que nos trae éste —dice el barbudo. Los truhanes empuñan sus chuzos y salen al encuentro del viajero. —Dios guarde —saluda el barbudo. Y levanta la mano como diciendo: «No pases de ahí.» —Que El os guarde —responde el caballero tirando de la rienda. Y descabalga, que es señal de humildad y buena crianza. Es el caballero alto y membrudo y no aparenta más de treinta y cinco años. Se lee en su semblante reposado que antes quiere tranquilidad que bullicio. Este caballero ha padecido muchas labores de guerras en mares hondas y en tierras paganas. Esas tristuras de pobre y apretada vida otorgan al hombre pausada condición y lo hacen desaprobador de pendencias y ruidos. El barbudo del puente, como no sabe con quién se las ve, se echa el chuzo al hombro, displicente, y dice, con mucha desfachatez, como si su pelaje no descubriera el embuste: «Somos criados del conde de Foix.


» Y luego añade: «Su señoría nos tiene aquí para cobrar el pontazgo. ¿Adonde vais?» —A Zaragoza —responde el caballero. —Aflojad dos maravedíes y todo el camino es vuestro —le dice el follón—. ¿Eso que lleváis ahí es una espada? —añade señalando el arma que, por mengua de funda, va envuelta en un pañizuelo encerado. El caballero menesteroso la mira y asiente. —¡Uy, qué miedo! —se burla el barbudo, y se vuelve hacia su compinche a ver si le aprecia la gracia. El otro la celebra con una risita amujerada. El caballero mira al bellaco. Una cara más larga de lo prudente con un belfo bermejo y salivoso, lo que denota alguna imbecilidad cuando no burricie, según la fisiognomía del sabio moro Avicena. Además, se apoya en el chuzo como un pastor en el cayado, cosa que un soldado sabedor de su oficio jamás haría. Dos truhanes miserables, piensa resignado el caballero, dos bautizos que malgastó el cura, carne de infierno, que a lo mejor me quieren jorobar, con el día tan bueno que hace. —¿En qué posada has robado la espada? —le pregunta el barbudo. «Además de mal encarado, insolente y faltón», piensa el caballero. —Es mía —declara. Y, en tono humilde, como si se disculpara, añade—: Soy caballero. —Caballero, ¿eh? —dice el barbudo. Y al reírse enseña dos incisivos amarillentos y un canino negro, podrido—. ¿Y no te da apuro montar ese rocín anciano? El del belfo colgante emite otra risita nerviosa y se limpia la baba con el dorso de la mano. —Rozagante se llama —informa el caballero. Palmea con afecto el pescuezo de la bestia y añade, resignado—: No puedo comprarme uno mejor. El barranco y el puente están en medio de una verde pradería salpicada de flores blancas, gualdas y bermejas, entre las que revolotean moteadas mariposas. Huele la brisa a lavanda, a tomillo y ajara. Al caballero no le importa prolongar la parla. No tiene prisa ninguna por estropear tan lindo día de primavera. —Vengo de ultramar —declara—.

Vendí cuanto poseía para pagarme el pasaje en la fusta veneciana que me devolvió a mi tierra, sorteando vientos del segundo cuadrante. El barbudo lo mira burlón, perdonavidas. «¿No estaré malgastando la prosa?», piensa el caballero. —Mi historia es la de una larga peregrinación que no os concierne —añade. —Nos gustan las historias —asevera el barbudo—. Cuéntala y, si es buena, te dejamos pasar de balde. Y mira a su secuaz, pavoneándose. El caballero ha reconocido el pesado acento con que los francos pronuncian la parla occitana. «Dos brabanzones —piensa—, o quizá sólo sean dos chusmeros venidos de la Isla de Francia, la región donde los capetos tienen su reino.» Al Languedoc acuden, como buitres a burro muerto, la caballería y la truhanería de la Cristiandad desde que el papa decretó, dos años atrás, la cruzada contra los herejes de la Cataria. Numerosos caballeros de la Isla de Francia y otros lugares de las Galias han testado ante escribano, se han despedido de los suyos y concurren a la cruzada con una cruz de cintas en el hombro. Capítulo II (2) En el que prosigue la historia y lo entenderá quien lo oyere o leyere Unos meses atrás, el caballero habría castigado la insolencia de estos tuercebotas, pero en el momento presente ¿quién quiere meterse en disputas? Recién regresado de diez años de fatigas, trabajos y desventuras en ultramar, el viajero se esfuerza en ejercitar las virtudes caballerescas, una de las cuales es la paciencia o mansuetudo. A los cruzados no se les cobra pontazgo ni otras gabelas de paso y nuestro caballero menesteroso, escaso como anda de dineros, ha tomado por costumbre hacerse pasar por cruzado. Es un embuste venial ya que en otro tiempo fue cruzado y derramó su sangre por la causa de Cristo o por lo menos eso pensaba él, ahora ya no está tan seguro. Capítulo III (3) De las cualidades del caballero Los que ignoréis las virtudes que cumple poseer a un caballero sin reproche habéis de saber que la primera es la paciencia o mansuetudo (otros la llaman mesura o moderatio), en la cual se comprende la paciencia para tratar con los innumerables tontos que en el mundo son y la clemencia con los vencidos. La segunda es la facundia, o elocuentia; la tercera, la facetia, o humor e ingenio; la cuarta, la limpiedad o decorum, que tanto nos aleja de los moros malolientes como de los cristianos menguados de higiene; la quinta, la gentileza o af abilitas, y la sexta, la largueza. De ésta usó san Martín, el patrón de los caballeros, cuando, impecune, partió su capa con un mendigo. De la clemencia usó Ricardo Corazón de León, el hermano de vuestra reina Leonor de Plantagenet, cuando un niño le acertó con una flecha en el hoyuelo de la clavícula, hará de eso doce años o así. «Es un rasguño», se dijo, porque la flecha iba sin fuerza, y no se clavó apenas, pero el rey venía sudado y la herida se gangrenó y le acarreó la muerte. En su agonía, Ricardo convocó al niño causante de su desgracia y le preguntó: «¿Cómo te llamas?» Y el niño, que estaba asaz compungido, le respondió: «Fourmil, messire.» Ricardo advirtió que Fourmil, en la lengua de Francia, es hormiga, y recordó que una adivina le había pronosticado: «La hormiga matará al león.» Eso le dijo después de observar la caída de un puñado de hojas secas, como en Tierra Santa se estilan las adivinanzas por agüero (acá sin embargo buscamos águila en el cielo o corneja). Ricardo le dijo al niño: «Vive y sigue viendo amanecer cada día, ya que yo no podré.» Y encomendó a sus escuderos que le entregaran cien monedas y lo soltaran, pero tan pronto como el rey murió, su capitán, Mercadier se llamaba, despellejó al niño y colgó la piel rellena de paja en una almena. No le dio las cien monedas, claro, a ver para qué quiere un muerto cien monedas.

Capítulo IV (4) Que regresa al asunto que traíamos entre manos Me he distraído de mi cuento. Atentos, que vuelve la burra al trigo. Decía que el caballero menesteroso quería superar aquellos años de malaventuranza, como si el río del tiempo pudiera remontar las aguas. Ya dijo el sabio Boecio que es tontería bregar con el tiempo: lo pasado nos habita y es parte de nosotros, bueno o vil. Por eso nuestro caballero don Gualberto razona con los truhanes y les explica, con mucha mansuetudo: —Soy señor de Marignane, vasallo del conde de Provenza y, por lo tanto, del rey de Aragón. Me encamino a Zaragoza para unirme a la mesnada real. ¿No os habéis enterado de que el papa ha convocado una cruzada contra los sarracenos de allende el Pirineo? —Estamos al tanto —miente el truhán de la barba. —Entonces sabréis que los cruzados estamos exentos de pontazgo y de cualquier otro tributo. Es privilegio pontificio que debe respetar todo buen cristiano, como lo sois vosotros, sin duda. El truhán mira a su socio como diciendo: «Otro que se resiste a aflojar la bolsa.» Se rastrilla con las uñas quebradas y negras la sarna del pecho, y le dice al caballero: —Sin estipendio no cruzas el puente. Aunque me jures que vienes de parte de Cristo Dios, no pasas. —El compinche le jalea la ocurrencia con otra risita—. Ahora bien, si no tienes con qué pagar, puedes desviarte hasta el vado más cercano, barranco abajo, a tres leguas de aquí. Por allí pasarás de balde, tan ricamente, y de paso puedes coger una ramita de hinojo y la vas mordisqueando, que te quite el hambre. El caballero acoge la insolencia con gran temperantia, una actitud en la que el truhán entiende erróneamente que sé amilana. «A ver qué hago —piensa el caballero—, acato el quebranto y pago el pontazgo, o busco el vado y pierdo la jornada. Claro que también puedo olvidar la mansuetudo y desengañar a este par de imbéciles.» Dos dineros. La tarifa no es abusiva. En otras circunstancias, don Gualberto la hubiera satisfecho gustoso por evitar pesares, pero en este preciso momento anda apurado de caudal. Además, la insolencia del pícaro empieza a incomodarlo. Mira al suelo y remueve un canto con la puntera de la bota. —Os lo juego al ajedrez —propone—. Si gano, paso de balde; si ganáis vos, os pago el doble.

El barbudo lo observa con una sombra de duda en el semblante. Otra risita de su compinche lo encorazona, no vaya a parecer que le tiembla la barba. —Venga. Se sientan en una peña. Disponen las piezas sobre el tablero. El caballero menesteroso gana la partida a las pocas jugadas. —Jaque mate. —¡Has hecho trampa! —le grita el truhán. —¿Qué trampa he podido hacer? Aquí no hay naipes ni dados. —Pero me has ocultado que sabes mucho de esto —replica el otro, amenazante—. Vienes de ultramar, ¿no? Allí conocen trucos y hechicerías. Te advierto que de mí no se burla nadie. Se levanta de un salto y desenvaina el cuchillo que lleva a la cintura, pero el caballero se le adelanta y lo descalabra con el canto del tablero, que es de roble, dos dedos de grueso. Unos trebejos caen al barranco y otros al empedrado del puente. El truhán se desploma con la cabeza abierta como un melón pisado por un buey. Ved ahora cómo el caballero se vuelve hacia el otro bandido justo a tiempo de esquivar su lanzada. Trastabilla el baboso al dar en vacío, lo que su contrincante aprovecha para aporrearlo con el plano del tablero. Crujen la madera y el cráneo, dos o tres escaques y una porción de sesada saltan por los aires y el de las risitas se desmorona, sin un gemido, muerto cabal. Vuélvese el caballero hacia el barbas, que agoniza laboriosamente, tendido boca arriba. —Que Dios te acoja, hermano —le dice—. Nada de esto era necesario.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |