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Tu tambien puedes ser Einstein – Fernando Alberca

Todo el mundo puede mostrar la mejor versión de sí mismo. Ser más feliz como consecuencia de sus actos, sentimientos y pensamientos. Así como comerse el mundo del arte, si ése es el mundo que desea comerse, el laboral y el de las relaciones profesionales, o el de las relaciones personales, el del deporte, o cualquier otro mundo que deseemos comernos, o todos juntos; eso sí, cucharadita a cucharadita. En este libro se encontrarán ejemplos de cómo hacerlo, de con qué contamos, de cómo seguir el mapa de nuestro tesoro, sacar brillo a lo que somos y replantearnos lo imposible, corriendo en la pista donde la carrera de la vida puntúa y entrando en la órbita de la felicidad para que sea de verdad creciente y contagiosa. Encontraremos cómo animarnos, cómo beneficiarnos más de la creatividad; aprenderemos a desbloquearnos, recordar lo más útil y a afrontar nuevos retos. Junto a un conjunto de estrategias que nos salvarán, como el puente que nos permita cruzar nuestro océano: cómo esquivar la soledad, cómo diferenciar a los mejores amigos, cómo aprender a ganar y a perder, a llenar nuestra vida de ilusión y a sopesar bien lo mejor que tenemos todos. Es un libro, por tanto, en el que subrayar cada pista que pueda resultar útil en la búsqueda de la felicidad, del verdadero éxito. (El éxito es un logro que nos hace mejores personas, querer más, ser más queridos y, por todo ello, más felices; aunque a veces tiene apariencia de fracaso para algunos, los más infelices.) Es un libro para anotar, señalar, escrito con la esperanza puesta en que resulte útil. Todos podríamos haber hecho humanamente lo que hicieron en su vida Einstein, Nureyev y otros muchos, y ser más felices que la mayoría de ellos, más inteligentes de verdad, porque la inteligencia que no se convierte en instrumento para alcanzar la felicidad es menos inteligencia de lo que parece. Nota inicial importante —¿Te puedo pedir un favor? Es sobre mi padre —me preguntó una chica de diecisiete años. —Claro —le contesté—, tu padre es un genio. —Sí, pero me gustaría que le convencieras de que no es un fracasado, porque cree que todo se le ha torcido y que nada le está saliendo realmente bien. —Entonces, sólo necesita tu cariño. Demuéstraselo más. —De acuerdo, yo empezaré a demostrárselo aún más, pero tú dime algo que pueda decirle entretanto. —Siempre puede ejercitar mejor su talento, siendo más completo, optimista y realista: aprendiendo a utilizar los recursos que a cada ser humano se nos han dado. Acertando a escoger lo importante. —¿Cómo puede empezarse eso? (Empecé a escribir este libro como respuesta.) El ser humano es producto de la perfección y de la genialidad. Lo que parece fracaso no es tal y su imperfección está perfectamente diseñada: todo está bien, todo sirve, aunque todo no sea bueno. Cualquier circunstancia puede convertirse en una ayuda para lograr lo que más deseamos y, si elegimos bien, ser muy felices. La gente buena siempre tiene buena suerte si aprende cómo ser más humana en cada circunstancia de la vida; también en las más difíciles, que nunca son las peores. Si aún no se sabe o no se siente así, éste es el mejor momento de empezar el camino de regreso hacia la mejor órbita. Es una cuestión de realismo y de necesidad.


Todos tenemos la posibilidad real de mejorar nuestra vida, nuestras relaciones, nuestro talento, nuestro resultado. Es cuestión de aprovecharla y de comernos el mundo, que es mucho más que sobrevivir sólo como podamos. Nuestra vida feliz tiene que ver más con las relaciones con los demás e incluso con nosotros mismos que con la suerte o las circunstancias. Hemos de mejorar nuestra percepción del éxito y del fracaso, y saber cómo algunas acciones presentes nos aseguran lo que nos ocurrirá mañana y pasado mañana. Podemos reconocer mejor nuestra propia situación y, apoyándonos en lo que realmente somos, diseñar adecuadamente nuestro proyecto para lograr el verdadero éxito de vivir, que entre otras consecuencias conlleva la felicidad más extensa e intensa. Desde que escribí el libro Todos los niños pueden ser Einstein, quise publicar éste para poner mi granito de arena en la explicación de cómo encontrar mejor esos pasos posibles y asequibles, al alcance de todos, que hacen nuestra vida más eficaz, fructífera y feliz. Con independencia del punto de partida. La sociedad del siglo XXI demanda un cambio de actitud humana, conocer la eficacia de nuestros recursos innatos y también centrarnos en los que pueden aprenderse, ejercitando los músculos que coordinen nuestra mente y corazón, cuyo premio será la felicidad creciente. En las encuestas más recientes, la mayoría de los adultos se confiesa menos feliz de lo que quisiera. También se deduce de las mismas encuestas que la mayoría vive una vida diferente a la que le gustaría. Sin embargo, todos tenemos una mente y un corazón diseñados con precisión para poder ser muy felices, capaces de amar más y ser más amados, comiéndonos el mundo y disfrutando más de nuestra vida. El mundo es apetecible y rico, y está hecho para comérselo; pero no de un solo bocado, sino a cucharaditas. Con una teoría acertada y una práctica atractiva y posible. Este libro analiza al inicio el acierto de ocho personajes reales (Einstein, Nureyev, Jobs, Newton, Sklodowska-Curie, Hepburn, Gonxha y Rowling), célebres por la conjunción de su mente y corazón, hemisferio cerebral derecho e izquierdo dirigidos hacia un mismo fin, acompañados de la motivación y el método acertado. Se trata de ocho personajes que representan ocho formas distintas de superar ocho obstáculos a los que podemos enfrentarnos en nuestras propias vidas, dándonos pistas para superar los nuestros como hicieron ellos. Tras estos ejemplos, se reflexiona sobre el terreno en que normalmente corremos en la carrera de la vida. Solemos correr bien, aunque a veces campo a través, cuando sólo puntúa si lo hacemos en una pista de atletismo. También sobre cómo podemos ejercitar las principales partes de nuestra mente y nuestro corazón, vivir la vida para ponerla en la órbita de la felicidad, con independencia de nuestra experiencia pasada. Lograr el objetivo que cada uno se marca es una cuestión de acierto en la unión de teoría y práctica, fuerza y acierto, motivación y método. Por eso en algunos capítulos se desciende desde la antropología a las matemáticas, la lectura, la imaginación y la creatividad, y se aborda cómo tomar decisiones más efectivas o cómo mejorar tanto las relaciones interpersonales como la relación con uno mismo. En definitiva, el libro ofrece consejos prácticos para: Ser más habilidosos desde la perspectiva humana. Hacer brillar la gran cantidad de talentos que ya tenemos. Distinguir lo importante. Volvernos más inteligentes y felices, y disfrutar de la vida que tenemos por delante. Una vida que pasamos minuto a minuto, diseñados para lo más grande.

Sólo tenemos que interpretar bien nuestro mapa personal, ese que se nos da al nacer a todos los seres humanos para encontrar el gran tesoro que hallaremos si sabemos buscarlo en buena compañía. Todos podríamos ser Einstein, Nureyev, Jobs, Newton, Marie Curie, Hepburn, Teresa de Calcuta, Rowling e incluso más 1 Albert Einstein —¿Usted cree que en esta clase puede que haya un Einstein escondido, o un premio Nobel, y que dentro de unos años todos presumiremos de que estuvo en nuestra clase? —le preguntó a su profesor un alumno de Secundaria, de Madrid. —¿Tú qué crees? —le devolvió la pregunta el profesor. —Que no. Yo creo que no. —Pues yo creo que sí —le dijo su maestro. Veinticuatro años después, uno de aquellos alumnos recibía el Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias con sólo cuarenta y un años. Su nombre es Ignacio Cirac y se dice que muy pronto le concederán el Premio Nobel de Física. Un medio de comunicación internacional le apodó en titulares «el Einstein del siglo XXI». Síntesis del ejemplo de Einstein 1. Einstein nos enseña que quien acaba siendo considerado un genio universal indiscutible puede pasar buena parte de su vida pareciendo torpe e inútil, hasta que vienen varias personas (al menos tres) a rescatarlo. 2. El ser humano resulta genial cuando une su hemisferio cerebral derecho (el creativo, imaginativo, intuitivo, emocional; el de las grandes aspiraciones y horizontes; el del optimismo) al izquierdo (el racional, analítico, secuencial, lógico y del método científico). Nadie descubrió la genialidad de Albert hasta que éste comenzó —según describió él mismo— a plantear soluciones basadas en la imaginación y creatividad para resolver problemas científicos: físicos y matemáticos. Albert Einstein fue un tipo que no comenzó a tener éxito en los estudios hasta pasados los quince años. Él mismo cuenta en sus memorias que, de pequeño, su madre creía que era retrasado por su torpeza y aspecto, que en el colegio escribieron en su expediente que era «mortalmente lerdo» y que no logró aprobar el examen de ingreso en la escuela que quería, pese a contar con el enchufe del director. Le insultaban al ir al colegio y nadie contaba con él, entre otros muchos fracasos. ¿Dónde radicó entonces «la clave de Einstein»? Aunque esta pregunta daría para una respuesta más larga, la síntesis es que Albert era un niño normal, imaginativo y lógico, que desde pequeño se acostumbró a relacionar ágilmente su parte racional (hemisferio cerebral izquierdo) con su parte creativa, imaginativa y emocional (hemisferio cerebral derecho), lo cual no suele dar ningún fruto hasta que llega un impulso externo de motivación. Según cuenta él mismo y veremos luego, ese estímulo que inició en él el gran cambio le llegó a través de cuatro personas claves en su vida, como puede ocurrirnos a todos. En su caso fueron un estudiante, un compañero de pensión, un profesor de Griego y otro de Matemáticas, y Mileva, la mujer de Einstein, además de una institución, la Escuela Aarau. Primero Jost, el profesor de griego y filosofía de Aarau, que le hospedaba en su casa, que le dio junto a su mujer Pauline el cariño que necesitaba y le incitó a pensar y reflexionar en las conversaciones que mantenían, además de hacerle ganar en confianza. Segundo, un profesor de Matemáticas que le invitó a sus clases de oyente pese a no haber aprobado el examen. Tercero, el estudiante de Medicina que le prestaba libros de divulgación científica. Cuarto, la Escuela Aarau, que confiaba en cada alumno como persona. Y finalmente, su mujer, cuyo impulso fue el que le motivó a trabajar por algo más que por él mismo, lo cual le llevó al éxito reconocido con un Premio Nobel.

Desde entonces, cualquier cosa que decía se consideraba genialidad, y con esa seguridad inédita en él pudo sacar lo mejor de sí mismo cuando hablaba no sólo de física o ciencias, sino de filosofía, política o humanidades. Es decir, de todo lo que interesa al ser humano. Así lo había empezado a experimentar alojado en la casa llena de respeto y cariño de su mentor, Jost. Éstas fueron sus claves. Las que sirvieron de sugestión y apoyo al cerebro bien aprovechado, aunque tan normal, humano o singular como todos los cerebros humanos. Unas claves que podemos buscar todos. Que dependen en gran parte de nosotros mismos y de hallar la motivación que Einstein encontró en quienes le acompañaron en distintos períodos de su vida; su sensibilidad supo descubrir el apoyo motivador que precisaba. Sin duda, en el fondo de su cambio siempre estuvo la figura de su padre, y en la necesidad de ese cambio el desafecto de su madre. Todos los que influyeron en su cambio (personas y escuela) tienen algo en común: dieron afecto y seguridad a Albert. Esto nos ha de hacer pensar. El afecto es clave. Fue la clave de Einstein, junto a las pistas de cómo enfocar su deseo de reconocimiento una vez se sentía ya valorado. Si ese afecto le hubiera llegado antes, Einstein además hubiera sido más feliz: sobre todo como padre. Su cerebro era normal. Lo que hizo de él lo que hoy reconocemos fue, en gran parte, su acertada decisión de coordinar su parte izquierda (razón y lógica) y su parte derecha (creatividad y emoción), unidas en todo ser humano. Todo lo demás fue la consecuencia de ello. De hecho, en los ámbitos de su vida en los que no fomentó esta coordinación no fue brillante. En realidad, Einstein era lo que llamaríamos hoy «un chico de letras en una carrera de ciencias», una combinación siempre exitosa, tanto como el ser humano completo. Se sentía más querido por su padre (de ciencias, sin éxito, con bigote y pelo alborotado) que por su madre (pianista), a la que como hijo le hubiera gustado complacer más. Para intentar tener afinidad con ella, lo cual nunca logró como hubiera querido, el pequeño Albert se aficionó al violín, un instrumento distinto al que tocaba su madre, con quien sentía que nunca podría competir.

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