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Tu hijo en Harvad y tu en la hamaca – Fernando Alberca

Quizá pienses que a tu hijo le cuesta porque es así. Que no tiene hábito de estudio ni lo tuvo nunca o lo perdió hace mucho. Que vuestra relación gira excesivamente en torno a su dificultad y a sus notas. Que sabes que podría sacar buenas notas si se pusiera y trabajara más, si se distrajera menos y aprovechara más las clases, si te obedeciera y escuchara. Pero no lo hace y no sabes qué pasará al final con sus estudios, su porvenir, con su vida, con su realización personal, con su felicidad y la vuestra. Piensa entonces que puede cambiar, desde ahora. Si sabe cómo hacerlo y encuentra un primer paso pequeño, posible, fácil, que le acerque a donde cree que no llega. Pero piensa que estudiar no es una cuestión de obediencia o de voluntad. Es más una cuestión de experiencia y satisfacción. Quien no sabe estudiar dice que no quiere estudiar y quien cree que no sirve para hacerlo no estudia o si lo intenta no rinde y le costará más de nuevo intentarlo. Si te preocupa la falta de voluntad de tu hijo, la inmadurez de no ver el tiempo que está perdiendo, si crees que no entiende lo que se está jugando; o si sufres cuando lo ves trabajar y estudiar hasta muy tarde, tenga la edad que tenga, sin hallar el rendimiento que merecería, para ti he escrito también este libro, con la intención más profunda de servirte de ayuda. Porque estoy convencido de que todo puede cambiar para tu hijo y para vosotros. Empieza por cambiar tu preocupación. Enseña a tu hijo a estudiar con este libro, no a aprobar un examen solo con un exceso puntual de trabajo o a cumplir con las tareas que ha de entregar. Oriéntale con lo que descubras que puede mejorar en este libro y búscate muy cerca una buena hamaca, donde echarte a reposar para su autonomía y satisfacción, su prestigio, mientras tú disfrutas orgulloso u orgullosa de cómo tu hijo es capaz solo, él mismo, de salvar su propio obstáculo y estudiar lo que quiera y donde quiera, incluido si quiere —¿por qué no, quién puede impedírselo?— en Harvard o en cualquier otra universidad del mundo. O hacer lo que desee, siendo feliz. SOBRADOS MOTIVOS PARA ESTE LIBRO «Fernando, estamos desesperados. No sabemos cómo motivar más a nuestro hijo, cómo hacer que estudie y que le rinda lo que estudia. Estamos encima todo el día y cada vez estamos más lejos uno del otro». Son palabras de una madre acompañada de su marido, padres de Blanca, de 4º de ESO, con seis suspensos, hoy estudiante de 1º de Grado con dos sobresalientes en Veterinaria. Podría empezar diciendo que lo que motiva este libro es cada familia que he encontrado en esta misma circunstancia. Cada alumno y alumna que he conocido con dificultades en sus notas y que en solo unos meses ha pasado a obtener las calificaciones que deseaba y no imaginaba siquiera, o aquellos que he conocido con notas medias de sobresaliente pero dedicando más tiempo y esfuerzo del necesario, si hubiera sabido motivarse más y estudiar mejor. Pero quizá este libro no se hubiera escrito sin la empatía que despertaron en mí sus padres. A los que veía estudiar casi a la par de sus hijos, que necesitaban de ellos, de su preocupación, su pesadez y su tenacidad para lograr algo más de nota: casi nunca la que deseaban. Y si no hubiera conocido a Óscar, un Jefe de Estudios; Javier, un político; mi colega Francisco, y sobre todo a Jaime, de doce años.


El JEFE DE ESTUDIOS de un centro educativo que me escribió: «¿Crees de verdad que un alumno sin hábito de estudio puede cambiar sus notas? De verdad que me encantaría estar seguro de ello, mis alumnos lo necesitan».Pregunta lógica pero mal enfocada, como gran parte de nuestra educación. Le dije que todo hábito se puede adquirir solo si no se tiene. Nadie adquiere lo que ya tiene y nadie nace con los hábitos adquiridos. Hicimos un plan para tres alumnos que querían aprobar, pero no aprobaban. Me preguntó conteniendo la ilusión y queriendo ser profesional y realista: «¿Lograremos que el año que viene estudien lo suficiente?».En dos meses —la siguiente evaluación— los tres habían aprobado todas, al final de ese mismo curso sus medias fueron en dos de ellos notable y en uno sobresaliente. No hizo falta esperar al siguiente curso. Un POLÍTICO que durante un programa español de televisión, ante millones de espectadores, al que me invitaron a intervenir sobre educación y fracaso escolar, dijo al hablar del sistema educativo: «No deberíamos hablar de fracaso escolar, no me gusta la palabra fracaso, mejor hablar de malas notas». Podemos ocultar la verdad con tabúes léxicos pensé en aquel instante, pero el problema es que las malas notas no se quedan solo en un fracaso escolar, sino que en la mayoría de los estudiantes se convierte en mucho más: un fracaso personal, porque así lo sienten y así afecta a su vida y autoestima, y a la de su familia. Negar el problema nos impide la solución. Mi COLEGA FRANCISCO, un compañero profesor de la universidad donde imparto clases, me preguntó hace unos meses: «¿Qué escribes ahora?». Le anuncié este libro y me contestó: «No escribas sobre eso, nadie puede ser buen estudiante si no lo es ya, porque nadie puede serlo si no quiere». «De eso precisamente escribiré —le refuté—, de cómo lograr que quiera quien se convence de que no quiere y de qué hacer cuando alguien siente que lo quiere, pero no sabe cómo ni con qué fuerza lograrlo, harto de temer el fracaso cada nuevo curso, arrastrándose para no abandonar». «Ah!, entonces sí que tienes que escribirlo», me dijo mi buen colega. Pero, sobre todo, comencé a escribir este libro espoleado por JAIME, un adolescente de doce años. Lo conocí cuando acudió a mí junto a sus padres pidiendo ayuda en sus estudios, en el mes de mayo. Traía un informe de la escuela donde estudiaba, que decía: «Jaime es un alumno lento para el aprendizaje y de enorme dificultades. Aunque no se detectan con claridad las causas, presenta un retraso en el aprendizaje significativo, es más torpe de lo que podría esperarse a su edad y se muestra lento en las tareas escolares». Los padres me dijeron: «Lleva años con terapia logopeda, ha mejorado mucho, pero no consigue aprobar, quisiéramos saber si de verdad nuestro hijo es listo como a nosotros nos parece a menudo o es torpe como dicen todos». Es fácil decir que todos los seres humanos son inteligentes, muy inteligentes, y acertar al decirlo, pese a que en este caso Jaime se expresaba con dificultad y podría deberse a algún obstáculo que se escapara a mi ámbito del rendimiento escolar. Me quedé a solas con Jaime, que estaba nervioso y entregado. Quizá esperanzado y temeroso al tiempo. Le pregunté: «Jaime, ¿tú eres listo?». «Sí», me respondió limpiamente con la cabeza tan alta como le permitía su cuello.

Le pregunté de nuevo: «¿Si yo tuviera una barita mágica con la que poder conseguirte todo lo que me pidieras, qué me pedirías?». Pensó poco más de un minuto y me dijo, con dificultad en el habla, pero con una seguridad en la respuesta que alejaba toda duda sobre su excelente inteligencia: «Quisiera demostrar a todos lo listo que soy. Quisiera caerle bien a la gente. Y, sobre todo, quisiera que mis padres fueran felices». Nadie que no fuera maravillosamente listo habría sido capaz de sintetizar su concepto de la felicidad en tan poco tiempo, sin prepararse la respuesta. O a lo mejor es que ya se había hecho muchas veces la misma pregunta: aún más listo entonces. Porque tan listo es quien da una respuesta brillante como quien es capaz de hacerse la pregunta más importante. Por él escribo este libro también. Y por usted. Las malas notas son una consecuencia de algo que va mal, y más allá de quedarse solo en los resultados académicos se extiende a las relaciones humanas de quien las obtiene y toda su familia. Pero si se modifica la causa que las originó, el obstáculo se minimiza y lo convierte en una rampa firme de arena, construida grano a grano de motivación, y entonces se alcanzan las buenas notas y se mejoran las relaciones humanas. Al fin y al cabo, esto de ser buen estudiante consiste solo en encontrar la forma de estudiar quien no quiere estudiar o no sabe y cree que no quiere o no puede. Y después, en sentirse bien por ello.

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