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Tu alteras mi mundo – Begoña Gambin

Benidorm (Alicante), 29 de julio de 2017 Raquel bajó del taxi con rapidez en cuanto hubo pagado la carrera y mandado un wasap a sus amigos para avisarles de que ya había llegado, y una bofetada de aire caliente le dio en el rostro al cambio con la temperatura que había en el interior del coche debido al aire acondicionado. No sabía cómo se las ingeniaba, pero casi siempre llegaba tarde cuando quedaba con sus amigos; en cambio, cuando eran reuniones de trabajo, su formalidad rayaba la tan cacareada puntualidad británica. El taxista bajó a su vez y se dirigió hasta la parte trasera del coche para abrir el maletero y sacar el equipaje de la joven. En cuanto tuvo su enorme maleta en la acera, Raquel se despidió del hombre y, arrastrando con dificultad su equipaje, se dirigió hacia la puerta del edificio de recepción del complejo hotelero. Con inmediatez notó la humedad pegajosa que había en el ambiente, bajo el sol abrasador que caía con fuerza a la hora en que más alto estaba. Miró al cielo para comprobar que no había ni una sola pequeña nube en el firmamento y bufó al sentir cómo le caía la primera gota de sudor por la frente, bajo su flequillo. El taxista se introdujo en su coche, pero con rapidez volvió a emerger por la puerta, gritando y elevando el brazo para llamar la atención de Raquel: —¡Joven! ¡Joven! ¡Su bolso! Raquel se giró, hizo un gesto de disgusto con su rostro, abandonó la maleta en medio de la acera y regresó al taxi. Abrió la puerta trasera y recuperó su bolso. —Muchas gracias, caballero. No sabe usted el problema que habría tenido si lo hubiera perdido; aquí dentro llevo toda mi vida —agradeció al taxista con una enorme sonrisa en su amplia boca de labios carnosos. De pronto notó que algo se abalanzaba sobre su espalda y la atrapaba encerrándola en unos enormes brazos que le impidieron volverse. Unos labios se posaron sobre su mejilla, la apretaron en un gran beso sonoro y algo esponjoso le raspó la cara. Raquel se echó a reír al reconocer ese beso. —¡Felipe! ¡Qué besucón que eres! —exclamó mientras luchaba para soltarse del abrazo de su amigo y colaborador. En cuanto el joven separó los brazos de ella, Raquel se giró y lo miró sonriente. Era un tipo larguirucho y alto en exceso, de pelo castaño oscuro con un hermoso tupé —algo despeinado, a propósito—, bigote y una larga y abundante barba, pero bien recortados y cuidados. Llevaba unas enormes gafas de pasta ultramodernas que aumentaban sus angulosos ojos de color chocolate. Sus grandes manos destacaban en proporción a su delgadez pero, pese a ello, su forma de vestir y sus modales lo convertían en un chico con mucha clase. En esa ocasión llevaba un pantalón de lino en color beis con la cintura baja, que reposaba en la cadera, y una camiseta gris con cuello de pico que dejaba ver su rizado pelo en el pecho. Tenía una mezcla entre hípster y folk muy personal. Detrás de él, la joven pudo ver a sus amigas Carlota y Estefanía. —¡Fanny! —exclamó a la vez que esquivaba el cuerpo de Felipe y se dirigía hacia ella. La abrazó con fuerza, se balanceó y arrastró a su amiga en ese vaivén. Raquel conocía a Estefanía desde niña, cuando se habían hecho las «más mejores amigas» durante los veraneos de Raquel y sus padres en Benidorm. Su amiga era de allí y, además, había estudiado Arqueología en la Universidad de Barcelona, donde ella residía, hecho que hizo que afianzaran su amistad durante sus épocas universitarias.


Estefanía era de cuerpo fibroso y atleta debido al deporte que practicaba, además de algo más alta que su amiga. Su pelo, moreno, rizado y largo, lo llevaba suelto en ese momento y le caía en cascada por su espalda, en lugar de la cola de caballo con la que solía peinarse. También, ese día, estaba vestida de forma inusual en ella. Solía vestir con ropa cómoda: vaqueros, camisetas y zapatillas deportivas; en cambio, en esa ocasión, llevaba un vestido veraniego de tirantes y tejido vaporoso, con un estampado muy juvenil. —¡Qué guapísima estás! Cómo se nota en tu cara la felicidad. ¿Estás muy nerviosa? —interrogó Raquel mientras se separaba un poco de ella para mirarla. —¡Estoy atacá! ¡Llevo tantos años esperando este momento! Tú lo sabes. Ufff…, espero que no salga nada mal —concluyó con unos morritos muy cómicos en sus labios—. Me alegro de que hayas aceptado mi invitación para ayudarme con los últimos preparativos. Así estoy más tranquila. —Desde luego sigues siendo la misma exagerada de siempre, pero me encanta que me hayas pedido ayuda. —Oye, pero yo insisto: me gustaría que te vinieras a casa de mis padres, igual que Felipe. Me sabe fatal que pagues quince días de hotel si puedes estar allí. —Tranquila, Fanny, ya te dije que me hacen un precio especial por mi trabajo; además, así aprovecho para echarle un ojo a este complejo hotelero. He quedado con mi padre, que vendrá algún día antes de tu boda, para pasarle un informe. —Tengo muchísimas ganas de verlo. Hace años que no me achucha como solo él sabe hacerlo. El padre de Raquel era el propietario de una pequeña cadena de agencias de viaje en Cataluña y ella tenía bien claro, desde niña, a lo que se iba a dedicar, así que estudió un grado de Turismo, con la especialidad de Dirección Turística, en la Escuela Universitaria de Hostelería y Turismo de Barcelona. Desde que se graduó, colaboraba con su padre en la dirección del negocio, además de crearse un nombre como gestora de espacios de ocio. Pero, sobre todo, su padre era una gran persona y muy, pero muy cariñoso. —Bueno, querida jefa y amiga, ¿no piensas saludarme? —preguntó Carlota acercándose a las dos. La joven era la más alta de las tres y la más coqueta pero, claro, como solían decirle sus amigos, con esa figura perfecta, sexi y provocativa, ¡cualquiera ligaba! Ellos siempre la picaban al decirle que no tenía ningún mérito llevarse de calle a todos los hombres porque la naturaleza había sido muuuuy generosa con ella. Además de unas curvas de escándalo y unas largas piernas espectaculares, su pelo rubio destacaba por su ondulación natural y su brillo; y para rematar, sus ojos, de un azul profundo, embelesaban a cualquier género humano. —Mira que eres «celosona», Carlota —le dijo Estefanía al tiempo que le dedicaba un empujón con la cadera y una sonrisa guasona en su rostro. —Fanny tiene razón, Carlota.

Mira que te gusta ser el centro de todas las atenciones. ¡Si hace dos días que nos separamos! —respondió Raquel a la vez que le daba dos besos. —¿Y yo qué? Pasaste de mí en cuanto viste a Fanny —protestó Felipe uniéndose a la broma. Raquel se giró hacia él, que se había colocado detrás de Carlota, y le dio una palmada en el brazo. —Menudos amigos y colaboradores más bobos que tengo. Creo que voy a tener que revisar vuestros contratos —se burló mientras señalaba a Felipe y a Carlota alternativamente. Carlota era su secretaria, colaboradora y amiga desde hacía cinco años. Prima de Estefanía, ella se la recomendó cuando le comentó lo que andaba buscando. La joven había estudiado un grado superior de Secretariado y tenía ganas de salir de Benidorm para conocer otros mundos. Desde entonces, Raquel y Carlota se habían convertido en inseparables. En cuanto a Felipe, era amigo de Raquel desde la universidad y, por lo tanto, también de Estefanía. La joven lo había contratado al poco tiempo de graduarse los dos, con el beneplácito de su padre. Raquel sabía que era un buen fichaje, puesto que hicieron todo el grado de Turismo los dos juntos. Lo conoció el primer día de clase y así permanecieron los cuatro años de estudios. Se apoyaban el uno en el otro, ayudándose en sus carencias. Ahora colaboraba con Raquel en la planificación de viajes. Después de los años que llevaban juntos los tres, podía asegurar que formaban un gran equipo. —Venga, vayamos a la cafetería del hotel a tomarnos algo mientras te cuento cómo va lo de la boda —indicó Estefanía a la vez que comenzaba a empujarlos hacia la entrada del hotel. Raquel se giró para coger su maleta, pero Felipe se había adelantado y ya la arrastraba. —Mejor será que la lleve yo, jefa. ¡No es por peloteo, eh! Si te dejo a ti arrastrarla, seguro que destrozas algo con ella. —No sé a qué te refieres —repuso elevando la barbilla en una actitud altiva, aunque una leve sonrisa, que contradecía sus palabras, afloró de sus labios. Pero dicha altivez ficticia acabó en cuanto comenzó a andar porque, al girarse, tropezó con Carlota, que los estaba esperando detrás de ella. Menos mal que su amiga reaccionó con rapidez y la sujetó por los brazos para evitar que se cayera. —Ya… No lo sabes… —murmuró Felipe, burlón.

Raquel se volvió hacia su amigo. —¡Ni una palabra más! —exclamó señalándolo con un dedo en actitud amenazante. Mientras los cuatro amigos se reían con fuerza, se encaminaron hacia el hotel. Cuando entraron, la fuerte luz del sol levantino que había en el exterior los cegó con la negrura del interior de manera momentánea. En cuanto Raquel recuperó algo su visión, pudo contemplar el hermoso hall que recibía a los clientes del complejo. Se trataba de un vestíbulo amplio y decorado como una típica casa mediterránea: con las paredes de estuco blanco y hermosas plantas por todos los rincones. En el techo se podían admirar las vigas de madera envejecida, a juego con los muebles rústicos. Los sillones, que descansaban sobre el suelo de terracota, estaban tapizados de loneta tono hueso. El toque de color lo daban grandes cojines forrados con telas con dibujos geométricos en azul cobalto sobre fondo blanco, así como pequeños artículos decorativos, diseminados por doquier, del mismo matiz de azul. Raquel se dirigió hacia el mostrador de recepción, que se encontraba a un lado del vestíbulo y que constaba de un medio tabique estucado con la encimera de madera rústica. —Soy Raquel Durán. Tengo una reserva —explicó al recepcionista, que le había ofrecido una sonrisa como prueba de recibimiento. —Bienvenida, señora Durán. Enseguida busco su reserva y la acompañamos a su chalé independiente. —No, solo quiero avisar de que ya estoy aquí. Voy a la cafetería con unos amigos, más tarde iré a la habitación. —Bien, si me lo permite, podemos llevarle la maleta ahora. —Me parece perfecto. En cuanto Raquel terminó de registrarse y un botones se llevó su maleta, los cuatro amigos se dirigieron a la cafetería del hotel, que estaba en uno de los laterales del hall, frente al mostrador, tras unas hermosas puertas de madera de cedro, con unas espléndidas vidrieras de colores que representaban un paisaje de la playa formada por multitud de tonos azules, arena tornasolada y un hermoso sol.

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