debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Trilogia Especial Si tan solo fuera sexo – Myriam Ojeda Moran

—¡Jacqueline!, adelante, estaba deseando conocerte. Me sorprendí ante aquellos ojos color aceituna que me miraban expectantes, miré su pelo rubio ceniza revuelto por su cabeza, y sonreí, para más tarde sonrojarme. Sí, mi futuro editor iba a ser él, iba a tener un serio problema. Me adentré en el espacioso despacho de una de las editoriales más importantes de España. Aún no me podía creer que hubieran aceptado mi manuscrito; ni siquiera podía creerme que hubiera tenido el valor de enviarlo, pero no me arrepentía en absoluto, hacía tiempo que no me sentía tan viva y con tantas ganas de empezar algo nuevo. Me acerqué hasta el sillón que estaba frente a su escritorio, el cual, ocupaba el centro de la estancia, sonreí al ver mi manuscrito sobre él, me volví y vi su mirada tierna recorriendo todo mi cuerpo. Cuando sus ojos se toparon con los míos, sonrió. —Estaba intentando mentalizarme sobre como serías… —Metió las manos en los bolsillos—. Debo decir que eres mucho mejor en persona, tengo una imaginación penosa. —Me eché a reír—. Por favor, siéntate. —Hice lo que me pidió—. He de decir que esta historia me ha maravillado. Esto, nena, va a ser publicado, que no te quepa duda. Intenté ocultar la emoción que empezaba a adueñarse de mí. —¿En serio cree que es lo suficientemente buena? —No me cabe duda, tienes mucho talento. La prueba la tienes en la insistencia en quedar lo antes posible, ¡es que no me puedo creer que esta historia tenga este final! —le sonreí—. ¡Por Dios! Necesito que me cuentes que te llevó a esta historia. —¿Todo? ¿Desde el principio? —¡Oh sí!, desde el principio. 1 Hubiera estrellado el móvil contra el suelo si no fuera porque hacía dos semanas que me lo había comprado. ¿Quién osaba despertarme del magnífico y sugerente sueño que estaba teniendo? ¡Ah sí! La puñetera alarma que me recordaba que la realidad me estaba esperando. Me removí por la cama perezosa, y con las energías bajo cero. Me deslicé hasta acabar con la cabeza bajo la almohada y recé para que cayera un agua torrencial que me impidiera levantarme e ir a trabajar; después de cinco minutos esperando el milagro, tocó darme por vencida. Me incorporé sudorosa de la cama, era una fresca madrugada a principios de abril, «Las cinco y media… Dios, madrugar así debería ser un pecado.» Me susurré a mí misma mientras miraba por última vez a mi querida y amada cama.


De lo único que tenía ganas era de volver dentro, cubrirme hasta los ojos y hacer el bicho bola, al menos, seis horas más. Al poner un pie en el suelo me estiré y me di cuenta de que tenía las piernas prácticamente caladas, mi piel reflejaba un suave brillo de sudor, vale, acababa de entender que debía quitar las mantas, o meterme en la cama sin pijama; esto no podía ser normal, aunque quizá fueran mis sueños los responsables de que mi temperatura subiera cada dos por tres. Era la tercera noche en dos semanas que soñaba lo mismo, la idea de que mi mente no hiciera más que recurrir a tríos en sueños me tenía algo descolocada, y lo curioso, es que siempre eran los mismos los que me llevaban al descubrimiento de los orgasmos más impresionantes de mi vida,— obviamente en sueños. Porque ninguno era mi novio, ni si quiera un follaamigo; de hecho no tenía novio ni follaamigos— Abrí la ventana para ventilar la habitación, y un frió gélido recorrió mi cuerpo. ¡¡Buenos días, mundo!! Me desnudé frente a la ducha, el agua caliente ya empezaba a desprender vaho y no podía evitar tiritar hasta incluso llegar a tener que retorcerme en una danza algo ridícula que todos hemos bailado alguna vez —de eso estoy segura —, por no hablar de que había forrado el suelo con varias toallas y mi pijama ahora para lavar; todo menos tocar el suelo frió con los pies. Estaba deseando que el agua saliera lo suficientemente caliente como para hervir unas patatas para saber que estaba a mi temperatura perfecta, en ese mismo instante noté como quemó mi piel y solté un gemido de placer. ¡Dios eso era la gloria! Aligeré la marcha viendo que llegaría tarde si me quedaba en los laureles —cosa que era habitual en mí—, sequé mi pelo castaño oscuro, y me lo recogí en un moño desenfadado que me había enseñado a hacer mi primo Carlos (está estudiando peluquería, y me tiene de conejillo de indias, pero al menos tiene ciertas ventajas, —cuando no la cagaba, que, por suerte para mí, había sido en pocas ocasiones—) Como lo tenía tan largo, estaba cansada de llevarlo siempre o planchado o rizado, porque no tenía lo que se dice un pelo agradecido. Siempre tenía que dedicarle tiempo, ya que si no lo hacía lo tenía bufado y encrespado; sí, hasta ahí me llegaba la suerte, y hoy estaba demasiado vaga y me había levantado con la hora demasiado justa como para entretenerme con esas cosas. Me vestí a trompicones mientras iba a prepararme un vaso de leche, ¿adivináis? Sí, demasiado vaga como para hacerme un café; aun así no me preocupaba, teniendo en cuenta que ese era mi primer desayuno de los dos que tomaba diariamente. Me puse mis vaqueros, mis botas con un poco de tacón, una de mis camisetas preferidas con escote de pico negra y un pañuelo por mi cuello con estampado de leopardo, me maquillé sencilla, polvos, raya del ojo, rímel y colorete, mis ojos verdes aún estaban entrecerrados e hinchados… ¡La última vez que me quedaba hasta las tantas leyendo! Me tomé el vaso de leche de un sorbo y salí pitando de casa, vivía a dos calles de mi trabajo y siempre llegaba con la hora justa ¿Cómo puedo organizarme tan mal? Trabajaba en un gimnasio de masajista y/o recepcionista, en el turno de mañana; depende de si contrataban masajes o no. Hoy en concreto no había ninguno programado, simplemente me sentaría frente a la puerta a esperar que pasaran las horas. Abría a las seis y media de la mañana hasta el mediodía, que entraba Bea que terminaba el turno junto con el dueño —su novio—. No es que el sueldo fuera como para tirar cohetes, pero me sentía mejor sabiendo que algún dinero del que malgastaba era ganado por mí. Llegué y abrí la persiana en un santiamén, encendí las luces; abrí las puertas; enchufé la calefacción en los vestuarios y me puse en la recepción a esperar a los más madrugadores del lugar. Siempre eran los mismos, una chica de unos treinta años que siempre hacia una hora diaria y salía de los vestuarios vestida de traje y chaqueta, —siempre pensé que era abogada, pero quien sabe, quizá fuera comercial, si fuera así yo le compraría lo que fuera—, tenía una pinta excelente. También dos chicos con el tamaño de osos gigantes que pasaban las mismas horas que yo en el gimnasio, de ellos siempre pensé que eran gigolós, —Sí, podían ser porteros de discoteca que era lo más coherente pero me era más divertido imaginar que tenían que acostarse con viejas chochas con mucho dinero que malgastar—; no me caían del todo mal, pero odiaba cómo miraban a según qué mujeres por encima del hombro, odiaba esa actitud petulante; pero por alguna razón, conmigo eran simpáticos, y era lo que les salvaba de que los mandara a la mierda —bueno eso y el trabajo claro está—. Me dieron los buenos días, conversamos un rato sobre el fin de semana y pasaron sus tarjetas por el detector; así día, tras día, tras día. Temía que algún día por aburrimiento, cosa que sucedía muy a menudo, acabara acostándome con alguno de los dos; si llegara a pasar después me cosería la vagina y me metería a monja ¡Palabra! Miré mi reloj, no tardaría en aparecer así que me arreglé las tetas para que quedaran lo más sugerentes, dentro del escote que llevaba, que tampoco era muy exagerado. Miré mi Whatsapp, tenía varios mensajes del grupo que tenía con mis amigas. Laura trabajaba en un hospital como enfermera de quirófano; Martina como endocrina, yo en un gimnasio—sí, era incomparable y algo patético dado las profesiones de mis amigas—. Yo tenía el título de fisioterapeuta, pero no había conseguido trabajo en lo mío a tiempo completo. Al menos estaba mejor que Dana, que vivía explotada en el restaurante de su suegra, un auténtico mal bicho que seguro que era la reencarnación de alguna bruja a la que quemaron en Salem y juró venganza. —Apostaría mi vida a ello. Estaba de espaldas a la entrada, esperando que la puñetera impresora no me diera el coñazo, como tenía por costumbre hacer cada mañana, —creo que aquel objeto entendía el idioma humano y decidía sacarme de mis casillas a placer, por eso había veces que se encendía el escáner solo, «eso era cuando se corría del gusto»—. Mientras estaba en mi ensoñación escuché el tintineo de la puerta, me giré y simplemente lo vi, tan increíble como cada mañana, saludó con su maravillosa sonrisa y me tragué el suspiro, de puro milagro.

David Era la tercera noche que no dormía, al menos sacaría buenas notas este cuatrimestre, eso me consolaba. Miré mi móvil y ni rastro de Lorena, había conseguido desesperarme hasta perder el juicio ¿Por qué narices no la dejaba? ¿Dónde había quedado aquel golfo que tanto me había hecho disfrutar en mi soltería? Mi reflejo en el espejo era un espanto, me notaba más delgado y eso me deprimía, me machacaba demasiado en el gimnasio como para adelgazar de esta manera, «¡¡Puñeteros nervios, Puñetera vida. Puñetera novia!!» me grité a mí mismo mientras me secaba y me vestía para ir al gimnasio. ¿Quién se duchaba antes de ir al gimnasio para volver a sudar? Pues yo. Desde que Jacqueline había entrado de recepcionista no podía evitar querer que me viera guapo, aunque era agotador. Días como hoy solo quería ir con mi barba de tres días y con un chándal viejo y horrible pero extra cómodo para hacer deporte; lógicamente, no quería que ella me viera así. No podía evitar sentirme alagado con la forma en que se sonrojaba cuando me veía entrar, y en cómo se le hinchaba el pecho y sonreía, adoraba su reacción física a mi presencia. Nunca pensé que, cuando entré en la universidad para estudiar enfermería, mi compañera de mesa acabaría siendo tan buena amiga. Laura, ahora trabajaba en un hospital, yo viendo mi suerte me puse a estudiar la carrera que siempre había querido; derecho, y así fue como Laura me llevó a Jacqui. Sabía de sobra que le gustaba desde el primer día que me la presentaron, siempre llamó mi atención, aunque había chicas que me mantenían ocupado y como sabía que ella era algo seguro, no me importaba dejarla en la recámara esperando el momento oportuno. Pero empecé con Lorena y Jacqui se volvió la tía más impresionante y atractiva que había conocido, ¿y qué hacía yo? Estar con una puñetera loca obsesa de los celos con la que peleaba más que follaba. Daba gracias de que Lorena no había visto en persona a Jacqui, si no, me habría tenido que cambiar de gimnasio por quinta vez. Aparqué el coche y me acerqué a la puerta del gimnasio donde a través del cristal vi el perfecto culo de Jacqueline, que aporreaba la impresora ,otra vez. «Me encantaría verla ponerse tan agresiva mientras la tomo como merece» ¡Joder! Otra vez me traiciona el subconsciente «respira David, respira» Jacqueline —¡Hola, pequeña! —Caminó hacia mí, me dio un pequeño abrazo y un beso en la cabeza—. ¿Qué tal estás? —Hasta el gorro de esta mierda de impresora —dije después de darle un gran y sonoro beso en la mejilla. —Tú y tu cuento de cada mañana. —Me siguió y se quedó apoyado en el mostrador, mientras yo me limitaba a auto tranquilizarme y acababa de sacar los papeles que habían quedado atascados. —¿Qué tal tú? —Volví a su lado y me crucé de brazos apoyándome junto a él. Hoy se había afeitado; una pena. Me encantaba la barba que había estado llevando estos días. —Agg —gruñó—. Asqueado…—Se pasó la mano por su pelo negro, que no se movió ni un ápice. —¿Las clases? —Lorena… —Vaya. —La imagen de su novia me vino a la cabeza—. ¿No va mejor la cosa? —Yo que sé… —dijo fijando la vista al frente.

Era tan guapo, que casi me dolía mirarle. Dana decía que exageraba, pero para mí, no podía ser más guapo. Tenía la mandíbula tensa y los ojos cansados, aun así, me resultaba irresistible; no me extrañaba que ocupara un puesto importante en mi aventura sexual nocturna, completamente ficticia muy a mi pesar. Le sonreí mientras acariciaba su mentón, me cogió de la mano y la besó antes de entrar para sus dos horas diarias de ejercicios. Conocía a David desde hacía tres años. Cuando Laura entró a estudiar enfermería, uno de los muchos jueves universitarios en los que coincidimos ella y yo, me presentó a su compañero de mesa y me encantó desde la primera noche, cabe decir que ella siempre me decía «Tengo un compañero de clase que estoy segura de que te gustaría». No se equivocó un ápice. Desde entonces, David y yo habíamos desarrollado cierta amistad a parte de la propia que tenía con Laura, siendo esta la que nos unía de todas formas. No sabía cómo podía gustarme una persona durante tanto tiempo y no intentar nada, pero estaba acostumbrada a que fuera así. David me importaba demasiado para que fuera solo sexo; y lo conocía demasiado bien como para pretender algo más que no fuera sexo. Pero él, ahora tenía novia y al parecer estaba enamorado; aún no entendía qué había podido verle a esa tipa, si se le puede llamar de alguna manera, pero bueno, las hay espabiladas y eso me había quedado claro. Un Whatsapp me hizo salir de mi ensoñación, y una sonrisa apareció en mi rostro; mi segundo desayuno estaba de camino ¿Como podía un chico hacerme sonreír de esa manera con un: «Nena, voy de camino»? Me levanté y miré impaciente por el cristal de la puerta. Los siguientes diez minutos, se me hicieron eternos hasta que vi su silueta salir de la furgoneta de trabajo con dos cafés en la mano. Llevaba esos vaqueros que tanto me gustaban, bajos de cintura a conjunto con zapatillas Converse y una camiseta como la mía en línea de hombre de color azul marino. Una finita bufanda de chico ocultaba su cuello—era de anginas sensibles, como yo—. Llevaba su pelo negro alborotado, como a mí me gustaba… —bueno… vale, me gustaba todo él; aunque llevara un saco de patatas como traje. Su metro noventa de estatura se iba acercando, y su ancha y fuerte espalda parecía ágil, como si no tuviera esos músculos que tan bien se le marcaban en la camiseta. Siempre pensé que valdría como modelo de Armani o de cualquier marca de ropa; si hasta cuando vestía de sport parecía un Adonis. —Buenos días por la mañana —dijo con su peculiar forma de pronunciar. Era alemán, pero hablaba perfectamente español, aunque tenía un cierto acento que me hacía reír. —Señorito Klaus. —Hice la reverencia de cada día. —Miss Jacqueline —pronunció en su sexy alemán, a lo que me reí. ¿El alemán podía ser sexy? Si era Klaus él que lo hablaba me deshacía viva; aunque hablara el suajili. Dejó los cafés en el mostrador y me dio un dulce beso en los labios.

No podía evitar besarle y abrir un poquito el ojo derecho, no quería perderme ninguno de sus detalles, de él, no. Y menos el movimiento que hacía antes de abrir los ojos después de besarme, cuando sus perlas azules volvían a abrirse al mundo, yo tenía que coger aire si no quería desmayarme. No sabía qué relación tenía exactamente con él. Lo conocí la mañana de una Nochebuena hacia unos años, yo tenía dieciocho, y él dieciséis. Por aquel entonces, él era un chico en plena pubertad, con acné, flacucho y con una altura desproporcionada. Vestía con ropas demasiado anchas que le daba un aspecto un tanto peculiar. Salía de la consulta del que era mi psicólogo, iba enfundada en un chándal Adidas negro que me venía un tanto grande, él estaba sentado en la sala de espera, con los pies encima de la mesa donde estaban las revistas, estaba ojeando una cuando levantó el rostro en mí dirección, me miró durante unos segundos y luego apartó la vista. Me llamó la atención su color, un azul impresionante, aunque, a decir verdad, en aquella época estaba tan en mi mundo que tampoco hice mucho caso, me encaminé hacia la salida cuando a mis espaldas escuché como lo llamaban. «¿Klaus Grass? Pasa y ponte cómodo.» Me giré otra vez y vi como entraba, su mirada se posó en la mía, con la diferencia que esta vez me sonrió. En aquel momento me pregunté cuál podría ser su problema, el mío era evidente, estaba rematadamente loca; pero él no tenía esa mirada perdida que teníamos todos los que acudíamos allí. A partir de ahí, coincidimos varias semanas después; y así, poco a poco, fuimos haciéndonos amigos, buenos amigos. A decir verdad, incluso ayudó bastante a mi recuperación. Me hubiera encantado poder hacer lo mismo por él, pero nunca me dijo cuál era su motivo para acudir a un «loquero», solo mencionó que lo hacía para que su madre lo dejara en paz. Siempre supe que había algo más, cuando rascabas un poco su superficie se escondía como un caracol; así que simplemente dejé de hacerlo, y me limité a hablar solo de mí, no recuerdo por qué, pero hacia unos años que habíamos perdido el contacto, hasta que coincidimos en la sala de espera del centro médico cinco meses atrás. Estaba claro que la medicina y nosotros teníamos algo en común. Quizá fuera cosa de la alineación de los astros o algo así. Nos dimos el Facebook, y luego el Whatsapp, hasta que una noche quedamos. Recuerdo como si fuera hoy cuando lo vi en aquella sala de espera, casi me caigo hacia atrás, no podía dejar de mirar esa espalda musculada y ese pelo que seguía húmedo. Había entrado decidida a sentarme frente a la puerta de mi médico, entonces lo vi, y mis pasos empezaron a sonar algo extraños, me había ralentizado sin darme cuenta, podría haberme sentado en cualquier otro lugar, pero como si de una fuerza tirara de mí, acabé sentada a su lado. Cuando se giró pude notar que mi cara estaba igual que mi abrigo, «rojo». Era realmente guapo, ¡¿Qué digo guapo?! ¡Impresionante! En los minutos que estuvo sentado esperando su visita, pude comprobar por lo menos, como diez enfermeras pasaban por allí para admirar su belleza. Yo, ponía los ojos en blanco a cada una que pasaba por delante, cansada del númerito ridículo que estaban dando, miré hacia él, y me encontré con sus dos perlas azules mirándome con una sonrisa en la cara. Me puse aún más roja si cabía, no recordaba conocer a semejante varón, pero había algo en sus ojos, que me era tremendamente familiar. —¿Jacqueline? —Cuando oí mi nombre en sus labios una taquicardia me dio los buenos días.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |