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Trabajame – Aidee Jaimes

Mi madre se sienta tan tiesa que, si no me hubiera acostumbrado a ver la rigidez todos los días, podría haber pensado que tenía rigor mortis. No me intimidara. No la dejaré ver el miedo. Pero si tengo miedo. Beatrice Duransulet es intimidante como el infierno, y no es solo su estatura y ese moño amenazador lo que me hace temblar. Mira a través de mí, como si estuviera diseccionando cada parte y todavía no puede encontrar algo que merezca su nombre. “Bueno, esto es decepcionante, pero ciertamente no me sorprende. ¿Que haremos?” Sus dedos largos golpean contra la madera de la silla que está ocupando. Mi corazón está en mi garganta, y aunque intento con todas mis fuerzas mantenerme fuerte, mi voluntad se está rompiendo. “Lo siento,” croé. “¿De quién es?” pregunta mi madre, calculando. Las ruedas en su cabeza giran mientras piensa en cómo ocultar mi error, al igual que las mías giran preguntándome qué va a ser de mí. “Lenny.” Beatrice se burla. “¡Leonard Smith! ¿El joven con los ojos pintados?” “Sí.” Me retuerzo al oír cómo se burla de mi nov… ex-novio. Nunca le gusto que trabaja en una gasolinera, o que su familia no vive en Naples. Odia que se tiñe el pelo negro y se delinea los ojos. Le gustó aún menos cuando seguí su ejemplo. Dice que es un perdido y un marihuano sin futuro simplemente porque su familia no es parte de un club social. Hasta hace dos días no habría estado de acuerdo con ella. Pensé que era misterioso y atractivo. Pensé que estaría con él por el resto de mi vida. Ahora estoy de acuerdo con ella ciento cincuenta y tres por ciento. “¿Va a asumir su responsabilidad?” Mirando hacia abajo a las manos en mi regazo, mis dedos retorcidos en la tela de mi camisa, contesto, “No.


” Le dije el mismo día que la prueba de embarazo dio positivo. Me dijo que no creía que él era el padre. La ira que me provocó su respuesta me hizo contestar, “Sí, bueno, yo tampoco estoy segura.” “Podríamos presionar a sus padres para que responda, pero nuevamente… Tal vez sea mejor dejarlos fuera de la toma de decisiones. ¡Catherine, mírame cuando te hablo!” Apenas puedo levantar mis ojos a los de ella, pero lo logro. Hay tanto disgusto en su rostro que retrocedo ante ella. Sus labios se abren un poco, pero antes de que llegue a escupir cualquier veneno que tenía listo, hay un golpe en la puerta y se abre. La doctora James entra y se sienta en el taburete giratorio. Su cara larga lo dice todo. Lamenta que esto me haya pasado. Lamenta que tuvo que confirmar las sospechas de mi madre. Y lamenta que todavía tenga que desviar todas las decisiones a la mujer que se preocupa más por su propia reputación, que por los sentimientos de su hija. ¿Cómo diablos se dio cuenta Beatrice de que me había perdido la menstruación? Seguro tiene al servicio buscando por los botes de basura. Dijo que esperaba que hiciera esto. Por supuesto que pensaría así. Soy la decepción. Me vuelvo a la doctora con la esperanza de que me salve de la ira de mi madre, pero ella se ve tan asustada como me siento. “¿Han tenido oportunidad de hablar sobre esto?” le pregunta a mi madre. “No hay nada que discutir. Simplemente necesitamos deshacernos del problema. Nadie necesita saber. ¿Cuáles son nuestras opciones?” La Dra. James me mira como si tuviera opción en el asunto. “Bueno, Catherine está bien en su segundo trimestre ahora.” Mi madre me mira, enojada de que pude ocultar mi condición durante tanto tiempo.

“¿Cuáles son nuestras opciones?” agita entre dientes. La doctora me mira y casi no puedo respirar, preguntándome qué va a decir. “Hay muchas parejas dispuestas a adoptar un recién nacido. Podrían elegir la familia ustedes mismas a través de una agencia.” “¿Quieres que la abandone?” pregunto, sosteniendo mi vientre delgado de manera protectora. “Si esa es nuestra única opción para manejar esto, entonces sí. Dios sabe que no necesitamos otro niño indeseado en esta familia.” Sus palabras no pasan inadvertidas, ni para mí, ni para la médica. “¿Por qué no discutimos esto en privado?” le dice la Dra. James a mi madre, perceptiva a mis sentimientos. Beatrice está de acuerdo, y van a la consulta, dejándome allí para que me ocupe de mi dilema. Lenny, el canalla pendejo. Debería haber sabido que el imbécil no sería suficientemente hombre para tomar responsabilidad de sus acciones. Le di mi virginidad y mi corazón. Él me dio la espalda a cambio, dejándome para lidiar con esto por mi cuenta. Ahora voy a tener que hacer lo que dice mi madre. Puedo imaginar de qué están hablando ahora. Si se hubiera enterado antes, estoy segura de que me habría exigido que terminara el embarazo. Tal vez por eso no se lo dije. Nunca he pensado demasiado en las personas que renuncian a sus hijos, aparte de que es algo triste. Deben tener sus razones para ello, y no ha sido asunto mío. Pero este… Este es mi asunto. Esta es mi vida. Este es mi… bebé. Mis manos van a mi barriga, apenas visible.

Puede que todo esté en mi cabeza, pero juro que puedo sentir un pequeño pulso en el fondo. Allí hay un niño “no deseado,” que crece y me quita, incluso ahora, me hace sentir débil y cansada. Su propia existencia es una amenaza para mi vida y mi futuro. Es una niña. No sé cómo lo sé, solo lo hago. Una niña que, mientras estoy aquí contemplando, mi madre planea quitármela y esconderla de la sociedad porque la avergüenza. La pequeña burbuja en mi barriga golpea más fuerte, como si pudiera sentir mis pensamientos. Pronto ella se habrá ido. Mi futuro restaurado. Podre terminar la escuela. Continuare tratando de obtener la aprobación de mi madre, probablemente en vano, pero lo intentaré de todos modos porque eso es lo que ella quiere. Pero esta bebé… ¿Cuál será su futuro? Una lágrima brota de mi ojo y la limpio con rabia. “Lo siento. No puedes estar aquí,” le digo, y mi alma comienza a destrozarse cuando imagino lo que ella debe estar sintiendo. Esta pequeña cosa que nunca pidió ser, que no tiene a nadie que la proteja. Incluso yo, su mamá, estoy dispuesta a permitir que otras personas decidan su futuro. Estoy dispuesta a permitir que alguien me la quite en cuanto nazca. ¿Me dejarán ver su carita? ¿Podré besar su dulce mejilla o colocar mi mano sobre su pecho para sentir su pequeño corazón latiendo? Ese último pensamiento me tiene de pie, mi propio corazón acelerado justo cuando mi mente trata de mantenerse al día. ¡No! Todo en mí grita, y me apresuro a vestirme. Hay una razón por la que la escondí de mi madre. Esta niña no es indeseada. No está desamparada. Desde el momento en que supe que estaba allí, he soñado con ella. La he querido e imaginado. La he visto crecer.

Y en todas esas visiones, yo soy su madre. Soy yo quien la levanta cuando se caí y le da un beso para quitar sus lágrimas. Soy yo quien ve sus primeros pasos y escucha sus primeras palabras. Soy yo quien la ama, y ella me ama a cambio. Mis piernas comienzan a moverse antes de que pueda cambiar de idea y salgo corriendo del cuarto de examen, a través de la sala de espera y del edificio. Corro lo más rápido que puedo, ni una sola vez mirando atrás, lo más lejos posible antes de que se den cuenta de que me he ido. No es hasta que la puntada en mi costado me hace que me doble y me detengo para recuperar el aliento. La pequeña burbuja en mi interior está pulsando tan fuerte como yo respiro, como si ella también supiera lo que he hecho. Cuán cerca estuvimos de ser separadas. Acercando mi mano a ella, le doy una palmadita y le digo, “Chiquilla, creo que acabo de jodernos.” No tengo a dónde ir, cero dinero, absolutamente nada que proveer para mí, y mucho menos una hija. Todo lo que tengo es esta rabia interior que me hace querer enfrentar el mundo para esta niña. Sin destino empiezo a caminar. Camino hasta que me duelen tanto los pies que quiero detenerme, pero sigo avanzando. Y cuando las ampollas comienzan a formarse dentro de mis botas de combate negras, camino un poco más. No es hasta que llega la noche y paro, que me doy cuenta de que estoy completamente perdida. “Oh dios mío, chiquilla. ¿Dónde diablos estamos?” pregunto a la pequeña cosa que vive dentro de mí. Nada parece familiar, ni las calles, ni las tiendas. Dirigiéndome a un 7- Eleven ocupado, reviso mis bolsillos en busca de cambio y solo encuentro un centavo. Hay una mujer bonita en uno de los teléfonos públicos. Ella me mira con recelo. Sé lo que ve. Chica pálida, pelo negro azabache con raíces hueras, chaqueta de cuero negra, pantalones de cuero y botas. Le sonrío tan inocentemente como puedo.

“Señora, necesito hacer una llamada para conseguir que me recojan, pero me falta cambio. ¿Me podría ayudar?” “Claro,” dice la mujer, entregándome lo que necesito, aunque tengo la sensación de que es porque me tiene miedo. Ingreso el número a la cabina telefónica cuando me lo solicita el operador, luego cuelgo y espero. Tres minutos después suena y recojo tan rápido que casi lo suelto. “¡Hola!” “¡Gata! ¿Dónde rayos estás?” viene la voz de mi hermana a través del receptor. “¡No lo sé!” Lloro como un niño perdido en un centro comercial. “Lizton, la cagué, y ahora estoy perdida. Caminé y caminé y no tengo idea de cuán lejos. ¡Por favor ven a buscarme!” “Está bien, mira a tu alrededor y dime lo que ves,” ordena. Le digo los nombres de las calles y los restaurantes, luego le doy la dirección en el frente del teléfono. Mi hermana demasiado inteligente, la gemela buena, saca un mapa. Puedo escucharla buscando las calles. “Está bien, sé dónde estás. Quédate quieta. Entra en la tienda y dile al empleado que estás esperando tu viaje. No te quiero allá afuera en la oscuridad.” “¿Qué hay de mamá? ¿Qué le vas a decir?” pregunto, preocupada por ella. “Le diré que voy a pasar la noche con una amiga. Ella lo creerá.” Es cierto. Liz no puede hacer nada mal a los ojos de nuestra madre. Ella es la hija perfecta, con las calificaciones perfectas, y algún día se casará con el hombre perfecto y muy rico. Sinceramente, Liz no puede hacer nada malo en mis ojos tampoco. Ella es todo lo que me gustaría poder ser. Y en este momento, ella es mi héroe.

Se detiene frente a mí en su Eclipse negro, el que obtuvo cuando terminó la escuela secundaria y comenzó sus cursos universitarios. Salgo corriendo de la tienda y salto a sus brazos justo cuando sale de su auto. “¿Qué voy a hacer, Liz? Tengo mucho miedo.” “Todo estará bien, gatita. Ya lo verás,” me tranquiliza, y aunque solo tiene dieciséis años también, le creo. Cuando le conté el mes pasado sobre mi pequeño problema, ella fue la única que dijo que estaría aquí para mí sin importar nada. Y lo está. Liz me ayuda a subir al auto como si ya estuviera embarazada de nueve meses, tomándome de la mano todo el tiempo. Una vez dentro, me dice, “Voy a llevarte con la tía Jackie.” “¿La hippie?” Liz pone los ojos en blanco. “La ex esposa de nuestro tío.” Frunzo el ceño, tratando de averiguar por qué había pensado en ella. “¿Porqué ella? Mamá la odia.” “Es por eso. Ya finge que la tía Jackie no existe. Nadie en nuestro círculo sabe de ella.” “¿No tiene ya una niña?” pregunto. “Sí. Winnifred.” “No necesita otra carga.” Más bien dos, porque todavía seré una niña cuando nazca la bebé. “No quiero hablarle de esto.” “No tendrás que hacerlo. Porque ya lo hice yo,” Liz me dice de hecho. Pongo la cara en mis manos y gimo.

“¿Qué dijo?” “Que te llevara a su casa. Tu casa ahora.” Ninguna de las dos dice lo obvio. Mi mamá no luchara por mí. No solo evitaría un escándalo más grande para ella, sino que también se beneficiará de no tener que ayudarme a criar a un bebé. Llegamos a la casa menos de una hora después. La luz del porche está encendida, y puedo ver a una mujer mirar a través de las persianas cuando nos acercamos. Jacqueline Eberhardt sale con una niña de pelo rizado y flaquita sujeta a su cadera. “Deben ser Elizabeth y Catherine,” saluda, abrazando a Liz, luego a mí. Al principio estoy tiesa, desacostumbrada a la afección, pero a medida que habla, su voz dulce y tranquilizadora, y el olor de vainilla y lavanda me envuelven, comienzo a relajarme. “Aquí, detrás de mí, está su prima, Winnifred.” Le sonrío a la niña escondida detrás de mi tía. “Hola Wieners. Creo que tú y yo seremos buenas amigas.” La niña se aprieta más detrás de su madre. “Winn es un poco tímida. Pero no por mucho tiempo,” dice mi tía con una sonrisa cariñosa. “Todo va a estar bien, Cat. Estás en casa ahora.” Mis ojos se llenan de lágrimas cuando entro en la humilde casa, con Liz sosteniendo mi mano. La tía Jackie nos lleva a lo que será mi habitación a partir de ahora. No es nada lujosa, con una cama doble, una mesita de noche y un armario. “La cuna puede ir allí,” dice la tía Jackie, señalando la pared del fondo. “Todavía tengo la de Winn, si quieres usarla. Pero por supuesto, todavía tenemos tiempo.

” Sonrío aturdida, en parte porque temo que este alivio sea solo temporal. Después de ser alimentadas con galletas y leche, nos dirigimos a la cama. Liz yace a mi lado, lanzando su brazo alrededor de mis hombros. “¿Te gusta aquí?” me pregunta en la oscuridad. “Es agradable, ¿verdad?” “Sí, me gusta mucho. “ “A mi…” Se queda dormida antes de que termine lo que está por decir. Agradecida de tener al menos dos mujeres en mi vida que me apoyan y me aman, cierro los ojos, respiro profundamente y me doy palmaditas en el abdomen. “Bueno, chiquilla, espero que no te decepcione a ti, también.” CAPITULO 1 “Muy bien damas y caballeros. Sé que todos han estado esperando ansiosamente saberlo, y pensé que lo anunciaríamos hoy aquí. Como ya han escuchado, Maxx Físico ha abierto los derechos para una ubicación de campo de entrenamiento en la famosa ciudad de Key West aquí en la Florida. La demanda fue tan alta, que me dejó completamente impresionada. “Tenía dos opciones. La primera fue ir con el mejor postor. La segunda fue comenzar la competencia Llaves a Key West, en la que entrenadores principales actuales podrían competir por la oportunidad de comprar en la franquicia, dejando el precio igual para todos. Eso me pareció justo. “Diecinueve de nuestros entrenadores increíbles pasaron por entrevistas vigorosas, sentados en una oficina y mostrando sus fortalezas en el piso. De esos diecinueve, un panel de otros tres propietarios de locales, lo redujo a diez, luego a cuatro. ¡Dean Cooper, Meghan Lassiter, José Ortiz y, por supuesto, nuestra Catherine Eberhardt!” Al sonido de mi nombre, el piso del gimnasio estalla en aplausos y gritos, y toda la clase se vuelve hacia mí. Desde la parte de atrás, le grito a Julie, “¡Te quiero!” y aplaudo junto con ellos. Julie me manda un beso y se toca el corazón. “Esta es una mujer que yo entrené personalmente. La he visto crecer, florecer tanto por dentro como por fuera. Es una de las mejores, una de las personas más fuertes, dulces, amables y divertidas que he conocido. Ella encarna el empoderamiento.

Estoy muy orgullosa de que haya sido elegida como una de las cuatro finalistas increíbles. ¡Por favor, abandonémoslo por nuestra propia Gatita!” Todo el mundo grita, y yo prácticamente brinco todo el camino más allá de mis compañeros Tony y Sarah hasta llegar a nuestra jefe y fundadora, Julie Maxwell. Julie aplaude más fuerte que nadie, mostrando su orgullo. Cuando el piso se asienta, jalo hacia abajo el pequeño micrófono que cuelga de mi oreja, el que uso todos los días para dirigir mis clases. “Gracias a todos. No puedo decirles que oportunidad tan increíble esta es para mí. Aunque todavía no he ganado, tener la oportunidad de esto es… Es por lo que he estado trabajando tan duro durante años. Es mi sueño. “Muchos de ustedes me han conocido por un tiempo, pero no me conocían antes de unirme al gimnasio Maxx. Realmente, no me conocía yo misma. Era un desastre. Todavía lo soy, pero al menos ahora soy un lío con una pasión. Aptitud. Ser parte de Maxx me ha hecho creer en mí misma. Me ha demostrado que no importa lo difícil que sea algo, si me esfuerzo por superar el dolor y nunca me rindo, puedo lograr cualquier cosa. Me ha enseñado a esforzarme hasta el punto del fracaso para que pueda tener éxito. Y me ha dado una familia. Gente de la que puedo confiar,” digo mirando a Julie. La abrazo con fuerza y le susurro, “Gracias,” en su oído. Ella aprieta mi hombro. “Lo mereces.” Julie cree en mí. Siempre lo ha hecho. Incluso antes de creer en mí misma. Hay cuatro mujeres que han tenido una mano en moldearme en algo que vale la pena.

Primero fue Liz. Mi hermana ha estado allí para mí desde antes de que naciéramos. A pesar de que algunos piensan que es una reina de hielo, con un exterior irrompible, nunca me ha decepcionado. Me levanta cuando me caigo, me apoya aun cuando cree que estoy tomando decisiones equivocadas, como tener un hijo a los dieciséis años. Ella no estaba de acuerdo, pero allí estuvo, siempre. Tía Jackie. Una mujer que no está relacionada a mí por sangre. Quién me recogió cuando ella misma estaba luchando. Me ayudó a criar a mi hija porque yo no tenía idea de cómo hacerlo. Ella me apoyó cuando necesite ayuda financiera, cuidando a Reese para que pudiera terminar la escuela y trabajar. Su hombro lleva muchas de mis lágrimas, y su olor todavía es mi hogar. Reese. Mi chiquilla. Por ella me he esforzado a ser una mejor versión de lo que habría sido si no la tuviera. El miedo a decepcionarla me hace levantarme cada vez que tropiezo. Y lo hago a menudo. Por suerte, ella ha crecido para ser más como Liz que como yo. Y luego está Julie Maxwell. Hace cinco años, tropecé por sus puertas. Literalmente. Estaba lloviendo. Yo saltaba de tienda a tienda, tratando de llegar desde el banco, más cerca de mi auto. Un grupo de mujeres se apresuró justo cuando estaba frente a el Campo de Entrenamiento Maxx y, sin querer, me empujaron hacia adentro. Me tropecé y caí como un trapo mojado frente a Julie. Ella me sonrió, ofreciéndome su mano.

Estaba tan puesta, su cabello lacio perfectamente atado en una coleta, sin una hebra fuera de lugar, sus zapatos combinaban perfectamente con su camiseta y pantalones cortos, y su maquillaje era impecable. Parecía una princesa de perfección física, o una diosa mejor aún, ya que ella me levantó fácilmente. No era solo una cuestión de estar en forma, aunque definitivamente era delgada. Siempre he estado flaca. Escuálida incluso. Pero nunca estuve en forma. Una vez que nació Reese, no solo era alta y flaca, sino que también me había ganado una bolsa abdominal. Parecía una especie de oliva en un palillo de dientes. Pero Julie… Era una mujer fuerte, una mujer orgullosa, y ella lo sabía. Y supe entonces que quería ser como ella. Entonces, comenzó mi romance con el entrenamiento físico. He trabajado extremadamente duro para mi posición como entrenadora principal, y ahora estoy luchando hasta el final por ese gimnasio. No sé cómo lo sé, pero algo en lo profundo me está diciendo que Key West será mío.

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