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Tomada por sus compañeros (Programa de novias interestelares 6) – Grace Goodwin

El olor misterioso y almizcleño de la piel de mi amante conquistó mis sentidos mientras apoyaba mi rostro contra la curva de su cuello. Tenía los ojos vendados, pero le conocía bien. No necesitaba de mis ojos para saber que era mío. Conocía sus caricias. Conocía el roce de su cabello contra mis dedos y la sensación de su enorme miembro dilatándome mientras me follaba dura y rápidamente. Conocía la fuerza que tenía en sus brazos en el momento en el que me alzó, tomándome por las caderas y posicionando mi húmeda cueva encima de él; sabía que llegaría hasta lo más profundo de mí y que gritaría su nombre cuando finalmente me permitiera llegar a mi clímax. Envolví mis piernas alrededor de sus caderas, y eché hacia atrás mi cabeza mientras me llenaba por completo. Allí de pie, alto y fuerte, se veía como un verdadero guerrero; justo como sabía que lo era. Me elevó hacia arriba, y luego me soltó para que pudiese ser penetrada por su duro mástil. Otro par de manos, el delicado roce de mi segundo compañero, acariciaban el collar que estaba en mi cuello. Conocía la sensación de sus manos en mí; sabía que podía ser delicado y amable un instante, y al siguiente inquebrantable y exigente. Sabía que los había complacido al dejarlos ver mi sexo abierto de par en par; mi trasero desnudo también estaba a la vista. Su deseo cobró vida dentro de mi mente por medio del vínculo psíquico que nos daba el collar. Pero lo que realmente me enloquecía era aquel calor húmedo que comenzaba a sentir en mi coño mientras mi compañero principal exploraba mis profundidades. Lo estrujé con mis músculos internos, y su necesidad se hizo aparente con la urgencia de sus embestidas salvajes. Podía percibir sus emociones y sus deseos físicos; la conexión creada por los collares que usábamos era profunda y completamente abierta. No se decían mentiras, ni se negaba la lujuria, las necesidades, ni los deseos. Solo existía la verdad, y el amor, y el placer. Mucho placer. —¿Aceptas pertenecerme, compañera? ¿Te entregas a mí y a mi segundo voluntariamente, o deseas elegir a otro compañero principal? Aquella voz grave exigió una respuesta, causando que un escalofrío recorriera mi piel y que mi sexo se cerrara alrededor de su miembro con una fuerza inmensa. Gruñó con deseo, y me mordí el labio para contener una sonrisa de satisfacción. Mi compañero principal tenía el derecho a poseer mi coño hasta que estuviese embarazada con su hijo, ¿pero mi segundo? Había esperado, procurando pacientemente que mi cuerpo estuviese listo para ser ocupado por mis dos compañeros al mismo tiempo. Incapaz de esperar por una respuesta, mi segundo compañero besó la parte trasera de mi hombro, acariciando mi trasero con una mano; estaba peligrosamente cerca del oscuro lugar que reclamaría. Su otra mano estaba enroscada alrededor de mi cuello tan delicadamente que me hacía sentir indefensa, débil y totalmente a su merced. —¿Quieres que los dos te follemos, amor? ¿O no? Mi sexo se contrajo de nuevo y mi compañero principal maldijo, atravesándome con su polla con aquella intensidad decidida que había llegado a anhelar.


—Sí. Acepto perteneceros completamente, guerreros. Las palabras formales se escaparon de mis labios con un suspiro, y ladeé mis caderas para rozar mi clítoris con el cuerpo de mi compañero principal, al tiempo que le ofrecía mi culo a mi segundo. —Os quiero a los dos. Os quiero ya. Aquellas palabras estallaron en mi garganta, pero no eran mías. No tenía control sobre la mujer cuyas sensaciones compartía, solo podía observar, y oír… y sentir. Mi compañero principal se detuvo, y yo gimoteé al ver que me negaba las feroces embestidas de su polla en mi anhelante coño. —Entonces te reclamamos, y tú obtienes un nuevo nombre. Nos perteneces, y acabaremos con cualquier otro guerrero que se atreva a tocarte. No me importaba a quién necesitara matar, solo quería que me hiciera suya por siempre. Mi segundo compañero siguió besándome hasta recorrer mi columna vertebral, sus siguientes palabras no eran necesarias para el ritual, pero eran para mí. Solo para mí. —Eres mía, compañera. Mataré a cualquier otro guerrero que se atreva a mirarte. Con aquellas palabras, introdujo lentamente un dedo aceitado dentro de mi entrada trasera, y yo grité. Nuestra primera vez sería rápida, pues nuestra pasión ardía con demasiada intensidad como para atrasarla por más tiempo. Quería que me follaran, que me rebosaran con su semen. Y entonces, quería estar con mis compañeros en nuestro cuartel, desnudos y completamente a solas. Quería tomarme mi tiempo con ellos. Quería acariciar sus cuerpos; follar, saborear y explorar hasta que nuestros aromas se entremezclaran, hasta que mi cuerpo estuviese demasiado dolorido como para disfrutar más juegos. Aquel pensamiento me devolvió a la realidad por un breve momento, y me di cuenta de que los tres amantes no estaban solos en la sala. Voces masculinas saturaban los bordillos de mi imaginación con débiles cánticos. Había estado tan concentrada en mis compañeros que los había ignorado por completo. Hasta ahora, cuando sus voces conjuntas se hicieron más audibles hasta llenar la sala, puesto que hablaban en unísono.

—Que los dioses sean testigos y os protejan. Cuando mi segundo compañero sacó su dedo de mi entrada trasera y dio un leve empujón contra mi abertura virgen con la acampanada punta de su miembro, olvidé por completo al resto de la gente. Cuando tomó impulso y comenzó a dilatarme más… más… y más, aún con dos pollas llenándome, supe que realmente había sido reclamada. —Señorita Smith. No, esa no era la voz de ninguno de mis compañeros. Mi mente la apartó lejos. —Señorita Smith. La voz apareció de nuevo. Era la voz de una mujer, y además, una voz severa. —¡Jessica Smith! Entonces me sobresalté, mi mente se alejó de los dos hombres que me rodeaban hasta que… no hubo ningún hombre. Estaba en la sala de procesamiento. No había una polla dentro de mi culo o mi coño. No había dos cuerpos firmes rodeándome. No podía sentir su calidez ni oler sus intensos aromas. El peso de su collar no estaba en mi cuello. Abrí mis ojos y pestañeé. Primero una vez, luego dos veces. Oh, sí. La guardiana Egara. La mujer rígida y formal se cernía sobre mí. —Su procesamiento ha sido completado, y su unión ya está hecha. Me relamí los labios, y traté de tranquilizar mi acelerado corazón. Todavía podía sentir a los hombres, pero se estaban esfumando rápidamente. Quería extender mis manos y cogerlos, aferrarme como si se me fuera la vida en ello. Era la primera vez que me había sentido segura y protegida, apreciada y deseada.

Ni siquiera en mis hombres. Entonces reí secamente, y la guardiana alzó una ceja. La única vez en la que me había sentido a salvo fue en un sueño. Sí. La realidad era una mierda. —¿Ya ha terminado? —pregunté. Mi voz sonaba algo áspera, como si hubiese gritado de placer mientras soñaba. Dios, esperaba no haber hecho eso. Era como roncar ante un nuevo amante, pero peor. Mucho peor. Debió haberse sentido satisfecha con lo que sea que haya visto en mi rostro, pues asintió una vez y dio una vuelta hacia el otro lado de la mesa para tomar asiento. Mientras ella se sentaba en una simple silla de metal, yo todavía estaba atada en la silla de procesamiento, usando una sencilla bata de hospital con el logo del Programa de Novias Interestelares repetido a lo ancho de la tela gris, como si fuese un patrón. Mirando hacia abajo pude ver mis pezones, duros y erectos, a través de la fina tela. No cabía duda de que la guardiana los había visto también, pero no dijo nada. —Para que quede constancia, diga su nombre, por favor. —Jessica Smith. Me revolví en la silla, notando que la parte de debajo de mi bata estaba mojada. —Señorita Smith, ¿está o ha estado usted casada? —No. —¿Tiene algún hijo biológico?

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