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Todos los ninos pueden ser Einstein – Fernando Alberca

Albert Einstein fue el genio más reconocido del siglo XX y uno de los más célebres de toda la historia. Según uno de los más brillantes científicos contemporáneos, César Nombela, con la Teoría de la Relatividad formuló la última de las grandes leyes físicas del mundo —si él lo dice ha de ser cierto—. Su capacidad para explicar cómo la naturaleza no varía pese a la falta de destreza del observador —«lo que el observador no ve»—, le hizo imaginar la curvatura del espacio-tiempo, que supuso una forma nueva de describir la realidad, y un avance extraordinario que transformó nuestra visión del espacio y del tiempo, desplazando para siempre a la física de Newton. Y todo ello lo hizo en las dificultades sociales y vitales de una época entre dos guerras mundiales; porque Albert fue mucho más que un Premio Nobel y uno de los mejores científicos de la historia de la Humanidad. Es un caso para descubrir «lo que el observador no ve». En muchas ocasiones la grandeza intelectual y emocional de muchos niños pasa desapercibida por el «sistema», rígido encorsetado. Como Einstein, muchos niños parecen abocados al fracaso, pero afortunadamente pueden evitarlo, porque como le gustaba repetir: «Dios no juega a los dados». De pequeño era intelectualmente «lento». Tan lento que, según sus palabras, solo alguien que iba tan despacio hubiese sido capaz de elaborar una teoría como la de la relatividad: «Un adulto normal no se inquieta por los problemas que plantean el espacio y el tiempo, pues considera que todo lo que hay que saber al respecto lo conoce ya desde su primera infancia. Yo, por el contrario, be tenido un desarrollo tan lento que no he empezado a plantearme preguntas sobre el espacio y el tiempo basta que he sido mayor.» Cuando Albert nació, su madre pensó que era un ser deforme —debido al tamaño y forma de su cabeza, enorme y angulosa—, y retrasado mental —por su lentitud para comenzar a hablar—. Pero aquel niño, grueso y ensimismado, callado y gris, con el tiempo aprendió a poner en duda todo lo que los demás decían. El padre de Albert, como muchos otros, no había podido estudiar porque su familia no contaba con los recursos económicos suficientes. Era un hombre apocado, influenciable, con poblado bigote —como luego imitara su hijo—, que fue de fracaso en fracaso. Bueno y pasivo, se acomodaba a las circunstancias. Querido por muchos, de gran corazón, tendía a la ensoñación… Soñar fue una cualidad, quizás la más importante de todas, que transmitió a su hijo. Su esposa, la madre de Albert, provenía de una estirpe donde la riqueza, el tesón y el éxito, eran fundamentales, y no soportaba la degradación económica a la que les conducían los sucesivos fracasos de su marido, bienintencionado y cabal, pero desmañado, según ella. Cuando Einstein cumplió cuatro años su madre lo «abandonó» en medio de las calles más transitadas de Munich para asegurarse de que aprendía a volver a casa solo. Tuvo que hacerlo en más de una ocasión. A los cinco años le asignaron una profesora particular para ver si así lograba acceder al segundo grado en la escuela primaria. Era una profesora muy exigente y muy firme, que no soportaba las continuas excusas a las que Albert recurría siempre. El caso es que ser «abandonado» por las calles más pobladas de Munich, para que con cuatro años se las arreglara solo, no casaba demasiado con la necesidad de tener una profesora particular, para que le acompañara a realizar todas las tareas diarias. Le exigían independencia por un lado y dependencia al mismo tiempo. Libertad —poder elegir cómo llegar a casa— y obediencia ciega —obedecer sin pensar lo que propusiese la profesora particular. Fue, según él mismo confesó: «un niño solitario y soñador, que no encontraba fácilmente amigos», que evitaba las peleas y siempre prefería los pasatiempos difíciles en solitario o los juegos de bloques de construcción, cualquier cosa antes que empatizar con los demás.


A menudo cogía rabietas, incluso en sus primeros años de colegio; otras veces era tan tranquilo que su cuidadora le puso el apodo de «Pater Langweil»(Padre Aburrimiento). Hasta los nueve años no habló con fluidez. Aguantaba sus sentimientos y no los comunicaba, salvo con sus rabietas. En la música, afición de su madre, encontró uno de los pocos medios para expresar sus sentimientos. Einstein tocaba el violín. Su madre el piano. Nunca fue un violinista brillante, pero se esforzó hasta que el violín se convirtió en su compañero más fiel. Con él pensaba, resolvía problemas, se refugiaba… Pero no hablaba sobre su afición al violín, de lo que sentía al tocarlo. Según decía, su afición a la música era: «escuchar, tocar, amar, reverenciar y cerrar la boca». Cuando tenía siete años matricularon a Einstein en una escuela primaria donde era el único judío. Según el testimonio de Einstein, eran sus compañeros de clase, no los profesores, los antisemitas. En varias ocasiones soportó malos tratos cuando iba camino del colegio. Con frecuencia le atacaban y se burlaban de él. Su hermana Maja escribió refiriéndose a aquella época: «Su especial aptitud para las matemáticas era entonces desconocida. Ni siquiera era bueno en aritmética en el sentido de que fuese rápido y preciso, aunque sí perseverante.» A los nueve años ingresó en el Luitpold Gymnasium y vuelta a empezar. Einstein hablaba con amargura de su educación en esta nueva escuela. Allí era uno más entre los 1.130 alumnos sometidos al autoritarismo y a los métodos de educación mecánicos y aburridos. En aquella escuela tampoco logró adaptarse. Su profesor de griego se cubrió de gloria cuando afirmó que Einstein «nunca llegaría a nada».Le dijo que su actitud irrespetuosa era autodestructiva. Que sería mejor que se marchara. Pese al apoyo que sí encontró en el profesor de Matemáticas, la educación fundamental de Einstein en esa época vino desde fuera de la escuela. Le rodeaban familiares adultos dedicados a las telecomunicaciones y la electro tecnología, entonces en la vanguardia de la tecnología.

Su tío, que se había graduado en la Escuela de Ingeniería Politécnica, le introdujo en la geometría y el álgebra, enseñándole esta última como un alegre juego a la caza del animal «X». También influyeron en él las lecturas de libros de divulgación científica que le facilitaba un estudiante de medicina judío y pobre, al que los padres habían dado protección. De los diez a los quince años Einstein tenía la oportunidad semanal de debatir sobre temas intelectuales y científicos con este singular compañero, Max Talmey. De aquellos libros, uno de los temas que más le llamó la atención fue la invisibilidad de las fuerzas que unifican el universo… casi nada. Pero a sus quince años su familia se trasladó a Italia, y él se quedó solo en una pensión de Munich para acabar los estudios. Sus padres anteponían los estudios de su hijo a tenerle cerca de ellos. Falsificó y abandonó Einstein abandonó de repente la escuela. No llegó a hacer los exámenes finales. Para poder huir presentó a los profesores un certificado médico falso, en el que se decía que Albert sufría de problemas nerviosos. Le ayudó un médico amigo muy «comprensivo». Lo cierto es que echaba de menos a sus padres y se sentía francamente triste. Fracaso escolar Sus padres se alarmaron por la transformación de su hijo en un fracasado escolar. Einstein, para tranquilizar a sus padres, intentó ingresar en la Escuela Politécnica Federal Suiza de Zurich, actualmente la Eidgenossiche Technische Hocbschule o ETH. Se propuso ser ingeniero o técnico electrotécnico. Albert prefería una carrera más teórica, pero su padre le dijo que se olvidara de «esas tonterías filosóficas»,que buscara una profesión más sensata. Albert cedió amargamente. La madre acudió a la influencia de una amistad para que le permitieran hacer el examen de ingreso en la Politécnica. La vida de Einstein habría enderezado su curso si hubiera aprobado… pero suspendió. Una de las claves Sacó muy mala calificación en las preguntas generales, pero des— tacó en las matemáticas y el profesor de esta materia, Heinrich Weber, le invitó a asistir a sus clases como oyente. ¡Un profesor al fin dispuesto a valorarle! Einstein se matriculó en la división técnica de la escuela cantonal de Aarau, a veinte millas de Zurich. Tuvo que separarse de sus padres de nuevo. Pero esta vez encontró en ello la principal clave de su vida. Una familia que supo compensar la ausencia de cariño y hacerle sentirse apreciado por su auténtica valía. La clave principal Albert se instaló como pensionista en la casa del profesor Jost Winteler, que daba las asignaturas de Griego e Historia en la misma escuela aunque en distinta división. Jost y su esposa Pauline acogían estudiantes en su casa.

Fue tanto el cariño y la atención que Albert recibió de ellos que adoptó a aquella familia como sustituta de la suya. De hecho, su primera novia fue la hija de Jost y Pauline: Marie… Fue una de las etapas más felices en la vida de Einstein. Jost era tranquilo y amable como el padre de Albert. Aportó a Einstein un nuevo modo de ver el mundo, mucho más humanista, y posiblemente más humano. Era un hombre extraordinariamente íntegro, que había dimitido como director de la escuela, precisamente por una cuestión de ética e integridad. Este hecho provocó en Einstein un profundo respeto. Pauline era mucho más cariñosa que la propia madre de Einstein, indulgente y sincera. Albert la llamaba «mamá».Años después de marcharse de aquella casa, seguía recibiendo cartas enormemente afectuosas y maternales de Pauline. Incluso prefirió pasar algunas Navidades con ellos antes que hacerlo con sus propios padres. Sus compañeros en esta etapa en la Escuela Aarau le consideraban un chico solitario, que decía lo que le parecía, con independencia de a quien molestara. Un amigo, Hans Byland, le describió diciendo que «era una de esas personalidades dobles que saben proteger, con una apariencia exterior espinosa, el remo delicado de su intensa vida emocional». La causa de que Einstein cogiera confianza en su capacidad intelectual en buena parte estuvo en el sistema pedagógico de la Escuela Aarau. Un sistema educativo famoso por sus métodos avanzados. Albert no encontró en Aarau el autoritarismo que había sufrido en Munich. En la nueva escuela a los alumnos se les trataba como individuos, personas, únicas e irrepetibles. Y se les animaba a pensar por sí mismos. Allí descubrió que quería llegar a ser profesor de Matemáticas y física; sobre todo, según sus propias palabras: «del aspecto teórico de las ciencias».

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