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Todo lo que deseo – Nisha Scail

EL destino era una perra. Nickolas estaba convencido de ello. Solo tenía que mirar a la mujer postrada en esa cama de hospital para fortalecer esa idea. Estiró la mano, algo que había hecho a menudo a lo largo del último mes y medio, enlazó sus dedos en los de ella con cuidado de no interferir con la vía que llevaba anclada al dorso, y dejó escapar el aire en un suspiro. —Buenos días, bella durmiente. Como cada mañana, desde la primera vez que entró en esa habitación y le cogió la mano, sus dedos respondieron cerrándose un brevísimo momento sobre los suyos. Aquel era el único estímulo al que parecía responder, la única respuesta cognitiva que obtenía de una mujer con la que solo había intercambiado un par de palabras y que sin embargo, poseía la clave alejar, de una vez y por todas, la oscuridad que crecía en su interior. Natalie Vanak había rellenado el formulario de la Agencia Demonía tan solo dos días antes de que la enfermedad latente en su cuerpo decidiese despertar. El programa eligió procesar la solicitud. Nada más leer los requisitos y sentir el alma del solicitante fue consciente del motivo; ella era su destino. En aquel entonces, otro formulario había entrado al mismo tiempo, uno destinado al ángel caído de su agencia, Nishel. Desde el primer momento supo que el destino de su agente se entrelazaría así mismo con el de los dos Altos Hechiceros, propiciando también el de ellos. No dejaba de asombrarle lo hijo de puta que podía ser el universo y cómo el azar jugaba sus cartas jodiéndoles a todos. Pero él fue perfectamente consciente, desde el momento en que tuvo el contrato entre las manos, que había llegado el momento. El sino que había temido y aguardado llamaba a su puerta y no podía hacer nada por evitarlo. Dejar la Agencia Demonía en manos de Elphet fue una decisión largamente meditada, una que tomó incluso antes de que todo diese comienzo. Desde el momento en que la mestiza entró en su vida, supo que ella sería un digno baluarte a tener en cuenta. Su ternura y esa entrega sin medidas la hacían perfecta para sintonizar con el caprichoso programa de la agencia y seguir sus designios. Él había iniciado ese ambicioso proyecto por varios motivos, pero el más importante de ellos estaba ahora tumbado en una cama de hospital. Sin embargo, lo último que esperaba era que el reloj se hubiese puesto en marcha incluso antes de que fuese consciente de su identidad. Después de todo, debía ser el único en la historia de la Agencia Demonía, que tras llamar a la puerta de su cliente y presentarse como su asignación, esta tenía el descaro de morirse ante sus propias narices. Había retrasado el momento de su encuentro durante más de seis meses; una rebeldía más para con su propio sino. Esa dilación fue tiempo más que suficiente para que su enfermedad volviese a reactivarse y la consumiese a un ritmo vertiginoso, uno que la llevó a sufrir una crisis en su presencia. No tuvo más elección que la de vincularla a él por medio del contrato con la Agencia, reteniendo su vida y sumiéndola en una profunda inconciencia que la llevó a ingresar en el hospital y terminar anclada a las maquinas que la monitorizaban. Vivía una vida de prestado, una que él retenía a través de un dudoso consentimiento.


Observó su rostro, pálido y sereno, enmarcado por el ondulado y corto pelo negro que se rizaba sobre sus orejas y cuello. Conocía el brillo de sus ojos, sabía que reflejaban sus emociones y que se oscurecían o aclaraban al compás de ellas. Recordaba el tono de su voz, meloso y sexy cuando lo recibió al abrirle la puerta, pero por encima de todas las cosas, era consciente de que él era todo lo que la separaba de la muerte. Una que todavía no podía permitirse. El sonido de la puerta atrajo su atención, dejó ir su mano y se enderezó, correspondiendo al saludo de la enfermera del turno de la mañana. —Buenos días, Nickolas —lo saludó la mujer, una matrona cercana a los cincuenta—. ¿Qué tal está hoy nuestra paciente favorita? —Dormida —respondió, la ironía presente en su voz—, un estado del que parece haberse encariñado. La mujer sonrió con afectación y se dispuso a hacer las comprobaciones de rutina. —Ya no tiene fiebre —murmuró, asintiendo con satisfacción. Entonces lo miró—. Ha tenido una infección que le ha provocado algunas décimas de fiebre, pero parece que los antibióticos surten efecto. Correspondió a su mirada con un leve asentimiento que esperaba ocultase la ironía que encontraba ante sus palabras. Si ella supiera. La medicina no tenía nada que ver con el que su paciente superara cada una de las crisis a las que se enfrentó desde su ingreso. Si su cuerpo no se había deteriorado durante la convalecencia era por él, por el vínculo que los unía y que absorbía y filtraba cada pequeño brote o complicación nacido a raíz de la enfermedad. —La verdad, no deja de sorprenderme lo tenaz y luchadora que es —comentó la mujer, anotando algunos datos en el historial—. De no ser atea, consideraría el que siga hoy aquí es obra de Dios. Un milagro. Sí, uno con nombre y apellidos y que estaba actualmente de pie mirándola a los ojos. Humanos. Su necesidad por dar respuesta a cada una de las cosas inexplicables que ocurrían a su alrededor los llevaba a elucubrar las más rocambolescas explicaciones. Quizá fuese mejor así, no todos los miembros de su extensa raza estaban preparados para enfrentarse a lo que existía más allá, a los seres que convivían con ellos mismos y que en ocasiones incluso formaban parte de su familia o vecindario. —No le permitiré otra cosa —comentó en voz alta, mirando a la chica—, ella es mi destino. Una verdad que encerraba más de lo que esa mujer comprendería jamás. La enfermera le dedicó esa mirada propia de los médicos, esa que le decía que no debería aferrarse a alguien que posiblemente muriese mañana.

—No dejes de hacérselo saber —le dijo, usando una frase tan trillada que sintió ganas de poner los ojos en blanco—, le hace bien tu compañía. No le respondió, pero tampoco hizo falta ya que la mujer se marchó para seguir con su ronda. Resopló y se giró hacia la cama, contemplándola una vez más, calibrando sus opciones. El tiempo de espera había llegado a su fin, tenía que despertarla, no podía permitirse más retrasos, no cuando el reloj seguía marcando los segundos hacia su propio final. Era hora de continuar y enfrentarse con cada uno de los requisitos que ella había escrito. Se acercó a la cama, se inclinó sobre la inmóvil figura y dejó que su poder vibrara a través de cada una de las palabras mientras las dejaba caer en su oído. —Hora de despertarse, encanto —ordenó, su voz más profunda que de costumbre, matizada con la intensidad derivada de su poder—. Necesito que hagas frente a tu destino para que yo pueda cumplir con el mío. Como respuesta a sus palabras y a su poder, los pálidos labios se entreabrieron al tomar una profunda bocanada de aire. Las espesas pestañas negras que ensombrecían su piel aletearon seguidas del alzamiento de sus párpados y unos bonitos y claros ojos castaños lo contemplaron clavándose en él. —Bienvenida de nuevo. Ella movió los labios, intentó pronunciar algunas palabras pero solo surgieron graznidos de la inutilizada garganta. La vio tragar, sus ojos cambiando de ese tono claro a uno más oscuro al tiempo que daba rienda suelta a una sola frase. —Tú… —musitó, reconociéndole a pesar de su breve encuentro. La vio lamerse los labios, pero sus ojos no se apartaron ni un solo instante de los suyos—. ¿Qué… qué me has hecho, cabronazo? Sonrió, ampliamente. No podía evitar sentir cierta diversión ante la manera en que le miraba, como si quisiera hacerle pedacitos. —Traerte de vuelta, encanto —le respondió con marcada ironía—. Mi agencia nunca deja un trabajo a medias… ni siquiera antes de comenzar.

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