debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Tengo que olvidarme de ti – E.M. Cubas

La niña de trenzas rubias oteó el horizonte protegida del sol por el pórtico de mármol de la impresionante entrada de su blanquecina casona. A su alrededor, trepando por las columnas, las enredaderas le otorgaban un toque de salvaje naturaleza al lugar, un encuadre que convertía su pequeño cuerpo de niña en algo insignificante entre aquella estructura al puro estilo colonial. Pero a ella poco le importaba, siempre se había sentido cómoda entre esas amplias columnatas, eran de su familia, eran suyas desde antes de ser construidas, sabían a quién pertenecían y, aun así, la niña no era ese esplendor el que admiraba, no era ese sol el que la llamaba al exterior. El calor no era extremo en aquel paraje paradisíaco entre montañas y bañado por el agua cristalina del gran lago y el sonido recurrente del río al llegar a él, era un lugar ideal para estar durante los meses de calor y muchos veranos los pasaban allí, esa casa era su refugio. Los propietarios y sus invitados disfrutaban de un tiempo agradable entre amigos y, varias familias enteras, se relajaban de sus quehaceres anuales. La niña se paró en la entrada de la casa para orientarse y seguir su camino. Había salido tras el niño en cuanto lo vio correr al exterior, pero era más rápido y lo perdió de vista, aunque sabía dónde encontrarlo, lo conocía muy bien, eran amigos desde… Pensó un segundo alzando los ojos azules hacia el cielo que mostraba casi el mismo color y que lucía despejado… Desde siempre, no recordaba ningún momento de su vida sin él. Se acercó despacio al lago cristalino que había frente a la propiedad y que tanto le gustaba mirar desde la ventana de su cuarto cuando los reflejos de la luna bailaban sobre él. Caminando con las manos a la espalda, se aproximó, moviendo su vestido de florecitas rojas y verdes y tarareando una cancioncilla para hacerse notar. Allí lo vio, sentado al final de las tablas del embarcadero, balanceando las piernas sobre el límite del agua que mojaba sus pies, el niño ni siquiera giró la cabeza al sentir su presencia. La niña se sentó a su lado, le dio la mano, ofreciéndole su apoyo y, con un gesto bromista, le revolvió el pelo negro. El niño le sonrió, ya se le había pasado el berrinche y el enfado con su padre, que no paraba de fastidiarlo y regañarle. Cogió una hoja que navegaba a sus pies, una de aquellas ya entre verdes y marrones que los árboles dejaban caer y abandonaban a su suerte, dándoles libertad; la tomó entre sus manos y la agitó para secarla y después se la entregó a la niña. Ella agradeció el regalo con otra sonrisa. En ese instante sus miradas inocentes se juntaron, en ese instante algo los unió y ambos cerraron los ojos al darse su primer beso. La brisa de la montaña los envolvió en ese mágico momento. Años después la niña ya era una mujer y acariciaba aquella hoja que él le había regalado, seca y plastificada, que guardaba en sus libros de relatos románticos, recordando aquel día, aquel primer beso y aquel primer amor y contemplando, desde el banco delante del lago, la barca en la que grabó sus iniciales y que estarían allí para siempre: Capítulo 1 —¡Ahí va el manjar, sírvete! Gabriel lanzó una mirada irónica a su amigo Max cuando este le tendió el bocadillo. La escalinata de la plaza era su restaurante de cinco estrellas y un trozo de pan con una latilla de conservas para compartir su plato estrella, regado todo con agua recogida en una botella de plástico reciclada de la fuente de agua potable de la susodicha plaza. Pero no podían quejarse, la dieta que seguían era variada: pescado, como esa mañana; a veces salchichas o embutido, que compraban bastante barato en la pequeña tienda familiar de la esquina de su barrio; y algunas verduras que pudieran comer crudas y, en marcha por la ciudad, lo que podían conseguir por la caridad de las personas que les arrojaban monedas mientras observaban su trabajo, o eso parecía. Tanto Gabriel como Max y Annette se consideraban artistas y cada uno disfrutaba de su talento como en aquella tarde en la que mostraran su arte con tizas y ceras en las calles adoquinadas de la urbe, despertando la admiración de los transeúntes. Los tres empezaron a reírse por la ocurrencia de Max, ¡menudo manjar!, mientras veían transitar a los turistas por delante de ellos. La Piazza di Spagna estaba a rebosar normalmente, pero los meses de verano era casi imposible encontrar un buen espacio en el que descansar o relajarse. El movimiento de gente era continuo, mientras unos se dirigían de forma ascendente a la iglesia de la Trinitá dei Monti siguiendo el recorrido del arte catedralicio que dos guías les marcaban, otros descendían hasta la misma plaza, a la Fontana della Barcaccia. Pero algunos aprovechaban la amplia escalinata para descansar, ocupando unos escalones por debajo de ellos. Los tres amigos observaban a grupos de chicos y chicas en viaje de estudios que jugaban y bailaban en la explanada.


Gabriel escuchaba el juego canción que llevaban a cabo allí un grupo de estudiantes españoles y recordó cuando era él con sus amigos de la infancia el que coreaba. —¿Qué es lo que cantan? —le preguntó Annette después de tragar un bocado. —Una canción infantil de mi país —contestó Gabriel. Annette asintió, entendía parte de ella, pero algunas palabras más castizas se le escapaban. Los tres veían a todos los del grupo hacer los gestos que les decía el que llevaba la voz cantante. Max era inglés, Annette era francesa y Gabriel era español, pero curiosamente ellos hablaban italiano, el idioma de la ciudad en la que estaban, aunque podían utilizar cualquiera de los otros indistintamente, era lo bueno de la mezcla cultural. —La melodía principal es siempre la misma y solo tenéis que seguir los gestos del que dirige el juego, él es el que les dice qué deben bailar. Annette pudo ver la expresión de su amigo al recordar, la plaza en la que estaban era un continuo regreso a su tierra. —¿Sientes nostalgia de España? —No, Annie, es solo que a veces me acuerdo de mi vida allí. —¿Qué te pasó? Nunca nos has hablado de tu familia ni de tu pasado. ¿Por qué nunca me lo has contado ni siquiera a mí? Gabriel volvió a sonreír y negó, no iba a empezar a explicar nada en ese momento, ¿para qué? Estaba allí, y ese era su pasado, su presente y su futuro, era como había decidido vivir: libre y al día. Max masticaba su caballa en aceite sin decir nada, su mundo estaba fuera de cualquier interés por las vidas ajenas y nunca preguntaba, sabía lo que necesitaba saber, ese era su lema. —¡Qué hambre tenía! Esto es mejor que el caviar —dijo Max apurando el último bocado, ajeno al juego y a los sentimientos de los demás. —¡Pero si no has probado el caviar! —Ni tú tampoco, Annette. ¿Cómo sabrá? Gabriel se encogió de hombros, recordando la pequeña tosta con las huevas del esturión que su madre servía en todas sus reuniones, acompañadas del mejor vino blanco del año, elegido por el mejor enólogo del momento y premiado en el mejor concurso de vinos. Ni ella ni su padre entendían que él prefiriera una Coca-Cola o un refresco de naranja a meter la nariz en una copa y aspirar mientras daba vueltas al líquido y saboreaba su amaderamiento o su sabor afrutado. Era curioso cómo, después de tres años fuera de su casa, sus vivencias se habían convertido en recuerdos gratos, pero no añoraba nada, ni las recepciones ni las jornadas en el hipódromo o en el club ni los actos sociales. Y debido a eso tampoco contó nunca nada a sus amigos, no quería que ese mundo volviera a él, al fin y al cabo, ya no era el suyo

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |