debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Tengo ganas de ti – Federico Moccia

«Me quiero morir». Eso es lo que pensé cuando me marché. Cuando cogí el avión, hace apenas dos años. Quería acabar con todo. Sí, un simple accidente era lo mejor. Para que nadie tuviera la culpa, para que yo no tuviera que avergonzarme, para que nadie buscara un porqué… Recuerdo que el avión se movió durante todo el viaje. Había una tormenta y todos estaban tensos y asustados. Yo no. Yo era el único que sonreía. Cuando estás mal, cuando lo ves todo negro, cuando no tienes futuro, cuando no tienes nada que perder, cuando… cada instante es un peso enorme, insostenible. Y resoplas todo el tiempo. Y querrías liberarte como sea. De cualquier forma. De la más simple, de la más cobarde, sin dejar de nuevo para mañana este pensamiento: «Ella no está». Ya no está. Y entonces, simplemente, querrías no estar tampoco tú. Desaparecer. Paf. Sin demasiados problemas, sin molestar. Sin que nadie tenga que decir: «Oh, ¿te has enterado? Sí, precisamente él… No sabes cómo ha sido…». Sí, ese tipo contará tu final, lleno de quién sabe cuáles y cuántos detalles, se inventará algo absurdo, como si te conociera de siempre, como si sólo él hubiera sabido realmente cuáles eran tus problemas. Es extraño… Si quizá ni siquiera has tenido tiempo de entenderlos tú. Y ya no podrás hacer nada contra esa gigantesca boca-oreja. Qué palo. Tu memoria será víctima de un imbécil cualquiera y tú no podrás hacer nada por remediarlo.


Sí, ese día hubieras querido encontrar a uno de esos magos: colocan un pañuelo sobre una paloma recién aparecida y, paf, de repente ya no está. Ya no está y basta. Y tú sales satisfecho del espectáculo. Quizá hayas visto bailarinas un poco más gordas de lo debido, hayas estado sentado en una de esas sillas antiguas, algo rígidas, en una sala ubicada en el mejor de los casos en un sótano cualquiera. Sí, también olía a moho y a humedad. Pero una cosa es cierta: no te preguntarás nunca adónde ha ido a parar la paloma. En cambio, nosotros no podemos desaparecer tan fácilmente. Ha pasado el tiempo. Dos años. Y ahora saboreo una cerveza. Y acordándome de cuánto me hubiera gustado ser esa paloma, sonrío y me siento un poco avergonzado. —¿Le apetece otra? Un azafato en pie junto a su carrito de las bebidas me sonríe. —No, gracias. Miro por la ventanilla. Nubes teñidas de rosa se dejan atravesar, blandas, ligeras, infinitas. Una puesta de sol lejana. El sol, que hace un último guiño. No puedo creerlo. Estoy regresando. A-27, ése es mi asiento en el avión. Fila de la derecha inmediatamente detrás de las alas, pasillo central. Y estoy volviendo. Una guapa azafata me sonríe de nuevo mientras pasa cerca. Demasiado cerca. Parece enviada por los Nirvana: «If she comes down now, oh, she looks so good…».

Lleva un perfume ligero, un uniforme perfecto, una camisa casi transparente hasta el punto de dejar apreciar el sujetador de encaje. Camina arriba y abajo por el avión, sin problemas, sin preocupaciones, sonriendo. «If she comes down now…». —Eva es un nombre precioso. —Gracias. —Usted es un poco como la primera Eva, usted me tienta… Se queda un momento en silencio, mirándome. La tranquilizo. —Pero es una tentación lícita. ¿Me podría dar otra cerveza? —Es la tercera… —Pues claro, si sigue pasando así por mi lado… Bebo para olvidarla. Sonríe. Parece sinceramente divertida. —¿Cuenta siempre lo que beben los pasajeros o soy yo, que le he quedado grabado en la memoria? —Decida usted. Sepa que es el único que ha pedido cerveza. Se marcha, pero antes de irse sonríe de nuevo. Después rebota alegremente mientras se aleja. Asomo la cabeza al pasillo. Piernas perfectas, medias gruesas de compresión, oscuras, y zapatos serios de uniforme como las demás. El pelo recogido, una doble coleta con algún que otro enredo de más, de un rubio ligeramente mechado. Se para. La veo hablar con un señor de mi misma fila que está un poco más adelante. Escucha sus peticiones. Simplemente asiente, sin hablar. Después dice algo riendo y lo tranquiliza. Se vuelve una última vez hacia mí antes de marcharse. Me mira.

Ojos verdes. Una raya ligera. Una sombra alta color ébano y algo de curiosidad. Estiro los brazos. Esta vez soy yo quien sonríe. El señor dice algo más. Ella contesta con profesionalidad y después se aleja. —Muy mona, esa azafata. La señora de mi lado se inmiscuye en mis pensamientos. Atenta y sonriente, ojos picarones tras unas gruesas gafas. Cincuenta años bien llevados, no como sus dos pendientes, demasiado grandes, precisamente como el azul pesado que lleva en los párpados. —Sí, una gnocca. —¿Qué? —Es una gnocca. En Roma decimos eso de una azafata como ésa. Realmente decimos mucho más, pero no me parece apropiado comentárselo. —Gnocca… —Sacude la cabeza—. No lo he oído nunca. —Gnocca… A veces, preciosa gnocca. Es una expresión simpática robada a la pasta. Sabe cómo son los ñoquis, ¿no? —Sí, claro. Los he oído nombrar y los he comido un montón de veces. Se ríe divertida. —Perfecto, ¿y le han gustado? —Muchísimo. —¿Ve?, pues entonces es fácil. Cuando a una chica se le dice que es una gnocca, quiere decir que está «buena», como los ñoquis que ha comido usted.

—Sí, pero me resulta extraño pensar en ella como en un ñoqui. Me parece…, ¿cómo se dice?…, eso: ¡grosero! —¡No! Tiene que pensar en esos ñoquis que llevan la salsa caliente por encima, ese tomate dulce, esos que se deshacen en la boca, que casi se pegan hasta que la lengua tiene que despegarlos del paladar. —Sí, ya lo he entendido. Parece que le gustan a usted mucho los ñoquis. —Bastante. —¿Los come a menudo? —En Roma, muy a menudo. En Nueva York no he probado la comida italiana…, ¿qué sé yo?, por principios, supongo. —Qué extraño, dicen que hay un montón de restaurantes italianos buenísimos. Oh, mire, está volviendo la… gnocca. La señora se ríe divertida y señala a la azafata, que llega sonriente con el vaso de cerveza. Es tan guapa que parece casi salida de un anuncio. —Dígale que es una gnocca, ya verá como le gusta. —Me toma usted el pelo… —Que no, le aseguro que es un cumplido. —Entonces, ¿se lo digo? —Dígaselo. La azafata llega y me ofrece una pequeña bandeja con el vaso encima de un posavasos de papel. —Aquí tiene su cerveza. No puedo servirle nada más porque estamos a punto de aterrizar. —No se lo hubiera pedido. Estoy empezando a olvidarla, aunque no es fácil. —Ah, sí… Bien, gracias. Pruebo la cerveza. —Está muy buena, gracias, perfecta, fría en su punto. Además, traída por usted, parece la cerveza del anuncio. —Despéjeme una curiosidad. ¿Cuál es la primera cosa que olvidará? —Quizá cómo iba vestida… —¿No le gusta nuestro uniforme? —Mucho.

Es que la imaginaré de una manera distinta… Me mira algo perpleja, pero no le doy tiempo a contestar. —¿Se queda mucho tiempo en Roma? —Algunos días… Septiembre en Roma es una maravilla. Quiero pasear e ir de compras; quizá encuentre algo para que no me olviden. —Oh, estoy seguro. Encontrará ropa perfecta para usted. Porque usted es…, ¿cómo decirlo?…, ¿cómo se dice? Me vuelvo hacia la señora sentada a mi lado.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |