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Suspiros al Alba – Katy Molina

La noche era helada, Lucía observaba desde una esquina la entrada al local Séptimo Cielo. Él estaba dentro siéndole infiel mientras que creía que ella estaba en casa calentándole la cama, pero se equivocaba. Llevaba un mes sospechando de que Raúl se veía con otras a escondidas, aquel día decidió seguirle y quitarse la venda de los ojos. No se equivocó, lo vio entrar con dos rubias. Había buscado en Google referencias del local y su instinto estaba en lo cierto, era un lugar de alterne. Dio un paso hacia adelante, decidida a montarle un escándalo, pero no llegó a cruzar la calle. Se sintió estúpida, el que creía que era su novio fiel y la amaba era un gilipollas engreído. La única que se pondría en evidencia sería ella misma, no merecía su atención ni siquiera sus lágrimas. Se dio la vuelta con un pensamiento muy claro, no volvería a verlo. Desaparecería de su vida sin dar explicaciones y se perdería buscando un nuevo camino hasta encontrarlo de nuevo. De regreso al piso que compartía con Raúl pasó por delante de un local que se llamaba Atalaya. El cuerpo le pedía una copa de alcohol, necesitaba deshacer el nudo que tenía en la garganta. Se armó de valor y entró, no era algo que hiciera habitualmente, pero su única compañía eran sus sentimientos a flor de piel y necesitaba calmarlos. Respiró profundamente y empujó la puerta metálica de color negro con la mano, se quedó parada en la entrada cuando vio un largo pasillo con un notable desnivel hacia un piso inferior. Anduvo por un suelo de color negro observando las paredes burdeos con cuadros de mujeres pin up desnudas. Al fondo había otra puerta con el pomo de una calavera y con un cartel de neón que decía claramente: bajo mis dominios. Por un momento pensó en darse la vuelta, pero no quería ser la conformista aburrida e imbécil que había sido con Raúl. Esa noche de verdades y dolor quería ser otra persona, deseaba ponerse en la piel de una mujer libre. Con decisión abrió la puerta y entró, el corazón se le heló cuando vio lo que allí había metido. Toda esa seguridad momentánea desapareció en un instante. Dos grupos de moteros de bandas rivales se estaban peleando a sangre fría. Lucía se quedó contra la pared aterrada, por más que intentaba guiar a sus piernas estas no se movían, se habían clavado al suelo como un clavo. Uno de los hombres salió despedido colisionando contra la pared donde ella se encontraba. Tenía heridas ensangrentadas por todo el cuerpo. Lucía sin pensar en lo que hacía fue a socorrerlo, lo cogió del brazo y lo ayudó a levantarse.


Este pensando que era uno de los tipos de la pelea, cerró el puño para golpearla, pero en pleno impulso se detuvo al ver que se trataba de una mujer. ―¡Qué coño haces aquí? ―preguntó vociferando a un palmo de su cara. ―Solo quería tomarme una copa, yo no sabía… ―miró alrededor intentando buscar una palabra que describiera esa situación. ―¡Joder! ―gritó escupiendo. Aquel tipo se quitó la chupa y la obligó a ponérsela. Algunos de los hombres lo miraron extrañados, pero siguieron peleando hasta que la violencia paró cuando, el bando rival de los Mohicanos, se retiraron tras las bajas, pero con una promesa de venganza. Su líder miró a Lucía riéndose y limpiándose la sangre del labio con el dorso de la mano. Su inesperado protector cerró el puño negando y sacó una pistola que disparó fallando a propósito, solo quería asustarlo. El Indio, así llamaban al presidente de los Mohicanos, salió corriendo. De pronto todo se quedó en silencio salvo por los quejidos de varios heridos. ―Dante, ¿por qué le has dado tu chupa a esa tía? ¿Quién es? ―preguntó Rocky sujetándose el costado. ―No lo sé, una loca que quería tomar un trago en nuestro local privado ―la miró en desaprobación―. Preciosa, esto traerá consecuencias. ―Miró a su amigo y habló preocupado―. El Indio se ha quedado con su cara y piensa que es mi vieja dama. ―¿Tú qué? Escucha, no tenía ni idea de que aquí dentro hubiera una pelea de testosterona. Toma tu chupa―se la quitó e intentó devolvérsela, pero este se cruzó de brazos mirándola duramente. ―¿No sabes quiénes somos? Pues tienes un grave problema. Dante la ignoró y se reunió con sus hombres. Lucía no entendía nada de lo que estaban hablando. Un sudor frío resbaló por su espalda, presentía que se había metido en la boca del lobo y estaba en peligro si no salía de aquel tugurio. Dejó la chupa encima de una mesa y se fijó que delante tenía un parche de tela cosida con el nombre de Dante y debajo de este ponía presidente. Curiosa, giró la prenda y vio un escudo de calaveras con un eslogan: Atalaya, bajo mis dominios. No era una mujer de mundo, pero había visto películas de moteros. El nudo que tenía en la garganta se hizo más fuerte, creyó conveniente que había llegado la hora de abandonar los dominios de Dante.

Disimulando se dirigió hacia la puerta, saldría sin correr para no llamar la atención, pero tenía claro que una vez en la calle correría como un ratón huyendo de las garras de un halcón. ―Yo de ti no haría eso, estás en peligro. ¿Qué parte no entiendes de que el Indio irá a por ti para vengarse de mí? Ha visto que te he dado la chupa. ―Dante la interceptó con cara de pocos amigos. ―Yo no soy tuya, no pedí nada de esto. Iré a la policía y se lo explicaré todo. Además, tenía pensando largarme de la ciudad esta noche. ―Se defendió. ―Eres una ingenua si piensas que te voy a dejar salir. Ahora siéntate en ese rincón y no intentes cabrearme más de lo que estoy―. La mirada oscura de este estremeció a la joven hasta tal punto que obedeció llorando. Para asegurarse de que no hiciera ninguna tontería cerró la puerta del local con llave e inmediatamente atendió a sus hombres, no había que lamentar bajas y, en un par de días, los más graves estarían de nuevo dando guerra. ―Nos han pillado por sorpresa, me juego el cuello que ha sido la puta de Daniela quién ha ido con el cuento. Vi la traición en su cara el día que la rechazaste―. Rocky dio un golpe encima de la mesa enfurecido. ―El Indio piensa que fuimos nosotros quien matamos a su hermano el Negro―. La cara de Dante denotaba preocupación. ―Hace mucho tiempo que limpiamos el club de corruptos y mierdas, no somos unos santos, pero no asesinos. Nos debemos a nuestra comunidad. ―¿Qué hacemos prez? ―preguntó Cuero. ―Arreglar esta mierda, lo primero será confirmar que nos ha traicionado Daniela y averiguar quién coño mató al hermano del Indio. Cinco de sus hombres salieron a buscar respuestas, los otros se quedaron a recoger todo el estropicio y a ayudar a sus hermanos heridos del Club. Lucía había atendido en silencio a cada palabra empapándose de la preocupación de los moteros con aquel lío de traiciones. Sintió un poco de empatía con aquellos hombres; en definitiva, no eran tan salvajes y villanos como creía. Miró a los tipos con cortes y contusiones en el cuerpo y se compadeció.

Lucía era doctora, aunque hacía mucho tiempo que no ejercía. Desde que se enamoró de Raúl había dejado sus sueños en un cajón para concentrarse en los de él; sin darse cuenta se había vuelto una sumisa. Se levantó con cautela y a una distancia prudente habló. ―Disculpad, pero creo que puedo ayudar a los heridos. ―Dante y parte de sus hombres la miraron sin entender―. Soy doctora. ―¿Y a qué coño esperas! ―chilló Dante. Lucía ante su desfachatez y poco tacto apretó el puño con ganas de desahogarse a golpes con él. La noche estaba siendo muy difícil para ella como para aguantar más gilipollas en su vida, pero se calló porque temía que aquel maleducado descargara su ira sobre ella. Se recogió la melena rubia en una coleta alta y fue atendiendo a los heridos uno por uno. Solo tenía un botiquín básico, pero suficiente para desinfectar heridas y dar algunos puntos de sutura. Acabó cansada y con un remolino de nervios en el estómago. Necesitaba una copa, vio en la barra una botella de vodka y sin pensarlo dos veces le dio un trago. Después vinieron las consecuencias: tosió ahogándose por el alcohol, no estaba acostumbrada a beber y menos a algo tan fuerte. Dante puso los ojos en blanco al verla y le quitó la botella de las manos, delante de sus narices le dio un trago como si se tratara de agua. ―Si no sabes beber, no lo hagas. Ahora sé buena y ponte la chupa, te vienes conmigo a mi cueva. ―Se acercó a ella y sus dedos cogieron su mentón para alzarlo y que así sus miradas conectaran―. Te lo advierto, como intentes huir o jugármela, te tiro de la moto en marcha. Le guiñó un ojo y la dejó aturdida con sus duras palabras. Lucía tembló de pies a cabeza, tendría que marcharse a la fuerza con el macho alfa de la manada y no sería nada agradable la estancia con él.

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