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Suplicando Problemas (Blackish Masters 3) – Nisha Scail

Él era enorme. Lo mirase desde el lado que lo mirase, era grande. Tenía un par de brazos como troncos y un pecho tan ancho que podría dibujar sobre él un mapamundi. Bueno, eso si se le ocurriese dibujar algo sobre él, pero todo lo que quería Faith Valentine de ese hombre eran respuestas. —¿Es usted Dainiel Ratcliffe? Los sagaces ojos azules se posaron sobre ella, ladeó ligeramente la cabeza y la recorrió con insultante lentitud. —Ese es mi nombre, sí. Entonces levantó una de las manos enguantadas y se la llevó a la boca, unos perfectos dientes blancos se cerraron sobre el cierre y tiraron de él haciendo que crujiese el velcro. Se lo retiró sin mayor dificultad, dejó el complemento a un lado y se quitó el otro con mayor facilidad. —¿Puedo hacer algo por usted? Su voz era ronca, matizada con un acento que remarcaba algunas sílabas. Estaba segura de que, cuando se proponía seducir a alguna mujer, ese era uno de sus mayores atractivos; y no era que él no quitase ya el aliento de por sí. Esos iris azules resaltaban en un rostro de facciones clásicas, las tupidas cejas de un tono más claro que su pelo, junto con la barba que le cubría el bigote y el mentón, aportaban un aire peligroso. Llevaba el pelo corto y desordenado, ligeramente humedecido por el sudor, unos rebeldes mechones le caían sobre la sien izquierda provocándole unas inexplicables e irritantes ganas de apartárselos. «Ni loca». —Lo cierto es que sí. —Se obligó a centrarse de nuevo en lo que la había traído hasta allí—. Esperaba que pudiese decirme que ha hecho con Ruth Vera. Él no se inmutó, se la quedó mirando y respondió con otra pregunta. —Si tuviese alguna idea de quién es esa Ruth Vera, quizá pudiese hacerlo. —La mujer con la que lleva saliendo los dos últimos meses. —Creo que se equivoca, señora. —Señorita, si no le importa. Él dejó los guantes que todavía sostenía a un lado y continuó desenrollando las vendas de color amarillo que le rodeaban la muñeca y los dedos. La tarea atrajo su mirada, tenía unos dedos largos, robustos, uno de ellos parecía torcerse ligeramente hacia la derecha, como si se lo hubiese roto y no hubiese soldado bien. —Me temo que se ha equivocado de persona, señorita —replicó de nuevo haciendo un burlón hincapié en su corrección—. No conozco a ninguna Ruth Vera, ni he mantenido relación de ningún tipo con ella durante los últimos dos meses.


Ni siquiera antes, que yo recuerde. —Quizás su foto le refresque la memoria. Buscó el móvil en el pequeño bolso que llevaba al hombro, lo sacó y abrió rápidamente una de las instantáneas que tenía en la galería. —¿La recuerda ahora? —Levantó el móvil, enseñándosela. —No, ni lo más mínimo. Jesús. ¿Podía un hombre descalzo, vestido con camiseta de tirantes y pantalón de deporte, ser más intimidante que aquel? Hacía que su metro sesenta y cinco quedase reducido al tamaño de una pulga frente a los casi dos metros que debería medir. —Y mido uno ochenta y seis. —¿Qué? —No llego a los dos metros. Se quedó callada, sintiendo como la cara empezaba a encendérsele. Daba gracias al hecho de que su piel chocolate, bajo la base de maquillaje, no rebelase tan fácilmente su rubor. No podía creer que hubiese dicho aquello en voz alta. —¿La foto? —La señaló intentando volver las cosas a su cauce. —No la conozco, no creo haberme cruzado siquiera con ella. —Pero ella dijo que salía con Dainiel Ratcliffe. —Puede tratarse de una coincidencia de nombres. —¿Y qué me dice del club Blackish? —¿Qué hay con él? No tenía la menor idea, había encontrado ese nombre en una vieja tarjeta entre las cosas de su compañera de piso. En el dorso estaba el nombre de Dainiel Ratcliffe. —¿No trabajaba allí de gogó? Había dado por supuesto que debía tratarse de una especie de discoteca o club exclusivo. —Me temo que se equivoca de nuevo, señorita. —Señaló la pantalla del teléfono—. Esa mujer no ha estado nunca en el Blackish y, mucho menos, como bailarina. Se mordió el labio inferior, miró la pantalla del móvil y de nuevo a él. —¿Está seguro de que no la conoce? —Absolutamente. Sí, parecía tan convencido de sus respuestas que tenía que estar diciendo la verdad.

Abrió la boca para disculparse y dar media vuelta, pero unas risas juveniles aproximándose la interrumpieron. Levantó la cabeza y abrió los ojos de par en par al reconocer a alguno de sus alumnos. Y el reconocimiento fue mutuo. —¿Señorita Valentine? —Profe, ¿qué hace usted por aquí? El hombre se giró hacia los muchachos. —¿Profe? Uno de ellos la señaló con un gesto de la barbilla. —La señorita Valentine da clases en el Collegiate Charter, sensei, imparte la materia de literatura —explicó Ramón—, y es también consejera de apoyo. —Ya veo —declaró él con una especulación que no le pasó por alto. —Ella fue la que nos instó a venir después de que el Reverendo John asistiese a nuestra clase para dar una charla. —Y fue muy vehemente en el proceso. La recorrió con la mirada una vez más y no pudo evitar bajar la suya, no era capaz de enfrentarse con semejante hombre. «Ahora sería un buen momento para que te abras bajo mis pies y me tragues, tierra». —Yo… em… en realidad ya me iba. —Optó por lo más rápido, salir corriendo—. Gracias por su tiempo, señor Ratcliffe. Muchachos, os veré en clases. No dio tiempo a que ninguno dijese otra cosa que un rápido adiós, giró sobre sus tacones y se alejó todo lo aprisa que podía sin ponerse a correr. —¿Qué demonios está pasando? Su compañera de trabajo y alquiler había desaparecido el viernes de la semana pasada, después de decirle que iba a pasar el fin de semana con su novio, Dainiel Ratcliffe, con el que llevaba saliendo ya dos meses. Ese último mes la había encontrado bastante animada, sonreía más y no dejaba de decirle que pronto le presentaría a su novio. Sin embargo, no volvió a casa el domingo por la noche, como acostumbraba a hacer y el lunes tampoco había aparecido por el colegio. Se había enterado de ello cuando la llamaron para cubrir su clase, al parecer había solicitado unos días por asuntos familiares y contaban con que se incorporase el próximo lunes. Y aquello había sido lo más extraño de todo pues, hasta dónde ella sabía, la chica no tenía familia. Después de casi una semana de ausencia y sin noticias, se decidió a entrar en su habitación y hacer algo que no le gustaba, registrar en sus cosas. No le contestaba al teléfono y había perdido la cuenta de la cantidad de mensajes que había dejado. Fue entonces cuando, al mirar en una de las mesillas de noche, encontró su agenda y entre sus notas estaba la tarjeta con el nombre de Dainiel Ratcliffe escrito en el dorso. Cuando esa misma tarde había pasado a saludar al reverendo John y le habló de sus preocupaciones, el hombre reconoció el nombre al momento.

Si bien, había tenido serias dudas sobre que existiese relación alguna entre el voluntario que daba clases en el Gimnasio Chaser y su compañera de piso. —¿Dónde te has metido, Ruth? —musitó para sí. Intentó llamarla una vez más, pero cómo las veces anteriores saltó el contestador—. Maldita sea. Esto no es normal, se acabó, es hora de dar parte a la policía. No iba a esperar más, prefería quedar como una tonta cuando ella apareciese mañana por casa que seguir sin noticia alguna.

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