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Suplícame, esclava – Alba Duro

ye, ¿ya te vas? -Sí. El sonido metálico de la hebilla del cinturón se entremezclaba con el silencio de la habitación aún oscura. -¿Por qué? Si quieres puedes quedarte aquí y pasar la noche. -No. La expresión extrañada e indignada. -Oye tío, hace unas horas eras todo un encanto pero en este momento te estás comportando con un verdadero idiota. -Muy interesante ¿Necesito alguna llave para salir? Luís salió del piso y caminó unos pocos pasos hasta encontrarse con las puertas del elevador. Aún podía ver en su cabeza el rostro de ira que se le dibujó a la amante de esa noche. Pero no le importaba, en lo más mínimo. La había conocido en un bar la noche anterior. Le gustó cómo se veía el vestido rojo, el cabello rubio largo, las piernas largas y torneadas, y aquel escote profundo. Lo pensó varias veces antes de acercarse y, para darse un extra de motivación, tomó un trago. Ella estaba sola pero parecía que estaba esperando a alguien. A él le dio igual, su meta era descubrir los placeres que había detrás de ese vestido tan ajustado y sexy. Al estar cerca, no se le ocurrió una frase interesante para ligar así que se aventuró a lo que estaba acostumbrado: buscar alguna referencia que lo ayudara en lograr lo que quería. -¿Conoces de qué se trata la Teoría del Color? –Dijo él con seriedad. La chica no sabía qué responder, miró hacia atrás pensando si se trataba de otra persona pero no, era ella. -¿Perdón? -Bueno, te cuento. La Psicología del Color habla sobre la connotación pues, de los colores. Verás, al parecer, los colores tienen un significado en sí mismos. Aunque, claro, eso también depende del contexto que tenga y la sensación que genere. Por ejemplo, estás vestida de rojo y ese color tiene muchos significados. ¿Sabes a lo que me refiero? Ella había pasado del malhumor al genuino interés y quiso saber más de este hombre con aspecto duro e intimidante. -Creo saber a lo que te describes. Vi en un comercial que el rojo tenía que ver con el romance o algo así.


-Exacto. ¿Te sientes romántica hoy? Rió y comenzó a tocarse el cabello. Luís supo entonces que ya estaba por buen camino. -Puede ser. De hecho estaba esperando a alguien y creo que me han dejado plantada. -Es terrible, terrible. Pero creo que tienes oportunidad de cambiar esa situación si aceptas un trago. ¿Qué dices? -No lo sé. ¿Qué sensación te genera el color de mi vestido? -Es cuestión de cómo vaya la noche. Los dos dejaron la barra para atrincherarse en una mesa lejos del ruido y de los cuerpos que bailaban. Luís cada vez más quedaba como el tío encantador e inteligente y la mujer inclinaba su cuerpo hacia él. Se fueron a las horas y terminaron comiéndose mutuamente sobre la cama ancha y larga de la rubia del vestido rojo. No obstante, a Luís no le gustaba darle largas al asunto y, luego de terminar, se encontró aburrido y ansioso de irse. Al salir del edificio, encontró la noche particularmente agradable. Prefirió caminar un poco antes de tomar un taxi para que lo llevara a casa. Las luces de neón, el sonido de las bocinas y el olor a comida eran estímulos que le recordaban sus años de universidad. Internamente, le pareció gracioso cómo se había vuelto así de nostálgico. Se cansó finalmente y llamó un taxi. Era hora de regresar al bar en donde todo comenzó. El coche lo dejó justo donde quería y sacó las llaves de su chaqueta de cuero. Caminó hacia la camioneta que había comprado recientemente, un Toyota Tundra del año. Aún tenía hambre pero quiso esperar a llegar a casa. Luís vivía prácticamente aislado. Luego de finalizar la universidad, consideró que era hora de encontrar un poco de paz y fue así que compró un terreno en las afueras para comenzar la construcción de su casa. No deseaba algo extravagante pero sí cómodo y que la diera la sensación de que se encontraba en un lugar tranquilo.

Con la ayuda de unos cuantos amigos, él había logrado captar la esencia de lo que quería. El proceso tomó años pero fue algo que le causó muchísima satisfacción. La excusa de tener una casa a las afueras también era poder contar con un lugar para hacer lo que quisiera sin que lo molestasen. Había reservado un pequeño espacio en el sótano para aquellas actividades un poco diferentes. Luís había conocido el mundo BDSM cuando era un adolescente pero fue luego de unos años que supo realmente de qué se trataba. Su primera experiencia fue como sumiso y fue así cómo aprendió a observar las reacciones ante las torturas así como a otros estímulos relacionados al placer y el dolor A pesar de haber disfrutado aquella faceta, se decantó por ser Dominante. Para él era importante tener el control y el poder, demostrarlo en todo momento, dejar en claro que las cosas se harían a su modo. Desarrolló un gusto particular por las relaciones tipo primal porque encontraba excitante aquello de cazar y devorar a la presa. No obstante, también encontraba sumamente placentero el sexo anal, azotar, ahorcar y toda clase de torturas. Afortunadamente contaba con una gran imaginación así que no le faltarían escenarios ni temas al respecto. Aunque se había sincerado con sus gustos, sabía que no todos lo comprenderían. Es más, había optado callar y reservarse sus opiniones al respecto. Al final cada quien podía hacer lo que le placiera de puertas para adentro. Mientras deseaba encontrar a la sumisa perfecta, se divertía satisfaciendo su apetito sexual con encuentros casuales. Para él era práctico porque evitaba someterse a dramas innecesarios y a situaciones incómodas. Iba a lo suyo y ya, como esa noche. Manejaba y al lado estaba una bolsa caliente de papel en donde se encontraba una enorme hamburguesa y patatas fritas. Quería llegar a casa y por fin comer. Unos cuantos kilómetros de asfalto después, Luís estacionaba la camioneta para entrar a su casa. Se bajó y el sonido de sus botas de cuero rozando la gravilla del camino de la entrada iba a la par con el de la bolsa de papel que tenía en su mano derecha. Caminó hacia la puerta y la abrió. El olor a madera era lo primero que percibía y era gracias a las escaleras de pino que había instalado. Lo hacía sentir bienvenido de alguna manera. Dejó la bolsa en la cocina y subió para tomar un baño. La habitación de Luís era un espacio grande, blanco que contaba con un gran ventanal a uno de los lados y cama en la pared de fondo.

Al otro lado se encontraba el baño y, cerca de este, también un clóset empotrado. La decoración era sencilla por no decir parca. Sin embargo, el verdadero lujo se encontraba en los muebles ya que él era diseñador industrial. Quizás la otra extravagancia más fácil de evidenciar era la colección de discos de vinilo. -En vinilo suena mejor. Solía decir a sus amistades más íntimas. Luego de diseñar y construir en el taller que tenía en la cochera, colocaba el disco que quería y lo hacía sonar hasta el final. Era quizás el momento que más le gustaba del día. Abrió las llaves de la ducha y esperó a que saliera el agua caliente. Se quitó la chaqueta, se desabrochó los jeans y la camisa. No tardó mucho tiempo en desvestirse ya que prefería pasar el tiempo desnudo. Respiró profundo y se vio en el ancho espejo. Revisó las marcas en la cara. -Tengo que rasurarme, parezco perro viejo. Siguió estudiándose y hasta se frotó un poco la cicatriz que tenía en el entrecejo. Luís tenía un aspecto rudo gracias a que casi siempre vestía de negro, con jeans y cuero. Los innumerables tatuajes que tenía resaltaban gracias a la palidez de su piel. Sus ojos, grandes y cafés que, según el humor del día, podían cambiar a verdes. Le gustaba hacer ejercicio por lo que había desarrollado una musculatura envidiable y que destacaba aún más su altura. Sin duda, era un hombre muy atractivo… Y también difícil. Prefería la soledad o los pequeños grupos. El que él estuviera en el bar esa noche era casi producto de la casualidad, no tenía que ver con que fuera un gusto personal. Dejó que el agua recorriera su cuerpo. Estaba cansado. Enjabonaba su cuerpo y, al mismo tiempo, hacía lista mental de las cosas que debía hacer al día siguiente: reunión con clientes, diseños nuevos, la presentación que debía hacer para la inauguración de la feria de decoración.

Aunque quisiera, su mente no podía estar tranquila. Salió y se secó con una toalla que tenía cerca. Salió desnudo con el entrecejo fruncido sin saber la razón y buscó en su closet algunas prendas ligeras para ponerse. Su estómago gruñía sin parar. Bajó a la cocina en donde esperaba la bolsa de papel con la hamburguesa dentro. Antes de sentarse a comer, abrió el refrigerador para tomar una cerveza. La onomatopeya del gas saliendo de la tapa de latón le deba una felicidad indescriptible. Comenzó a cenar y a beber en medio de la oscuridad y del silencio de la cocina…Y el de toda la casa. Por un momento deseó no estar solo. -¡M II ALDITA, MALDITA VEN AQUÍ. VEN QUE TE VOY A DESTROZAR! Los gritos en medio de la carretera, hubieran despertado a cualquiera. Pero no en ese lugar olvidado por Dios. Elena corría con todas las fuerzas de su cuerpo, había sido descubierta robándose dos barras de pan y una botella de agua. Corría con las cosas en sus manos, con el bolso en la espalda. La perseguía un hombre gordo, alto y con marcas de sudor en su cuello y las axilas. Sus pasos se sentían y escuchaban pesados mientras que los de ella eran ligeros y suaves, como un ciervo que huía. Logró esconderse en una gasolinera abandonada. Trató de calmar la respiración y el dolor de sus pantorrillas. Rezó internamente para que no la descubrieran. -VOY A ROMPERTE LA CARA, MOCOSA. VAS A VER. Eran los minutos más aterradores que jamás había vivido. Imaginó su rostro sobre el suelo, cubierto de sangre, lágrimas y dolor. Cerró los ojos y esperó… Y esperó. No escuchó más ruidos y las sombras amenazantes habían desaparecido, sólo había la misma oscuridad de siempre más el canto de los grillos.

Respiró fuerte y salió lentamente de su escondite. Sintió las piernas débiles aunque pudo incorporarse con rapidez. Temblaba con fuerza y trata de repetirse a sí misma.

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1 comentario

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  1. Claudia cundú zayas

    Me gusta mucho la página

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