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Supervivientes del fin del mundo – Fernando Neira (Golfo)

«¡Malditos hijos de puta! ¡No me hicieron caso!», pensé cuando desgraciadamente las predicciones se hicieron realidad. El mundo se había ido a la mierda, aunque por suerte, ¡yo estaba preparado! Para explicar lo ocurrido, os tengo que narrar cómo y cuándo me enteré de la amenaza que se cernía sobre la humanidad. Desde el punto de vista teórico, todo empezó hace más de treinta años, cuando John Stevenson y Larry Goldsmith alertaron al mundo de los efectos que tendría sobre la civilización una hipotética tormenta solar de grado 5. Según su teoría, una llamarada de proporciones inauditas de la corona del Sol provocaría la destrucción de todas las redes de comunicaciones y de las redes de energía del planeta. Sus ideas de finales del siglo XX eran aceptadas en mayor o menor medida por toda la comunidad científica. Las que no disfrutaron de ese consenso mayoritario cuando fueron enunciadas, fueron las predicciones de Zail Sight y sus díscolos discípulos de la universidad de Nueva Delhi. Estos científicos indios alertaron hace cinco años que según sus cálculos cada ciento cincuenta años aproximadamente se producía una que era capaz de sobrepasar esa cifra y llegar a ser de grado seis, lo que provocaría que todo aparato eléctrico conectado a cualquier fuente de energía se viera destruido por la acumulación del magnetismo proveniente de nuestro astro rey. Si ya entonces fueron llamados catastrofistas, cuando hace dos años anunciaron que habían conseguido calcular la futura evolución de la corona solar y que la tan temida tormenta iba a tener lugar a finales del 2022, les tildaron de locos de fanáticos. Recuerdo todavía el día que la jefa de ingeniería de mi empresa, Irene Sotelo, me llamó una mañana para alertarme de los problemas que eso ocasionaría en nuestra corporación. Estaba tan asustada que debía ser serio el asunto y mirando mi agenda vi que tenía un hueco libre en dos semanas, por lo que le ordené que cuando viniese a verme lo hiciera no solo con las consecuencias que tendría en la compañía, sino que lo ampliara su radio de acción a España, Europa y el mundo. ―Jefe, es una tarea inmensa ―protestó al comprender que lo que le pedía le venía grande y que, para darme un informe coherente, necesitaría de la ayuda de expertos en muchas materias. ―Ya me conoces Irene ―contesté ―no acepto que me vengas con los temas a medias. Si tan grave es, necesito verlo a nivel global. Si necesitas contratar a más especialistas, hazlo, pero quiero una respuesta. Tienes dos semanas. ―De acuerdo, creo que no se arrepentirá de escuchar lo que quiero decirle. Si no me equivoco, nos acercamos al fin del mundo tal y como hoy lo conocemos. Al colgar el teléfono, me sumergí en internet con la intención de enterarme sobre qué coño hablaba porque si de algo me había servido el pagarla puntualmente un sueldo estratosférico, fue saber que esa mujer no hablaba nunca a la ligera. Reconozco que cuando la contraté además de su brillante curriculum, me atrajo que tanta seriedad y talento estuvieran envueltos en una belleza desbordante, no en vano, el mote que le habían puesto en Harvard era el de Miss Brain, es decir Miss Cerebrito en español. Con sus veintinueve años y su metro setenta y cinco de altura, Irene podía perfectamente haber tenido una carrera en las pasarelas. Era la unión perfecta de hermosura e inteligencia. Volviendo al tema, cuanto más leía, más acojonado me sentía y por eso llamando nuevamente a mi empleada, le ordené que no reparara en gastos y que, si debía de tomarse un mes, que se lo tomara pero que cuando viniese a verme quería una visión global y las posibles soluciones. ―Entonces, ¿me cree? ―preguntó al escuchar mis directrices. ―No, pero no he llegado a donde estoy siendo un ingenuo. Si hay una posibilidad de que eso ocurra, quiero estar preparado.


―No esperaba menos de usted ―contestó dando por terminada la conversación… ✽✽✽ Permítanme que me presente. Quizás mi nombre, Lucas Giordano Bruno, no les diga nada porque me he ocupado de ocultar mi vida al público en general desde que en el 2003 y con veinticinco años, me convertí en millonario gracias a las punto com. Desde entonces mi fortuna se había multiplicado y puedo considerar sin error a equivocarme que desde 2015 era uno de los cincuenta hombres más ricos del planeta. Tenía intereses en los más variados sectores y si de algo me vanaglorio es que me anticipo al futuro, por eso y queriendo asegurarme de tener varios informes, llamé al rector del MIT (Massachusetts Institute of Technology) la más prestigiosa universidad de ingeniería del mundo, ubicada en Boston. Mr. Conry me conocía gracias a diversas donaciones por lo que no solo contestó la llamada, sino que se comprometió a darme en ese mismo plazo sus conclusiones. A los quince días, Irene llegó a mi oficina puntualmente. Su gesto serio me anticipó los resultados de su informe. Sabiendo que esa conversación iba a ser quizás la más importante de mi vida, dije a mi secretaria que no me pasasen llamadas. Cortésmente, cogí a la rubia del brazo y la senté en una mesa redonda de una esquina de mi despacho. ―Por tu cara, creo que no traes buenas noticias ―dije para romper el incómodo silencio que se había instalado entre las cuatro paredes donde trabajaba. ―No son malas, son peores. Aunque no es una posición unánime, la gran mayoría de los físicos que he consultado ven correctas las predicciones del científico hindú y ninguno de los que discrepa me ha podido explicar dónde están los errores de la teoría. Creo que llevan la contraria por el miedo a lo que representa. ―De ser cierto, ¿qué pasaría? ―Imagínese, según ese teórico, dentro de dos años y durante setenta y dos horas una corriente de viento solar sin parangón va a barrer la superficie de la tierra, destruyendo todo aparato eléctrico. Los primeros en caer serían los satélites, luego las redes eléctricas y para terminar las fábricas, los coches, los ordenadores etc. Va a ser el caos. Piense en una región como Madrid: ¿cómo narices se alimentarían sus seis millones de personas, si los camiones o los trenes que diariamente les traen la comida no funcionaran al estar destrozados todos sus sistemas eléctricos? ―Se arreglarían ―dije tratando de llevarle la contraria. ―Pero ¿cómo? Las fábricas estarían igualmente inutilizadas e incluso si se pudiera traer por carromatos a la antigua, no habría forma de cosechar los campos porque los tractores estarían igualmente estropeados. ―Entonces, ¿qué prevés? ―Vamos a retroceder a una sociedad preindustrial con el inconveniente que en vez de mil millones de personas en la tierra hay actualmente ocho mil. Sin electricidad de ningún tipo, no habrá fábricas ni alimentos, ni nada. Ni el ejército ni la policía van a poder parar el caos. La violencia y el hambre se adueñarán del mundo. ―¿Cuántas víctimas? ―pregunté para cerciorarme que coincidía con el informe que tenía en mi cajón. ―Los cálculos más optimistas creen que la población mundial se reducirá en menos de dos años a una décima parte, pero los hay que rebajan esa cifra a los trescientos millones de personas en todo el planeta.

Piense que, tras el hambre y la guerra, vendrán las epidemias…. ―¿Qué soluciones existen? ―Solo una, desconectar todos los sistemas eléctricos durante un periodo mínimo de tres meses, ya que no es posible precisar cuándo va a ocurrir con mayor exactitud. Y, aun así, sería un desastre, habrá cosas que será imposible de salvar como los satélites o las centrales nucleares. ―Lo comprendo y lo peor es que lo comparto. Como te habrás imaginado, no me he quedado esperando a que me trajeses los resultados de tu análisis y he pedido otros. Todos desgraciadamente corroboran en gran medida tus predicciones. ―Y ¿qué haremos? ―dijo, echándose a llorar, hundida por la presión a la que se había visto sometida. ―No dejarnos vencer. Tengo… mejor dicho, tenemos dos años para sentar las bases del resurgimiento de la humanidad. Aunque voy a tratar por todos los medios de convencer a los gobiernos de lo que se avecina, no espero nada de ellos. Por lo tanto, me vas a ayudar a desarrollar un plan alternativo. De hecho, previendo este resultado me he comprado una isla deshabitada de 10.000 hectáreas frente a las costas de África de sur. ―No comprendo ―respondió levantando su cara. ―Quiero que te hagas allí cargo de la construcción de una ciudad para doce mil personas, cien por cien independiente, con sus fuentes de energía, sus fábricas indispensables y que cuente con reservas de todo tipo para tres años. Deseo que todo esté listo para que cuando pase la tormenta la pongamos en marcha. ¡Tienes dos años! Cap. 2 Los preparativos Esa misma semana me deshice de mis empresas y con el dinero en efectivo, contratamos a los mejores ingenieros y contratistas para que se hiciera realidad mi sueño. ¡Y lo hicieron! ¡Vaya que lo hicieron! En la superficie, construyeron un pequeño pueblo que se podría confundir con un complejo hotelero compuesto de cerca de doscientas chalés, pero, bajo tierra a más de cien metros de profundidad se hallaba el verdadero objeto de mi inversión. Según los científicos a esa profundidad, los sistemas que mantuviésemos allí no se verían afectados por el viento solar y aprovechando una antigua mina de sal, habíamos ubicado en su interior un sistema de ordenadores que competía con el del pentágono. Usando a los mejores informáticos del mundo sin que ellos supieran el objetivo, habíamos hecho una copia de todo el saber humano. Todo libro, todo ensayo o toda investigación que se hubiese realizado hasta el apagón, quedaría resguardado en la memoria cibernética del complejo. Pero mi sueño iba más allá, al saber que la guerra y el hambre reducirían el material genético humano, decidí preservar lo mejor del mismo. Por lo que publicité que se iba a crear la mayor base genética del mundo y que se iba a seleccionar lo mejor de la humanidad. Y aprovechando la vanidad de hombres y mujeres, estos con gusto cedieron su material al saber que eran de los elegidos y en menos de un año, en esa isla alejada del mundo, me encontré con que tenía en mi poder el esperma y los óvulos de las mejores cabezas que poblaban la tierra en ese fatídico tiempo.

Por otra parte, construimos enormes almacenes y muelles que llenamos además de con comida, con cientos de vehículos, barcos y aviones, convenientemente desconectados y con sus baterías a buen recaudo bajo toneladas de hormigón hasta que pasase la tormenta solar. También y contraviniendo las normas internacionales, hicimos un acopio de armas de guerra que no se limitaban a fusiles o ametralladoras, sino que nos aprovisionamos de misiles y demás armamento pesado. Y todo ello en menos de dos años. Lo más difícil fue seleccionar a los habitantes de “la isla del Saber”, tras muchas dudas y gracias a una conversación con Irene, llegué a la conclusión del método de elección. Tenía claro que debían de ser todos jóvenes sin enfermedades y con una capacidad mental a la altura de las circunstancias, pero fue mi ayudante la que me dio las bases de la sociedad que íbamos a formar: ―Jefe ―me dijo con su aplomo habitual: ―Seamos claros. Partiendo que usted viene y que espero que también yo sea una de las elegidas, tenemos que considerar que tendremos que maximizar el potencial de crecimiento de la población. ―Si te preocupa el hecho de acompañarnos, no te preocupes. Cuento contigo, pero no he entendido a que te refieres con eso de maximizar el crecimiento ―contesté siendo absolutamente sincero. Su presencia entraba en mis planes, pero respecto a lo otro estaba en la inopia. ―Verá, aunque resulte raro debe haber una desproporción entre hombres y mujeres. Si vamos a disponer del banco de semen y de óvulos, no es necesario que haya igualdad de género e incluso no es deseable porque como los hombres no pueden parir, necesitamos más vientres que den a luz la nueva raza. Por lo que le propongo que haya un hombre por cada cinco mujeres. ―Me niego. Eso causaría problemas a corto plazo. Imagínate como se podría articular una sociedad básicamente femenina. Sería un desastre, los problemas por tanta diferencia de sexos convertirían a la isla en insoportable. ―Se equivoca. En primer lugar, sería solo durante una generación porque a partir de los nacimientos la proporción se equilibraría. Si disponemos de diez mil mujeres a cinco hijos por mujer, en veinte años seríamos un pueblo de cincuenta mil personas. En cambio, si llevamos a cinco mil difícilmente pasaríamos de las veinticinco mil. ―Tienes razón y estamos buscando el resurgir de la humanidad ―contesté: ―pero ¿cómo vas a arreglar ese desajuste inicial? ¿Vas a llenar el pueblo de lesbianas? ―No, jefe ―me contestó ―alguna habrá que llevar, pero estaba pensando en una rigurosa selección psicológica por medio de la cual, las elegidas acepten con agrado dicha desproporción. Tanto los hombres como las mujeres serán seleccionados como si de familias de seis miembros se tratase, deben de compenetrarse. Habrá que escoger los candidatos en función de esa futura sociedad marital, de forma que antes de llegar a la isla sabremos que personas vivirán en cada casa. ―¿Me estás diciendo que ya, desde el inicio, habrás formado paquetes de seis personas, cien por cien compatibles? ―Sí, las nuevas técnicas de análisis psicológico lo permiten. Recuerde que durante siglos a los hijos se le decía con quién casarse y no fue ello un problema.

Hoy en día es posible seleccionar estas familias pluri parentales. De igual forma, los hombres que elijamos deben de estar a la altura físicamente. Piense que dispondremos de menos de dos mil para las labores duras y de defensa por si algo nos amenaza, por eso creo que el perfil de estos debe ser físico y el de las mujeres intelectual. ―De acuerdo lo dejo en tus manos ―respondí sabiendo que eso llevaría a un matriarcado: ―el mundo ha ido de culo cuando han mandado los hombres. Sin saber a ciencia cierta cómo me iba a afectar eso en un futuro, decidí que a nivel humanidad era lo acertado. Y como en mi caso yo no disponía de pareja, me traía al pario las candidatas que el sistema informático me colocase en casa porque en teoría serían compatibles. ―Y, por último ―me explicó ―como no quiero sorpresas y si a usted le parece bien, deberíamos aplicar en nuestros futuros compatriotas los métodos experimentales que nuestra empresa ha venido desarrollando de fijación de normas de conducta… ―Me he perdido ―tuve que reconocer. La mujer haciendo una pausa, bebió agua y recordándome unos experimentos ultrasecretos que habíamos realizado para el ejército, me dijo: ―Tras el desastre se va a producir un gran estrés en todos. Debemos evitar cualquier tipo de conato de insumisión y, por lo tanto, creo necesario que grabemos en sus mentes una completa obediencia a nuestras órdenes. Con todo el descaro del mundo, se estaba nombrando la segunda líder de nuestra futura sociedad, adjudicándose además una lealtad que yo quería solo para mí y por eso, levantándome de la mesa, le solté: ―¿Y cómo me garantizo yo tu obediencia? Si acepto tu sugerencia, podrías darme un golpe de estado. ―Jefe, creo haberle demostrado en estos años mi absoluta subordinación ―contestó Irene echándose a llorar: ―Jamás he discutido una orden suya incluso cuando me mandaba hacer algo poco ético como este plan. Si usted quiere, puede mandar a analizarme por los mejores psicólogos y si aún le queda alguna duda, no pongo inconveniente en ser la primera en someterme al tratamiento. ―Lo haré ―dije despidiéndome de ella, cortado al darme cuenta de que tras esas lágrimas se escondía una demostración de afecto que hasta ese momento desconocía. Al verla marchar, me quedé mirando su culo y por vez primera desde que la contraté, pensé que sería agradable compartir con ella, no solo el mando de la “isla del Saber” sino mi cama y rompiendo los límites que siempre había respetado en nuestra relación, la llamé. Una vez la tuve nuevamente a mi lado, forcé sus labios con los míos. Tras la sorpresa inicial, Irene se pegó a mi cuerpo y respondiendo al beso con una pasión inaudita, buscó con sus manos mi entrepierna. Satisfecho con su entrega, me separé de ella y diciéndole adiós, le informé que quería que formara parte de las cinco mujeres que me adjudicaran. La mujer, que en un principio había recibido mi rechazo con dolor, sonrió al escucharme y desde la puerta, me contestó con voz alegre: ―Ya lo tenía previsto, jefe. Y como lo ha descubierto, no me importa decírselo. Llevo enamorada de usted desde el día que me contrató, pero esa no es la razón por la que espero ser una de ellas. El verdadero motivo es que, según nuestros especialistas, somos una pareja perfecta. Sus gustos se complementan con los míos y si no me cree, no tiene más que leer el informe que he dejado sobre la mesa. Sorprendido por sus palabras, abrí el sobre que me había dejado y alucinado, reparé que era una advertencia de mi departamento de seguridad datada dos años antes, donde me informaban de la peligrosa sumisión que esa mujer sentía por mí. En ese documento detallaban con absoluta crudeza que Irene estaba obsesionada conmigo y que además de empapelar su piso con fotos nuestras y haber revelado a sus amistades su enamoramiento, varias veces al mes contrataba los servicios de un prostituto que resultaba una copia barata mía. Prostituto al que obligaba a vestirse y a actuar como si fuera yo.

Si ya eso era revelador, más lo fue leer que en sus encuentros sexuales, ella se comportaba como sumisa, dejando que el vividor la usara del modo que le venía en gana. «Menuda zorra», pensé mientras repasaba el dossier. No solo había conseguido evitar que llegara a mis manos, sino que usando mi propio dinero había obtenido un completo perfil mío y de mis preferencias, descubriendo que, fuera de la oficina, yo también practicaba a menudo el mismo tipo de sexualidad. Lejos de enfadarme su intromisión en mi privacidad, me divirtió y soltando una carcajada, decidí que esperaría a estar en la isla para poseerla. «Me queda solo un año para disfrutar de las mujeres del mundo antes que la tormenta asole la civilización y cuando ello ocurra, me recluiré en la isla donde tendré todo el tiempo para moldearla a mi antojo».

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