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Sueños rotos (Destinos cruzados 1) – Maca Soler Alba

Las palabras se quedaron atoradas en su garganta cuando una SIG-Sauer 220 se clavó en su costado, haciéndola presa de un miedo que ya creía olvidado. —Hola preciosa, ¿me echabas de menos? —dijo una voz masculina en perfecto ruso. Aquella voz, por mucho que llevara sin escucharla, seguía siendo inconfundible a sus oídos. Darik, el más sádico de los tres, la estaba sujetando por la cintura encañonándola con una pistola y hablándole en el oído en su lengua natal. Comenzó a temblar y trató de zafarse de su agarre, acción que le supuso una patada en el tobillo que la hizo perder el equilibrio y caer al suelo. Darik al ver que no colaboraba y caminaba por su propio pie la agarró de su rubia cabellera y comenzó a arrastrarla por aquella solitaria callejuela por la que se había adentrado. Natasha, sin posibilidad de escape, lloraba presa del pánico de nuevo sin saber que le depararía aquel desafortunado encontronazo. Capítulo 1 —¡Traed a la siguiente tanda! Natasha Petrov, sentada sobre un frío suelo de piedra mohosa, en una especie de cuarto oscuro, escuchó la orden dada desde el otro lado de la habitación. El miedo la invadió de nuevo erizándole el pelo de la nuca, haciéndola temblar. El hecho de estar ciega y desorientada, sin saber cómo había llegado allí, ni que le depararía a ella y a las otras tres chicas que se encontraban cautivas con ella, era mucho peor. Acurrucada en una esquina de aquella húmeda habitación se apoyó en la pared con las mejillas mojadas por las constantes lágrimas que brotaban de sus ojos, y comenzó a pensar. Hacía solo 3 semanas su vida había sido normal, como la de cualquier chica de veinte años de hoy en día. Tenía sueños, inquietudes, deseos, tenía fuerza para coger el mundo con una sola mano. Un día que había quedado para tomar un café con Alexia, su mejor amiga, esta había llegado agitada y emocionada moviendo una hoja de papel en la mano y con una sonrisa de oreja a oreja. —¡Mira! —había dicho Alexia sonriendo. —¿El que Lexi? —¡Esto! —y dando un golpe seco en la mesa le había plantado el anuncio delante de los ojos. En negrita y con letras grandes en un folio en blanco se podía leer: Se requiere joven señorita para casting de modelaje. Preferiblemente rubia y que supere el metro setenta y cinco. No se requieren referencias. Interesadas llamar al 495871 10 01. Natasha le dio un sorbo a su café mientras hacía una mueca de desagrado hacia Alexia. —¿Modelo? ¿Desde cuándo quieres ser modelo Lexi? —preguntó curiosa. —Si, modelo. —contesto esta con una enorme sonrisa. —Pero tú no eres rubia… —No es para mí.


Aunque también haré acto de presencia por si acaso. Natasha abrió los ojos como platos mientras miraba a su amiga. —Oh no, ni lo pienses. No me metas en esto Lexi. —se levantó dirigiéndose a la puerta de salida. Alexia recogió su bolso y salió en persecución de Natasha antes de que se le escapara por cualquiera de las múltiples esquinas de las sinuosas calles de Moscú. —Piénsalo por favor. Tenemos posibilidad de salir del país, y pagan bastante bien. —dijo inocentemente. —No. —contestó secamente —¡Joder Nati! No seas así de cerrada, eres perfecta para ese trabajo. ¿No estabas deseando salir de Rusia en busca de un futuro mejor en tierras desconocidas? Natasha se rio de su amiga y de la actitud poética que había adoptado en un vago intento de convencimiento. —Sí, pero ¿modelo? No me parece. —No sabes si te gustará o no. Pruébalo. Y ya no es el modelaje, es la posibilidad de viajar por el mundo, salir de aquí. —y suspiró pesadamente. —No se… —¡Venga Nati! Es lo que siempre hemos querido, asúmelo, lo tienes fácil y cerca. ¿Vas a esperar a que tu padre te case con Mijail en poco tiempo? Natasha arrugó la nariz pensando en lo que acababa de recordarle su amiga. Su padre no era más que un campesino de avanzada edad que vivía en el pensamiento del siglo pasado, en el que la mujer no podía hacer nada más que cocinar para el hombre y casarse a una edad demasiado temprana. No, eso no era lo que quería. Ella quería ser libre, triunfar por sí misma, estudiar y labrarse un futuro en el que nadie pudiera echarle en cara algún tipo de ayuda o beneficio. Por ella misma. Por otro lado, nunca le había gustado todo el asunto de ser modelo, pero como bien había dicho Alexia, nunca lo había probado. Igual me gusta…pensó.

Quería salir de Rusia, por cuenta propia, no por una obligación como exhibirse en una pasarela frente a millones de personas. Pero todo el mundo sabía que con el régimen que había en Rusia no se podía salir de ella sin una causa extremadamente necesaria y de carácter de vida o muerte. El objetivo de esto por parte del régimen era recuperar las antiguas costumbres y los ciudadanos rusos puros, sin mezcla de etnias ni culturas. Algo así como la raza aria que pretendía Hitler, sin ser tan radical. Por eso las fronteras se encontraban permanentemente cerradas solo disponibles para diplomáticos o políticos de renombre. Quizá sí debería aventurarse a hacer algo arriesgado por primera vez en su vida. Adiós Señorita Correcta, hola Chica Atrevida. Sonrió para sí misma, esperando que Alexia no la hubiera visto. Alexia notó el cambio de expresión en el rostro de Natasha y supo que tenía la batalla casi ganada. —Vale, no te obligaré a ir, yo solo…lo hacía por tu bien. —dijo Alexia mostrando una falsa decepción. —Ni se te ocurra usar ese truco conmigo Lexi —rio —te conozco desde que somos pequeñas y ese truco barato no funciona conmigo pequeña. Alexia la miró y sonrió abiertamente. —El casting es a las 8 en esta calle. —sacó rápidamente una libreta de color negra con motivos góticos y un bolígrafo a juego. —date la vuelta. —¿Para? —preguntó extrañada. —Necesito un apoyo para escribir Nati, ¡a prisa! —dijo dándole ella misma la vuelta. Natasha notó las gráciles manos de Lexi a la espalda, escribiendo una letra. Luego otra. Luego una pausa. El bolígrafo estaba fallando, o eso parecía por la retahíla de palabrotas que brotaban de la boca de su amiga, que debería ofenderla, y sin embargo la hacía reír. Alexia terminó de escribir y la rodeó extendiendo la mano en la que tenía la hoja de papel blanco grisáceo. En ella había anotada una dirección y debajo un número de teléfono y los datos necesarios a entregar en el casting. —Te veo allí, he quedado con Viktor.

—sonrió. —sí ya sé, luego te cuento. — y con esto, salió corriendo calle abajo. Sacudiendo la cabeza la observó irse y sonrió para sí misma, mientras caminaba por la calle, esperando que aquella tarde su vida diera un cambio agradable. Dos horas después y ataviada con su mejor ropa para salir, Natasha esperaba a Alexia a unas manzanas del lugar donde realizarían el casting para la agencia de modelos. Mirando el reloj de pulsera que llevaba en la mano izquierda se atusó el flequillo y suspiro. Lexi tardaba, demasiado. ¿No pensaría dejarla plantada no? Porque si no…Fue justo entonces cuando Alexia apareció corriendo por la esquina continua a donde Natasha esperaba. Ésta suspiró de alivio y Alexia le volvió a sonreír en recompensa. Dentro del edificio de cinco plantas cogieron un destartalado ascensor que subía los pisos a trancas y barrancas, a la espera de un cartel que señalara un no muy sorprendente “Fuera de servicio”. En la tercera planta había una serie de puertas de viviendas ordinarias, y al fondo del pasillo una en la que se podía leer el cartel de “Casting de modelaje”. Una vez dentro les tocó esperar 30 minutos antes de poder ser atendidas, entrando por pares y con la suerte de que sus apellidos coincidían en la lista de las múltiples participantes Alexia y Natasha entraron juntas de la mano, a enfrentarse a lo que aquel reto les deparara. Cruzando el umbral de la puerta de madera lacada había una enorme mesa rectangular de aluminio con tres personas sentadas a sus espaldas, dos hombres y una mujer. —Buenos días señoritas… —un hombre de cabello negro azabache y perilla miró la lista y frunció el ceño. —¿Natasha Petrov y…Alexia Romanov? —Sí. —fue Alexia la que habló primero. —Yo soy Alexia. —Y tú debes de ser Natasha ¿no? —dijo la mujer. Una pelirroja despampanante que suponía sería la instructora de las modelos de aquella agencia, realmente envidiable. —Entonces comencemos… —dijo el tercero, de melena castaña y ojos oscuros, fríos y perturbadores. La sesión transcurrió sin ningún incidente en el que tuvieron que hacer gala de todas sus armas, que no eran pocas. Una caminata de aquí a allá, una vuelta sobre sí misma, un poco de expresión facial, y toma de medidas. Todo ello en menos de cuarenta y cinco minutos. Alexia fue la primera en demostrar todo su armamento y al gozar de un cuerpo de infarto y medidas casi perfectas, su pelo ondulado y de color cobrizo solo le acentuaba la pícara belleza de su rostro ovalado y sus ojos de gato. Natasha lo tuvo más difícil, y aunque daba con el perfil que se requería, le costó soltarte hasta que finalmente y con ayuda de un guiño de apoyo por parte de Alexia, se lanzó a la piscina y comenzó a deslumbrar a los tres miembros del jurado.

Mientras daba unas cuantas vueltas sobre sí misma arropada por los continuos ánimos de Alexia y posando con diferente tipo de expresiones para un fotógrafo que se encontraba en la sala en la que se había desarrollado la prueba, los jueces se encontraban anotando cosas en sus cuadernos, y deliberando entre ellos, una deliberación que no tenía ni por asomo nada que ver con lo que las chicas pensaban. —La morena es buena…muy buena —dijo el moreno mirando lascivamente a Alexia. —Pero… —dijo la pelirroja dándole con la palma en la barbilla para llamar su atención. —podría rebelarse, y fastidiarnos todo. —Es cierto… —dijo el castaño que se encontraba ausente observando a Natasha con los ojos entrecerrados. —en cambio la rubia, es dócil y buena. No opondría resistencia. —Dejad de coméroslas con la mirada par de pervertidos, no son para ustedes ¿recordáis? —Siempre podemos pedirles favores “extra profesionales” —dijo el moreno elevando las cejas seductoramente. —De eso nada, sabemos lo que vamos a hacer, no vais a joderme el plan. De ningún modo. —Relájate Karolina, todo saldrá bien. Cuando la prueba acabó y el resto de las participantes fueron pasando ante los ojos de aquel trío de entendidos en moda, todas las chicas fueron llamadas en grupo para anunciar el nombre de las elegidas, y disculparse por aquellas que no había podido ser escogidas en aquella ocasión, con mejores deseos para la próxima. —Señoritas —anunciaba la pelirroja. —este proceso de selección ha sido uno de los más difícil a los que nos hemos enfrentado, y aunque ha sido una elección complicada la nuestra, tenemos a tres ganadoras. Se hizo el silencio en la sala, pesado, intranquilo. Un silencio en el que flotaban miles de esperanzas e ilusiones de un grupo de jóvenes muchachas con ansias de experiencias nuevas y otras, de un cambio notable en su vida que las catapultara a algo mejor que vivir en la granja de su padre casada con el vecino de la finca de alado. Natasha suspiró nerviosa, le sudaban las manos y mientras esperaba el veredicto final las tenía tras la espalda hechas un nudo por los nervios, tenía los dedos engarrotados y el corazón le bombeaba a una velocidad vertiginosa. —Las elegidas son… —hizo otra pausa, una pausa en la que Natasha y Alexia olvidaron respirar. —Nina Lébedev. —la chica lanzó un grito de emoción que resonó en toda la sala. —Marya Ivanov y… —de nuevo silencio, esta vez más cargado de tensión que nunca. Alexia notó el nerviosismo que despedía Natasha por cada por de su cuerpo a pesar de haberse negado en principio a venir al casting. Secretamente sabía que apoyaría todas sus ilusiones en esta prueba para poder conseguir cruzar las fronteras rusas, así que más que por ella misma, había hecho la prueba para acompañar a Natasha, ya que ella ni siquiera estaba interesada. Cogiendo la mano buscando compartir con ella un poco de tranquilidad para que se relajara la miró y le sonrió, eso pareció calmarla, pero no del todo, y el veredicto se alargaba demasiado. —Natasha Petrov, felicidades a las tres.

Natasha se quedó paralizada. ¿Ella? ¿Había dicho su nombre? ¿Podría ser que sus oídos hubieran escuchado correctamente? De repente un grito resonó en la sala. —¡Aaaaah! —Alexia se lanzó a sus brazos eufórica. —Lo conseguiste Nati ¡El puesto es tuyo! —y volvió a abrazarla. Tras unos segundos de desconexión del mundo, Natasha logró reaccionar abrazando a su amiga y saltando con ella de pura emoción. Apenas podía creerse que la hubieran escogido para ese trabajo, que a fin de cuentas había acabado gustándole en parte. Natasha Petrov, modelo de pasarela. Se repitió mentalmente su nuevo oficio y volvió a abrazar a Alexia. Con un caluroso abrazo de despedida y la promesa de llamarse por teléfono luego para contarse detalle a detalle cada cosa, Natasha y Alexia se despidieron en la puerta del edificio. —Acuérdate de todo ¿eh? No quiero que omitas ningún detalle. —dijo alegremente Alexia. —Sí, sí…oye, lo siento. —¿Por qué? —Porque no te hayan escogido… —¡Ay tonta! —la abrazó. —Realmente no me interesaba el trabajo, lo hice por ti… —Pe… —Pero nada, disfrútalo Nati, te lo mereces. Tú más que nadie. —le dijo sonriendo. —Además yo tengo otros planes, que luego te contare. Ahora tengo que irme ¿sí? —le dio un beso en la mejilla y se alejó caminando con su iPod nano en color verde lima con paso rítmico, seguramente a compás de alguna canción de gothic metal o heavy. Diez minutos después y con un bolígrafo azul en la mano Natasha se encontraba sentada frente a un escritorio de color negro justo enfrente del hombre castaño del jurado. Apenas se paró a leerlo ya que no encontraba ninguna anomalía, así que firmó rápidamente el formulario en las hojas que así lo requerían y estrechó la mano del hombre. Dura y fría, como sus ojos. —Bienvenida a bordo Natasha, mañana a primera hora de la mañana te esperamos en el aeropuerto para coger nuestro avión privado. Es un placer contigo. —Ma… ¿Mañana? —preguntó sorprendida. —Si ¿Hay algún problema? —Eh…es muy precipitado.

¿No creen? —Cielo, la moda no se hace esperar, si no vienes, lo entenderé, consúltalo con la almohada. —De…de acuerdo. Salió del edificio a una calle que ya estaba iluminada por las luces anaranjadas de las farolas, que se extendían a lo largo del paseo como un grupo de luciérnagas en fila india. Con cada paso que daba un pensamiento abrumaba su cabeza. Apenas doce horas para dejar atrás toda su vida solo para embarcarse en un proyecto de dudoso éxito. Las dudas comenzaron. ¿Y si luego no funcionaba? ¿Qué pasaría si fracasaba en su propósito? ¿Si no daba la talla? Espera. Se reprendió a sí misma por ese tipo de pensamientos. Había decidido aquella mañana que dejaría de ser la chica precavida y tonta y que se arriesgaría un poco. Ciertamente quería hacerlo, y no iba a verse impedida por nada. Miró su reloj, once de la noche. Demasiado tarde para llamar y despedirse de Alexia. Decidió que cuando aterrizara sería lo primero que haría para evitar que su amiga la matara por irse sin una debida despedida. Llegó a casa justo antes de medianoche aún dándole vueltas a lo que estaba a punto de hacer cuando, al cerrar la puerta de la calle, la luz de la lámpara de lectura del salón y una voz profunda la sacaron de sus pensamientos. —A buenas horas llegas… —dijo su padre en tono serio. Dando un bote del sobresalto, se llevó la mano al pecho para aplacar los latidos acelerados de su corazón. —Dios papá, casi me matas del susto… —dijo dirigiéndose a su habitación. —No tan rápido. —interrumpió su padre levantándose de su butacón. —¿Sí? —preguntó Natasha enarcando una ceja. Aquello era raro, como poco. Sergey Petrov se acercó lentamente a su hija y sin previo aviso, cuando estuvo a escasos centímetros de ella, levantó su mano derecha en el aire y la dejó caer con fuerza, dándole a Natasha un sonoro bofetón que la dejó sin habla. —Сука! [1]¿Dónde estabas? —gritó enfadado. Natasha seguía con la mano en la mejilla sin dar crédito a lo que acababa de pasar y con las lágrimas agolpándose en sus ojos por salir. —¡Respóndeme! —volvió a gritar levantando la mano de nuevo, amenazando con abofetearla por segunda vez.

De repente, algo se rebeló dentro de ella. Estaba cansada de ser la chica buena, de soportar humillaciones y de estar siempre preparada y dispuesta para lo que su padre mandara. —No te atrevas a volver a ponerme una mano encima… —dijo en un susurro. —¿Qué? —¡Que no te atrevas a tocarme otra vez! —chilló ella esta vez. —¿Cómo te atreves? —dijo Sergey volviendo a levantar la mano, esta vez en un puño. En otro momento, Natasha hubiera aguantado el golpe pasivamente y luego hubiera llorado hasta la extenuación en la soledad de su habitación, pero hoy no. Hoy se sentía distinta, se sentía la dueña de su vida, y todo empezaba por cambiar en casa. Utilizó su mano libre para frenar el puño de su padre y le dio un empujón con todas sus fuerzas. —Se acabó. —dijo en tono glacial. —Y una mierda se acabó, maldita desagradecida. —hizo acopio de fuerza para atacarla de nuevo. —¡Ni se te ocurra! —gritó ella. —O te juro por dios que llamo a la policía. Su padre prorrumpió en carcajadas. —¿Y quién va a dar la cara por ti, si ya ni Mijail quiere saber nada de ti? — dijo su padre tranquilamente. —Me da igual. Dile a Mijail de mi parte que se meta su proposición y sus tierras por donde no le da la luz del sol. —y comenzó a andar hacia su habitación a hacer la maleta. Su padre suspiró con rabia y dijo a voz en grito: —¡Sabía que hacerme cargo de una bastarda como tú era mala idea! Eres igual de zorra que tu madre. A Natasha se le heló la sangre. Volvió sobre sus pasos y miró a su padre: —¿Qué? —No me mire así. Tu madre siempre fue una golfa de barrio y yo no soy tu padre, y menos mal. Una hija mía jamás iría por la calle a estas horas ni pondría en duda mi palabra. —y se rio.

Natasha caminó lentamente hasta su padre, levantó la mano y lo abofeteó con todas sus fuerzas. —Nunca, jamás ¿me oyes? Vuelvas a ensuciar el nombre de mi madre de esa manera, porque soy capaz de matarte yo misma. —Sal de mi casa. —se limitó a decir. —De tu casa y de tu vida, descuida, me voy. —y se encerró en su habitación. Y lloró. Lloró por su madre, y un poco también por ella misma, porque la vida parecía no darle tregua. Menos mal que todo cambiaría a mejor a partir de la mañana siguiente, ya no tenía nada que pensar. Todo cambiaría a mejor, seguro. A la mañana siguiente y con apenas un poco de colorete en las mejillas y rímel en las pestañas, bajó lentamente las escaleras y sacó las maletas al porche. Luego volvió a entrar en la cocina buscando con la mirada la libreta de notas que utilizaba la compra. La localizó sobre la encimera de mármol junto al microondas. Arrancó una hoja y con el bolígrafo garabateó apenas unas palabras de despedida que aquel señor no se merecía, pero que por respeto a su madre escribiría. Pegó la nota en el frigorífico con un imán y salió de casa después de echarle un último vistazo a su casa. La casa en la que se había criado. Sacudió la cabeza, cerró sigilosamente la puerta y deslizó las llaves por la ranura de la parte de debajo de la puerta, se tocó el medallón de su madre y se subió al taxi que la esperaría en el aeropuerto. Una vez allí buscó la terminal de salida de los vuelos privados y le llevó más de veinte minutos encontrar el sitio correcto. Cuando llegó al lugar desde donde se podían ver múltiples aviones y jets privados ordenadamente colocados en una pista de despegue, miró a lo lejos y no vio a sus compañeras, solo al hombre castaño del jurado, que había dicho llamarse Matías. Sonriente, se acercó a Matías y le saludó con la mano. Este le devolvió el saludo con una mano tras la espalda y se limitó a seguir sonriendo a medida que Natasha se acercaba. —Creo que llegué temprano, no sabía que… Las palabras murieron en boca de Natasha cuando Matías sacó de su espalda una pistola Glock 17 en color negro mate y le apuntaba discretamente al pecho, a una corta distancia. Horrorizada levantó la vista hacia Matías que sonreía sádicamente y miró a los alrededores para comprobar que se encontraban solos. —¿Qué…? —preguntó asustada. —No digas nada, ni se te ocurra gritar preciosa, porque apretare el gatillo sin pensármelo dos veces y nadie podrá salvarte.

Con el miedo empapándole los huesos Natasha se movió junto a Matías en dirección al Jet que estaba colocado a unos de los lados de la pista de despegue y subió las escaleras, temblando. Dentro del jet sus compañeras atadas de pies y manos y con una mordaza en la boca la miraban con la misma cara de horror que seguramente mostraría ella también. —No, no me hagan daño. —dijo con las lágrimas corriéndole velozmente por las mejillas. —Oh claro que no cielo. —dijo Karolina desde detrás de la penumbra, mostrándose vestida enteramente de cuero negro. —Siempre que te portes correctamente y no nos desobedezcas, ahora siéntate para que pueda atarte. Presa del pánico, comenzó a moverse sobre el asiento en el que la empujaron viendo como era atada de manos y acallada parcialmente con una mordaza excesivamente apretada a la boca.

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