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Solo tú, Azul (Siempre es amor 2) – Giselle Amoros

Quince años atrás… —¡Mamááá! ¿Has visto mi camiseta de AC/DC? —Está en tu armario, junto con el resto de la ropa doblada de esta mañana. —Pues no la encuentro. Como una costumbre, tras esta pregunta, mi madre entra en mi cuarto, va hacia el armario y por arte de magia aparece la camiseta. Siempre pasa igual, supongo que es un don que tienen las madres. Y ahora es cuando viene eso de… —Hija, es que ni siquiera la has buscado. Toma. Y lo sorprendente es que sí la he buscado. —¿A qué hora has quedado con Roger? —Joder, mamá, ¡yo no quiero salir esta tarde con el pijo ese! —Esa boquita, Azul, sabes que no me gusta que hables como una barriobajera. Además, ese niño viene porque tu padre ha quedado a cenar con el suyo por un tema de negocios. Sé amable y enséñale un poquito la ciudad antes del concierto. —Tocan al timbre—. Ve, que será él. Además, es de tu edad, seguro que coincidís en muchas cosas. Por suerte son mis amigas Andrea y Marta que vienen conmigo esta noche. Nos conocemos desde el colegio y, aunque ahora estamos en institutos diferentes, hemos continuado nuestra amistad. Curiosamente las tres somos de la misma estatura con el pelo largo. Marta es morena con el pelo rizado, un cuerpazo con curvas, de metro setenta. Andrea es rubia con el pelo liso, la más delgada de las tres. Cuando estamos juntas llamamos la atención sin quererlo. Nos gusta el heavy y esta noche actúa AC/DC en el Palau Sant Jordi, así que estamos pletóricas. Este es uno de mis regalos por terminar el bachillerato con matrícula de honor. Me tumbo en la cama, agobiada, hoy que pretendía ser uno de los mejores días de mi vida aparece el idiota este para jorobarlo, y encima no sé ni cómo es, si le gusta el heavy o no, aunque si no quiere venir, mejor. Lo único que sé de él, es que su padre tiene mucha pasta y el mío le tiene que hacer la pelota hasta el infinito para poder entrar como proveedor en su empresa. Tocan a la puerta de mi habitación. —Azul, ya ha llegado Roger, te espera en el salón.


Salgo vestida para la ocasión con tejanos negros elásticos, camiseta y cazadora de cuero. Es diciembre, así que me viene perfecta, junto con unas botas altas. Me veo bien, mi larga melena, imposible de esconder, se lleva todo el mérito, soy pelirroja. Aunque mi cabello, a medida que me hago más mayor se va oscureciendo, puedo decir que mi pelo es rojo. Esta es la herencia de mi abuela materna, junto con los ojos verdes de mi padre, soy, según ellos, «explosiva». A mis diecisiete años estoy acostumbrada a que la gente se gire al verme pasar y, en general, con bastante aprobación. Cuando entro al salón me sorprendo al ver a un chico realmente guapo, muy alto, con una mirada penetrante y unos labios perfectos. Lo único que le falla es que lleva traje chaqueta y su pelo es tan corto que parece un skinhead. Le tiendo la mano para saludarlo, él acerca la suya y, al juntarlas, siento cómo se acoplan perfectamente, y eso me hace sentir rara, es una sensación extraña, como si su mano me protegiera o cobijara. Tras este fugaz y absurdo pensamiento, sonrío. Me devuelve la sonrisa, una sonrisa perfecta, junto a esos expresivos y bonitos ojos marrones ¿o son verdes?, es igual, me ha cautivado y puede que, al final, la tarde no sea tan aburrida. Veo tras él cómo Andrea y Marta me hacen gestos, vaya par de payasas, sé que les ha gustado y es que el chico está pero que muy bueno. Mis amigas y yo intentamos llevarlo a sitios por la zona alta de Barcelona donde se pueda sentir cómodo, cosa que nosotras, con la pinta que llevamos, no encajamos bien, pero todo sea por no quedar mal con su padre ni con el mío. Por el camino nos explica que viven en unos viñedos donde su padre es el propietario de una de las cavas más importantes de nuestro país. Por lo visto quiere que su hermano y él trabajen en la empresa, pero Roger no está muy convencido de querer quedarse allí. Finalmente entramos en una bolera y, aunque no me da pistas de dónde le gustaría ir, sé que al final acertaremos con este sitio. Casi toda esta peña apesta a pijerío. La gente nos mira con desaprobación y es que las tres, con nuestra vestimenta, no podríamos estar más en desacuerdo con el resto. Lo que parecía una interminable tarde de canguro de lo más sosa, se está convirtiendo en una tarde de lo más sorprendente. Empezamos una partida donde, ¡oh, qué sorpresa!, Roger es un experto en el tema. En cada tirada hace un pleno y mis babeantes amigas no dejan de aplaudirle. Él me mira con esa espléndida sonrisa y yo pongo los ojos en blanco. Intento ganarle, pero es imposible y eso me saca de quicio, tengo muy mal perder. Ahora mismo con la bola en la mano se la estamparía en ese bonito rostro. Mientras mis amigas van a pedir algo de beber, Roger se sienta a mi lado.

—Siento que nuestra tarde se acabe —miento—, pero en media hora nos vamos. Tenemos entradas para ver a AC/DC. Me mira con cara de listillo y, metiendo su mano en la chaqueta, me enseña una entrada. —Ya vengo preparado, me dijo mi padre que ibas a ir al concierto. Mi cara se contrae y supongo que se lo he dicho sin palabras. —Pero si te molesto me voy al hotel. —¿Te gusta AC/DC? —le pregunto sorprendida, intentando cambiar de cara. —No están mal. Prefiero Metallica, pero me conformaré. —¡Vaya! Al final no vas a resultar tan patético como esperaba. —No pensar antes de hablar es lo que tiene. —¿Te parezco patético? De pronto su expresión se vuelve triste y me siento mal. Se levanta para irse, pero lo cojo de la mano y lo hago sentarse. Le miro a los ojos, arrepentida. —Perdona, es que a veces hablo sin pensar y… —El único motivo por el que estoy aquí es porque mi padre intenta alejarme de mi novia. Vaya, tiene novia. Y no sé por qué razón hace que me sienta celosa. —¿Y eso por qué? —Es una larga historia, pero digamos que ella tontea un poco con algunas sustancias y ha llegado a oídos de mis padres. Este chico es muy diplomático hablando, en pocas palabras, su novia, la que seguramente será una finolis de cuidado, le da a la coca. —Mañana nos vamos a Inglaterra, me quedo interno en una universidad militar. Según mis padres es lo mejor que puedo hacer por mi futuro. —Lo siento mucho. Sin darme cuenta le acaricio la cara. Él pone su mano sobre la mía y la besa. Ese acto tan inocente, en un principio, de pronto se ha vuelto íntimo y me empiezo a acalorar.

No entiendo nada, me acaba de decir que tiene novia y me ha besado la mano. Será algo fraternal, supongo. Me mira fijamente a los ojos y sonríe. —Me encanta tu nombre. —Lo escogió mi padre, él es argentino. Si hubieras visto la cara de mi abuela materna al enterarse. ¡Casi le da un infarto al pensar que no me podían bautizar con ese nombre! Nos empezamos a reír; Roger sigue con mi mano cogida. —Aquí traemos refuerzos para ganar al chico de los viñedos en la próxima partida —dice Andrea. Rápidamente suelto mi mano y me tenso. Marta deja sobre la mesa las bebidas, ayudada por Andrea. Nos miran a uno y luego al otro. —Si queréis desaparecemos —suelta Marta con una sonrisa picarona. —No hace falta, graciosa. —Le sonrío, sacándole la lengua. Al final, acabamos ganándole, o más bien nos deja ganar. Con sus buenos modales y su espectacular sonrisa nos ha conquistado a las tres. Cuando salimos de la bolera nos dirigimos al bus, pero Roger, al darse cuenta, niega con la cabeza y para un taxi que nos deja en la puerta principal del Palau Sant Jordi. Otro punto para Roger. Al entrar nos encontramos con toda nuestra peña, debemos ser unos doce. Hoy estamos todos y hago una rápida presentación de Roger. Mis amigos lo miran como si fuera un extraterrestre, incluso algunos hasta con desprecio. Pero él, con su metro ochenta y mucho, no se amilana y los saluda cordialmente. Es muy bueno el contraste. Mis amigos, todos con chupas de cuero y pelo largo; el que no lleva un tatuaje en las manos, lo lleva en el cuello, y él tan refinado con su traje. En ese momento suena la música y sabemos que empiezan los teloneros, pero yo no paro de buscar el baño, me estoy haciendo pis y no me aguanto.

Roger me acompaña y mis amigas deciden ir con nuestros amigos. Quedamos en una parte de la pista. Cuando salgo, Roger está apoyado en la pared, pensativo. Lo observo y veo a un chico guapísimo pero con tristeza en la mirada. Cuando me mira y sonríe se le borra de un plumazo la tristeza, dando paso a una expresión feliz. Me acerco sonriente y me dice: —Dime, por favor, que no llevas ningún tatuaje. —Pues aún no, pero en cuanto cumpla dieciocho me pienso hacer uno. Pone los ojos en blanco con cara de fastidio. ¡Pero bueno! ¡A este tío qué más le da! —¿Crees en los flechazos, Azul? —No. —Pues yo acabo de tener uno. Empiezo a mirar a mi alrededor y le pregunto: —¿Ah, sí? ¿Con quién? —mientras lo pregunto vuelvo a sentir esa punzada de celos sin sentido. De pronto, coge mi cara entre sus manos. —Contigo. Acerca sus labios despacio a los míos y yo, estupefacta, me dejo besar. Creo que yo también deseo besarlo. Sus labios suaves me besan sensualmente y mi vientre se contrae al sentir un pequeño placer indescriptible solo con un beso. Cuando nos separamos lo miro con curiosidad, es mi primer beso, pero eso no se lo voy a decir. Si él supiera que varios chicos de la pandilla llevan meses detrás de mí y no han conseguido nada y él en una tarde ya me ha conquistado… —Roger, me acabas de decir que tienes novia. —Sí, perdona. Es que desde que te he visto, no sé, es como si… De pronto empieza a sonar «Highway to hell», y grito sin dejarlo acabar, empezamos a correr hacia la pista donde hemos quedado con el resto. Vamos haciendo espacio para poder pasar. Roger me sigue sin soltarme de la cintura hasta que llegamos donde están las chicas y todos nuestros amigos. Cuando nos ven nos hacen hueco sin dejar de levantar las manos, eufóricos por la música. Siguen dos canciones más hasta que empieza Angus Young un solo y sé qué canción viene ahora, es «TNT», y me vuelvo loca. Empezamos a gritar y Pedro, uno de mis colegas, me levanta y me sienta sobre sus hombros.

Cantamos, gritamos y lo damos todo viendo a estos monstruos de la música. En un segundo miro hacia Roger y lo veo muy serio, simplemente mirando la actuación, me doy cuenta de que no está cómodo, pero paso de él, es mi momento con AC/DC. La gente nos apiña aún más y veo cómo empieza una pelea delante de nosotros. En un instante vuelan puñetazos a diestro y siniestro, como puedo, me bajo de los hombros de Pedro. Roger se acerca a cogerme de la mano mientras un Pedro, claramente celoso, se lo impide. Empujones e insultos, entre ellos, hacen que yo parezca estar ante un partido de tenis y que inútilmente pueda separarlos, decido irme, pero donde hay espacio para salir, es justo el lugar en el que se están calentando a base de bien los de delante de nosotros, aun así, prefiero irme. Con cuidado, voy saliendo hasta que noto que alguien me coge de la cintura y, bruscamente, me lanza por donde he venido. No entiendo nada, solo veo a un Roger que acaba de recibir un puñetazo y parece que iba dirigido a mí o a la persona que pasara en ese momento. Al girarse está sangrando por la nariz. Intento ir hacia él, pero no puedo, no podemos movernos. Aparecen miembros de seguridad y, como pueden, sacan a los de la pelea, veo que Roger va hacia la salida y le digo a Pedro que me voy. —¿Qué pasa?, ¿te mola el vendedor de enciclopedias? —me dice Pedro cogiéndome del brazo. —Suéltame, imbécil. Venía conmigo. —Mi mirada se lo dice todo y me suelta rápidamente. Consigo llegar hasta él y lo paro en uno de los pasillos. —Roger, ¿estás bien? Me mira con cara de pocos amigos y, tras asentir, se da media vuelta y se va. Lo vuelvo a parar. —Roger, espera, le digo a Marta y Andrea que me voy y te acompaño. —No hace falta, ya has hecho bastante. —Me mira como si el puñetazo se lo hubiera dado yo. Y allí me quedo plantada viendo cómo se aleja de mí, con la sensación de que no lo volveré a ver. 2 Septiembre En la actualidad… —Holaaaaa, holaaaaaa. Azul, ¿estás bien? Estoy absorta mirando al infinito y cuando vuelvo a la realidad, veo a la loca de mi amiga y secretaria, Cati, haciendo aspavientos. —Azul, ¿me puedes decir dónde estabas? Porque tu cuerpo sí que está, ¡y madre mía qué cuerpo!, pero tu mente estaba muy lejos de aquí.

—Bueno, digamos que hoy estoy un poco melancólica —le digo con expresión triste. —Pues alegra esa cara que hoy es viernes, además, tenemos que ponernos al día con todo lo que hay pendiente, así que bajo a por unos cafés y nos ponemos las pilas. —¡Señor! ¡Sí, señor! —contesto con fingida seriedad, haciéndole el saludo militar. —Así me gusta, que se note quién manda aquí. —Se va riendo y moviendo el culo de una forma que solo sabe hacer ella dentro de ese minúsculo vestido. Trabajo en un despacho de abogados desde que me licencié en derecho. Tuve la suerte de empezar las prácticas en un bufete de Barcelona, donde el dueño vio en mí un potencial y, por lo visto, no le he defraudado. Me especialicé en diferentes ramas de la abogacía, al principio empecé como abogada matrimonial y, para mí, resultó ser un infierno. Por el alto nivel adquisitivo de nuestros clientes veía tanta injusticia, con respecto al resto de la humanidad, que me desquició y, al final, me decliné por el tema laboral. Así que ahora trabajo asesorando en temas de importancia con grandes multinacionales. El problema lo tenemos ahora. Después de torear la crisis como hemos podido y luchar día sí y día también, resulta que nuestro bufete no aguanta más. Según nos informó ayer el Sr. Olivé, dueño de toda la planta de este edificio, dentro de lo malo hemos tenido suerte, ya que, por lo visto, nos ha absorbido otra empresa. Lo que no sabemos es si seguiremos como hasta ahora, con los mismos clientes, con el mismo personal, si habrá despidos o por el contrario vendrán más abogados a la empresa. El próximo lunes nuestras dudas se disiparán, ya que vendrán los propios «compradores» a informarnos de todo. —Aquí tienes, café largo para la jefa más maravillosa del mundo. Cati deja el café sobre mi mesa en el único espacio en el que no hay papeles. Sin tiempo que perder, empezamos a organizar todo el caos pendiente. Cati entró por el mismo tiempo que yo, pero como administrativa. Rápidamente nos hicimos amigas y es que lo que tengo claro en mi vida es que no puedo con las injusticias y, eso, muchas veces me trae de cabeza, tanto a nivel profesional como personal.

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