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Sexo, Orujo y Flamenco (Las Mujeres Gonzalez 1) – Katy Molina

Carmela es una joven muy vainilla en el ámbito sexual que descubrirá un mundo con el sheriff Bruno y hará que se plantee su modo de vida. El dolor por la pérdida de un ser querido la llevará a Nueva Orleans a unificar las raíces familiares que perdió en el pasado e irá descubriendo los secretos que guardan sus tres tías mellizas, prima y hermana. Harán una piña y volverán a sentirse una familia cuando descubran que el demonio es de carne y hueso y duerme bajo el mismo techo. La chicas González nacen con un sexto sentido, premoniciones y visiones con el más allá, que serán la clave para resolver el enigma que mantiene a Úrsula, la hermana mayor de Carmela, alejada de la familia. Nada es lo que parece y todo es como está escrito. Rosario se fue al hoyo y olé “Las familias deberían ser como los artículos de supermercados, poder devolverlos cuando salen defectuosos”. Todo empezó con una llamada inesperada en mitad de la noche… Sevilla, Triana, tres de la madrugada. Carmela dormía plácidamente boca arriba y espatarrada ocupando toda la cama. En mitad de la noche, el teléfono móvil sonó sin descanso hasta despertar a la sevillana. Con los ojos pegados por las legañas y muerta de sueño, descolgó. ― Dígame… ― Carmela, hija, soy Paca ―al no escuchar a su sobrina contestar, gritó―. ¡Carmela! ― Sí… sí, dígame… ―Pegó un bote en la cama por el chillido―. ¿Quién es? ― ¡Ojú! La madre que te parió. Soy tu tía Paca, hija de mi vida. Es de día. ― Tía, a ver si te entra en la mollera que tenemos diferencia horaria: aquí en España son las tres de la madrugada ―Carmela se espabiló con un humor de perros. ― Perdona hija, nunca me acuerdo que Nueva Orleans está muy lejos. ― ¿Lejos? Nos separa un océano. Y ahora dime, ¿para qué me has llamado? ―resopló: quería volver a dormir. ― Hija, la tía Rosario ha… Carmela se despertó de golpe, agarró bien fuerte el teléfono y se sentó en la cama. El labio le temblaba; no estaba preparada para escuchar esa palabra, la cual nos rompía el corazón varias veces en la vida. ― ¿Qué le pasa a la tía Rosario? ― tenía el corazón en un puño. ― Ha muerto, hija, de un infarto. ― Pero, pero… si estaba bien hace una semana cuando hablé con ella. No puede ser, tú me estás tomando el pelo.


Es eso Paca, la tía… ― tenía los ojos bañados en lágrimas y una risa nerviosa apareció. ― Lo siento, hija. ¿Vendrás al funeral? ― Sí, iré. No la enterréis sin mí. ― Tranquila, no lo haremos. Te esperamos, mi niña. Carmela colgó sin creer que su tía, la cual había sido una madre para ella, al igual que sus otras dos tías Paca y Manuela, estaba muerta. Lloró en silencio, con el corazón roto y culpable. Hacía dos años que sus tres tías solteras se habían marchado a Nueva Orleans; la mayor de ellas, Rosario, se había casado con un millonario, el tío Alfred. Abatida, los recuerdos de tiempos pasados se agolparon en su cabeza. Le vino a la memoria el día en que sus padres murieron en un accidente de tráfico junto a su tía Azucena, madre de Pandora. Rosario acogió a Carmela, a su hermana mayor Úrsula y a su prima hermana Pandora como si fueran sus hijas. Durante años estuvieron muy unidas y la vida les sonrió con mucho amor y salud. Cuando crecieron, se distanciaron. Úrsula conoció a Robert Smith y se fue a vivir con él a Manhattan. Pandora se fue a trabajar a Alemania y allí se quedó tras conocer a Derek, un cantante de punk. Sus tres tías se fueron a vivir a Nueva Orleans. Eran trillizas, no concebían una vida sin estar juntas. Al final, Carmela fue la única que se quedó en Triana, sola, a cargo de la escuela familiar de flamenco. Ese distanciamiento hizo que la familia se dividiera y poco a poco fueran perdiendo el contacto; se llamaban en los cumpleaños o en las navidades, poco más. Carmela era la más sentimental de todas y harta del egoísmo de su familia, puso tierra de por medio y dejó de llamarlas e interesarse por su bienestar. De pronto, la puerta de la casa sonó. Carmela se extrañó por las horas que eran, pero cuando escuchó esa voz inconfundible supo quién llamaba. Cipriana, la chismosa del edificio y amiga íntima de la familia. Abrió la puerta.

― Niña, ¿estás bien, mi arma? ― la vecina había bajado en bata, zapatillas y con los rulos puestos. ― Es muy tarde, Cipri, ¿tú nunca duermes? ― Carmela alucinaba con su oído perruno. ― He sentido en el silencio de la noche tu teléfono. ¿Quién era? Por tu carita, no es nada bueno. Cipriana era como un grano en el culo pero buena gente, la consideraba parte de su familia. Había estado estos años cuidando de ellas, cuando sus tías no podían. Era una mujer ordinaria pero con un gran corazón. ― Rosario ha muerto ―soltó sin delicadeza. ― ¡Ay, señor! Mi Rosario, pobrecita ―se llevó una mano al pecho, conmocionada por la noticia tan triste. Carmela tuvo que dejarla entrar y prepararle una tila. Estuvo consolando a Cipriana, cuando era ella quien necesitaba ánimos. Aprovechó el desvelo y compró un billete de avión en el portátil para viajar a Nueva Orleans, salía a las ocho de la mañana. Cipri la ayudó a preparar la maleta y le dio una estampita del Nazareno de Sevilla para que lo metieran dentro del ataúd de la difunta. Todo estaba listo para viajar a Nueva Orleans. Al ser agosto, la academia de flamenco estaba cerrada, así que no tuvo que dejar a nadie a cargo: volvería en un par de semanas a Sevilla como muy tarde. Carmela se encontraba de camino al nuevo mundo, triste por su tía y emocionada por volver a ver a la familia; sus pensamientos eran para su difunta tía y su familia. En el fondo, las había echado mucho de menos. Lo que nunca imaginó la sevillana, es que su vida cambiaría de manera radical en esta aventura. Sobre la una de la madrugada hora de Nueva Orleans, tras dos escalas, llegó a tierra. Aterrizó en el aeropuerto internacional Louis Armstrong. Se dirigió un poco nerviosa a recoger las maletas a la cinta trasportadora. Solo faltaban unos metros para ver en carne y hueso a su tía Paca. Tras llamarla desde el aeropuerto de Sevilla con la hora de llegada, su tía había prometido ir a buscarla.

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