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Secretos – Sara Shepard

Todas lo saben: la misteriosa A está a punto de arruinar sus perfectas vidas para siempre. Spencer le ha robado el novio a su hermana. Aria suspira por su profesor de inglés. A Emily le gusta su nueva amiga Maya… pero busca en ella algo más que amistad. Y la obsesión de Hanna por ser perfecta la está poniendo enferma. Literalmente. Pero no son estas sus peores pesadillas. Esconden un escandaloso secreto que si saliese a la luz, arruinaría sus vidas. Y parece que una persona llamada A quiere hacer exactamente eso. Al principio pensaron que A era Alison, pero apareció muerta. Os voy a confesar algo: Yo soy A.


 

¿Sabes ese chico que vive unos portales más abajo y que es la persona más repulsiva que existe? Lo ves allí, al otro lado de la calle, mirándote, cuando estás en el porche de tu casa a punto de darle un beso de despedida a tu novio. Aparece por casualidad cuando andas cotilleando con tus mejores amigas, solo que, tal vez, no es por casualidad. Es como ese gato negro que parece saber por dónde vas. Si pasa ante tu casa, piensas: Voy a suspender el examen de biología. Si te mira raro, ándate con cuidado. En todos los pueblos hay un chico que es como un gato negro. El de Rosewood se llamaba Toby Cavanaugh. —Creo que necesita más colorete. —Spencer Hastings se echó atrás para ver mejor a Emily Fields, una de sus mejores amigas—. Aún se le ven las pecas. —Tengo corrector Clinique. —Alison DiLaurentis se levantó de un salto y corrió a buscar su bolsa de maquillaje de pana azul. Emily se miró en el espejo apoy ado en la mesita del salón de Alison. Inclinó la cara a un lado, luego al otro, y frunció sus rosados labios.


—Mi madre me mataría si me viera con todo esto. —Sí, pero como te lo quites te mataremos nosotras —avisó Aria Montgomery, que, en ese momento se movía por la habitación, solo ella sabía por qué, con un sujetador de angora que se había tejido ella misma. —Sí, Em, estás impresionante —admitió Hanna Marin. Estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas y no paraba de volverse para comprobar que la raja del culo no le asomara por encima de los vaqueros Blue Cult de cintura baja, que le venían algo pequeños. Era una noche de viernes de abril, y Ali, Aria, Emily, Spencer y Hanna celebraban una de sus típicas fiestas de pijamas de sexto curso; maquillándose unas a otras en exceso, comiendo patatas fritas con sal y vinagre y medio viendo Cribs, de la MTV, en la televisión plana de Ali. Esa noche había que sumar el revoltijo añadido de la ropa de todas dispersa por la alfombra porque habían decidido intercambiársela para lo que quedara de curso. Spencer se puso ante el delgado torso una chaqueta amarillo limón. —Cógela —la animó Ali—. Te quedará muy mona. Hanna se puso alrededor de las caderas una falda de pana verde de Ali, se volvió hacia ella y comenzó a posar. —¿Qué te parece? ¿Le gustará a Sean? Ali soltó un gruñido y pegó a Hanna con una almohada. Desde que se habían hecho amigas en septiembre, Hanna solo sabía hablar de lo muuucho que amaba a Sean Ackard, un chico de su clase en el instituto Rosewood Day, al que iban desde que salieron de la guardería. En quinto, Sean era un chico bajito y pecoso del montón, pero durante el verano había crecido un par de centímetros y perdido la grasa infantil. Ahora prácticamente todas las chicas querían besarlo. Era asombroso cuánto se podía cambiar en un año. Todas las chicas, menos Ali, sabían demasiado bien lo que era eso. El año anterior, solo estaban… allí. Spencer era la supermaniática estudiosa que se sentaba en primera fila y levantaba la mano para contestar a todas las preguntas. Aria era la chica algo friki que se inventaba pasos de baile en vez de jugar al fútbol como las demás chicas. Emily era la tímida nadadora clasificada a nivel estatal que se lo guardaba todo debajo de la superficie, hasta que se la conocía. Y Hanna sería patosa y torpe, pero se había puesto a estudiar el Vogue y el Teen Vogue, y de vez en cuando decía al azar algo sobre moda que nadie más sabía. Sí, todas tenían algo especial, pero vivían en Rosewood, Pensilvania, una zona residencial a cuarenta kilómetros de Filadelfia, y todo lo que había en Rosewood era especial. Las flores tenían más aroma, el agua sabía mejor y las casas eran directamente más grandes. La gente solía decir en broma que las ardillas se pasaban las noches recogiendo la basura y los dientes de león de las aceras empedradas para que Rosewood estuviera perfecta para sus exigentes residentes. Es muy difícil destacar en un lugar donde todo está impecable.

Pero, de algún modo, Ali lo conseguía. Era la chica más despampanante de los alrededores, con su largo pelo rubio, su rostro en forma de corazón y sus grandes ojos azules. Cuando Ali las unió en su amistad, pareciendo a veces que ella las había descubierto, pasaron a estar algo más que… allí. De pronto parecieron autorizadas a hacer cosas que nunca antes se habían atrevido a hacer. Como cambiarse en los lavabos para chicas del Rosewood Day tras bajarse del autobús escolar para ponerse minifalda. O pasar a los chicos notas estampadas con besos de protector labial. O pasearse por el pasillo del instituto en una hilera intimidatoria, ignorando a los perdedores. Ali cogió un lápiz de labios púrpura brillante y se lo restregó por los labios. —¿Quién soy? Las otras refunfuñaron; Ali estaba imitando a Imogen Smith, una chica de su clase un poquito demasiado enamorada de su lápiz de labios Nars. —No, espera. —Spencer frunció los arqueados labios y le pasó a Ali una almohada—. Ponte esto bajo la camisa. —Vale. Ali se lo metió bajo el polo rosa, y todas se rieron un poco más. Se rumoreaba que Imogen había llegado hasta el final con Jeffrey Klein, uno de décimo curso, y que iba a tener un hijo suyo. —Sois malvadas —repuso Emily sonrojándose. Era la más recatada del grupo, quizá debido a su educación superestricta. A sus padres les parecía malvado todo lo que fuera divertido. —Pero, Em… —Ali cogió del brazo a Emily—. Imogen está espantosamente gorda, así que más le valdría estar embarazada. Las chicas volvieron a reírse, pero algo incómodas. Ali tenía la habilidad de descubrir el punto débil de cualquier chica, y aunque tuviera razón con Imogen, no podían evitar preguntarse si no se metería con ellas cuando no estuvieran delante. A veces no sabían qué pensar. Volvieron a rebuscar en la ropa de las demás. Aria se enamoró de un vestido Fred Perry ultrapijo de Spencer.

Emily se puso una minifalda vaquera sobre las escuálidas piernas y preguntó a todas si no era demasiado corta. Ali declaró que unos vaqueros marca Joe de Hanna tenían demasiada campana y se los quitó, descubriendo los pantaloncitos de felpa rosa caramelo que llevaba puestos debajo. Cuando pasó ante la ventana camino del estéreo, se detuvo en seco. —¡Oh, Dios mío! —gritó, corriendo para situarse tras el sofá de terciopelo color zarzamora. Las chicas se giraron. En la ventana estaba Toby Cavanaugh. Estaba allí parado. Mirándolas. —¡Aj, aj, aj! Aria se tapó el pecho; se había quitado el vestido de Spencer y solo llevaba el sujetador que se había tejido. Spencer, que estaba vestida, corrió a la ventana. —¡Aléjate de nosotras, pervertido! —gritó. Toby sonrió antes de dar media vuelta e irse corriendo. La gente solía cambiarse de acera al ver a Toby. Era un año mayor que las chicas, pálido, alto y flaco, y siempre paseaba solo por el barrio, como espiando a todo el mundo. Habían oído rumores acerca de él: que lo habían sorprendido besando a su perro con lengua, que era tan buen nadador porque tenía agallas en vez de pulmones, que por las noches dormía dentro de un ataúd en la casa del árbol de su patio. Toby solo se relacionaba con una persona: su hermanastra, Jenna, que iba a su misma clase. Jenna también era una friki sin remedio, aunque menos espeluznante que él; al menos hablaba con frases completas. Y era guapa de un modo irritante, con su espesa melena negra, sus enormes e inquisitivos ojos verdes y sus fruncidos labios rojos. —Me siento como violada. —Aria agitó su cuerpo delgado como si lo tuviera embadurnado de E. coli. Acababan de aprenderlo en clase de ciencias—. ¿Cómo se atreve a asustarnos así? Ali estaba roja de rabia. —Tenemos que devolvérsela. —¿Cómo? —Hanna abrió mucho sus ojos marrón claro.

Ali lo pensó un momento. —Deberíamos hacerle probar su propia medicina. Lo que debían hacer era darle un susto a Toby, explicó. Seguro que cuando no rondaba por el barrio espiando a la gente, estaba en su casa del árbol. Se pasaba todo el tiempo en ella, con la Game Boy o, quién sabe, construyendo un robot gigante para destruir Rosewood Day. Pero dado que la casa del árbol estaba, evidentemente, en lo alto de un árbol, y dado que Toby siempre recogía la escalera de cuerda para que nadie pudiera seguirlo, no podían ir a asomarse allí y darle un susto. —Así que necesitamos fuegos artificiales. Suerte que sé dónde hay —dijo Ali con una sonrisa. Toby estaba obsesionado con los fuegos artificiales; en la base del árbol guardaba una provisión de cohetes y a menudo los disparaba a través de la claraboy a de la cabaña. —Vamos allí, le robamos uno y lo disparamos contra su ventana —explicó Ali—. Le dará un susto de muerte. Las chicas miraron a la casa Cavanaugh al otro lado de la calle. Aunque aún no era muy tarde, solo las diez y media, la may oría de las luces estaban apagadas. —No sé —dijo Spencer. —Sí —coincidió Aria—. ¿Y si sale algo mal? Ali suspiró con gesto teatral. —Vamos, chicas. Todo el mundo guardaba silencio. Entonces Hanna se aclaró la garganta. —Amí me parece bien. —De acuerdo —cedió Spencer. Emily y Aria se encogieron de hombros, aceptándolo. Ali dio una palmada y señaló al sofá que había junto a la ventana. —Lo haré y o. Vosotras mirad desde ahí.

Las chicas corrieron a la gran ventana y vieron a Ali cruzar la calle. La casa de Toby estaba pegada a la de los DiLaurentis y estaba construida en el mismo impresionante estilo Victoriano, pero ninguna de ellas era tan grande como la hacienda familiar de Spencer, que lindaba con el patio trasero de Ali. El complejo de los Hastings tenía un molino propio, ocho dormitorios, un garaje aparte para cinco coches, una piscina bordeada con rocas y un apartamento en un granero. Ali corrió hasta el patio de los Cavanaugh y se acercó a la casa del árbol. Estaba parcialmente oscurecida por los altos olmos y pinos, pero las farolas de la calle la iluminaban lo bastante como para que pudiera verse vagamente su contorno. Un minuto después estuvieron seguras de ver a Ali sosteniendo un cohete en forma de cono y retrocediendo unos siete metros, lo bastante como para ver con claridad la titilante luz azul a través de la ventana de la casa del árbol. —¿Creéis que lo hará de verdad? —susurró Emily. Un coche iluminó la casa de Toby al pasar. —Nah —dijo Spencer, tirándose nerviosamente de los pendientes de diamantes que le habían regalado sus padres por sacar matrícula en la última evaluación—. Va de farol. Aria se llevó a la boca la punta de una de sus trenzas negras. —Totalmente. —¿Cómo sabemos si Toby está dentro? —preguntó Hanna. Se sumieron en un tenso silencio. Todas habían participado en bastantes bromas de Ali, pero habían sido de lo más inocentes: colarse en el jacuzzi de agua salada del spa Fermata sin tener cita previa, poner unas gotas de tinte negro en el champú de la hermana de Spencer, enviar falsas cartas de admirador secreto del director Appleton a la empollona de Mona Vanderwaal, que iba a su clase. Pero esta broma tenía algo que les resultaba un poco incómodo. ¡Bum! Emily y Aria retrocedieron de un salto. Spencer y Hanna pegaron el rostro al cristal de la ventana. El otro lado de la calle seguía oscuro. En la ventana de la casa del árbol brilló una luz más fuerte, pero nada más. —Tal vez no era el cohete —dijo Hanna, entornando los ojos. —¿Qué otra cosa pudo ser? —dijo Spencer sarcástica—. ¿Una pistola? Entonces el pastor alemán de los Cavanaugh empezó a ladrar. Las chicas se abrazaron. Se encendió la luz lateral del patio.

Se oy eron voces y el señor Cavanaugh salió por la puerta lateral. De pronto, de la ventana de la casa del árbol brotaron pequeños dedos de fuego. El fuego empezó a propagarse. Parecía el vídeo que los padres de Emily la obligaban a ver cada navidad. Entonces se oy eron las sirenas. Aria miró a las otras. —¿Qué está pasando? —¿Tú crees que…? —susurró Spencer. —¿Y si Ali…? —empezó Hanna. —Chicas —dijo una voz detrás de ellas. Ali estaba parada en la entrada del salón. Tenía los hombros caídos y el rostro pálido, más pálido de lo que se lo habían visto nunca. —¿Qué ha pasado? —dijeron todas a la vez. Ali parecía preocupada. —No lo sé, pero no ha sido culpa mía. Las sirenas se acercaron más y más, hasta que una ambulancia entró en el camino de acceso de los Cavanaugh. De ella bajaron paramédicos que corrieron a la casa del árbol. La escalera de cuerda estaba bajada. —¿Qué ha pasado, Ali? —dijo Spencer, dando media vuelta para dirigirse hacia la puerta—. Tienes que decirnos lo que ha pasado. —Spence, no —repuso Ali, siguiéndola. Hanna y Aria se miraron, demasiado asustadas para ir tras ellas. Podría verlas alguien. Spencer se acuclilló tras un arbusto y miró al otro lado de la calle. Fue entonces cuando vio el dentado y horrible agujero en la ventana de la casa del árbol. Sintió que alguien se le acercaba furtivamente por detrás.

—Soy yo —dijo Ali. —¿Qué…? —empezó a decir Spencer, pero, antes de que pudiera terminar, un paramédico empezó a bajar de la casa del árbol llevando a alguien en brazos. ¿Estaba Toby herido? ¿Estaba muerto? Todas las chicas, tanto las de fuera como las de dentro, alargaron el cuello para ver mejor. El corazón empezó a latirles más deprisa. Entonces, solo durante un segundo, se les detuvo. No era Toby. Era Jenna. Varios minutos después, Ali y Spencer volvieron a la casa y Ali les contó, con una calma casi espeluznante, lo que había pasado: el cohete había entrado por la ventana y había golpeado a Jenna. Nadie la había visto encenderlo, así que estaban a salvo, siempre que ninguna dijera nada. Después de todo, el cohete era de Toby. Si la policía culpaba a alguien, sería a él. Lloraron y se abrazaron y durmieron mal toda la noche. Spencer estaba tan afectada que se pasó horas encogida formando una bola, zapeando en silencio entre E!, Cartoon Network y Animal Planet. Cuando despertaron al día siguiente, la noticia había corrido por todo el barrio: alguien había confesado. Toby. Las chicas crey eron que se trataba de una broma, pero el periódico confirmaba que Toby había admitido estar jugando con un cohete en la casa del árbol, y que se le disparó accidentalmente contra la cara de su hermana, dejándola ciega. Ali lo leyó en voz alta mientras estaban todas reunidas alrededor de la mesa de la cocina, cogidas de la mano. Sabían que debían sentir alivio, pero… es que conocían la verdad. Los pocos días que Jenna pasó en el hospital, los pasó histérica y confusa. Todo el mundo le preguntaba lo que había pasado, pero ella no parecía recordarlo. Dijo que tampoco podía recordar nada de lo que había pasado justo antes del accidente. Los médicos dijeron que sería debido al estrés postraumático. Rosewood Day organizó, en honor de Jenna, una reunión en contra del uso de fuegos artificiales, seguida de un baile y una venta benéfica de pasteles. Las chicas, sobre todo Spencer, participaron en todo ello con un celo excesivo, aunque, por supuesto, simularon no saber nada de lo sucedido. Si alguien preguntaba, decían que Jenna era una chica encantadora y una de sus amigas más íntimas.

Muchas chicas que nunca le habían dirigido la palabra dijeron lo mismo. En cuanto a Jenna, nunca volvió a Rosewood Day. Fue a una escuela especial para ciegos de Filadelfia, y nadie volvió a verla después de aquella noche. En Rosewood, el tiempo suele apartar a un lado las cosas malas, y Toby no fue una excepción. Sus padres lo escolarizaron en casa para el resto del curso. Después del verano, Toby iría a una escuela reformatoria de Maine. Se fue sin ceremonias un soleado día de mediados de agosto. Su padre lo llevó en coche a la estación de trenes SEPTA, donde cogió un tren al aeropuerto. Aquella tarde, las chicas miraron a su familia tirar la casa del árbol. Era como si quisieran borrar todo lo posible la existencia de Toby. Dos días después de irse Toby, los padres de Ali se llevaron a las cinco chicas a una acampada en las montañas Pocono. Hicieron rafting en los rápidos, escalaron y se broncearon en las orillas del lago. Por la noche, cuando la conversación derivaba hacia Toby y Jenna, como solía pasar a menudo aquel verano, Ali les recordaba que nunca, pero nunca, podrían contárselo a nadie. Siempre guardarían el secreto, y eso haría que su amistad fuera más fuerte por toda la eternidad. Una noche, cuando las cinco niñas se metieron en la tienda, ajustándose bien la capucha de la sudadera J. Crew de cachemir, Ali entregó a cada una un brazalete de cuerdas de brillantes colores que simbolizaba el lazo que las unía. Anudó el brazalete en sus muñecas y les dijo una a una que repitieran con ella: « Prometo no decirlo, hasta el día en que me muera» . Se pusieron en círculo, de Spencer a Hanna a Emily a Aria, repitiendo eso mismo. Ali se ató su brazalete en último lugar. « Hasta el día en que me muera» , susurró tras hacer el nudo, con las manos cruzadas sobre el corazón. Las chicas se cogieron la mano con fuerza, y, pese a lo terrible de la situación, se sintieron afortunadas de poder contar con las demás. Las chicas no se quitaban el brazalete al ducharse, ni cuando se fueron de vacaciones de primavera a Washington D. C. y al Williamsburg colonial (o a las Bermudas, en el caso de Spencer), ni durante los sucios entrenamientos de hockey ni cuando pillaban la gripe. Ali se las arregló para mantener su brazalete más limpio que los de las demás, como si al ensuciárselo pudiera emborronar su objetivo.

A veces se llevaban los dedos al brazalete y se susurraban: « Hasta el día en que me muera» , para recordarse lo íntimas que eran. Se convirtió en un código propio; todas sabían lo que significaba. De hecho, Ali lo diría menos de un año después; el último día de séptimo curso, cuando las chicas hicieron una fiesta de pijamas para celebrar el inicio del verano. Nadie sabía que Ali desaparecería pocas horas después. Ni que ese sería el día en que murió. 1 Ycreíamos ser amigos Spencer Hastings estaba parada en el césped verde manzana de la abadía de Rosewood con sus tres ex mejores amigas: Hanna Marin, Aria Montgomery y Emily Fields. Hacía más de tres años que las chicas habían dejado de hablarse, poco después de que Alison DiLaurentis desapareciera misteriosamente, pero aquel día volvían a reunirse para el responso de Alison. Dos días antes, unos obreros habían encontrado el cuerpo de Ali bajo una losa de cemento en el patio trasero de su antigua casa. Spencer volvió a mirar el mensaje de texto que había recibido en el Sidekick. Sigo aquí, putas. Y lo sé todo. —A. —Oh, Dios mío —susurró Hanna. En la pantalla de su Blackberry se leía lo mismo. Igual que en el Treo de Aria y en el Nokia de Emily. Cada una de ellas había recibido durante toda la semana anterior correos electrónicos, mensajes de texto y mensajes instantáneos de alguien que firmaba con la inicial A. Todos se referían a cosas que habían hecho en séptimo curso, el año en que Ali desapareció, pero también mencionaban secretos nuevos, cosas que estaban pasando en ese momento. Spencer había creído que A podía ser Alison, que había vuelto de algún modo, pero eso ya quedaba descartado, ¿verdad? El cuerpo de Ali estaba descompuesto bajo el cemento. Llevaba muerta mucho, mucho tiempo. —¿Crees que esto es por lo de Jenna? —susurró Aria, pasándose la mano por la angulosa mandíbula. —Aquí no podemos hablar de eso aquí. Podría oírnos alguien. —Spencer volvió a meter el teléfono en su bolso de tweed de Kate Spade, y miró nerviosa hacia los escalones de la abadía, donde un momento antes habían estado Toby y Jenna Cavanaugh. Spencer no veía a Toby desde antes incluso de que desapareciera Ali, y la última vez que había visto a Jenna fue la noche de su accidente, desmay ada en brazos del paramédico que la bajó del árbol. —¿En los columpios? —susurró Aria, refiriéndose al patio de juegos infantil del Rosewood Day.

Era su antiguo lugar especial de reunión. —Perfecto —dijo Spencer, abriéndose paso entre la afligida multitud—. Nos vemos allí. La tarde se acercaba a su fin en un despejado día de otoño. El aire olía a humo de manzanas y madera. Sobre sus cabezas flotaba un globo aerostático de aire caliente. El día no podía ser más apropiado para el responso de una de las jóvenes más guapas de Rosewood. Lo sé todo. Spencer se estremeció. Debía ser un farol. Fuera quien fuera ese A, no podía saberlo todo. No lo de Jenna, y mucho menos el secreto que solo habían compartido Spencer y Ali. La noche del accidente de Jenna, Spencer había visto algo que no vieron sus amigas, pero Ali le hizo guardar el secreto incluso ante Emily, Aria y Hanna. Había querido contárselo a ellas, pero al no poder hacerlo, se lo había quitado de la cabeza, simulando que no había pasado. Pero había pasado. Aquella noche fresca y primaveral de abril, Spencer había salido de la casa justo después de que Ali disparase el cohete contra la ventana de la casa del árbol. El aire olía a pelo quemado. Vio a los paramédicos bajar a Jenna de la casa del árbol usando la precaria escalera de cuerda. Ali estaba a su lado. —¿Lo hiciste a propósito? —preguntó Spencer, aterrada. —¡No! —Ali cogió a Spencer por el brazo—. Ha sido… Spencer se había pasado años intentando bloquear lo que pasó a continuación: Toby Cavanaugh fue directo a por ellas. Tenía el pelo totalmente pegado a la cara y su pálido rostro gótico estaba rojo de rabia. Fue a por Ali. —Te he visto.

—Toby estaba tan furioso que temblaba. Miró hacia el caminito de la entrada, donde había un coche de policía aparcado—. Lo contaré. Spencer se sobresaltó. Las puertas de la ambulancia se cerraron con un portazo y el gemido de las sirenas se alejó de la casa. Ali estaba muy tranquila. —Sí, pero yo te he visto a ti, Toby —dijo—. Y si lo cuentas, yo también lo contaré. A tus padres. Toby retrocedió un paso. —No. —Sí —replicó Ali. Aunque solo medía un metro cincuenta y siete, de pronto pareció mucho más alta—. Tú encendiste el cohete. Tú le has hecho daño a tu hermana. Spencer la cogió del brazo. ¿Qué estaba haciendo? Pero Ali se soltó. —Hermanastra —farfulló Toby, de forma casi inaudible. Miró a la casa del árbol y luego al final de la calle, por donde se acercaba despacio otro coche de policía—. Ya te cogeré —le gruñó a Ali—. Espera y verás. Y entonces se fue. Spencer cogió a Ali del brazo. —¿Qué vamos a hacer?

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