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Secretos Inconfesables. Una pasion tan peligrosa que pocos se atreverian 2 – Mercedes Franco

Recordó las tardes interminables de verano en la hacienda de la abuela en Chipping Campden, para ella y su hermana este era un lugar idílico, y todo el año soñaban con terminar las clases para ir a ese hermoso lugar. Siempre fue una chica curiosa y le gustaba saberlo todo, tal vez eso le ayudó años después cuando ingresó a la fuerza militar. Ahora estando en ese mismo lugar recordaba la inocencia de sus años infantiles y le daba risa pensar lo bonito que era el mundo entonces comparado con todo lo que habían pasado en esos seis años de la guerra. La primera vez que vio a Londres luego de terminar la Segunda Guerra Mundial fue un gran impacto, pero una de las cosas que la consolaba era haberle ganado a ese maldito de Hitler. Pero luego del infierno que vivió no sabía si algún día se recuperaría, realmente estaba viva de milagro. Pero por lo menos la pequeña Amara estaría bien, lejos de todas las secuelas de ese terrible desastre. Al recordarle se sentía francamente deprimida, no había nada más cruel que separarse de una hija, pero en ese momento era necesario, ni siquiera sabía si saldría viva de todo eso, y gracias a esa mujer alemana la pequeña Amara se había salvado de las manos de ese demonio de Menguele. Pero no podía dejar de imaginársela, correteando por allí con su hermoso cabello rubio y esos increíblemente hermosos ojos azules. El dolor era casi insoportable, pero tenía una esperanza en su corazón, una muy pequeña, la de ver a André nuevamente, ese era el acuerdo que tenían, al terminar todo eso podrían reencontrarse. Al menos eso era un consuelo, una luz en medio de la tormenta, de toda esa oscuridad que los había embargado bajo la figura maléfica e indeseable del Fuhrer. Recordó la primera vez que vio a André en persona, pese a haberlo estudiado intensamente por meses, conocía todo de él, su perfil psicológico el cual los investigadores del MI6 habían armado, éste era realmente increíble. Denotaba a una persona excepcional, de excelentes sentimientos, que se preocupaba por los demás. Era muy diferente a muchos alemanes para quienes los judíos y los desvalidos no importaban en lo más mínimo. Desde que vio su foto le pareció un hombre muy guapo, con una ternura especial en su mirada de profundo color azul. Su tez pálida denotaba que era un intelectual, nada que ver con el nuevo ideal alemán atlético y fuerte que promovía el ideal nazista. Ella trataba de mantenerse en su rol como profesional, pero se daba cuenta que le llamaba mucho la atención ese hombre, más allá de lo normal. Miraba su foto, leía y releía todos los días la información, se grabó de memoria muchos aspectos de aquella persona, la cual debía interceptar al mismo tiempo que seducir y atrapar al estúpido general Volker Otis, conocido bisexual. Le daba asco solo de pensar que debía acostarse con un hombre sanguinario como ese. Pero era necesario estar cerca de una de las manos derechas del Fuhrer, sobre todo éste que estaba a cargo del programa Acktion 4, en el cual muchos políticos claves habían sido encarcelados. Incluyendo ingleses y otras personas que eran protegidos por el gobierno inglés. Era conocido por el MI6 que Hitler y sus generales estaban haciendo una masacre bajo el nombre de la higienización o eugenesia, donde personas con enfermedades eran eliminados con la excusa de limpiar la raza aria. Pero también con esa excusa eran asesinados políticos y conocidos personajes que estaban en contra de las maniobras anarquistas de Hitler. Igualmente, habían descubierto un programa denominado Lebensborg, el cual actuaba como una cubierta haciendo creer a las personas que se buscaba la reproducción sana y el cuidado de bebés alemanes para reproducir la raza, pero que en realidad era un programa de experimentación encubierto bajo el nombre de Proyecto L, el cual estaba bajo la dirección del indeseable y cruel Doctor Johan KochLehner, y posteriormente contaría con la asesoría del propio Doctor Josef Menguele, quien sería conocido como el Ángel de la Muerte. La misión de Lucinda era conectarse con personas que le permitieran ayudar a algunos políticos secuestrados por el gobierno alemán bajo el programa de eugenesia, y al mismo tiempo enviar información al gobierno inglés sobre el programa Proyecto L, el cual parecía muy importante para Hitler. Para esto se entrenó por meses, preparándose física, mental y emocionalmente, sometiéndose a diferentes presiones, vejaciones y ejercicios para logra la mayor resistencia física posible.


Lucinda siempre había sido una mujer muy fuerte, por eso cuando terminó su preparación se sentía plenamente capacitada para enfrentar lo que se venía. No obstante, al introducirse en el ambiente alemán se dio cuenta que nada de lo que hiciera era suficiente para aguantar la basura que reinaba entre los militares y los políticos del partido Nazi, ni las crueles escenas de tortura, asesinato o vejación hacia los seres humanos. Fue colocada en un hogar bajo el nombre de Dorota Holmberg, haciéndose pasar por una chica alemana de clase media que había estado de viaje en el extranjero y ahora volvía a su país para participar en los campamentos de las juventudes hitlerianas. Pronto logró hacerse notar por el importante oficial alemán Volker Otis Furtwangler, quien era 17 años mayor que ella y el cual tenía preferencias bisexuales, aunque en realidad le gustaban más los hombres que las mujeres. Pero era peligroso ser homosexual en esa época, se arriesgaba a ser apresado por atentar contra los principios del nazismo, así que tenía cuidado de dejarse ver con hermosas jovencitas, y Lucinda se había encargado de ser la más bella de todas. Él fue sobre ella como una ave de rapiña, su supuesto tío la llevaba a las fiestas organizadas por el partido Nazi, para exhibirla y que ésta se convirtiera en una presa deseable para Otis. La inteligencia y seducción discreta de Lucinda llamaron la atención del general, y en poco tiempo la pidió en matrimonio. Ella era experta en aparentarse alemana, una tímida y joven chica alemana de 17 años, cuando en realidad tenía 23, era todo lo contrario a lo que aparentaba ser. Sabía perfectamente como desenvolverse según el ideal de la mujer alemana, le habían entrenado con todo lo necesario para conocer la cultura y modismos mejor que cualquier persona de ese país, su acento era perfecto, gestos, estilo, había sido seleccionada por ser la más apta entre las candidatas para esa misión, gracias a su fenotipo y fuerte carácter que la hacían inmune a cualquier trauma emocional derivado de su misión. O al menos eso creía ella, pero la realidad era muy diferente, fingir ser otra persona todo el tiempo, aunque estuviese sola, era francamente desgastante, siempre estaba en su papel, y nunca podía salirse de éste, pues era riesgoso para la misión. Ese día se observó en el espejo y vio a una desagradable desconocida, detestaba pasar desapercibida y comportarse como una mujer tímida y apocada, pero no podía hacer más nada, ese era su personaje y así debía comportarse para no despertar ninguna sospecha. – Y bien, ya estás lista, le dijo Volker. – Sí. – Vayaaa, te ves francamente fantástica, serás la mujer más hermosa de toda la fiesta. – Tú crees, me veo muy convencional. – Para nada, si hay algo que no eres es convencional, si lo fueses jamás me habría casado contigo. – Otis, yo… – ¿Qué? Habla rápido, sabes que no me gustan las indecisiones. – Espera, lo que quería decirte es que no me dejes sola en la fiesta. – Oh rayos, tú y tus tonterías mujer. – Es que no me gusta esa gente, son, son poco educados, no se comportan como personas discretas, con la etiqueta y el protocolo que se requiere en ese tipo de situaciones sociales. – Pues contigo tendrán que hacerlo, porque eres mi esposa, así que no te preocupes, nadie se te acercará de forma irrespetuosa o se las verán conmigo, dijo colérico. – Bien Volker, tranquilo, no ha pasado nada de eso, tranquilo. – Bien, pero que quede claro, así que estarás tranquila en la fiesta, además los oficiales saben que con la esposa de Volker Furtwangler nadie debe meterse. – Bien, como digas Volker, dijo pensando en lo molesto que era ese hombre, y en su evidente falta de carácter. – Vámonos, sabes que detesto llegar tarde a todos lados.

– Pero es una fiesta Volker. – No me importa, sabes que no me gusta, así que no me contradigas, le dijo el imponente hombre. Volker Otis Furtwangler Weigel para ese momento Brigadeführer de la SS (posteriormente ascendería hasta llegar a Oberstgruppenführer-SS en 1942 gracias a sus buenos oficios y obediencia incondicional con el Tercer Reich). Era un hombre de un metro 90 centímetros, delgado y atlético, por lo que resultaba francamente amedrentador enfrentarse a él, era el prototipo del hombre alemán ario, rubio, de ojos profundamente azules, mirada penetrante y fuerte. Si se hubiese deseado ilustrar a ese ideal del hombre nazi seguramente la foto de Volker habría estado al lado de esa descripción. Con su uniforme negro se veía francamente imponente, era un hombre muy masculino y fuerte, nadie sospecharía que en realidad no cumplía con los requisitos establecidos por el régimen. Cuando llegaron a la fiesta todos se quedaron admirados al ver la belleza de la señora Furtwangler, la cual destellaba elegancia y distinción, muy diferente a todas las chicas falta de clase que pululaban alrededor de los oficiales del partido Nazi. El derroche de lujo era magnánimo, no se escatimaban gastos para dar la mejor impresión posible, y otorgar un ambiente que les hiciera pensar a los alemanes como el Canciller y ahora líder de la nación estaba sacando a flote a la Alemania de esos años de terrible inflación después de la Gran Guerra. – Ves como todos te admiran. – No, no me di cuenta, mintió ella. – A veces desearía que fueses menos modesta, me gustan las mujeres que se destacan del montón. – Está bien Otis, le dijo sabiendo que era mentira. – Espero que esta vez te comportes normalmente. – A qué te refieres. – A esas tonterías que te han dado últimamente, no quiero que demuestres esos comportamientos delante de los demás. – Volker, yo… – Sabes que detesto la debilidad, y también el Fuhrer, jamás aprobaría que tuviese una mujer enferma, loca, triste, eso no es digno de una esposa alemana, y causa desprestigio a mi rango, así que cuidado con lo que haces. – Por Dios, quieres controlar hasta mi estado de ánimo. – Una esposa alemana nunca cuestiona lo que su esposo dice. – Supongo que no, dijo ella francamente fastidiada de todas las estupideces de aquel hombre. – Hablé con alguien y me ha contado de un buen doctor que puede ayudarnos con este problema. – ¿Un buen doctor? – Sí, un psiquiatra, muy discreto, así no correremos peligro. – Y cómo se llama. – Ackermann, eh no recuerdo su nombre. – Bien como digas, lo dijo con una satisfacción interna, por fin se estaba acercando a su objetivo. – Quiero que te comportes de una forma discreta y elegante en la fiesta, que tu belleza hable por sí sola, y así seremos el centro de todo ese evento, dijo con una sonrisa vibrante.

Para Volker la única estrella de la relación era él, siempre debía ser él, y ella lo había estudiado durante años, si fuese una mujer más extrovertida jamás se habría casado con ella. En el fondo le gustaba la sumisión y que se hiciera todo el tiempo lo que él quería. Sus órdenes debían ser ejecutadas de forma inmediata, tal como sucedía en su división de la SS, sus soldados debían realizar lo que él dijese sin chistar, y esta cualidad anárquica era la que le había podido ayudar a ascender rápidamente en la escala de general de Hitler. Estaba fastidiándose entre toda esa gente tonta y superficial cuando divisó al Doctor Ackermann entre la multitud. Al fin, luego de fingirse enferma y arriesgarse era ser enviada a una clínica psiquiátrica el general Volker había accedido a que la viese un médico de forma privada, para examinarla y curarla de todos su males. Allí estaba, era el propio André Ackermann en persona, sólo que no se esperaba que fuese aún más guapo en persona, y al verlo sintió que ese efímero gusto que había experimentado en sus fotos ahora se acrecentaba al observarle de cuerpo presente. Era un hombre encantador, un tanto tímido, su piel pálida era hermosa y contrastaba con su barba negra, tenía unos profundos ojos azules que destilaban ternura y masculinidad. Sabía que ella le llamaría la atención, pues precisamente la habían escogido porque se parecía a la fallecida esposa de Ackermann, Helga, su cabello rubio y ojos verdes eran muy similares, pero además ella tenía un aspecto tierno y que generaría compasión en ese hombre, cuyos buenos valores familiares siempre lo impulsaban a ayudar a los más necesitados, y más aún a una dama en peligro. Así como estaba estudiado a Ackermann se le fueron los ojos al verla, sabía que le había gustado, era evidente, cada vez que volteaba Ackermann la estaba observando. Pero era necesario probarlo antes, así que en esa misma velada fue interceptado por la espía también inglesa cuyo nombre clave era Mae, pero su nombre real era Ericka Fitzpatrick alías Alison Fiztherber, experta en seducir a los oficiales, era lo que se llamaba un gorrión, mujer experta en las artes del sexo y la seducción que usaba sus encantados para sacarles información privilegiada a hombres importantes, y luego enviarla al Reino Unido. El pobre Ackermann no sabía en lo que se estaba metiendo, pero en ese momento para Lucinda sus sentimientos no eran importantes, sino lograr el objetivo, probarlo y lograr introducirlo como un aliado del gobierno inglés para sacar a los presos políticos de acescencia inglesa que estaban presos en ese manicomio y también en un Hospital de Brandemburgo donde los esperaba una muerte segura. Sin embargo, le molestó cuando lo vio marcharse con Ericka, pero en ese instante supo que era bastante probable lograr lo que se había propuesto años atrás cuando aceptó ese trabajo para el MI6. – De dónde conoces al doctor Ackermann, le preguntó a Volker. – No lo conozco, el granuja de Klint me lo ha presentado, y dicen que es muy bueno y discreto para esos asuntos, digamos de salud. – Mmm, bien. – Acordé con él que irás a su consulta todos los jueves. – ¿A su consulta? – Bueno, obvio, a nuestro departamento en el centro, claro no queremos que sea evidente tu trastorno, así que lo haremos de esa forma, iremos hasta allá como una reunión cualquiera, asuntos de trabajo, después de todo ese estúpido de Ackermann trabaja en una clínica de mi… división. – Bien, dijo ella sabiendo que Volker no le daría mayores detalles, pues estaba prohibido que los soldados hablaran con nadie de esos peligrosos asuntos de estado. – Así que pasado mañana iremos y esperemos que con eso te pongas mejor, porque últimamente has estado insoportable. – Lo siento. – No puedo darme el lujo de tener una mujer enferma, te necesito fuerte, además debemos tener hijos, ningún oficial de la SS que se precie puede estar sin ellos, ya ves lo que dice el Fuhrer, es nuestro deber llenar el pueblo Alemán con hijos sanos y fuertes que sean el orgullo de la raza aria. – Entiendo, dijo Lucinda, más pensando que le quedaba poco tiempo para lograr su misión que en la raza aria, pues no estaba dispuesta a tener ningún hijo con ese engendro del demonio. – Ahora, dijo encarándosele, cumple con tu debe de esposa.

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