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Secretos Inconfesables. Una pasion tan peligrosa que pocos se atreverian 1 – Mercedes Franco

Cuando el Führer tomó el poder no sabía las consecuencias que esto traería para el país, y mucho menos en sus vidas. Hasta entonces la fuerte crisis económica en que se habían visto sumidos con la derrota alemana en la Gran Guerra, como se le llamaba hasta entonces, les llevó a buscar una esperanza, algo a lo cual aferrarse entre tantas desgracias y todos los malditos cadáveres pudriéndose en las calles. Ese día 30 de enero de 1933 muchos fueron a ese lugar simbólico para celebrar la toma de posesión del Canciller, el desfile era impresionante, ver como miles de antorchas pasaban por las Puertas de Brandenburgo. La sensación era electrizante, emocionante, nadie fue inmune a ello, incluyendo el doctor André Ackermann. Al asistir a ese evento también, al igual que los demás, tuvo que reconocer que ese hombre ejercía sobre todos un magnetismo inexplicable. La emoción que se respiraba entonces era algo inexplicable, éste aún se erizaba de sólo recordarlo. Los jóvenes, especialmente, estaban vibrantes de la emoción, muchos lucían sus recién adquiridos uniformes de la SA, y existía un buen ánimo general, así como una sensación de esperanza. Todos gritaban a coro la consabida consigna, mientras él proclamaba su discurso lleno de palabras altisonantes sobre la supremacía de los arios. Sin embargo, Ackermann era lo suficientemente inteligente para no dejarse influenciar por ese hombre que ni siquiera era alemán, sencillamente no le inspiraba confianza. Y aunque quería mantener el bien ánimo no mostraba muchas esperanzas que esto fuese la verdadera solución para su querida Alemania. También fue testigo de las atrocidades a las cuales algunas recurrían para sobrevivir, incluso a costa de la vida de otros. Entonces llegó este hombre, les prometió salir de las sombras y recuperar la supremacía alemana que había sido robada por los franceses, y todos aquellos países que fueron tan culpables como ellos de toda esa terrible matanza, pero que se lavaron las manos en medio de tanta miseria. Él representó la esperanza para todos, con esa manera de hablar, tan enérgica los hizo sentir orgullosos nuevamente de ser alemanes. A sus 28 años tenía la madurez y los conocimientos necesarios para entender de forma temprana que todo eso no era más que un gran error, ese hombre no representaba libertad, sino que era el arquetipo de su propia justicia, de una sociedad que lo había orillado al ostracismo, de la cual se vengaba a costa de todos, por puro y simple capricho, con las motivaciones más mezquinas del ser humano, es decir, por ego. Por su profesión no podía dejar de analizarle, dándose cuenta que era una persona profundamente enferma. No era una persona interesante, ni mucho menos, no era un héroe de guerra, ni un gran militar o estadista. Era nadie, uno más entre el montón de alemanes que sólo formaban un tumulto anónimo, un profesional sí, aunque destacado, pero eso para el Partido Nacional Socialista no representaba mucho. Pero el destino le orillaría hacia ese sistema sucio para hacer algo sobresaliente, aunque aún no lo sabía. Recordaba esa sensación de adormecimiento en la lengua, de cómo la guerra se había llevado todo, menos su esperanza. Pero ese día 10 de agosto de 1950 se había propuesto escribir un testimonio de cómo había sobrevivido a esa guerra, de cómo estuvo en medio del huracán y logró superar al holocausto más grande que el hombre moderno haya podido contemplar. Y de qué manera dentro de él aun habitaba un rescoldo que no se pagaba jamás. – Ackerman, cómo está. – Muy bien y usted señor Scholtz. – Qué le parece, al fin con este hombre podremos ser libres, esos malditos franceses tendrán que comerse sus palabras y sus sanciones. – Así es, le respondió sin mucho entusiasmo, no estaba seguro que opinión dar al respecto, pero sus instintos le decían que lo mejor era mantenerme neutral.


– Y bien, este hombre Hitler es el líder que estábamos necesitando, ahora sí saldremos de este desastre del cual todos esos políticos no nos han podido sacar, esos comunistas y toda esa lacra, incluso Hindenburg con sus posturas recalcitrantes e intolerantes. – Eh, sí, bien señor Scholtz lo dejo, tengo que hacer algunas cosas, le dijo para salir de la molesta conversación, después podemos tomarnos un café. – Sí claro Ackermann, cuando guste. Subió los 200 escalones que lo separaban de su departamento, sin ganas abrió la puerta para descubrir el lugar solo y oscuro. Cuatro años atrás había perdido la alegría de vivir cuando murió su esposa Helga, aún tenía su foto en la mesita de la sala, era hermosa, un verdadero portento de belleza germana, su cabello rubio y ondulado, sus ojos profundamente verdes y su piel blanca como la porcelana. – Me haces falta, le dijo, mucha falta, amor. Y el silencio le respondió con su aterrador eco, profundo y solitario, el oscuro apartamento parecía un reflejo de sus propios sentimientos, la luz se había perdido entre los resquicios de las cosas amontonadas en los rincones. Si Helga hubiese visto eso se habría molestado mucho, imaginó su cara de desaprobación al ver las pilas de libros de medicina amontonados en uno de los rincones de la sala. Dio un suspiró de melancolía, la verdad no tenía tiempo, ni ánimos para ponerse a arreglar ese apartamento, era hora de buscar a una persona que se encargara de esas cosas, Helga sabía cómo hacer de ese lugar un espacio maravilloso, pero él era otra historia. Se sentó en el sofá y subió su cabeza para mirar el techo, observó con horror que entre las vigas se asomaban algunas telarañas las cuales envilecían el espacio. Antes eso hubiese sido inadmisible, Helga era una artista de la limpieza y adoraba la luz del sol veraniego entrando por el ventanal de la casa, con ella toda la estancia siempre tenía un cálido olor a lavanda. Ahora el mundo parecía mucho más pequeño y oscuro, se había reducido a las 10 cuadras que lo separaban de su consultorio, el hospital, la vida de sus pacientes, la tienda de comestibles y los momentos dedicados a su estudio e investigaciones personales. Incluso luego de la muerte de Helga la profunda depresión en la que se había sumido le impidió continuar con sus horas como docente en la Universidad Técnica de Berlín. Poco a poco se fue sumiendo en una terrible depresión, y cada vez se le hacia más difícil escuchar a sus pacientes y tratar las causas de sus problemas. Para él, además, la psiquiatría era una ciencia que debía avanzar, ya que aún se usaban métodos que consideraba atrasados para su tiempo, y que solamente sometían a dolores innecesarios a los pacientes. Recordó a Gertrude, una infortunada paciente que había sido sometida a constantes tratamientos de electroshock, y que terminó volviéndose loca por las descargas, había arremetido desesperada contra el médico y entonces fue sometida a una lobotomía que la dejó lisiada de por vida. Esta terminó en un hospital psiquiátrico, con la mirada eternamente perdida en el horizonte. Era hora de exponer otras técnicas más evolucionadas, las cuales, de acuerdo a sus estudios debían enfocarse más en hacer que el paciente pudiese salir adelante por sí mismo, generando estrategias que le permitieran hacerse más funcional con relación al entorno. Algunos de sus colegas lo veían como demente, a que el enfoque Freudiano y el tratamiento con drogas eran altamente efectivos en pacientes con demencias, y aunque él entendía que en casos graves era necesario un tratamiento más complejo era injustificable someter a esas personas a todo tipos de cosas que parecían sacadas de la época medieval, y que resultaban indignos para la medicina moderna. Así en su tesis proponía la importancia de la conversación y sobre todo de establecer un programa para el paciente con ejercicios que le permitieran superar sus fobias y miedos, haciéndose un completo revolucionario en la materia. Su fama de había ido acrecentando y ya, muy a su pesar, contaba con diversos pacientes entre los militantes del partido Nazi. Una vez que el Führer ascendió al poder, se fue dando cuenta que las medidas tomadas por los altos dirigentes sólo causarían una reacción en cadena que generaría un completo desastre en la sociedad alemana. Uno de estos casos era el conocimiento a voces de ciertas personas que eran llevadas a clínicas de “rehabilitación” y nunca más aparecían, en ciertos casos con anuencia de sus familiares y en otros simplemente nunca más se les volvía a ver. Entre ellos contaban con personas con retraso mental, que estaban gravemente lisiados e incluso aquellos a quienes se les había tildado de homosexuales, comunistas y otros líderes políticos. Poco a poco se empezó a respirar una atmósfera pesada, y se sembró cierto pánico entre los ciudadanos, pero nadie se atrevía a decir nada.

Las investigaciones habían comenzado y todos los que estaban expuestos a ellas podían tener claro que si se conseguía alguna rama espuria entre sus antepasados esto les perjudicaría gravemente. Los días se sucedían entre chismes y comentarios de las nuevas novedades y parecía que no acabarían nunca. Él hacía caso omiso de la mayoría de ellas que solamente eran chismes, pero en otras situaciones veía con horror que los comentarios eran ciertos, Por ejemplo el día que el señor Isaac Sherman había sido apaleado por transitar en la plaza. El señor Sherman era una persona respetable y un excelente comerciante, pero de un día para otro parecía haberse convertido en el enemigo, un objetivo para atacar. Las cosas siguieron así hasta el día que fue invitado a una cena con los militantes del partido Nazi, se decía que los altos dirigentes del partido estarían ahí, e incluso se manejaba que el propio Hitler en persona asistiría. Aunque no deseaba ir le era conveniente por asuntos laborales, el trabajo había mermado como consecuencia de las propias legislaciones del gobierno Nazi, por ende él se había visto en la obligación de buscar trabajo en un hospital público, examinando a los pacientes y luchando para que no los enviasen a las clínicas donde sabía que estos serían masacrados. Ahora todo debía manejarse de forma confidencial, como un gran misterio, una visita a un psiquiatra representaba una muestra de debilidad. Por ende, había que andar con buen tiento, afortunadamente para él entre sus clientes de la SS habían oficiales que necesitaban de “medicinas” para poder aguantar las intensas jornadas a las que se veían sometidos, y él quisiera o no debía recetarlas, al menos si quería seguir trabajando y teniendo una vida libre, sin el acoso al cual estos oficiales sometían a los que no se plegaban a sus designios. Esa noche deseaba, pese a todo pronóstico, mantenerse al margen de los temas de discusión de la supremacía Nazi, los judíos y todos esos aspectos pesados que a muchos de ellos le gustaban tratar. De pronto, entre la multitud emergió una figura interesante, una espigada mujer de cabello rubio y grandes ojos verdes, en su boca a pesar de sonreír se dibujaba una especie de tristeza, un aura de pensamientos lejanos, y parecía muy ajena a todo cuando sucedía a su alrededor. Las demás mujeres que allí estaban reían y algunas incluso bebían con los oficiales más de la cuenta, cosa que en otros círculos hubiese sido mal visto, pero allí se les motivaba a tratar con ellos, incluso algunos hombres que se sabían casados estaban allí con otras mujeres que no eran sus esposas. Esto chocó con la moral puritana de André, quien estaba acostumbrado al respeto y al matrimonio como una sociedad inalienable. – Ackerman que gusto nos haya podido acompañar, le dijo el oficial Ernest Klink, el cual ostentaba un alto cargo en el partido Nazi, y se caracterizaba por su falta de tacto y prudencia. – Buenas noches, gracias por invitarme. – No podría dejar por fuera a tan insigne figura, además el Brigadefuhrer Volker Otis Furtwangler está aquí, y me pidió que lo invitara. – Excelente, muchas gracias por la deferencia. – Por cierto está por allá, venga para presentárselo. – Y qué desea conmigo. – Francamente no lo sé, pero me pidió eso, y usted sabe que el general Otis no admite un no como respuesta. – Bien, entonces vamos. Avanzaron entre la multitud, algunos tenían cara de haber bebido más de la cuenta, se denotaba el derroche y el exceso de dinero desde las costosas bebidas, la decoración, la ropa de las mujeres y la comida, que chocaron en André por contraste con la miseria que se veía en algunas zonas de la ciudad. La inminente guerra ya comenzaba a cobrar sobre los fondos del país. – Buenas noches general. – Buenas noches Klink. – Aquí está, como se lo prometí el propio Ackerman en persona.

– Oh bien, buenas noches doctor Ackerman. – Buenas noches general Otis. – Bien, retírese por favor Klink. – Muy bien señor, e hizo una reverencia militar. – Esta fiesta es muy agradable, gracias por invitarme señor.

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