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Sal, Tequila y Limon (Las mujeres Gonzalez 2) – Katy Molina

Han pasado seis años desde que Pandora, la pequeña de las mujeres González, diera a luz a su hija Macarena. A pesar de no saber quién es el padre pues se quedó embarazada en una orgía, tira adelante contra viento y marea, sin desmerecer la ayuda constante que recibe de su familia. Tras reunirse en Nueva Orleans con su familia cuando todavia estaba en cinta, decide recuperar el tiempo perdido con sus tías mellizas y sus primas y se queda a vivir con ellas. Pero la vida de madre soltera le pasa factura en muchos sentidos; se acabó viajar, las fiestas locas, y sobre todo el sexo. Lleva seis años sin mantener relaciones sexuales con hombres, tampoco tiene citas. Su rutina se ha vuelto asfixiante y aburrida hasta que un día una anciana le hace una visita en la trastienda de su negocio de ocultismo, “La Rosa de Jericó”. Viene en busca de ayuda, y quiere que Pandora le eche las cartas del Tarot para saber ciertos detalles de su nieto Izan. Todo cambiará en ese preciso instante, el destino unirá a un bombero, a una pitonisa, a un espíritu y a toda la familia González para encontrar la verdad de Pandora. Lo que no se imagina ninguno es que la verdad se encuentra en el pasado y en una botella de tequila. Una visita inesperada Pandora dormía plácidamente, ajena a que el gallo había cantado hacía tres horas y que era lunes, día laboral. Estaba soñando que era la reina de la fiesta y que estaba subida a un escenario, moviendo las caderas de manera sensual. Todos los de la sala la comían con la mirada, y se sentía querida por aquellos ojos lascivos. Últimamente tenía esa clase de sueños, ya que llevaba seis años sin disfrutar de un hombre en la cama y de una buena juerga. La culpa: su hija Macarena, de seis años. Criar sola a una niña había sido muy difícil, aunque no se podía quejar, ya que sus tres tías mellizas y sus primas la habían ayudado bastante con la educación. Se despertó justo cuando estaba a punto de besar a un hombre sexy. Abrir los ojos y ver la realidad la puso de mala leche, pero todavía más cuando vio que eran las nueve de la mañana. Pegó un bote en la cama y se vistió a la carrera; llegaba tarde a trabajar y a llevar a la niña al colegio. Salió disparada del dormitorio y fue derecha a la habitación contigua, donde dormía Macarena. La encontró vacía y maldijo pensando que su tía Rosario se habría ocupado de la niña. Eso significaba sermón sobre cómo ser una buena madre responsable. Bajó los escalones de la mansión de dos en dos hasta llegar al vestíbulo, y encontró a la pequeña arreglada y con la cartera colgada. Estaba preparada para ir al colegio. ―¡¡Macarena!! ―gritó. ―Mami, ya era hora.


La tía Rosario me ha dicho que no me moviera de aquí hasta que bajaras. Llevo un buen rato. ―Lo siento, cariño. Mami estaba de fiesta en un sueño y no quería despertar. Venga, que te llevo al colegio. Vamos muy tarde. ―La maestra se va a enfadar otra vez, y yo no tengo la culpa de que mami sea un oso y le guste dormir mucho. ―Macarena, no me pongas más de los nervios. ―Cogió a la niña como si fuera un marrano, sujeta a la cintura, y salió de la mansión a por la bicicleta. Hacía tres meses que le habían retirado el carné de conducir por saltarse un semáforo en rojo. No era la primera vez, puesto que siempre iba con prisas. Rosario la esperaba fuera con los brazos en jarras y dispuesta a reñir a su sobrina. Pandora, al verla, suspiró sin ganas de más sermones. Sabía que tenía que organizarse mejor con la niña. ―Pandora, han pasado seis años y todavía no te has enterado de que eres madre. Tienes que ser más responsable con tus cosas y tu hija. Tienes que seguir una rutina. ―Lo sé, tía, ahora no me des la charla. Tengo que llegar al colegio e inventarme una excusa. ―Tía, el otro día le dijo a mi profesora que tenías dolor de tripa y que tuvo que cambiarte el pañal porque estás muy mayor. Rosario se encendió como el fuego, echando chispas por los ojos. Pandora tapó la boca a la niña y pasó por su lado sin mirarla. Aquel comentario desafortunado traería consecuencias. Montó a la pequeña en la sillita de la bicicleta y salió de la mansión sin decir adiós. Por su bien era mejor callar y no echar más leña al fuego.

―¡Todavía puedo limpiarme el culo yo sola! ―gritó Rosario indignada. Pandora no lo pudo evitar y empezó a reír de manera histérica. La bicicleta era un medio ecológico, pero muy incómodo. Por mucho que pedaleaba, se tardaba más que en coche en llegar a la ciudad. Llegaron media hora después de haber empezado las clases. Se excusó con la maestra inventándose otra mentira. Esta vez le tocó a Manuela, y le dijo que le había subido la tensión. La señora Paty se preocupó; sabía que Pandora vivía en la mansión con sus tías mellizas. La comprendió porque no solo tenía como responsabilidad a Macarena, sino que tenía que hacerse cargo también de aquellas señoras mayores. Salió victoriosa del colegio y fue paseando con tranquilidad montada en la bicicleta hasta su negocio, que no era otro que una tienda de artículos de magia. Tenía de todo: cartas del tarot, amuletos, remedios caseros, piedras de energía, etc. Aparte, en la trastienda tiraba las cartas a todo aquel que lo deseara. La tienda se llamaba “La Rosa de Jericó”. Antes de llegar paró en la cafetería de enfrente para comprar un café con sabor a caramelo. Se había vuelto una golosa en todos los aspectos, y físicamente había subido unos kilos desde el embarazo. Abrió la puerta con la llave y entró. Se dispuso a encender las luces, a dejar el cambio en la caja y a sacar los artículos nuevos que habían llegado el día anterior. Entró a la trastienda para apilar los cartones cuando vio la puerta de la habitación donde hacía las sesiones del tarot abierta. La abrió con cautela y, para su sorpresa, vio a una anciana de semblante simpático sentada a la mesa. Pandora se extrañó, pues no había visto entrar a nadie. Es más, la puerta tenía una melodía para avisarla de que había entrado un cliente. ―Buenos días, señorita. He venido para que me ayude ―exclamó la anciana. ―¿Cómo ha entrado? ―Por la puerta, claro. ¿Se encuentra bien? ―Sí, pero… no la he visto entrar.

―Está usted muy estresada. Debería salir más. ―Tiene razón, pero mi vida es complicada. Vivo con las tres parcas que tejen mi destino―pensó en sus tres tías controladoras. ―¿Me va a ayudar? ―Por supuesto. Hábleme del problema. ―Pandora se sentó con ella y cogió la baraja egipcia para hacer una tirada. ―Mi nieto tiene novia desde hace unos meses. Él cree que está enamorado, pero no lo está. ―La joven puso cara de circunstancia al comprobar que era otra del club de fans de hacer la vida imposible a la familia, como hacían sus tías con ella―. La muy puta lo engaña con su jefe. Izan es bombero y tiene un buen sueldo. Esa mujer solo quiere el dinero que mi nieto heredó de mí. Quiero que vaya a hablar con él y le diga todo lo que le he contado. ―¿Qué? No puedo hacer eso. Solo echo las cartas para comunicarme con los espíritus y que ellos nos guíen para hallar respuestas a las inquietudes de la gente. ―Pandora pensó que aquella anciana estaba loca. ―¿Y qué soy yo, señorita? Una clienta que viene del más allá para pedirle ayuda. Estoy muerta. ¿No se lo cree? Mire… ―la anciana se levantó de la mesa y la atravesó, quedándose en medio. Pandora chilló alucinada; nunca había entablado conversación con un espíritu. La única que podía hacerlo era su prima Carmela. Nerviosa, salió corriendo de la trastienda. Al llegar a la tienda, se encontró a la anciana de pie al lado del mostrador. ―No puede ser.

Yo… ―Querida, tienes el mismo don que tu familia. Todas estáis cortadas por la misma tijera. ¿Me vas a ayudar? ―Su nieto pensará que estoy loca de atar. Además, es mayorcito para darse cuenta de que su novia es una fresca. ―Los hombres necesitan de sus abuelas para abrir los ojos, pero hija, hace una semana me quedé frita delante del televisor. Un infarto, y no me dio tiempo a despedirme de él. No puedo cruzar al otro lado si no me ayudas. ―¡Dios mío! Vale, espere. Supongamos que voy y le cuento todo. ¿Me dejará en paz? ―Claro, si deja a Daniela. Si no, tendremos que idear juntas un plan para deshacernos de esa mujer malvada.

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