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R_185. Proyecto Mouna – Luis Enrique Dueñas Gutierrez

Abrí los ojos lentamente y sobre mí sólo pude distinguir, palpan-do, lo que me pareció una tapa de madera. No sabía dónde estaba ni menos aún cómo había llegado a aquel lugar. Lo que sí sabía es que no podía moverme por la falta de espacio. Intenté llegar al bolsillo del pantalón; allí guardaba un mechero con el que poder alumbrar y así poder ver realmente dónde me encontraba. Tras un gran esfuerzo, conseguí llegar al bolsillo y sacar el mechero. Lo encendí. Entonces pude ver que estaba en una caja, tenía forma rectangular y era de madera. ¡Dios mío! Estaba encerrado en lo que probablemente sería una especie de ataúd, pero lo peor no era eso, lo peor era el no saber cómo había llegado a aquella situación. En esos momentos de incertidumbre, por mi cabeza pasaban infinidad de preguntas y ninguna de ellas tenía respuesta. ¿Qué hacía allí?, ¿cómo había llegado?, ¿estaba bajo tierra o en la superficie? Nada de aquello era lógico. Mi nerviosismo iba en aumento. Por un momento pensé que todo era un sueño, cerré fuerte los ojos para intentar despertar, pero fue inútil. Mi corazón dio un vuelco; notaba mi sangre recorriendo con fuerza todo mi cuerpo, provocándome un escalofrío que me sacudió toda la columna vertebral como si de un rayo se tratara. Por unos segundos creí desfallecer, pero recuperé la conciencia, porque si eso me sucedía sería mi final y no me iba a rendir tan fácilmente. Intenté recordar qué había sucedido a lo largo del día para así poder entender qué me había arrastrado hasta aquella situación. A las 5:00 de la mañana, como todos los días, me levante, me di una ducha y desayune. Después cogí el coche y me dirigí al trabajo; el resto del día transcurrió con toda normalidad, sin nada que mereciera la pena destacar. Sobre las 14:00 h. fui a comer al restaurante habitual y mientras comía me puse a leer como de costumbre las noticias y tampoco sucedió nada raro. ¡Un momento! Sí, algo pasó fuera de lo común. Una chica morena, con los ojos verde esmeralda, se acercó a mi mesa y me dio un sobre. Susurrándome en voz baja dijo. —Hola Michael no tenemos mucho tiempo. —Perdone señorita, creo que se confunde, mi nombre es Richard —contesté algo desconcertado. La chica me sonrió, se levantó, y se fue por donde había venido como si el mismísimo diablo la persiguiera.


La verdad es que me resultó un poco raro, pero continúe leyendo las noticias y comiendo sin darle mayor importancia a lo ocurrido. Terminé y regresé a la oficina, donde pasé toda la tarde revisando y archivando antiguos expedientes. A las 19:00 h. salí de la oficina y como todos los días me dirigí al gimnasio. De camino y estando parado en un semáforo, me pareció volver a ver a aquella chica morena. Por su atractivo se hacía difícil poder olvidarla. Creí verla pasar por delante de mi coche y mirarme… pero, como siempre, yo estaba inmerso en mis pensamientos. Me sobresaltó el sonido de un claxon que me hizo regresar de golpe a la realidad y continúe mí camino girando hacia la derecha en dirección al gimnasio. Pero ahora que lo pienso bien, no recuerdo si finalmente llegue a mi destino. Tras haber hecho memoria de todo lo acontecido ese día, regresé a la realidad. La pregunta de si estaba enterrado machacaba mi cabeza. Al pensarlo sentí un frío helador que, sacudido mi cuerpo, haciéndome ser consciente de lo delicado de mi situación, ¿cuánto aire me quedaría aquí dentro? Intentaba pensar, pero no podía. Rápidamente traté de moverme para dar una patada a la tapa y salir de allí lo antes posible, pero esto hizo que cayera en mi cara lo que parecía arena. Fue cuando mis perores sospechas se confirmaron, estaba enterrado. Hice un segundo intento de escapar. Di un puñetazo a la tapa, pero eso también fue en vano. Recordé amargamente que pretendía repetir aquella escena de Kill Bill que tanto me gustaba y tanto me agobiaba a la vez cada vez que la veía. Mi corazón se aceleró y comenzó a bombear sangre como si fuera su último latido. Ya no podía controlar mí respiración. Intenté relajarme para poder pensar; si no conseguía controlar aquella terrible angustia pronto me quedaría sin aire. A duras penas logré relajarme; mi ritmo cardíaco disminuyó un poco y entonces recordé (era increíble que no me hubiera dado cuenta antes) que tenía el móvil en el bolsillo. Estiré la mano para cogerlo del pantalón, pero allí no estaba; a tientas palpé los bolsillos traseros. Era raro que estuviera allí, ya que nunca lo guardaba atrás, pero debía comprobarlo. Lo único que encontré fue una carta… ¿Una carta? ¡La de la chica! Ni recordaba que me la había dado. Con gran dificultad pude leer lo que ponía ayudado de la poca luz que me proporcionaba el mechero.

En la carta sólo había una simple nota que rezaba: «Toda la información necesaria para saber lo que está sucediendo la encontrarás en…» Al acercar el mechero para poder descifrar el final de la nota debido a mi nerviosismo, quemé el maldito papel y no pude averiguar lo que esa misteriosa mujer me quería decir. Perdí el conocimiento por unos instantes. Tenía que priorizar y no encender más el mechero para no consumir aire. Sabía que cuanto más tiempo pasara, menos aire llegaría a mi cerebro y más me costaría pensar la manera de escapar de aquel infierno. No se me ocurría nada para salir de allí. Si rompía la tapa provocaría que la arena me cayera encima, y moriría igualmente. Estaba resignado; salir era imposible. Ya notaba como apenas quedaba aire, no podía respirar bien, me empezaba a sofocar y cada vez se me hacía más y más difícil mantener los ojos abiertos. No tenía fuerzas ni para rezar (nunca había sido creyente, pero en esos momentos quería creer que existía algo o que alguien milagrosamente me podría ayudar). Mis ojos se fueron cerrando con una lentitud pasmosa, y al contrario de lo que la gente pueda pensar, he de decir que tú vida no pasa por delante cuando estás a punto de morir. Lo que se te viene a la cabeza, es todo aquello que no has podido hacer y que siempre quisiste hacer. Ya no podía mover ni un músculo de mi cuerpo; de hecho, ni si quiera los sentía. Es impresionante cómo el cuerpo prioriza en los casos extremos y otorga el poco aire que entra a intentar salvar los órganos más necesarios. Me fui sumiendo en un profundo sueño y fue en ese preciso momento cuando me di cuenta de que llegaba el punto y final a mis días. Cerré los ojos y todo se convirtió en oscuridad. Ni un pensamiento corrió ya por mi cabeza. Sólo sentí paz. Capítulo 1 Abrí los ojos con mucha dificultad. El sol me cegaba, me costó ver que me encontraba en una habitación con paredes blancas inmaculadas. Podía oír un pitido constante que parecía provenir del lado derecho de mi cama. Al intentar girarme comprobé, que estaba atado de pies y manos a ella. Entonces, una pregunta surgió en mi cabeza; ¿dónde estaba? A simple vista parecía la habitación de un hospital, pero eso era lo que menos me importaba. Lo mejor era que estaba vivo y que podía respirar ese aire que hasta donde recordaba tanto quería y necesitaba. Sólo tenía que esperar a que alguien viniera y me diera una explicación de lo que había sucedido. Aguarde un rato, pero debido al cansancio y al agotamiento, me inundó un profundo sueño.

En este estado, creí ver cómo en mi habitación entraban dos individuos que por su atuendo parecían personal sanitario. Traté de hablar con uno de ellos, pero de mi boca no salía ni una sola palabra. Al percatarse de que intentaba decirle algo y para calmarme me dijo. —Tranquilo, relájese, está en buenas manos. Me inyectó algún tipo de medicamento y volví a caer en un profundo sueño. No sabría decir el tiempo que estuve así, pero me desperté con las fuerzas renovadas (o eso me parecía a mí) ya que, al intentar moverme, noté un dolor intenso que recorría todo mí cuerpo. Esto me hizo pensar que quizá no era tan buena idea moverse, aunque tenía que incorporarme si quería conseguir información de lo qué había sucedido. Me di cuenta de que ya no estaba atado a la cama, así que haciendo un gran esfuerzo conseguí levantarme y quedarme sentado en el borde, teniendo una mejor perspectiva de la habitación donde me encontraba. No era muy grande. No tenía mucho mobiliario. Tan solo había una mesilla al lado derecho de la cama, y un pequeño armario para dejar la ropa. En la habitación había dos puertas, una de ellas sería seguramente la del baño y la otra la que creía me sacaría de allí, siendo un poco optimista. A mi izquierda había un ventanal por el cual se filtraba la luz del exterior. Como pude me bajé de la cama. Aún me dolía todo el cuerpo, sentí un repentino mareo que por segundos me dejó inmóvil y apoyado en la cama. Una vez se me pasó me dirigí hacia la ventana. Quería ver el exterior. Vi un patio trasero y a lo lejos un frondoso bosque. Ya estaba anocheciendo. Aquel paisaje me recordó a los días que pasaba con mi padre en una cabaña a las afueras de Kenora, donde los dos juntos pasábamos las tardes pescando. No se podía ver mucho más, pero por lo menos pude comprobar que aquel hospital debía estar en algún lugar a las afueras de la ciudad, pero… ¿de qué ciudad? Me arrastré como pude hacia el armario para comprobar si allí se encontraba mí ropa, intenté abrirlo, pero estaba cerrado, volví hacia la cama y me senté resignado en ella. Pude ver un cable que colgaba desde la cama, lo seguí con la mirada y comprobé que se trataba del pulsador de emergencia que tienen todas las habitaciones de hospital. Me estiré para cogerlo con un gran esfuerzo lo pulsé varias veces seguidas, esperando sentado en la cama a que alguien apareciera. Pero allí no se presentó nadie. Decidí levantarme y salir de aquella habitación, antes de abrí la puerta me paré a escuchar, y tras comprobar que no se oía nada decidí abrirla.

Temía que al igual que el armario, también estuviera cerrada. Con la mano temblorosa giré suavemente el pomo, sonó un chasquido y la puerta cedió. Tiré de ella lentamente y una ráfaga de aire con un fuerte olor a desinfectante se coló en la habitación. Dudé unos segundos si salir o regresar a la cama, pero la curiosidad me pudo y sin más titubeos crucé el umbral de la puerta. Me encontré un pasillo que pareció interminable. A ambos lados había multitud de puertas. Desde mi situación pude apreciar al lado izquierdo, en el cruce de los dos pasillos, algo parecido a un control de enfermería; y me dirigí a él. Me encontraba un poco mejor. Aunque todavía estaba débil, fui apoyándome en la pared hasta llegar allí. Miré a mi alrededor, pero no había nadie. Desde el otro lado del mostrador observé una puerta de cristal biselado, en la que había un cartel que indicaba: «zona de descanso». Pasé dentro y golpeé suavemente la puerta, esperando contestación. No obtuve resultado. Comprobé si la puerta estaba abierta. Agarré el pomo con firmeza y lo giré. Oí los engranajes de la cerradura y la puerta se abrió. Ante mí, una pequeña sala con un solo sofá y una mesa, nada más. Se encontraba en perfectas condiciones. Aquella habitación no se había utilizado nunca, o eso parecía. Di media vuelta para retomar el camino por donde había venido y entonces lo vi. Estaba quieto, impecable, esperando a que alguien lo utilizara; era blanco, por su aspecto al igual que el sofá y la pequeña mesa parecía como si nunca nadie lo hubiera utilizado, así que cogí el impoluto teléfono y lo descolgué. Me lo acerqué para comprobar si daba tono y, entonces mis sospechas se confirmaron, aquel teléfono no daba señal alguna. Aquel hospital estaba muerto. Colgué, y salí de detrás del mostrador y seguí por el pasillo de la derecha a ver si por fin encontraba algo o a alguien en aquel siniestro lugar. Conforme transcurría el tiempo cada vez estaba más convencido de que en aquel hospital sólo estaba yo.

No se oía nada, ni se veía un alma, pero yo seguía andando, y buscando a alguien… o simplemente una salida. Me paré frente a algunas habitaciones. Abría las puertas, pero todas estaban vacías, algunas puertas ni si quiera se abrían, como si escondieran algo o a alguien en su interior y otras en cambio sí. En las que estaban cerradas no puedo asegurar si había alguna persona en su interior, pero no parecían ocupadas. Aquellas que sí conseguí abrir tenían un mobiliario idéntico compuesto por una cama, una mesa y poco más; estaban todas inmaculadas y parecía que nunca se hubieran usado. Tras un rato andando sin rumbo, pude ver a lo lejos unos ascensores. Encaminé mis pasos hacia ellos. Antes de llegar escuché un ruido, me paré y observé a mí alrededor, pero no había nadie (debía ser producto de mí imaginación). Ya estando frente a los ascensores, pulsé varias veces para llamarlos, pero no respondieron (debían estar fuera de servicio). Justo cuando más convencido estaba que en aquel lugar estaba yo sólo, fue cuando a lo lejos empecé a oír unos pasos. Me detuve entre dos pasillos mirando a ambos lados, intentando averiguar de dónde provenían. El eco no me dejaba distinguir bien. ¡No podía ser!, mis ojos me engañaban, lo que estaba viendo no era real, allí estaba… aunque sólo la había visto una vez en aquel bar la reconocí perfectamente. Tenía un atractivo fuera de lo común, y eso, la hacía difícil de olvidar. La mezcla exótica que proporcionaba su piel canela, su pelo negro azabache y unos ojos de color verde intenso hacían de ella una mujer inalcanzable para cualquier hombre

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