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¿Puedo Soñar Contigo? – Blue Jeans

Atrás quedaron los malos momentos que hicieron peligrar el futuro de El Club de los Incomprendidos. Valeria, Raúl, María, Bruno y Ester vuelven a estar muy unidos, gracias sobre todo al empeño de Alba, quien se está ganando con creces formar parte del Club. Pero después de la calma, la tormenta: malentendidos, envidias, reencuentros inesperados, historias que renacen, nuevos personajes y la reaparición de alguien muy especial para todos ellos volverá a poner su amistad en peligro. Amores imposibles, pasiones desbordantes, dudas inconfesables y ¡diversión asegurada! ¿Puedo soñar contigo? es la tercera y última entrega de la trilogía de El Club de los Incomprendidos, unos personajes que nos han acompañado desde ¡Buenos días, princesa! y No sonrías que me enamoro.


 

Se sobresalta y echa un vistazo a su alrededor. Las cortinas se mecen adelante y atrás impulsadas por una suave brisa que entra por la ventana. Todo parece tranquilo en la habitación. Allí no hay nadie más. Entonces, ¿sólo ha sido un sueño? Se frota los ojos con fuerza y, a media luz, comprueba que realmente se encuentra a solas. Sí, no hay duda. El dormitorio está vacío. Un sueño, un estúpido sueño… Era tan real. Tan auténtico. ¿Por qué sueña con cosas inalcanzables? Su subconsciente le ha vuelto a jugar una mala pasada. Una más para la colección. Al menos esta vez la escena era dulce, amable. Pero saber que jamás se hará realidad le altera. —¡Hip! —suelta, en voz alta—. ¡Hip! Maldito hi… ¡Hip! Le ocurre con frecuencia. Cada vez más a menudo. Los nervios, le ha dicho el doctor. Vive con demasiada tensión. Y es que siempre que hay algo que no puede controlar o le sobrepasa, le entra un incesante hipo. —Tienes que relajarte. —¿Sabe? No es tan fácil.


—Claro que no lo es. Pero para eso estoy y o aquí, para enseñarte. Cierra los ojos. Sin oponerse, obedece al señor que tiene delante. Oscuridad. —¿Y ahora? —Ahora, imagina que estás en una playa… Relájate… Poco a poco te vas a ir encontrando mejor. En calma. ¿Ya ves la playa? —No. —Concéntrate. Imagina una bonita playa desierta. No hay nadie en ella. Sólo estás tú. La arena suave roza tus pies descalzos… El mar… Las olas muriendo en la orilla… ¿Escuchas las olas? —No. Sólo a usted. —Está bien. Sigamos… No abras los ojos. Debes oír y ver las olas del mar… —No hay ningún mar, ni tampoco olas. Nada de nada. Sólo veo negro. —Claro. Porque tienes los ojos cerrados y no te estás concentrando. Debes relajarte e imaginar que estás en la playa. —Es que no me gusta la playa. El doctor resopla, algo desesperado. Sin embargo, su labor es seguir insistiendo.

Le pide una vez más que continúe con los ojos cerrados y se dirige hacia la mesa donde está el ordenador. Abre la carpeta en la que guarda la discografía completa de Café del Mar. Elige al azar uno de sus temas y pulsa el Play. —¿Escuchas? —le pregunta, susurrando—. Esta música es para que te relajes. —¿No tiene algo más movidito? Me duermo. —Eso es que te estás relajando. —Qué sueño. —No te duermas. Aún nos queda media hora de sesión. Olvidémonos del mar y la playa. Ahora imagina que estás en un lago. Las montañas alrededor. El cielo azul. Todo está muy tranquilo. No hay ni un solo ruido. Sólo la música que… —¿Hay pájaros? —¿Quieres que haya? —Sí. Me gustaría. —Muy bien. ¿Qué pájaros quieres visualizar? —Mmm… ¿Pueden ser buitres? —No. No hay buitres en el lago. —¿Y cuervos? Me gusta oír graznar a los cuervos. ¿Sabe? En mis sueños a veces aparecen cuervos. El doctor se pasa una mano por su pelo rizado y se muerde el labio para no perder la calma. Segundos después responde pausado, con una sonrisa.

—No hay cuervos. —¿Tampoco? Vaya mierda de lago —sentencia, y abre los ojos de nuevo—. ¡Hip! —Debes relajarte. Cierra los ojos. —No sirve de nada que cie… ¡Hip! —Tienes hipo. Eso es por los nervios… ¿En qué estás pensando ahora mismo? —En él. —¿En ese chico del que no me quieres decir el nombre? —Sí. —¿Por qué no quieres hablarme de él? No va a contarle que es porque él también lo conoce. Simplemente, le responde « porque no» . Se niega a decirle más sobre el tema. Cierra los ojos otra vez y se acomoda en aquel sillón en el que ya acumula varias sesiones. —¡Hip!… Doctor, ¿y si seguimos hablando del lago ese? Se levanta de la cama y camina hasta donde dejó el portátil antes de echarse la siesta. El hipo no desaparece. Se sienta frente al ordenador y lo enciende. Mientras se inicia el sistema, el odio hacia él le va invadiendo por dentro. Hoy los ha vuelto a ver juntos. Si tuviera el valor suficiente, lo haría desaparecer. Introduce la clave y aparece en su pantalla el Windows Vista. ¡Dios, cómo le odia! Entra en Twitter y busca su cuenta. Mierda, lo ha bloqueado. Es la sexta vez que lo hace. Tendrá que elaborar otro perfil. No pasa nada, ya se ha acostumbrado. No tarda nada, en menos de dos minutos ya tiene un usuario nuevo al que llama « Odioalostramposos» . Con una sonrisa malévola, regresa a la cuenta de aquel estúpido y le escribe un mensaje, pulsando las teclas con rabia.

Eres la persona más miserable que existe. No escaparás de mí. Algún día te daré tu merecido. No dejaré que duermas tranquilo, Bruno Corradini. Miércoles Capítulo 1 El bostezo de Raúl saca una sonrisa a Valeria, que apoya la cabeza en su hombro y coge un puñado de palomitas del cubo. Aquella película no le está gustando demasiado, pero le está sirviendo para desconectar. Los exámenes finales de junio se acercan a gran velocidad. En cinco días comienza la tortura. ¡Y debe aprobar todas las asignaturas de primero de Bachillerato! La idea de ir al cine no ha sido mala, aunque se han equivocado con lo que han ido a ver. Un beso con sabor a sal y más bostezos. Ahora compartidos. Alba mira de reojo a la pareja y sonríe. Se alegra de que sigan juntos. Y pensar que por su culpa casi rompen. Nunca debería haberle hecho caso a Elísabet. Afortunadamente, todo se arregló entre ellos y desde aquel día de marzo en el que Raúl le pidió disculpas a su chica en la plaza Mayor, no ha habido más sobresaltos provocados por Eli. Es como si hubiera desaparecido de la Tierra. A lo largo de aquellos dos últimos meses Alba ha intentado por todos los medios que los Incomprendidos sean de nuevo un grupo unido. Un club de amigos inseparables que se ayudan entre ellos. De alguna manera se lo debía. Lo de ir esa noche al cine lo ha propuesto ella. —Chicos, ¿por qué no lo dejamos ya por hoy? —Hay mucho que estudiar. Y no lo llevo nada bien —responde Ester, resoplando, y tacha el resultado final que acaba de obtener en aquel problema. Alba se acerca hasta ella y la abraza por detrás. Ester se encoge al sentir las manos de su amiga.

Últimamente, está muy cariñosa. —No te preocupes. Seguro que apruebas todo. —Ya veremos. —Que sí. No lo llevas tan mal. ¿Qué te preocupa? —Matemáticas… Las odio. Es como una pesadilla. —¡Pues para eso está Bruno! —exclama Alba, alegremente—. ¡Para echarte una mano! ¡Como siempre! El aludido levanta la cabeza al escuchar su nombre y mira hacia las dos chicas. Ambas están observándole. Son tan diferentes, pero al mismo tiempo, tan parecidas. Ester continúa preciosa, con su flequillo recto en forma de cortinilla. Como el primer día que la vio. Aquel día en el que se enamoró perdidamente de ella. Y Alba ya no tiene ese horrible pelo corto azul. Una media melena rubia se desliza por sus hombros y sus ojos claros lucen más vivos que nunca. —¿Qué tengo que hacer? —pregunta él algo desconcertado. —Ayudarla con las mates. Tú eres el genio de los números. Y ya lo has hecho más veces, ¿no? —Ah. Claro, claro. Lo que necesites. La sonrisa de Bruno coincide con la de Ester. Por poco tiempo.

Cuando están en el grupo les cuesta mirarse a los ojos. Llevan varias semanas compartiendo un gran secreto. —Bueno, pero dejemos de hablar ya de estudios y de exámenes. ¡Estoy cansada! ¿Por qué no nos vamos todos al cine? —Me parece una idea genial —indica Valeria, cerrando una carpeta de anillas en la que guarda sus apuntes. Raúl, que está sentado a su lado, la imita. También a él le apetece desconectar de libros y hojas llenas de cifras y letras. —Por mí vale —señala, estirándose. —¡Genial! ¡Llamo a Meri por si quiere venirse con nosotros! —grita Alba, sacando el móvil del bolsillo de su pantalón. Responde al tercer bip. La pelirroja es la única que a veces falta a las nuevas reuniones del Club de los Incomprendidos. Las retomaron hace y a unas semanas. Alba fue la responsable de que eso sucediera, a fuerza de insistir una y otra vez en que un grupo así de amigos no podía distanciarse tanto como lo había hecho. Tres tardes por semana quedan en la cafetería Constanza. E incluso han reescrito aquellas normas que establecieron en su día. Ahora son mayores y ya no tienen esa necesidad de buscar a otros chicos que les comprendan. Pero son un grupo de jóvenes que se entienden, se conocen bien y han compartido infinidad de emociones y experiencias de todo tipo. Mejor juntos que cada uno por su lado. —¿No vienes entonces?… —pregunta, algo decepcionada, cuando María contesta al otro lado de la línea. Y escucha atentamente su explicación—. Ah. Muy bien. Vale… Comprendo. Bueno… Si cambias de opinión, ya sabes. A las ocho. En Callao… Muy bien… Vale, Meri.

Un besito. Y cuelga el teléfono. El resto está contemplándola. Alba abre los brazos resignada y les cuenta que ha dicho que no puede quedar porque va a ir con su padre a no sé qué sitio. Valeria respira aliviada. Desde que su madre se casó con el padre de Meri su relación se ha ido estropeando poco a poco. Hay algo que ha dejado de funcionar entre ellas. ¡Ahora son hermanastras! Y eso ha traído consigo cierta tensión. Su amistad no es la misma que antes. —Pues nada, se acabó el estudio por hoy. ¡Vamos al cine! Durante la media hora que lleva allí sentada, en ningún momento Ester se ha sentido cómoda. Apenas se ha enterado de qué va la película. No tiene que ser demasiado buena porque escucha bostezos a izquierda y derecha. Bruno come palomitas ruidosamente a su lado. Con él comparte un secreto desde hace unas semanas. Nunca imaginó que las cosas se desarrollarían así y cambiarían tanto en tan poco tiempo. El móvil vibra dentro de su pantalón vaquero. Es un mensaje de WhatsApp. Hola. ¿Te apetece hablar conmigo esta noche por Skype? Sería la sexta vez en varios días. La conversación de ayer fue divertida. Cómo sospechar que aquel chico conseguiría hacerla reír. Se lo piensa unos segundos y responde. Hola. Estoy en el cine.

Llegaré tarde a casa. Si me esperas despierto… Bruno mira disimuladamente a la chica sentada a su izquierda. Sonríe con el móvil en la mano. ¿Quién le habrá escrito? ¿Un chico? Siente curiosidad. ¿Y celos? No, no puede sentir celos. Tose y se centra de nuevo en la gran pantalla, aunque desde ese instante le cuesta seguir el hilo de la película. Su mente se lo impide. Te esperaré lo que haga falta. Me lo paso muy bien contigo. ¿Sabes? Me gustas. Un escalofrío recorre el cuerpo de Ester cuando lee aquellas palabras en su móvil. ¿Y a ella? ¿Le gusta él? No sabe qué responderle, por eso, simplemente, contesta con un emoticono sonriente y guarda el teléfono. —¡Hip! Se ha escuchado en toda la sala, como un trueno en medio del mar en calma. Aquel hipo ha arrancado algunas risas entre los espectadores y ha avergonzado a una persona en particular. Val se tapa la boca con las dos manos. ¡Le tenía que ocurrir a ella, justo en ese momento de silencio absoluto! Sus cuatro amigos se han girado y la observan. Colorada como un tomate, se deja caer en su asiento y cruza los brazos. —Eso es que te comes las palomitas demasiado rápido —le susurra Raúl, apretando su rodilla cariñosamente. —Jo. Soy tonta. —No te preocupes, le puede pasar a cualquiera. Valeria sabe que no. Que algo así sólo le puede suceder a gente como ella. Una patosa sin remedio, incapaz de controlar su propio hipo y de pasar desapercibida en medio de una sala de cine. —¿Estás bien? —le pregunta Alba en voz baja, inclinándose junto a ella.

—Bueno… —Tranquila. A mí me entra hipo muchas veces cuando estoy nerviosa — reconoce su amiga, guiñándole un ojo—. Y lo que hago para quitármelo es beber pequeños sorbos mientras cuento hasta diez entre sorbito y sorbito. Nunca había probado ese método. Normalmente se le quita solo. Tiene que intentar aguantar y… « ¡Hip!» . Menos mal que esa vez no se le ha escuchado. Valeria niega con la cabeza y decide probar el consejo que le ha dado su amiga. Alcanza su Coca-Cola Light y comienza a dar pequeños tragos y a contar para sí. Cuando llega a diez, se detiene. Respira hondo y mira a Alba. Ésta le hace un gesto de conformidad con el pulgar. Bien, parece que el hipo se ha marchado. —¿Ves como funciona? —Sí. Muchas gra… ¡Hip! El hipo de Val irrumpe con gran magnitud en la oscuridad de la sala 7, mientras en pantalla los dos protagonistas de aquella aburrida película se besan por primera vez. Las risas ahora son más prolongadas. Incluso alguien suelta alguna gracia que provoca carcajadas en el resto de los espectadores. La chica no lo soporta más. Se levanta de su asiento, avergonzada, y, con las manos cubriéndose el rostro, huye de allí. Raúl amaga con salir tras ella, pero Alba le pide que no lo haga, que espere cinco minutos, que Valeria querrá estar sola ahora. El joven asiente y se acomoda en su sitio. Saca el móvil y le escribe a su novia. Algo así le puede pasar a cualquiera. Aunque tú no eres cualquiera, eres la mejor. Eres única.

Te quiamo. Desde noviembre juntos. Con sus idas y venidas. Con problemas, con risas y sonrisas, con mentiras, con terceros…, con todo lo que supone una relación de dos personas jóvenes que siguen madurando día tras día, en lo personal, en pareja. Con todo eso y muchísimo más, la quiere. Y sabe que ella también le quiere. Aunque el otro hay a vuelto. Aunque el otro también la quiera. Aunque no pueda evitar preguntarse, cada vez que se va a la cama, si realmente Val, su Val, estará pensando en él. Alba está convencida de que Raúl está dándole vueltas a la cabeza por aquel tema que tanto le preocupa. No le gusta ver a su amigo así, pero ella no puede hacer nada. Debe ser fuerte, apretar los dientes y confiar en su novia. Suspira y mira a Bruno, que come palomitas. Le sonríe y es correspondida. Bruno… El bueno de Bruno. Su corazón se acelera y palpita a toda velocidad. Su querido Bruno… E, imitando a la protagonista de la película y dejándose llevar por todo lo que siente, se lanza sobre él y le planta un enorme beso en los labios. Uno más de todos los que se han dado en esos últimos dos meses. Y de los que si fuera por ella le estaría dando toda la vida. Capítulo 2 —¿No te apetecía ir con tus amigos al cine? —No. Prefiero estar aquí contigo. —Pero les has contado que te ibas con tu padre. ¡Les has mentido! ¡Muy mal! —No es la primera vez. Ya lo sabes. Paloma arruga la frente y tuerce el labio, en una divertida mueca.

Luego, sonríe y le da a Meri un beso en la mejilla, seguido de otro pequeño en la boca. Se tumba en la cama detrás de ella y le coge la mano para acariciarla. —Nos hemos convertido en pequeñas mentirosas. Como la serie. —Mmm. En realidad, tú tienes cierto aire a… —indica María, y se queda pensativa un instante. —¡Mejor no me digas nada! ¡No me gustan las comparaciones! —La que iba a hacer era buena. —¿Sí? —Claro. Te pareces un poco a… —¡No, no, no! ¡Mejor no me lo digas! —grita Paloma, dándose la vuelta y colocando la almohada sobre su cabeza. —Tú eres como… —¡Que no me digas nada, por favor! —Eres… tan guapa como Hanna, tan lista como Spencer, tan romántica como Emily… y tan carismática como Aria. La jovencita rubia aparta la almohada, se sienta en el colchón junto a su chica y la contempla fijamente. —¿Crees de verdad que soy todo eso? —Sí. Por supuesto que lo creo. —¡Oh! Eso es que me quieres mucho, ¿verdad? —¿No se nota? Se le nota muchísimo. Está enamorada de ella. De esa quinceañera pequeñaja que ha puesto su vida patas arriba y que se ha convertido en lo mejor que le ha pasado nunca. Las dos se abrazan emocionadas, mezclando sentimientos. Y se besan cálidamente, despacio. Casi a cámara lenta, saboreando los labios de la otra. —Mi padre no vuelve de su viaje hasta la semana que viene y mi madre tardará una hora en llegar a casa —comenta Paloma, rozando con las yemas de los dedos la piel suave de Meri. Hace unas semanas que ya no lleva gafas. Se ha empezado a acostumbrar a usar lentillas y ve la vida de otro color. Se siente un patito menos feo. Sobre todo porque ella la mira de una manera que nunca antes había experimentado. Paloma logra cada vez que están juntas que se sienta especial, única.

Es una sensación incomparable. Aunque al mismo tiempo le produce miedo. Se ha hecho tanto a ella que le preocupa que se canse, que quiera a alguien mejor o que descubra que lo que le gustan son los tíos. Que ese amor, por una razón u otra, desaparezca de la noche a la mañana. Sin avisar, tal como llegó. —Y con eso, ¿qué quieres decir? —Que… tenemos mucho tiempo para… nosotras solas —dice Paloma, levantándose. Con sensualidad, sin dejar de observar a Meri ni un segundo, cruza los brazos y se quita la camiseta. La voltea y la lanza contra el suelo. Su novia abre los ojos como platos. —Pero… ¿qué quieres que…? —Shhh. Llevamos más de dos meses juntas. ¿No crees que ya es hora de avanzar un poquito más? —Yo… No lo sé. Hasta ese momento, nunca había visto a Paloma con tan poca ropa. Casi nunca pueden estar solas, ni disfrutar de momentos de intimidad. Sin embargo, en el fondo, eso sólo es una excusa. A Meri lo que le da miedo es cruzar la frontera que separa un beso de algo más. La idea de que ella la vea desnuda le horroriza. Se morirá. Tiene tantos complejos con su cuerpo… En cambio, ella es perfecta. —¿Te gusta? —le pregunta, tras desabrocharse el vaquero y dejar a la vista de su chica el borde de un tanga blanco y rojo. Sin quitarse el pantalón, se acerca hasta la pelirroja, se inclina y la besa apasionadamente. Meri apenas puede respirar. Le sorprende la situación y que aquella cría, tan inocente e ingenua en muchas ocasiones, se esté soltando hasta esos límites. —Para, anda —susurra incómoda, echándose a un lado y retocándose el pelo —. No vaya a ser que regrese tu madre antes de tiempo.

—No va a volver hasta dentro de una hora. Ya te lo he dicho. —¿Y si lo hace? —¡Pues le contamos lo nuestro! —¡Estás loca! ¿Cómo vamos a contarle lo nuestro? —Algún día tendremos que salir del armario —contesta Paloma rascándose la barbilla, nerviosa—. Quiero poder quererte en cualquier parte. —Y y o. Pero no es tan sencillo. —¡Claro que no lo es! ¡Ya sabes cómo son mis padres, además! —exclama, sentándose de nuevo en la cama al lado de María—. Los tuyos son más flexibles. No tendrás tantos problemas como yo. En eso tiene razón. Los padres de ella son muy tradicionales y estrictos y sabe que habrá mucha tensión cuando les confiese su homosexualidad. —No sé qué decirte, Paloma —comenta muy seria. —Dime lo que piensas. Sólo quiero oír lo que sientes. Nada más. —Ya lo sabes. Te lo repito todos los días. Te quiero… —Y si me quieres tanto, ¿qué te pasa? ¿Por qué te has asustado cuando me he quitado la camiseta y me he desabrochado el pantalón? —No me he asustado. —Sí lo has hecho. ¿Crees que no me he dado cuenta? —Te equivocas. —Entonces, ¿qué pasa? ¿No te gusta mi cuerpo? —El… que no me gusta… es el mío. Tartamudea cuando habla. Desvía su mirada, que se pierde en una de las paredes de la habitación. —¡Qué dices! ¡Si tienes un cuerpo muy bonito! —la contradice Paloma. —¿Cómo lo sabes? No lo has visto desnudo… —responde sin mirarla a la cara.

—¿Y qué? Lo he visto con ropa. —No es lo mismo. —Anda que… ¡No me gusta que pienses así!… Mírame, guapa —le ordena sonriente—. Vamos, pelirrojita. Mírame. María titubea, pero finalmente le hace caso y contempla a la otra chica. Ésta, por sorpresa, se lleva las manos a la espalda y desabrocha su sujetador, que se le queda colgando en una mano. —¿Qué haces? —¿Ves? ¡Son muy pequeñas! —exclama, riéndose nerviosa—. No llego ni a la noventa. —¡Tápate, por favor! —¿Y me asusta enseñártelas? No. ¿Por qué? Porque tengo plena confianza en ti… y te quiero. Tanta sinceridad en aquella exhibición ruboriza a Meri, que no sabe cómo actuar. Está hipnotizada por el cuerpo desnudo y perfecto de su chica. —Yo también te quiero, pero… —Pero nada. No tengas miedo. Quítate la camiseta. —No… No puedo. —No pasa nada. No temas, de verdad. Confía en mí. Son unos segundos de confusión e indecisión para María. Quiere quitársela, pero su vergüenza no se lo permite. ¿Por qué se corta? ¡Es su novia! La persona con quien comparte todo, a la que desea y ama. ¿Por qué no es capaz de hacerlo? ¿Por qué no…? Pero no tiene tiempo de hacerse preguntas. Sin esperarlo, Paloma se le echa encima, sujeta su camiseta y la estira hacia arriba.

Meri reacciona con rapidez e impide que siga subiéndosela. Sin embargo, aquella jovencita es más fuerte de lo que imaginaba y logra que su ombligo quede al aire. —Déjalo, por favor. —Es por ti. Sólo quiero ayudarte… —Así no me ay udas. —Sí lo hago. Te ay udo a superar tus miedos. Es por ti, amor… —Y tras decir esto, sujeta la camiseta por el cuello y da un gran tirón. Tan fuerte, que la tela se rasga. Meri se da cuenta, la parte superior de la camiseta ha cedido y su sujetador blanco queda a la vista. Paloma, inmediatamente, suelta la tela al comprobar que la ha roto. —Lo siento mucho —murmura la joven, sintiéndose culpable por lo que acaba de suceder—. No quería rompértela. De verdad. Es un momento muy extraño. A Meri le cuesta articular palabra. Tiene ganas de llorar. Durante varios segundos sólo mira el desgarro de la camiseta. —Pelirrojita, di algo, por favor. No quiero que te enfades conmigo y me dejes de hablar. ¡Ha sido sin querer! ¡Te lo juro! Pese a las súplicas de Paloma, María permanece en silencio. Un par de minutos después, se levanta de la cama y se dirige hacia la silla en la que está la chaqueta con la que ha ido hasta allí. Se cubre con ella y se abrocha todos los botones. Entonces, sí mira a su chica, que se ha vuelto a poner su camiseta. —Me voy a casa.

Luego te llamo o te escribo. —Lo siento. Perdóname. —No importa —responde, enseñando una tímida sonrisa. Abre la puerta de la habitación y cuando está a punto de marcharse, oye cómo Paloma corre hasta ella y la abraza por detrás con todas sus fuerzas. Meri se da la vuelta y recibe el beso más intenso que le han dado en toda su vida. Y sin explicarse el porqué, se deja llevar. Sus manos se pierden en su espalda, apretando los dedos contra su piel, sin dejar libres sus labios ni un solo instante. Es como si la tensión vivida antes se liberara en cada rincón de su cuerpo. No tarda en deshacerse de la chaqueta. Y en seguida, de la camiseta. De una, de otra. Y luego del sujetador. Y del pantalón. Pasión adolescente, sin complejos. Sin réplicas. Sin miedos. Todo desaparece. Todo se evapora. Las dos se dejan caer en la alfombra de la habitación sobrepasadas por el deseo, por la intensidad, por el amor. Por la inmensidad de sentirse más unidas en ese momento de lo que jamás lo hayan estado hasta ahora.

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