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Provócame – Victoria Dahl

Lori Love siempre había deseado salir de Tumble Creek, pero diez años atrás había heredado el taller de su padre y se había quedado en el pequeño pueblo. Ahora, según su amiga Molly, lo que necesitaba era algo excitante, preferentemente en forma de ardiente aventura, sin ataduras y con sexo a raudales. Lo único que Quinn Jennings tenía en la cabeza eran edificios, nada relacionado con el romanticismo o con el amor. A aquel arquitecto tan serio le encantó descubrir que Lori estaba dispuesta a saltarse el protocolo de las citas y a meterse directamente en la cama. Y ayudado por los tórridos libros que encontró en la mesilla de Lori, se encargó de satisfacer las fantasías más salvajes de ambos. Pero cuando la vida en Tumble Creek dio un peligroso giro para Lori, Quinn descubrió que ella le importaba mucho más de lo que imaginaba…


 

—¡Nena, eso sí que es un buen trasero! Lori Love ignoró aquella voz ronroneante y le dio una última vuelta al último tornillo de trasmisión del viejo Ford, apoyándose con todo su peso sobre la llave inglesa. —¡Di que sí! Mueve ese cuerpo, cariño. Cuando el tornillo estuvo por fin suficientemente ajustado, Lori contoneó el trasero en cuestión y le dirigió una sonrisa a la rubia que tenía tras ella. Molly, su mejor amiga, le dirigió una mirada lasciva y arqueó las cejas con una sugerente apreciación. —Con ese movimiento puedes matar a cualquiera, chica. Lori se enderezó y guardó la llave inglesa en la caja de herramientas. —No sabía que esta imagen te excitara tanto —sonrió a Ben Lawson, que permanecía detrás de Molly mirando hacia el techo—. Deberías comprarte un mono de mecánico, Ben. Parece que a Molly le gustan. Ben elevó los ojos al cielo. —¿Todavía no hemos terminado de hablar del trasero de Lori? —¡Oh, no sé! —canturreó Molly—. Es que es tan bonito y tan respingón. ¿No te hace pensar en…? —Desde luego —la interrumpió Ben—, eres la novia más rara que he tenido nunca. Lori asintió, mostrándose de acuerdo. —Sí, estoy de acuerdo, pero es el precio a pagar por haber sido acogido en este pequeño pueblo. Molly, ¿has venido para mirar con lujuria mi trasero o puedo hacer algo por ti? ¿Necesitas algún lubricante, quizá? Las dos amigas estallaron en carcajadas mientras Ben volvía a mirar hacia al techo con evidente disgusto. Era mucho más maduro que las dos juntas. Y era una suerte, teniendo en cuenta que era el jefe de policía de la localidad. —En realidad, vengo por una razón muy diferente —contestó Molly—. Quinn por fin ha reconocido que no puede arreglar su excavadora.


Necesita ayuda. Esperaba que pudieras pasarte por su casa. Lori pensó en el hermano de Molly y frunció el ceño. —Quinn es arquitecto. ¿Para qué quiere una excavadora? ¿Y por qué se creía capaz de arreglarla él solo? Molly hizo un gesto con la mano. —Ya sabes cómo son esos genios. Creen que son capaces de hacer cualquier cosa. Te conté que se estaba construyendo una casa en el puerto, ¿verdad? La excavadora no arranca y la necesita para terminar de preparar el terreno antes de que llegue el invierno. Quiere comenzar a levantar la casa en primavera. —Espera un momento. ¿Me estás diciendo que se la está construy endo él mismo? Yo di por sentado que querías decir que se la estaban haciendo. —Pues no. Dice que le ayuda a relajarse. ¿Quién demonios se relaja haciendo una casa? Es increíble que tenga que destacar en todo —cuando Molly parecía a punto de comenzar a exaltarse, Ben tomó uno de sus mechones rubios entre sus dedos. —Pero no todos tenemos tus habilidades artísticas, Molly —le dirigió una sonrisa íntima con la que consiguió relajarla de inmediato. Molly se dedicaba a escribir novelas eróticas, lo que había sido motivo de tensiones en la pareja, pero, al parecer, Ben había terminado aceptándolo. Y en muy buenos términos. Lori consiguió disimular su envidia alejándose para ordenar la caja de herramientas. Por supuesto, no tenía ningún interés en Ben. Pero le habría gustado disfrutar de una saludable vida sexual. Bajó la mirada hacia su mono a rayas y comprendió que no tenía grandes esperanzas al respecto. —Me pasaré por casa de Quinn esta misma semana —se ofreció—. ¿Dónde está exactamente? —El camino de entrada a su casa está justo después de entrar en el puerto por el lado de Aspen. Gira a la izquierda y la casa está a unos quinientos metros. —Bonito lugar —musitó Lori.

A Quinn le debían estar yendo muy bien las cosas con su estudio. Apenas tenía treinta y cuatro años y ya se estaba construyendo su propia casa en la montaña con el montón de dinero que había ganado diseñando mansiones para millonarios. Después de acordar con Molly que se verían el viernes en The Bar, Lori volvió a trabajar en el Ford. Disfrutaba arreglando coches. Era algo que le gustaba de verdad. Su padre la había puesto a trabajar en un motor con solo seis años y llevaba haciéndolo desde entonces. Pero la verdad era que jamás había imaginado que pasaría el resto de su vida trabajando en el taller de su padre, su taller ya. Cuando a los dieciocho años había comenzado a ir a la universidad, ni siquiera contemplaba aquella posibilidad. Pero con el tiempo, todo había terminado siendo suy o: el taller, la grúa, el desguace… Todo un botín de deshechos mecánicos. Suspiró mientras cerraba el capó del coche. La vida no era justa, pero ella y a era una persona mayor. Aunque, bueno, demasiado bajita para su gusto. Medía un metro sesenta y era una mujer de constitución pequeña, lo que podría haber representado un problema a la hora de mostrar autoridad con chóferes y mecánicos. Pero, digna hija de su padre, era una persona cabezota, realista y poco dada a las quejas. De modo que después del accidente de su padre, había dejado la universidad, había pintado de color lavanda todas las camionetas y se había hecho cargo del negocio. Lori giró la llave en el encendido y el motor volvió a la vida, arrancándole una sonrisa cargada de tristeza. Aquel era su trabajo, se le daba bien y no había nada más que pensar. Dio marcha atrás para sacar el coche del taller y lo dejó en la entrada. En se momento, se dio cuenta de que Ben se dirigía hacia ella. Solo. —¡Eh! —exclamó mientras salía del coche—. ¿Has perdido a tu novia? —No, ahora está en el mercado. En realidad, necesitaba hablar contigo sobre algo, pero puedo volver mañana si lo prefieres. —No, ahora me viene bien, no te preocupes. ¿Qué pasa? Alzó la mirada hacia Ben y le miró a los ojos.

Ben señaló con la cabeza hacia la casa. —¿Por qué no vamos dentro y nos sentamos? —¿Estás de broma? —preguntó Lori con una risa. Su padre había muerto, su madre y sus abuelos lo habían hecho mucho antes que él. Tenía un primo que vivía en alguna parte de Wyoming, pero si ella era la persona a la que Ben recurría cuando tenía un problema, su vida era incluso más triste que la suya. Alzó las manos confundida. —¿Acabas de descubrir que choqué contra un banco? Porque en realidad eso fue hace muchos años. Travesuras de adolescentes. Ben apretó los labios y se la quedó mirando fijamente, así que Lori se encogió de hombros y caminó hacia la casa. A lo mejor habían descubierto a uno de sus mecánicos robando coches o algo parecido. Cuando le hizo pasar al interior de la casa, Ben señaló hacia el sofá. —¡Oh, vamos! —se burló Lori. —Creo que deberías sentarse. —Ben, esto es ridículo, ¡suéltalo y a! Al final, Ben cedió. —Muy bien. He estado investigando el caso de tu padre. A Lori le dio un vuelco el corazón. —¿Qué caso? Ben volvió a desviar la mirada hacia el raído sofá, pero al final, pareció optar por la solución más práctica y abordó directamente el tema: —La comisaría no estaba funcionando de manera muy eficiente hace diez años, cuando tu padre sufrió aquel asalto. Aunque el caso se cerró, no estaba convenientemente archivado. He estado revisando todos los archivos, intentando colocar todo en su lugar. Y el archivo con el caso de tu padre lo descubrí la semana pasada. Deseando estar por lo menos cerca del sofá para poder apoyarse contra él, Lori se obligó a preguntar. —¿Y? —No estoy completamente seguro de lo que pasó aquella noche. —Hubo una pelea en el bar —respondió Lori con firmeza—. Fue una pelea como cualquier otra de las muchas en las que se metió a lo largo de su vida. Y tuvo la mala suerte de golpearse la cabeza contra esa piedra.

Ben puso los brazos en jarras y bajó la mirada hacia el desgastado suelo de madera. —Lori, existe la posibilidad de que fuera algo intencionado. Voy a reabrir el caso. —¿Qué? ¡Eso es ridículo! ¿Por qué vas a hacer una cosa así? —Tengo ciertas sospechas. El aparcamiento no estaba precisamente lleno de piedras de granito. Y si alguien agarró una piedra y le golpeó con ella a tu padre en la cabeza, eso fue un ataque con arma mortal. Y habiendo tenido como consecuencia la muerte de tu padre, puede tratarse de un homicidio o un… Asesinato. No pronunció aquella palabra, pero Lori la oyó de todas formas. Sacudió la cabeza en una lenta negativa, fue hasta la cocina y posó las manos en el mostrador. Las magdalenas glaseadas que había hecho el día anterior resplandecían rosadas bajo la luz de la tarde como si quisieran burlarse del cambio de dirección que había tomado el día. Ben continuó hablando. De su voz desapareció todo signo de inseguridad en cuanto retomó las maneras de jefe de policía. —Si hubiera muerto en el momento en el que fue atacado, le habrían practicado inmediatamente la autopsia y se habrían recogido todo tipo de pruebas. Pero en aquel momento, lo importante era salvar la vida de tu padre. Aun así, en las fotografías que se tomaron no aparecen piedras en el aparcamiento. El único objeto que podría haber causado una fractura de cráneo es la piedra de granito en la que había restos de sangre. Me parece demasiada casualidad que cayera justo encima de esa piedra. —No tenía ninguna herida en la mano que indicara que intentó defenderse. Y ni siquiera lo encontraron cerca de su camioneta, o de la puerta del bar. Es raro tener una pelea en la parte trasera del bar. Normalmente, la gente sale a pelearse a la puerta. —Sí, supongo que sí —musitó Lori, pero, al mismo tiempo, negó con la cabeza. —Los informes de la autopsia son poco definitivos porque se confunden las fracturas de la cabeza con las cicatrices dejadas por la operación, pero quiero enviar el informe a Denver para pedir una segunda opinión. Solo para ver si se confirma mi hipótesis. Lori intentó reprimir las repentinas lágrimas que se le acumulaban en la garganta.

—¿Qué crees que pudo pasar? —No estoy seguro —Ben suspiró—, pero es posible que alguien atacara a tu padre por detrás. A lo mejor fue cuando estaba alejándose después de haber tenido una discusión, o a lo mejor ni siquiera sabía que había alguien allí. En el bar, nadie admitió haber visto salir a nadie tras él. Por lo que dicen los informes, tampoco había discutido con nadie mientras estaba en el bar. Tendré que volver a entrevistar a algunas de las personas que estaban allí aquella noche, pero me gustaría hacerlo todo de la forma más discreta posible. —Yo… Bueno, ¿qué quieres que haga yo? —Nada —contestó Ben rápidamente—. Ahora mismo, tú no tienes que hacer nada. Como te he dicho, quiero llevar esto de forma discreta. De momento solo haré algunas averiguaciones para intentar encajar algunas piezas. Pero no quería mantenerte al margen de mis sospechas. —Mi padre ya está muerto —musitó Lori—. Ya nada importa. Pero, por supuesto, importaba. Aquella noche, Lori no pudo dormir. Estuvo dando vueltas en la cama durante horas. Para las cuatro y media, se sentía ya como si estuviera a punto de explotar. Como si todos los pensamientos que daban vuelta en su cabeza pudieran arrastrarla y ¡plaf!, al final todo fuera a desaparecer. Su padre, su vida, las cosas que quería para sí misma… Incapaz de soportarlo más, se levantó, se duchó y se dirigió al taller para cambiar la bomba de gasolina del Chevy del señor Larsen. El aire era perfecto, limpio y fresco, pero Lori apenas abrió unos centímetros la puerta del taller. No quería arriesgarse a toparse con un oso curioso. Y menos todavía si los osos andaban en busca de desayuno. A medida que fue trabajando, sus pensamientos comenzaron a ser más claros y ligeramente menos dolorosos. ¿Y si Ben Lawson tenía razón? ¿Y si a su padre le habían matado deliberadamente? Tenía el cráneo fracturado, el cerebro dañado, le habían arrebatado la vida incluso antes de morir. ¿Sería posible que alguien lo hubiera hecho a propósito? Agarró un trapo viejo y se secó el sudor, o las lágrimas. Después, reemprendió la tarea.

Ella nunca se había quejado del rumbo que había tomado su existencia. Sabía que los imprevistos formaban parte de la vida. Había renunciado a la universidad, a viajar y a las citas, pero lo había hecho por su padre, lo había decidido voluntariamente. Su padre habría hecho eso y más por ella. No, no se quejaba de haber tenido que renunciar a tantas cosas. Pero una cosa era renunciar voluntariamente y otra muy diferente que se lo hubieran arrebatado. Sus años de adolescencia habían estado repletos de libros, esperanzas y una férrea determinación de entrar a la universidad de sus sueños. Y lo había conseguido. Había conseguido matricularse en la Boston College, para inmenso orgullo de su padre. Después, su padre había sufrido aquel accidente y ella había tenido que abandonar la universidad. Y Lori estaba comenzando a darse cuenta de que había dejado atrás mucho más que unos estudios. Había dedicado todos aquellos años a cuidar de su padre y a mantener el negocio para poder hacerse cargo de los gastos que generaba. Su vida transcurría entre monos, botas, camisetas y vaqueros. Sus únicas aventuras amorosas habían sido breves y muy poco emocionantes. Y últimamente, antes incluso de que hubiera llegado Ben con aquella noticia, había comenzado a sentir cierta inquietud. Sabía que no podía abandonar Tumble Creek de un día para otro. Las cosas no eran tan fáciles como montarse en un avión y matricularse de nuevo en la universidad. Eran muchas las cuentas que se habían acumulado durante aquellos años. Los cuidados para una persona que se había quedado en estado semivegetativo no eran baratos. No, no podía marcharse y empezar desde cero. Pero podía intentar cambiar algunos aspectos de su vida y algo dentro de ella la animaba a la acción. A lo mejor era la consecuencia natural de estar acercándose a los treinta. Pero aquella inquietud inicial se había convertido en algo mucho más intenso desde la aparición de Ben. Al advertir que la palidez rosada del cielo había sido sustituida por un sol radiante, alzó la mirada hacia el reloj. Las siete y media.

Abrió completamente la puerta del taller, haciendo retumbar un estruendo metálico. Salió a la luz del sol, al canto de los pájaros, pero el crujido de la grava bajo sus botas la distrajo de la belleza de la mañana. Pensó con tristeza en el esmalte rojo con el que se había pintado las uñas de los pies el día anterior y suspiró. A lo mejor debería intentar tener una aventura. O, sencillamente, limitarse a pedir otra caja de libros a la editorial para la que trabajaba Molly. En cualquier caso, después de ir a ver a Quinn esa misma noche, volvería a casa, se daría un baño caliente y leería algún cuento subido de tono. Y quizá fuera hora de empezar a pensar en salir a comprarse unos zapatos de tacón con la puntera abierta que resonaran contra el suelo con más ligereza que aquellas gruesas botas. Corrió al interior de la casa dispuesta a llamar a Molly. Justo en el instante en el que agarró el teléfono, sus pensamientos fueron interrumpidos por un inesperado timbrazo. Estuvo a punto de tirar el teléfono al suelo, algo que la habría irritado profundamente. De momento, ya llevaba dos teléfonos rotos en un año. Uno había caído víctima de las enormes y fuertes manos de uno de los conductores de la máquina quitanieves que peor le caía. El otro, no sabía como, había terminado dentro de un tubo de lubricante, algo que no era tan gracioso como podía parecer, por lo menos para un teléfono. —Taller Love —contestó bruscamente al teléfono. —¿Lori Love? —Sí, soy yo. —¡Hola! ¡Soy Christopher Tipton! —Chris siempre se anunciaba como si a Lori acabara de tocarle un premio de la lotería. Lori se sentó en un taburete. —Hola, Chris —le conocía desde que estaban en el colegio, pero tenía la sensación de que Chris no llamaba para recordar viejos tiempos—. ¿Qué quieres? —Me estaba preguntando si habrías tenido tiempo para pensar en la venta de esa parcela de la que estuvimos hablando en febrero. « Esa parcela» . Lo decía como si aquel pedazo de tierra no hubiera sido el sueño de su padre. —Mira, Chris. Lo siento. Han pasado solo unos meses y… En realidad, eso ya no era cierto. Había pasado todo un año desde la muerte de su padre.

¡Dios santo! ¿Cómo era posible que hubiera pasado tanto tiempo? —Sé que te resulta difícil pensar en ello, y que para ti no ha pasado tiempo suficiente, pero creo que al final llegarás a la conclusión de que la oferta que te estamos haciendo desde Tipton & Tremaine es muy generosa. —Yo solo… necesito más tiempo. Chris suspiró. —Lo comprendo. Solo quiero que me prometas que no considerarás ninguna otra oferta sin hablar antes conmigo. Nosotros también queremos preservar la belleza de ese paisaje. No estamos hablando de levantar una urbanización. Solo queremos unas cuantas cabañas a lo largo del río. —Sí, y a lo entiendo —musitó Lori. Pensó en la clase de « cabañas» que normalmente construía su empresa. Cabañas enormes en las que fácilmente cabrían siete familias. O una considerablemente rica. A Lori siempre le había parecido gracioso que las familias ricas necesitaran tanto espacio para sus uno coma ocho hijos. —Antes de considerar cualquier otra posibilidad, te llamaré. —De acuerdo, y o… —Adiós. Lori colgó el teléfono y le dio una patada al travesaño que tenía frente a ella, alegrándose de no llevar los tacones en ese momento. « Caramba» , pensó Lori mientras giraba en el que Molly había llamado « camino de entrada a la casa de Quinn» ; parecía poco más que un sendero. Desde luego, no era nada fácil llegar hasta allí. Ella ni siquiera habría reducido la velocidad si no hubiera sido por el letrero que había visto en el poste. Las ramas de los árboles rozaban el techo de la cabina de la camioneta y aquella fricción avivaba el aroma de los álamos. Incluso en pleno agosto, el aire era fresco a la sombra. En invierno, el frío debía de ser insoportable. ¿Pensaría Quinn quedarse allí durante todo el año? Cuando por fin salió de entre los árboles, experimentó una pequeña sorpresa. En realidad, no sabía que esperaba, pero, desde luego, no era aquello. Una cabaña diminuta situada al borde de un prado repleto de flores salvajes.

La música del gorgoteo del agua flotaba en el aire y era audible incluso por encima del fuerte sonido del motor. Parecía más probable encontrar allí un rebaño de arces que una obra. Pero cuando se acercó, vio la excavadora justo detrás de la cabaña, paralizada como una suerte de extraña jirafa que bajara la cabeza en señal de derrota. Lori condujo hacia allí sin fijarse siquiera en Quinn hasta que aparcó. Este permanecía junto a una mesa de dibujo situada en el porche trasero, de cara a unos árboles bañados por el sol situados hacia el oeste. No la sorprendió que ni siquiera alzara la mirada cuando cerró la puerta de la furgoneta. Quinn tenía una capacidad especial para aislarse del mundo cuando estaba trabajando en algo que consideraba importante. Y, evidentemente, lo que estaba haciendo en aquel momento debía de serlo. —¡Hola, Quinn! —le saludó. —Hola —contestó Quinn, sin mirarla siquiera. Lori sonrió, fijándose en el brillo del sol contra su pelo castaño claro. —Vengo a ver la excavadora. —Claro. Frunció el ceño fijándose en el dibujo que tenía delante y comenzó a dibujar. Inclinado sobre la mesa, no parecía medir el metro ochenta que medía, pero los hombros le parecieron más anchos de lo que ella recordaba. Y sus manos… Bueno, sus manos continuaban moviéndose con aquella elegante precisión en la que Lori se había fijado incluso cuando era una adolescente empollona. Lori sonrió al ver las manos de Quinn moviéndose sobre el papel. Una de las cosas más encantadoras de Quinn era que ella podría estar mirándole durante cerca de una hora sin que él se diera cuenta. Era un hombre adorable. No la obligaba a soportar ninguna conversación estúpida que le impidiera soñar despierta. Aun así, como no se diera prisa, se iba a quedar sin luz. Tras colocarse un rizo de su oscuro pelo tras la oreja, Lori subió a la excavadora. Era un modelo antiguo, de un extraño color amarillo limón moteado por manchas de óxido, y con una pala curiosamente pequeña. Debía de ser una ganga que Quinn le había sacado a alguno de los constructores para los que trabajaba. ¿Y qué hombre no querría tener su propia excavadora? Lori ni siquiera la necesitaba, pero le entraron ganas de pedirle que se la prestara cuando hubiera terminado con ella.

Seguramente podría encontrar algún terreno con el que jugar en el desguace que tenía detrás de la casa. La llave estaba ya en el encendido, de modo que Lori la giró. Se oy ó un ligero zumbido, pero nada más. Lori respiró al oír aquel sonido. Bien, seguramente sería de fácil arreglo. Si hubiera habido algún problema con los cilindros hidráulicos, Quinn habría tenido que recurrir a alguien bastante más caro que ella. Volvió a intentarlo, y escuchó con más atención. Estaba prácticamente segura de que era un problema en el motor de arranque. Esperaba que aquel modelo tuviera un sistema de encendido eléctrico y no uno de esos sistemas de arranque neumáticos, porque si así fuera, tendría que derivarlo a un especialista en motores diésel. Bajó de la excavadora para echarle un vistazo. Media hora después, se limpió las manos con un trapo y comenzó a anotar lo que iba a necesitar. Podría hacerse cargo de aquella reparación sin ninguna clase de problema. —Quinn, voy a tener que encargar dos piezas, pero supongo que en un par de días me las enviarán. Volveré cuando las tenga. —¡Genial! —fue la única respuesta de Quinn, aunque no tardó en añadir un rápido « gracias» . El sol continuaba brillando en el claro, dejando a Quinn entre las sombras. Lori sacudió la cabeza. Ninguno de sus clientes se limitaría a decir « ¡genial!» , sin preguntar siquiera por el precio. Pero la verdad era que ella tampoco solía trabajar en aquella zona del puerto. Se permitió dirigirle a Quinn una última mirada. Le observó deslizar el pulgar por su labio inferior, en un gesto de concentración, y después decidió regresar a casa. Quinn Jennings parpadeó al ver interrumpidos sus pensamientos sobre ángulos, luces y sombras. Miró confundido a su alrededor y bajó después la mirada hacia el teléfono móvil que tenía en el borde de la mesa de dibujo. No, no había recibido ninguna llamada. Miró a su alrededor, preguntándose qué habría cambiado.

Y entonces se dio cuenta de lo que le había distraído: el silencio. No había nadie en la excavadora. Lori Love había estado allí, probando la máquina y haciendo ruido. Debía de haberse ido en algún momento y Quinn estaba seguro de que ni siquiera se había despedido de ella. Intentó hacer memoria, sintiéndose culpable. Lori había dicho algo sobre que tenía que encargar algunas piezas, de modo que seguramente volvería a los pocos días. Se aseguraría entonces de ofrecerle un café y de comportarse de forma civilizada con ella. Justo en aquel momento, el sol irrumpió entre las hojas de los árboles proy ectando unas sombras movedizas y discontinúas sobre el enorme peñasco que definía el extremo este del claro. Aquel era precisamente el efecto que estaba buscando, justo ese tono y esa intensidad de luz. Quinn se olvidó por completo de Lori y comenzó a dibujar furiosamente, capturando aquella imagen para la entrada de la casa. Era consciente de que aislarse de aquella manera del mundo tenía un precio, pero, al final, siempre había conseguido lo que quería. Por lo menos, en lo relativo al trabajo. Y si se concentraba suficientemente en su pasión por la arquitectura, nunca tendría que pensar en el resto de su vida, o en su falta de vida.

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