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Profecía – María Martínez

Ahora que Amelia ha muerto, William está decidido a dejar atrás el pasado y a empezar de nuevo al lado de Kate. Juntos viajarán a Inglaterra, el hogar del vampiro. Allí Kate conocerá un mundo oscuro y fascinante por el que se sentirá irremediablemente atraída. Pero una serie de terribles acontecimientos hará que salgan a la luz secretos que nadie debería conocer. William sabrá por qué es diferente, y que su destino ya está escrito sin que pueda hacer nada para cambiarlo. Un destino en el que Kate no tiene cabida; no si quiere mantenerla a salvo.


 

—Leinae. —¿Sí? —¿Estás segura? ¿Estás segura de que es esto lo que quieres? Leinae miró al hombre postrado ante ella y sonrió. Alzó la mano y le acarició el rostro con ternura, después se inclinó y depositó un beso en sus labios. —Sí, es a ti a quien quiero —respondió. —Pero ellos… nosotros… —Shhhhhh —lo hizo callar. Enredó la mano en su cabellera color miel y lo atrajo hacia su regazo. Suspiró con la mirada perdida en algún punto del amplio salón, y comenzó a acariciarle la cabeza—. No te preocupes por ellos. —Pronto lo sabrán —replicó él alzando el rostro para mirarla a los ojos—. Mi alma está condenada, pero no podría soportar que por mi culpa la tuya corriera la misma suerte. —Mi alma no corre ningún peligro, solo el de romperse en mil pedazos si se separa de ti. Él sonrió y con dedos temblorosos le rozó la mejilla. Se puso en pie muy despacio, sin apartar la mirada de sus ojos. —Iré a prepararlo todo —dijo él. Leinae observó cómo la razón de su ser abandonaba el salón, cerró los ojos un instante, mientras se ponía en pie, y con determinación se giró. —Hola, hermano —susurró. De un rincón en penumbra surgió una figura, alta y esbelta, de piel traslúcida. —He tenido que verlo con mis propios ojos para creerlo. En verdad tú y él… ¿Por qué? —Aún no he conseguido transformar en palabras lo que mi corazón siente — respondió Leinae.


—¡Tu corazón no puede albergar ese tipo de sentimientos! —replicó su hermano, enfadado—. Vendrás conmigo y otro ocupará tu lugar. Aunque, después de esto, lo único que deseo es acabar con él y con toda su maldita progenie. —Tú no tienes el poder para hacer eso, ni tienes motivos. No ha abandonado el camino en muchos siglos. —Otro ocupará tu lugar, vamos —dijo él tendiéndole la mano. —No, no iré contigo. Él la miró aún más enfadado, dio un paso hacia ella con el brazo extendido. —No iré contigo —repitió Leinae en tono severo—. Sé que no puedes entenderlo, que consideras que mi actitud es un desafío y una barbarie. Pero no es así, no busques nada sucio, hermano, solo encontrarás amor. Y ambos sabemos lo poderoso que puede llegar a ser ese sentimiento. —No es ese tipo de amor el que nosotros debemos conocer —señaló él bajando el brazo—. Si te quedas, no podrás regresar. —Lo sé. —No tendrás nuestra protección. —Lo sé —respondió Leinae con una sonrisa. —No hay nada que pueda decir para convencerte, ¿verdad? Leinae negó con la cabeza sin dejar de sonreír. —No. Él la observó con detenimiento, frunció el ceño y clavó la mirada en su vientre. Su expresión se tornó incrédula y poco a poco se fue transformando con una mueca de asco. Instintivamente, Leinae se abrazó el estómago. —¡Desde este momento quedas expulsada, dejarás de usar tu nombre y olvidarás que algún día fuimos hermanos! Leinae apartó la mirada de su rostro y sus ojos se llenaron de lágrimas. Apretó los párpados para evitar que se derramaran por sus mejillas. No se movió cuando lo sintió acercarse, ni cuando notó sus labios posarse sobre su frente con el más dulce de los besos.

—Tu secreto será mi secreto —susurró él sin despegar los labios de su piel—. Adiós. Leinae observó a su hermano dirigirse al balcón y como desaparecía en la oscuridad de la noche sin mirar una sola vez atrás. Entonces las lágrimas rodaron por sus mejillas como una cascada. De repente se quedó inmóvil, posó una mano sobre su vientre y se limpió las lágrimas. Se había movido. 1 Kate llenó de aire sus pulmones y contuvo la respiración. Empezó a contar: uno, dos, tres, cuatro… Así hasta que los primeros síntomas de asfixia la obligaron a soltar todo el aire de golpe. Lo intentó de nuevo: uno, dos, tres… Esta vez no le estaba funcionando y la sensación de ahogo se negaba a abandonarla. Se miró en el espejo. Primero de frente, después de lado, se giró hasta quedar de espaldas y observó por encima del hombro su imagen reflejada. Sopló exasperada y comenzó a desabrocharse la camisa, se quitó la falda y se vistió con los vaqueros que había llevado el día anterior. Rebuscó en la maleta que tenía abierta sobre la cama y escogió una camiseta blanca de tirantes. Volvió a mirarse en el espejo y lo que vio le gustó, pero el cambio de ropa no consiguió aliviar la presión angustiosa que le estrujaba el pecho. Contempló la maleta con una mueca de desagrado. Deseó con todas sus fuerzas que la familia de William no le diera demasiada importancia a la apariencia, porque su aspecto distaba mucho de parecerse al de una mujer sofisticada. La imagen de William y Marie acudió a su mente, y el pánico afloró de nuevo en su interior. Los dos eran tan hermosos y elegantes, inmaculados y perfectos. Y estaba convencida de que el resto de los Crain serían así: sofisticados, ricos y… vampiros. Ni en mil años podría parecerse a ellos. Maldijo por lo bajo, aquella inseguridad la mataba. Trató de distraerse haciendo un nuevo recuento de todo aquello que no debía olvidar. Abrió su bolso y enumeró: pañuelos, hidratante labial, libro, cartera, pasaporte, teléfono y cargador, cámara de fotos, las vitaminas que el doctor Anderson le había recetado. « Ajo, crucifijos, agua bendita…» , pensó. Empezó a reír con un estúpido ataque de nervios, necesitaba bromear con toda aquella locura.

¡Por Dios, tenía un novio vampiro muy guapo, tanto que cortaba la respiración, pero vampiro! Y sus nuevos y únicos amigos eran hombres lobo. De hecho, su mejor amiga iba a casarse con uno de ellos. Su vida había cambiado tanto y tan rápido en los últimos días, que le costaba creer que todo era real y que no había perdido la cabeza. Miró la foto de William que tenía sobre la mesa, la que había tomado aquel día en la librería, y su estómago se llenó de mariposas. Cuando estaba con él se olvidaba de todo. Solo existían ellos dos y la pequeña burbuja en la que se sumergían, su propio universo particular. Pero cuando se separaban, un vacío doloroso colmaba su interior, como el desasosiego que se siente al despertar de un sueño maravilloso y saber que solo era eso, un sueño. Y así era como despertaba todas las mañanas, de golpe, con la respiración acelerada y el miedo a que los últimos días hubieran sido una simple fantasía. Entonces giraba la cabeza sobre la almohada y allí estaba, una preciosa rosa roja que le recordaba que él era real y que la amaba. Se acercó a la cama y tomó la flor entre sus manos. Aspiró el dulce olor y enrojeció con un calor sofocante en las mejillas. Había encontrado una cada mañana, y saber que él se colaba en su habitación para dejarlas allí le provocaba taquicardia. Unos golpecitos en la puerta la sobresaltaron, frunció el ceño rezando para que no fuera Alice dispuesta a darle otra charla. Ya había tenido suficiente con las de los últimos días. Desde que le había dicho que pensaba ir con William a Inglaterra para conocer a su familia, la había perseguido por toda la casa con sus consejos y advertencias maternales. Cuando sacó a relucir el tema del sexo, Kate pensó que no sería capaz de mantener la compostura. Pero lo peor fue el interrogatorio al que había sometido a su flamante novio la tarde anterior. Aún sentía vergüenza al recordar cómo Alice le había preguntado por sus intenciones respecto a ella. William respondió algo que dejó a su abuela muda y con una sonrisa boba en el rostro, pero no conseguía recordar cuáles habían sido sus palabras. Se había distraído observando su rostro, la curva de sus labios al sonreír, la dulzura de sus ojos. Le resultaba imposible apartar los ojos de él. —Kate, soy Bob. Vengo por si necesitas que te ayude a bajar el equipaje — dijo una voz al otro lado de la puerta. Bob era el prometido de su hermana. Jane y él se habían presentado de improviso la noche anterior, y Kate sabía sin lugar a dudas el porqué.

Jane tenía algo más que reservas respecto a su relación con William. Odiaba a su hermana por esa actitud prepotente. Ella era incapaz de aceptar que pudieran ocurrirle cosas buenas y William era, con diferencia, la mejor. Volvió a maldecir por lo bajo, preguntándose por qué a Jane le costaba tanto alegrarse por ella, por qué tenía que ser tan fría y dura con ella. La excusa de: tuve que hacer de padre y de madre contigo cuando nos quedamos huérfanas, había dejado de funcionar hacía mucho. Jane nunca había sacrificado nada por ella. La verdad era bien distinta. Desde que sus padres fallecieran, Jane, que por aquel entonces tenía diez años, había hecho todo lo posible por ignorar su presencia. Y, si en algún momento se dirigía a ella, era para criticarla y hacerla sentir insignificante; algo que se le daba especialmente bien en público. Fingía de maravilla que no tenían nada en común, tanto, que la mayoría de los amigos y compañeros de instituto de Jane desconocían que fueran hermanas. Nunca tuvieron esa conversación, pero Kate sospechaba que su hermana la culpaba de la muerte de sus padres. Y cuando las pesadillas acudían a su subconsciente, devolviéndole los recuerdos de aquel día, ella también se sentía responsable. Tanto como podría sentirse una niña de tres años que ha visto morir a sus padres en un accidente de tráfico. Se encaminó a la puerta y la abrió a la vez que esbozaba una sonrisa. Allí estaba Bob, uno de los mejores odontólogos de la costa este. Su hermana no iba a comprometerse con cualquiera. No era muy alto, ni muy atlético, pero era un hombre bastante atractivo. A Kate le caía bien, y en secreto solían hacer alguna que otra broma sobre su hermana. Era su inofensiva forma de vengarse de ella por su carácter insoportable. —Solo tengo una —dijo Kate señalando la maleta que había sobre la cama. Bob le dedicó una sonrisa paternal y entró en la habitación. Pero antes de coger la maleta se detuvo y se giró hacia ella con un ligero carraspeo. —Kate, ¿estás segura de que este viaje es buena idea? No sé, por lo que cuenta tu hermana, hace muy poco que conoces a ese chico, e Inglaterra está muy lejos. Lejos de nosotros, quiero decir —hablaba con tranquilidad, pero su sincera preocupación era más que evidente. Kate no pudo reprimir un sentimiento de cariño hacia él.

¿Cómo podía aquel hombre tan bueno estar con la arpía de su hermana? —No te preocupes, Bob, William es un chico estupendo. Cuidará de mí. —Bueno, sí, te creo, pero aun así me gustaría que aceptaras esto. —Sacó de su bolsillo un pequeño fajo de billetes doblados—. Si algo no va bien, quiero que compres un billete de avión y vuelvas inmediatamente. Y esta es la dirección de un amigo que tengo en Londres. Te ayudará en todo lo que necesites —dijo poniendo una tarjeta de presentación en su mano. Kate se quedó mirando la tarjeta y sacudió la cabeza. —Bob, te lo agradezco, pero no puedo aceptarlo. Y no debes preocuparte por mí, estaré bien —respondió, devolviéndosela. —Me sentiría mejor si cogieras el dinero —insistió Bob. Kate le sonrió con dulzura. —Haremos una cosa. Prometo llamar todos los días y, si surge algún problema, serás el primero al que acudiré, ¿de acuerdo? Se sentía halagada por la preocupación de su cuñado, pero aquella no dejaba de ser una situación un poco incómoda. Era incapaz de aceptar el dinero, aunque sabía que le vendría muy bien. La idea de que William asumiera todos sus gastos tampoco la entusiasmaba. Bob guardó silencio unos segundos, sin apartar los ojos de su rostro. Poco a poco su expresión se suavizó y una sonrisa curvó sus labios. —De acuerdo —dijo sin estar del todo convencido—. Vamos abajo, antes de que ese chico llegue y tu hermana lo espante. —Créeme, William no es de los que sale corriendo. Juntos bajaron en silencio hasta la planta baja. Bob dejó la maleta al pie de la escalera y se encaminó a la cocina. —¿Quieres una taza de café? —preguntó a Kate mientras desaparecía por el pasillo. —No, gracias, lo último que mis nervios necesitan es otra dosis de cafeína — respondió, frotándose las palmas de las manos contra el pantalón para secar el sudor.

Consultó la hora en su reloj de pulsera y salió al porche acristalado. Las ventanas estaban abiertas y una brisa fresca irrumpió agitando su pelo. —¿Has vuelto a revisar el equipaje? —preguntó Alice desde una de las mecedoras. Kate asintió, observando cómo su abuela intentaba enhebrar una aguja. —¿Seguro que no olvidas nada? —insistió. —No —contestó Kate arrodillándose junto a ella—. ¿Y seguro que tú estarás bien? —¡Por supuesto! Martha cuidará de mí, no te preocupes. —Le acarició la mejilla con el dorso de la mano y volvió a centrar su atención en el complicado bordado de la colcha que tejía. Kate se puso en pie y se apoyó en una de las columnas. —¿Y a qué hora llegaréis? —preguntó de nuevo Alice, mirándola por encima de sus gafas. La chica se encogió de hombros. —La verdad es que no lo he calculado. —Pues no es tan difícil —dijo Jane a su espalda. Acababa de aparecer tras ella con una taza de café entre las manos. —¡Yo no he dicho que lo sea! —replicó molesta. Jane sonrió con suficiencia y sorbió su café. —¿A qué hora sale tu vuelo? —preguntó, relamiéndose los labios. —A las diez —respondió Kate arqueando las cejas sin mucha paciencia. —A las diez… que en Londres serán las cuatro… y si a eso le sumamos unas siete horas de viaje… Llegaréis sobre las once o las once y algo. Kate puso los ojos en blanco. —¡Gracias por iluminarnos con tu sabiduría, Jane! —dijo con una mueca. Alice la reprendió con la mirada, pero inmediatamente le dedicó una sonrisa comprensiva. Jane no se dio por aludida. —Y hablando de viajes. ¿Con qué compañía voláis? —preguntó mientras se sentaba sobre una de las mesitas—.

No creas que puedes fiarte de todas. A veces merece la pena pagar un poco más y asegurarte de que viajas con todas las garantías. ¿Te acuerdas, Bob, de aquella historia que nos contó Pam? —¡Sí, cariño, horrible! —contestó Bob tras ella sin mucho entusiasmo. —El servicio durante el vuelo fue un auténtico desastre —continuó Jane—. El almuerzo un asco. Le perdieron las maletas, que acabaron en Tokio. Y sufrió tal crisis nerviosa que tuvieron que hospitalizarla. —¡Qué horror! —exclamó Kate con un guiño irónico. Conocía a Pam, la mejor amiga de su hermana, y era una esnob. Todos guardaron silencio. —¿Y? —inquirió Jane, dándole un golpecito en el hombro a su hermana—. ¡La compañía! —exclamó al ver la expresión desconcertada de Kate—. Estás pasmada. Kate tuvo que contenerse para no soltarle un disparate. —Volamos en el avión de su familia —respondió tratando de aparentar indiferencia, aunque la verdad era que estaba más que impresionada por ese detalle. Había tardado un rato en poder cerrar la boca, después de que William le comunicara que iban a volar en el avión de la familia. Jane alzó las cejas y se detuvo con la taza a medio camino de su boca. —¡Venga y a! ¿Intentas quedarte conmigo? —replicó con escepticismo. Kate no contestó y se limitó a mover la cabeza, exasperada. Estuvo tentada de decirle algo malsonante, pero se contuvo. —¿Insinúas que tu novio tiene un avión privado? —la cuestionó con arrogancia y un tonito de no me creo una palabra. Kate resopló. —Te diga lo que te diga, no me vas a creer. Así que piensa lo que quieras. —¿Por qué me estás hablando así? —replicó Jane indignada, y miró a su abuela con expresión compungida—.

¿Te das cuenta de que es ella la que siempre piensa mal de mí? ¡Solo era una pregunta, y mira cómo se ha puesto! Alice reprendió con un gesto a Kate, y esta movió la cabeza negándose a disculparse, pero Alice insistió. Con el ceño fruncido y refunfuñando por lo bajo, Kate se dirigió a su hermana. —Lo siento, ¿vale? Y sí, su familia tiene un jet. Jane no dijo nada, pero la expresión suspicaz de su cara hablaba por ella. —Si no me crees, puedes preguntárselo tú misma —dijo Kate, sin poder disimular el vuelco que acababa de darle el corazón al ver aparecer el Porsche negro circulando a gran velocidad por el camino. Su rostro se iluminó y una agradable sensación de euforia le recorrió la piel. —¿Ese es tu novio? —preguntó Jane estupefacta, mirando fijamente al chico moreno que descendía del vehículo. Lo estudió de arriba abajo sin ningún pudor. Lo encontró guapísimo, elegante incluso, a pesar de que vestía un vaquero desgastado y una simple camiseta negra. Kate no contestó y acudió con paso rápido al encuentro de William. Se detuvo a solo unos centímetros de él. De repente, se sintió cortada, sin saber cómo saludarlo con todo aquel público a su espalda. Pero él no parecía tener dudas. La tomó de la mano y, con una elegancia innata, se la besó. Entonces le dio un leve tirón, atrayéndola hacia él, y le rozó los labios fugazmente con los suyos. —Hola —dijo William en un susurro. —Hola —respondió ella, consciente de las miradas sobre ellos—. Me ha gustado la rosa. —Amí me gustas tú —musitó con un brillo divertido en los ojos. Kate enrojeció. Su voz era adorable a sus oídos, no se cansaba de oírla, tan serena como un cálido estanque. —¿No vas a presentarnos? —preguntó William, lanzando una mirada por encima de ella. Kate suspiró y giró sobre sus talones. Sintió la mano fría de William presionando ligeramente la suya. —No le veo la escoba ni las verrugas —dijo él entre dientes.

El tono travieso de su voz provocó la risa de Kate, que tuvo que morderse los labios para no soltar una sonora carcajada. —Shhh —lo hizo callar devolviéndole el apretón. Jane descendía en ese momento los peldaños del porche—. William, esta es Jane, mi hermana. Y él es Bob, su prometido. William soltó la mano de Kate y se acercó a la mujer. Ambas se parecían mucho, sobre todo en los ojos. —Hola, me alegro de conocerte. Kate me ha hablado mucho de ti —dijo William. —¡Espero que bien! —señaló ella con un mohín coqueto, y le estrechó la mano. William no contestó y se limitó a dedicarle la mejor de sus sonrisas. Entonces fijó su atención en el hombre y dio un paso hacia él ofreciéndole la mano. Bob se la estrechó con energía y una leve sonrisa. —¡Así que a Londres! —comentó Jane, estudiando con atención al vampiro. William asintió y le dedicó una mirada confidente a Kate. —Sí, deseo que Kate conozca a mi familia —respondió sin perder su sonrisa. —¿Y en qué parte de Londres vive tu familia? —Tenemos una casa en el barrio de Maida Vale. Aunque no es ahí a donde nos dirigimos —indicó bajo la mirada de sorpresa de Kate—. Mi familia ha decidido adelantar las vacaciones y acaban de trasladarse a una casa en el campo, cerca de Shrewsbury, Shropshire. —¡Vaya, suena bien! —señaló Jane. William asintió. —Es un lugar precioso. —¿Y tenéis vuelo directo hasta allí? —continuó Jane con su sondeo. Kate bufó por lo bajo. La hermana mayor había desaparecido y la perspicaz abogada, futura ay udante del fiscal, tomaba su lugar.

Con esa cualidad suy a de desconfiar de todo y de todos. —Hasta Birmingham, es el aeropuerto más cercano a nuestra residencia — contestó él, y lanzó una mirada fugaz a Kate con la sensación de que se estaba perdiendo algo. Kate esbozó una mueca exasperada. —Jane, cariño. No entretengas a los chicos, no queremos que pierdan su avión —intervino Alice, tratando de ponerle fin a aquel interrogatorio. Le dedicó una sonrisa de disculpa a William y él se la devolvió agradecido. Aunque en ese momento se sentía tan feliz que nada le importunaba. Se sentía feliz por haber encontrado a Kate, feliz porque jamás imaginó que podría amar a alguien tanto como la amaba a ella, feliz porque iban a estar juntos cada minuto de los próximos días. —Bueno, si el avión es suy o no creo que despegue sin él —replicó Jane como quien no quiere la cosa, aunque el comentario iba cargado de intención. Una sonrisita burlona se dibujó en la cara de William, empezaba a captar el trasfondo de aquella conversación. —No, no lo hará. Pero si no despegamos antes de las once, habrá que aplazar el viaje hasta mañana, y mis padres nos esperan. ¡Están deseando conocer a Kate! —respondió sin inmutarse, pero su mirada se oscureció al apartarla de Jane. Quizá Kate no había exagerado respecto al carácter de su hermana—. ¿Estás lista? —le preguntó, centrándose por completo en ella. —Sí, mis cosas están junto a la escalera. —Iré a recogerlas. —Te acompaño —dijo ella tomando su mano. Entraron en la casa. William se encaminó a la escalera, pero un tirón en su mano lo detuvo. Se giró con una pregunta en los labios que no llegó a formular. Las palabras se le habían atragantado en la garganta. Kate lo miraba con una tímida sonrisa y el rostro completamente ruborizado; el olor de su piel le hizo estremecerse. Se le acercó, enlazó los brazos en torno a su cuello y lo atrajo hacia ella para besarlo. Él le devolvió el beso con ganas.

Tomó su rostro entre las manos y se separó unos centímetros para mirarla, completamente cautivado por sus ojos. —¿Y esto? —preguntó William ciñéndola por la cintura. Kate se encogió de hombros con las mejillas encendidas. —Me apetecía. ¿No te ha gustado? —le preguntó mientras le revolvía el pelo. —Me ha encantado —gruñó divertido. La sujetó por las caderas y la alzó girando con ella en brazos—. Eres consciente de que estás a punto de viajar a miles de kilómetros, con un chico al que apenas conoces, y que para colmo es un vampiro, ¿verdad? —susurró, levantando la barbilla para depositar un tierno beso en su cuello. Kate lo empujó ligeramente en los hombros para que la soltara. Él la dejó en el suelo, pero la mantuvo sujeta por la cintura. —Pues no lo había pensado. Pero ahora que lo dices, quizá no sea buena idea… —Arrugó el entrecejo como si dudara. William negó con la cabeza. —¡De eso nada, es tarde para arrepentirse! Vendrás conmigo aunque tenga que llevarte a rastras —replicó entre risas. —Gritaré —repuso ella. —No, no lo harás —susurró William, mordisqueando su mandíbula—. Porque ya no puedes vivir sin mí. Tú misma lo dijiste, ¿recuerdas? Kate no contestó y se limitó a mover la cabeza de un lado a otro, rendida por completo a aquellos dos océanos insondables y profundos que eran sus ojos. —Deberíamos irnos y a. Marie y Shane se encuentran a bordo del avión desde antes del alba. Estarán deseando que aparezcamos —añadió él. « Yo no estaría tan segura» , pensó Kate, apretando los labios para no sonreír. Un par de días antes, Marie le había confesado lo atraída que se sentía por el licántropo. Y por las miradas de soslay o que Shane le dedicaba a la hermosa vampira, él debía de sentir otro tanto. —¿Solo llevas eso? —preguntó William, señalando la pequeña maleta y la mochila.

—Sí, solo eso. William cogió los dos bultos y se los llevó al hombro sin ningún esfuerzo. —¡Pues vamos! —exclamó—. Aún nos queda un largo viaje hasta el aeropuerto. Kate abrazó a su abuela y la besó en la mejilla. Se dejó acunar por sus brazos, que se resistían a soltarla. —Ten mucho cuidado y no te separes de William, no conoces nada de ese lugar y podrías perderte. —¡Abuela, no soy una niña! —dijo entre dientes. —No se preocupe, Alice. La traeré de vuelta sana y salva, se lo prometo — dijo William, y se encaminó al coche para guardar el equipaje. —¿Me llamarás todos los días? —Todos los días, lo prometo —respondió a su abuela, y volvió a abrazarla. Kate se giró hacia Bob y le dio un beso en la mejilla. —Recuerda lo que has prometido —le dijo él con una sonrisa. —El primero —indicó con la mano levantada, asegurando con el gesto su firme promesa. Después se detuvo frente a su hermana. —Bueno, que tengas buen viaje —dijo Jane. Tomó por los hombros a Kate y la atrajo para abrazarla. —Gracias —susurró Kate sorprendida por el gesto. No recordaba la última vez que su hermana la había abrazado. Intentó relajarse y devolverle el suave apretón, pero su cuerpo parecía de piedra. Después de tanto tiempo de indiferencia, dudaba de aquel gesto desconocido de modo instintivo. Jane debió de notarlo, porque se apartó, ligeramente incómoda. Le colocó un mechón de pelo tras el hombro. Kate la miró con cara de sorpresa, convencida de que aquella no era su hermana. Y si lo era, seguro que había sufrido algún golpe en la cabeza que la obligaba a comportarse como una hermana mayor preocupada.

Entornó los párpados confundida y asintió forzando una sonrisa. 2 A William le costaba centrarse en la carretera, solo tenía ojos para Kate. Miró por el espejo retrovisor y vio su propio reflejo en él. Su sonrisa se ensanchó iluminando su cara con aquella expresión de felicidad que lo acompañaba toda la semana. Sin saber por qué, recordó las palabras que Samuel le había dicho en Boston. « Nuestro destino está escrito, y cada paso que damos nos acerca más a él» . William no creía en el destino; pero, si los últimos ciento cincuenta años habían sido el precio a pagar para poder llegar hasta Kate, habían merecido la pena. —¿Va todo bien? Estás muy callada —preguntó al cabo de un rato. Ella no había pronunciado una sola palabra después de entrar en el coche, limitándose a mirar el paisaje a través de la ventanilla. —¿Qué? Dio un respingo, estaba tan ensimismada en sus propios pensamientos que la voz de William la sobresaltó. —¿Por qué estás tan nerviosa? ¿Te preocupa algo? —se interesó él. Un sentimiento de inquietud se alojó en su pecho. —No estoy nerviosa. —Puedo oír tu corazón —dijo en tono condescendiente. Tomó su mano y la besó, para a continuación dejarla reposar sobre su muslo sin soltarla. A Kate se le encogió el estómago al ver la expresión preocupada de William. Se sintió una completa idiota. Allí estaba, con el chico de sus sueños, a punto de emprender un maravilloso viaje en el que podrían estar juntos día y noche, y ella solo podía pensar en si encajaría en su mundo. En si la aceptarían o la verían como a un aperitivo, cuando era evidente que eso no parecía preocuparle a él. Le sonrió y se obligó a abandonar aquellos pensamientos negativos. —No es nada, de verdad. Es que me siento un poco rara con todo lo que está pasando. El viaje, tu familia… Un mundo donde ser vampiro es lo normal. ¡Impresiona un poco! William le acarició el pulso de la muñeca con el pulgar. —Supongo que es lógico que te sientas así —dijo él.

Hizo una pausa y frunció el ceño, pensativo—. Es posible que te esté forzando a dar este paso. Quizá necesites algo más de tiempo —señaló en tono vacilante. Entrelazó sus dedos con los de ella y la miró con aprensión. Kate movió la cabeza, rechazando esa idea. —¡No! Quiero acompañarte y quiero conocer a tus padres. Y hablando de tus padres, ¿cómo son? Quiero decir… ¿son normales? —no pudo reprimir la pregunta. William tuvo que contener una carcajada que quedó reducida a un pequeño hipido. —Normales, lo que se dice normales, no son —respondió, apretando los labios para no reír. Ella entornó los ojos, captando la mofa implícita en su respuesta. —Obviando lo evidente, William —replicó. Él no dejaba de observarla. Kate le parecía tan sexy, inteligente y encantadora, ¡y lo hacía sentirse tan vivo! Atrajo de nuevo su mano a sus labios y la besó. El murmullo de la sangre corriendo a través de sus venas era como música para sus oídos, y el deseo de beber de ella seguía siendo un punto ardiente en su pecho. Sin embargo, comenzaba a acostumbrarse. Intentaba ser cuidadoso y se alimentaba con bastante frecuencia; sobre todo de sangre humana. No pensaba descuidar ningún detalle. Ella estaría a salvo a su lado en todos los sentidos. —Kate, tu concepto de lo que es normal, creo que dista mucho del mío. No sé qué decirte. Pero puedes estar segura de que te gustarán —le aseguró convencido. Ella asintió sin apartar la mirada de él—. Y tú les gustarás a ellos, lo sé —añadió, adivinando sus dudas. Kate sonrió un poco y se acomodó perezosamente en el asiento. —Es una pena que y a no vay amos a Londres, me apetecía conocer la ciudad —dijo con un mohín.

—¡Iremos si lo deseas, haremos todo lo que quieras! —indicó, deseoso de complacerla. Kate le dedicó una sonrisa radiante y con un gesto tierno le apartó un mechón de cabello que le caía sobre la frente. Le había crecido bastante en un par de meses. Ella pensaba que al estar muerto, su cuerpo también lo estaría, pero William le había explicado que ciertas cosas seguían funcionando. Su pelo y sus uñas continuaban creciendo, sus heridas sanaban a una velocidad increíble; por lo que era evidente que los tejidos se mantenían vivos. Corría sangre por sus venas, su cuerpo la absorbía con rapidez y por ese motivo debía beberla con frecuencia. Podía sentir hambre, cansancio, debilidad y deseo; por el contrario, el calor y el frío apenas le afectaban. Era incapaz de dormir y la ingesta de alimentos lo enfermaba. Sus funciones fisiológicas tampoco funcionaban, cada gota de sangre era asimilada por su cuerpo. —¿Y a qué se debe el cambio de planes? —preguntó Kate con interés. —Los asuntos que mantenían a la familia en la ciudad y a han finalizado. — Acomodó la espalda en el asiento—. Lo cierto es que la residencia que tenemos en Londres apenas se utiliza, pueden pasar años sin que nadie la habite. Mi verdadero hogar está a las afueras de Shrewsbury, una casa en medio del campo. Donde el vecino más cercano se encuentra a muchos kilómetros de distancia. —¡Vay a, os gusta estar tranquilos! —comentó Kate. —Somos vampiros, el anonimato es vital. Vivir en un lugar apartado, lejos de ojos curiosos, no es una elección. —¿Nunca ha sospechado nadie de vosotros? —Somos cuidadosos, y hemos alimentado una imagen de excéntricos, extravagantes y un poco locos que ayuda bastante. Algunos creen que somos una especie de secta inofensiva. Se mantienen alejados y nos dejan tranquilos. —Un atisbo de humor iluminó su mirada. —¿Una secta? ¿En serio? —preguntó sorprendida. William asintió con una sonrisa. —¿Y qué hay de vuestro aspecto? ¿No se dan cuenta de que no envejecéis? —insistió Kate.

William se encogió de hombros. —No nos dejamos ver mucho y cuidamos los detalles. —Esbozó una sonrisa pícara—. Ventajas de salir solo por la noche. Cada cierto tiempo fingimos algún funeral. Una pequeña esquela en el periódico local es suficiente, y un Crain renace —comentó con naturalidad—. Creo que… ahora soy mi propio tataranieto o algo así. Kate soltó una risita, eso había tenido gracia. Se quedó pensando unos segundos. —Pero hay humanos que lo saben, como Jill y yo. —Los hay, y os necesitamos. Los vampiros no pueden salir durante el día. Hay cosas que no podemos hacer. —Entiendo. —Por suerte siempre encontramos algún humano en quien confiar y que nos ayuda a pasar desapercibidos. —Pero en tu caso es diferente. Tú puedes salir durante el día, ir de compras, tener una casa con vecinos. Puedes pasar por uno de nosotros y establecerte, al igual que los Solomon. William soltó la mano de Kate para cambiar de marcha y enseguida volvió a entrelazar sus dedos con los de ella. —No, y si lo piensas un instante te darás cuenta de que no es posible, ni siquiera para Daniel —respondió alzando una ceja—. Si nada de lo que ha pasado estos días hubiera sucedido, si ahora simplemente fuésemos amigos, ¿cuánto tiempo crees que tardarías en darte cuenta de que soy distinto a ti? —Me pareciste un tío raro desde el primer día —dijo Kate con una suave risa. —¿Un tío raro? —repitió sorprendido. Kate lo miró de reojo. —Sí, y a sabes, con ese aura misteriosa y esa actitud distante. Cada vez que me encontraba contigo, me preguntaba qué parte de ti me ibas a mostrar, si al dulce Dr.

Jekill o al extraño Mr. Hyde. William soltó una risita ahogada. —¡Mi querida Mary, ambos están profundamente enamorados de ti! Kate sintió que el corazón se le salía del pecho, ¡su voz conseguía despertar en ella sensaciones tan intensas! —Me encantó esa película —susurró. Se quedó mirándolo—. ¡Dios mío, no sé nada sobre ti! —El tiempo solucionará eso —señaló él. —Es que nada es como imaginaba —dijo con un atisbo de pesar—. ¿Sabes? Hasta hace unos días, cuando pensaba en vampiros, mi mente vagaba hacia casas lúgubres y góticas. Hacia seres de ficción, criaturas de aspecto siniestro y enormes colmillos, calvos y de orejas puntiagudas. Ni en un millón de años hubiera imaginado que seríais así. —¿Así? —preguntó él sin entender a qué se refería. —Así —respondió señalándolo con la mano—. Como… como si os hubierais escapado de una serie de televisión: hermosos, con deportivos caros, ropa de firma y un jet privado. —Puso los ojos en blanco—. Sin contar que eres como Blade, con espada y todo. Kate suspiró, la sensación de ahogo había vuelto a su pecho. William disminuy ó un poco la velocidad. Guardó silencio unos instantes, sopesando con cuidado cada una de las palabras que iba a decir. —Los Crain llevan muchos siglos en este mundo, tiempo más que suficiente para haber conseguido una buena fortuna —su voz sonó con un ligero tono de disculpa. Clavó su mirada en ella, entornando los ojos—. Kate, no solo mi familia tiene dinero. Yo también lo poseo, y mucho, se me da bien invertir. No puedo sentirme mal por tenerlo ni por gastarlo. Ese dinero me ha permitido ay udar a muchos vampiros y recorrer el mundo entero dando caza a los Renegados. —¿Por qué me dices eso? —preguntó perpleja.

—Porque tengo la impresión de que te incomoda que… —¿Que te sobre la pasta? —lo atajó. —Sí. Kate suspiró meneando la cabeza. —No me incomoda. —Pero… —Pero… —Debía ser sincera con él. Esa era la primera regla que se habían autoimpuesto al comenzar su relación—. William, guardo todos mis ahorros en una lata de galletas en la cocina, y utilizo los cupones del periódico para la compra del supermercado y la gasolina. No puedo evitar que todo esto me abrume y me haga sentir un poco insegura, pero no significa que me moleste. —No tienes por qué sentirte así —dijo él con ternura. —Lo sé y me siento una completa idiota por ello, de verdad. Guardó silencio y contempló el paisaje, tratando de asimilar en su cerebro cada detalle de la conversación que habían mantenido. William extendió la mano y acarició con el pulgar su mejilla. Ladeó la cabeza para mirarlo y se estremeció al contemplar sus hermosos ojos fijos en ella, observándola con un brillo intenso y arrebatador. William le hizo un gesto, invitándola a que se acurrucara bajo su brazo. —Kate —pronunció su nombre en un suspiro y la apretó contra él. No le gustaba que ella se sintiera tan preocupada e insegura. —¿Sí? —La verdad es que nada de todo esto importa —dijo rozando con los labios su frente. —No… no te entiendo. —No importa mi mundo, ni importa el tuy o. Ni mi familia ni tu familia, y mucho menos el dinero. Solo nosotros. Tú y yo. Deja de preocuparte, ¿vale? Kate alzó los ojos para mirarlo y asintió una vez, con la promesa de no volver sentirse mal por esas cosas. Con su brazo rodeándole los hombros y sintiendo su cuerpo junto al suyo, el resto del mundo simplemente no existía.

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