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Phillipa (Las feas también los enamoran 5) – Elizabeth Urian

—Phillipa, ten la amabilidad de sentarte. Quiero hablar contigo. —Las palabras sonaron con exquisita dulzura, tal como acostumbraba a dirigirse a ella. No fue eso, en cambio, lo que llamó su atención, sino más bien la formalidad con la que la habían hecho ir al despacho. Se le erizó la piel. La joven miró primero a su tío Jeremy para, acto seguido, voltear el rostro hacia sus tías Edith y Odethe. Ambas mujeres descansaban en el sofá de caoba bermellón, de un tono muy similar al papel pintado que cubría las paredes del despacho. A sus espaldas, una gran estantería llena de libros de encuadernación antigua dominaba la estancia —compuesta por muebles oscuros— y una chimenea de mármol blanco con ornamentos dorados resaltaba como pieza central. No se dejó impresionar por esa elegancia. Estaba habituada a ella. —¿Qué ocurre? —Nada malo —respondió su tutor—. Solo he pensado que te haría bien contar con la presencia de tus tías. No obstante, que le tomara la mano derecha y se la estrechara con afecto no aplacó sus dudas. —Por supuesto —barbotó, todavía desconcertada, pues desconocía el motivo por el que había sido llamada justo después del desayuno. Phillipa se acomodó en una de las sillas tapizadas y este lo hizo tras el antiguo escritorio. Esperó a que él comenzara. —La semana pasada tuve una conversación muy interesante con lord Northey, cuya familia procede de Dorset. Es el heredero del condado. — Phillipa asintió a modo de respuesta, no muy segura de adónde pretendía llegar. Para ella, el caballero en cuestión no era más que otro de los aristócratas con los que coincidía en las reuniones a las que su familia la arrastraba en plena temporada social—. Al parecer, le dejaste una muy buena impresión. Phillipa tardó en asimilar las palabras y cuando al fin lo hizo no pudo evitar sonar suspicaz. —¿Yo? No será por mi belleza… —bromeó, ya que se consideraba una joven falta de eso mismo. Su rostro no era solo anodino, sino que carecía de cualquier rasgo que la hiciese mínimamente hermosa. Ella se aceptaba tal cual era.


Con aquella broma solo pretendía que todos rieran y distender así el ambiente, si bien su tía Edith le echó una dura mirada de reproche. —Cada uno es como es —señaló la duquesa—. La belleza se encuentra en el alma. —Y está en poder de cada uno apreciar ese rasgo —replicó el marido, mirándola con devoción—. Yo lo hice con tu tía y desde entonces soy el hombre más afortunado del mundo. —Pero bien que te costó doblegarte —declaró Phillipa, que conocía su historia a la perfección. Le encantaba escuchar el modo en el que ambos habían llegado a enamorarse, pasando del odio a un sentimiento que parecía crecer día a día. —Por suerte, reaccioné antes de cometer un error irreversible y actué en consecuencia. Jamás podré estar más agradecido porque mi querida Edith me correspondiera. Su esposa le obsequió con una sonrisa cargada de adoración que hizo que Phillipa suspirara de envidia. Su presentación en sociedad no había despertado demasiado revuelo entre los posibles y aceptables candidatos —un detalle que tampoco esperaba—. Además, el duque de Dunham se encargaba de mantener a raya a los lores solo interesados en su dote, por lo que sus opciones eran escasas —lo cual resultaban ser excelentes noticias, ya que no estaba preparada para casarse. No todavía—. Eso, sin embargo, no significaba que no pudiera soñar de vez en cuando con enamorarse y vivir una vida llena de amor y felicidad. —Jeremy, cuéntale a Phillipa sobre la visita de lord Northley —le pidió Odethe. No fue grosera, aunque tampoco resultó gentil. La mujer solía comportarse con demasiada solemnidad y una pizca de severidad incluso estando rodeada de familia. Solo tenía veintisiete años, si bien aparentaba más debido a su expresión adusta, a su recogido demasiado tensado y a su vestido negro. Odethe Burton seguía llevando un luto riguroso incluso tras haber pasado más de un año desde el fallecimiento de su esposo. —Por supuesto, prima. ¿Acaso crees que voy a olvidarme de la pedida de matrimonio? Sorprendida, Phillipa sintió cómo el calor abandonaba su cuerpo. Sus piernas flaquearon, incluso sentada. Le costó articular la voz, si bien al final fue incapaz de terminar la pregunta. —¿Estás diciendo que…? Su tío asintió con una sonrisa pintada en los labios. —Lord Northley dijo que no pareces una joven atolondrada.

Al parecer estuvisteis hablando sobre el brote de cólera que sufrió Londres a mediados de siglo y de cómo han ido cambiando las medidas higiénicas en la ciudad. —¡Santo Cielo! —La exclamación de tía Odethe hizo que todas las miradas recayeran en ella. La mujer parecía horrorizada—. Esa no es una conversación apropiada para una dama —la riñó. —Aunque debo decir que no es un tema muy agradable —opinó el cabeza de familia con prudencia—, nuestra querida Phillipa tiene unas inquietudes que nada tienen que ver con los bordados. —Porque tú se lo permites —terció su prima con cierta acritud—. La animas demasiado con sus lecturas. —¿Preferirías que se lo prohibiera? —No voy a casarme con él —anunció Phillipa de golpe para evitar una discusión innecesaria—. Le agradezco a lord Northley su interés, pero no lo haré. Tío, me prometiste que tras mi presentación podría comenzar las clases en la escuela de enfermería. —¡¿Cómo?! —Odethe reaccionó al acto—. Es la primera vez que escucho semejante despropósito. «Por eso mismo te lo oculté», pensó Phillipa. —Quiero ser enfermera —anunció con absoluta claridad, convicción y con la cabeza bien alta, lo que le valió una mirada reprobadora. —No estoy muy seguro de querer eso para ti, Phillipa. Ante semejante declaración de intenciones por parte del duque, Phillipa le lanzó una expresión cargada de reproche antes de levantarse y empezar a andar por la biblioteca como un animal enjaulado. En los últimos meses había soportado la vorágine de los preparativos de su presentación en sociedad porque sabía que tras ella podría hacer lo que en realidad deseaba. La joven se detuvo a una pulgada del escritorio. —Tío, me diste tu palabra. —¡No puedes permitirlo! —intervino Odethe con vigor—. Phillipa pertenece a una familia decente. Su bisabuelo fue duque. Tú, primo Jeremy, eres duque. ¿Qué dirán nuestros conocidos? ¿Has pensado en su reputación? —¿Reputación? —repitió Phillipa girándose hacia ella con los ojos abiertos de par en par. No estaba sorprendida por la beligerancia que mostraba su tía, tan apegada a las convenciones sociales como estaba, pero no podía tolerar que convenciera al único que podía dar al traste con todos sus sueños—.

Ejercer de enfermera licenciada no es una deshonra, sino una profesión decente. Quiero ayudar a los más necesitados. —Podrás hacerlo cuando estés casada. Las obras de caridad son una distracción apropiada para una dama —terció su tía Odethe. —Eso no es lo yo deseo. —Phillipa, tienes una pedida de matrimonio formal. Debes casarte. —No —contestó con obstinación—. No lo haré ni aunque me arrastres por la iglesia. Odethe lanzó un gemido. —¡Insolente! Phillipa no hizo caso. —Florence Nightingale fue una joven de buena familia, y en lugar de casarse y tener hijos como se esperaba de ella, fue a la guerra de Crimea para fundar después su escuela de enfermería —replicó. —¿Es esa mujer quien te ha metido semejante idea en la cabeza? — preguntó, indignada, mientras arrugaba el cejo. Phillipa suspiró exasperada. ¿Acaso su tía permanecía ciega al mundo? Entonces tuvo que recordarse que en los últimos años había pasado por mucho: perdió a su madre, a su esposo, y ahora debía ocuparse ella sola de la crianza de sus dos hijas, las mellizas Marian Elizabeth y Grace. Trató de no tener en cuenta sus protestas y se lo explicó todo con delicadeza. —Eso no ha podido suceder porque ni siquiera la conozco en persona. Sucede que he leído mucho sobre ella y su historia me inspira. Yo quiero hacer mi propio camino, aunque el primer paso es ingresar en la escuela de enfermeras del Saint Thomas’s Hospital. Odethe no reaccionó con la misma delicadeza que mostraba Phillipa

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