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Pasiones prohibidas de mi pasado 2 – Mercedes Franco

La noche estaba llena de estrellas, Isabella las observaba con detenimiento, tratando de contarlas, aunque sabía que eso era imposible. Se volteó para mirarlo y él parecía tan embelesado como ella, su rostro reflejaba los colores cárdenos de la fogata, lo cual le daba un matiz más interesante a su cara. —¿Crees que hayan otras personas haciendo lo mismo que nosotros en este momento? —Estoy segura que sí, es bastante probable que eso pase. —Supongo que las estrellas nos inspiran eso en todos lados, queremos dominar el universo a nuestra manera porque no podemos entenderlo. —Lo sublime. —¡Kant! —Le dijo él sonriendo. —Mmm Abel, contigo puedo hablar, eres el único con el que tengo una conversación medianamente interesante. —¿Medianamente? —Es un decir, yo no me hallo en este lugar, esto no es lo mío, siento que todo el tiempo estoy fingiendo ser alguien que… no soy en realidad. —Te entiendo, a mí me pasa lo mismo, todo el tiempo estoy fingiendo ser alguien que no soy. —Pero tú eres el chico más sexy del mundo, es decir, del colegio. —Jajajajaja, no digas eso, tú no, por favor, tú no. —Sabes, tú eres la chica más linda del mundo para mí, no sé, desde que te conocí generaste algo especial en mí, algo que nunca había experimentado en mi vida. —Yo también sentí lo mismo, pero eso hace tanto tiempo, y aun así tardé mucho en olvidar, es decir, en realidad nunca olvidé eso. El día de la fiesta, todo había renacido en su corazón, de sólo mirarlo comenzó a sentir esa misma corriente eléctrica que se había desatado el día que se encontraron por primera vez. Ella trataba de disimular la atracción, ya que a Sara le gustaba él y creía que en el fondo ya no estaba interesada, le parecía que él la había traicionado, que todo era mentira y definitivamente no deseaba estar cerca de alguien así. Pero entonces, él le confesó que no había podido ir a la cita debido a su madre, ese día le había ocurrido la peor tragedia de su vida, una que nunca olvidaría en el resto de su existencia. Un lamentable accidente de tránsito y no la volvió a ver más nunca, era su madre, por Dios, a quien le pasaba eso a los trece años. —Debiste buscarme. —No sabía cómo, no tenía la menor idea de cómo hacerlo. —Yo te busqué de todas las formas, pero no tenía ninguna referencia tuya. —¿Me perdonas? ¿Me perdonas por ser un idiota? —No, no te perdono por ser un idiota, pero te perdono por no haber acudido a la cita. —La verdad pensaba en ti, a veces cuando iba a la playa y me sentaba a pensar, lo hacía recordándote, pero me dije que eso era un sólo episodio de mi vida, que no había sido sino un simple beso, trataba de convencerme, pero me daba cuenta que sí eras importante, porque tuve varias novias y no sentía igual con ellas, por más que me empeñara en tratar de enamorarme, nunca lo hacía. —Mira, una estrella fugaz, ¡qué hermosa!, es demasiado hermosa —dijo muy emocionada. —Ya sabes lo que tienes que hacer. —Sí, pedir un deseo.


—A ver, pida su deseo hermosa señorita. —Mmm a ver, a ver, ya. —¿Y entonces? —¿Entonces qué? —¿Qué? —No me vas a decir ¿qué le pediste? —Por supuesto que no, ¿acaso no sabes que nunca debes decir en voz alta un deseo que pidas a una estrella fugaz? —No, no lo sabía, ni he leído nada acerca de eso. —Pues es así, ya lo sabes, sino tu deseo no se cumplirá. —Bueno, entonces no diré nada que pida y así las cosas se darán como las quiero. Abel e Isabella estaban más únicos que nunca, a pesar de las circunstancias del colegio y mantener su relación en secreto. Aunque él no estaba de acuerdo, pero lo hacía por complacerla, porque era la única chica que sabía llegar a su corazón, que podía mantener una conversación interesante y que lo hacía sentir lleno. —¿Qué vamos a hacer ahora? —¿A qué te refieres? —Quisiera que todos supieran que somos novios, estoy cansado de ocultar las cosas. —¿Sabes que me metería en problemas con las chicas del grupo? —¿Y eso qué? —No quiero tener problemas, a Sara todavía no se le quita de la cabeza el tener algo contigo, parece que no hay nada que hagas que a esa chica pueda desanimarla. —¡Qué fastidio con esa mujer! Es increíblemente aburrida, no hace sino hablar de las mismas estupideces vez tras vez. —Jajajajajaja su cartera Chanel, el ala que están construyendo en su casa, como fue una vez a París y vio a Leonardo Di Caprio. —Jajajaja exacto, a eso me refiero. ¡Por Dios! ¿A quién pueden interesarle esas tonterías? —A ellas sí y la verdad no quiero caer en su lista negra, ¿sabes lo terrible que son esas mujeres con sus enemigas?, no quiero caer en eso. —¿Y qué sugieres entonces?, ¿que estemos escondidos sin nunca darnos a conocer?, ¿dependiendo de las acciones o actitudes de un grupo de niñas tontas?, eso no me parece digno de ti Isabella Valencia. —Sabes que no es solamente eso, están también mis padres, mejor dicho, mi padre, él nunca aceptaría que nosotros tengamos algo, él detesta ese tipo de cosas, es muy sobreprotector. —Lo sé, pero estoy seguro que si hablo con él yo… —No lo conoces Abel, mi padre es un militar, cuando decide algo, no hay nadie que pueda convencerlo de lo contrario, es simplemente así y no hay nada que se pueda hacer al respecto. —Siempre hay algo que se puede hacer. —No lo conoces. —Entonces ¿qué haremos? —No lo sé —dijo colocando su cabeza entre las piernas. Sentados así admiraron la profunda noche, cada estrella prometía un futuro, todos los años que les faltaban por vivir, parecían no ser suficientes para ese sentimiento tan bonito que los embargaba por dentro. Se creían inmortales, eran tan jóvenes que pensar en la vejez o la muerte, parecía completamente improbable. —Somos eternos. —No, pero el amor sí lo es. —Me refiero a que no vamos a morir, sólo seremos parte de las estrellas como lo fuimos en algún momento, en un punto de la vida. —Eso es hermoso, somos parte de las estrellas —dijo recostándose sobre él.

—Quiero quedarme aquí toda la vida. —Yo también. Entonces se miraron con ternura y allí, en ese lugar tan especial, se dieron un beso apasionado, tanto como sus corazones dulces y adolescentes se lo permitían. En ese momento pensaban que era lo más grande de la vida. Isabella creía que el corazón saldría por su boca, latía muy fuerte y tenía mucho miedo de lo que podría suceder después. —¿Tienes miedo? —¿Por qué? —¿Estás temblando o tienes frío? —No, yo, tengo miedo. —Solo déjame besarte, es lo único que quiero. Él se sentía emocionado, era esa misma chica, aquella que había encontrado por casualidad en un día de playa. Sentía su corazón latir con fuerza, sus manos buscaban el camino para recorrer ese sendero especial, su piel era blanca como la porcelana y suave como la seda. La recorrió poco a poco y sentía tocar las estrellas. Sus manos eran mariposas que apenas estaban aprendiendo a volar, la brisa de la noche los acobijó, dentro de la carpa se sentían en las nubes, era la primera vez para ambos y fue perfecto, entonces abrazados se miraban intensamente. —¿Cómo es posible que sea tu primera vez? —le dijo ella. —¿Sabes ese dicho de crea fama y acuéstate a dormir? —Sí. —Bueno, ese es mi dicho. —No lo puedo creer, pensé que tenías mucha experiencia. —Ya ves que no. —Pero ¿y tus novias? —Bueno, algunas eran verdad, pero la mayoría no, todas decían ser mis novias y yo no lo desmentía, ya sabes cómo es, cosas de chicos. Me daba miedo que supieran que era virgen. —Sí, lo sé, pero creo que nunca me ha afectado como a ti. —Y me alegra nunca haberlo hecho, hasta ahora. —A mí también, si había alguien con quien quisiera estar, ese eres tú y nadie más. —Tus ojos son tan lindos, eres como una muñeca, grandes, lindos, hermosos. —Los tuyos también, tus ojos son lo más bello del mundo, no puedo describirlo, estoy tan enamorada de ti Abel, yo… —y se le salieron las lágrimas. —Ahhh no mi bebé, no llores, no. Eres mi princesita, mi luz, recuerda eso, que estás llena de luz.

—Sí, lo recuerdo —dijo ella sonriendo, es la cosa más bella que me han dicho en la vida. —Tú eres la cosa más bella de la vida. Permanecieron abrazados toda la noche, mirándose, con el temor que aquello fuese un sueño, sintiendo el calor de sus propios cuerpos rozándose, llenándolos de amor y pasión. —¿Crees que no tengamos problemas por esto? —No pienses en eso, tú le dijiste a tu mamá que estabas con Alicia y yo estoy con Durán, es perfecto. —Mmmm, eso espero, no sé, nunca había hecho algo como esto. —¿Por eso te preocupas tanto? —¿Y tú no? —Pues, no había hecho nada remotamente parecido a esto, pero sí me había escapado con mis amigos, así que jajajajaja, esto no es nuevo. —Nunca me ha gustado mentirle a mis padres. —Vamos, olvidemos todo eso, no vamos a dañar el momento, disfrutemos de esto que estamos viviendo ahora. —Tienes razón, no quiero que esto tan bonito se vaya a dañar por una simple conversación que no tiene sentido. —¿Crees que hayan otras personas haciendo lo mismo que nosotros? —No lo sé, pero espero que sí, que haya muchas personas como nosotros que estén enamorados y se puedan amar como nosotros lo hacemos ahora en este momento. —Soñé tanto con esto, tanto; no te imaginas, yo siempre me imaginé cómo sería mi primera vez.—Yo también. —¿Te gustó? —Por supuesto que me gustó amor. —¿Y a ti? —Mucho, yo… —dijo sonrojándose, fue maravilloso. La noche avanzaba lenta y la sensación era como de un arrullo, afuera el viento azotaba con fuerza y el aroma del bosque llegaba cada tanto a matizar las notas nocturnas. El eco de la oscuridad era testigo de sus besos y abrazos, la pasión se había desencadenado y sus cuerpos disfrutaban del momento, sintiéndose llenos de algo maravilloso que no les pertenecía, pero que deseaban con todo su ser. Él le sostenía las manos con delicadeza, mientras ambos encontraban nuevamente el camino hacia la felicidad; sus miradas intensas lo decían todo, su alma era diáfana como un cristal, ella podía verlo y él leía en cada espacio de su corazón, con la inocencia de la juventud, almas que no habían sido profanadas por las tergiversaciones, mitos y egoísmos. Él se sentó y ella permanecía entre sus brazos, abrigada con el calor de su cuerpo, sintiendo el cálido olor de su piel, se creía la chica más afortunada del planeta porque tenía consigo al hombre que amaba y nadie cambiaría eso. Sus manos entrelazadas eran muy diferentes, las de ella se veían diminutas, delicadas y blancas, mientras que las de él eran fuertes y grandes de un lindo color bronceado. —Me da la impresión que antes eras más blanco. —Antes de convertirme en un atleta y tener que realizar prácticas todo el tiempo, ¿sabes lo forzado que es practicar casi todos los días?, ese campo es inmenso y a veces hace mucho sol. —Mmmm bueno, de todas formas te ves lindo como sea. —Eres hermosa y estas manitos también lo son. —Jajajajaja. —Prométeme algo.

—Dime —le dijo girándose para mirarlo a los ojos. —Que siempre me vas a amar. —Lo prometo. —No, espera, no lo digas tan rápido. —¿Por qué? —Si llegara un día en que no estemos juntos, por cualquier razón, prométeme que no vas a amar a nadie como lo haces conmigo. —Eso es fácil de prometer. —¿Te parece? —Sí, ¿y tú? —Lo primero, prometo que nunca voy a amar a nadie como tú. —Prométeme que no vas a dejar que nadie nos separe nunca. —Te lo prometo amor, te prometo que nada nos va a separar jamás, todo lo que pase será inútil, igual estaremos juntos. Entonces, sintieron unos ruidos afuera y vieron luces que se comenzaron a mover alrededor de la tienda. Isabella se asustó y se agarró de Abel, al mismo tiempo que lo miraba asustada. —¿Qué es eso Abel?, tengo miedo. —Tranquila amor, no pasa nada, cálmate. —Y si son unos ladrones, ¿qué hacemos? —Tranquila, tranquila —dijo mientras trataba de pensar en algo. —Abel, ¿estás ahí dentro?, si eres tú sal. —Es la voz de mi papá. —¡Oh cielos! Nos encontraron, cielos. —Vamos, vístete amor. Yo salgo mientras tú te vistes ¿sí? Tranquila, no va a pasar nada malo, solo es mi papá. Abel abrió la carpa y salió, entonces Isabella trataba de vestirse apresuradamente, pero por los nervios, las manos le temblaban y no podía prácticamente coordinar sus movimientos. Afuera, al salir, él se encontró no solamente con su padre, sino también con el padre de Isabella que lo miraba con el ceño fruncido y con cara de querer matarlo. —Papá ¿qué haces aquí? —¿Y todavía lo preguntas? ¿Sabes el susto que nos han dado a todos? ¿Quién está contigo adentro? —Está mi hija allí dentro ¿verdad? —Sí, señor. —¡Por todos los cielos! —Dijo el general Valencia muy molesto. —Tranquilo general, déjeme arreglar esto. —¿Y cree que algo así tiene arreglo? ¡Por todos los cielos! Sabía que esto traería problemas desde el primer día que te vi en mi casa muchacho condenado.

—Un momento general, vamos a calmarnos. —¡No me diga lo que tengo que hacer Ricard, por favor! —Espere general, no se exalte, déjeme resolver esto. —Abel, dile a la señorita Isabella que salga por favor. —¿Por qué tengo que aguantar estas cosas? Camille, por favor, ve a dentro y saca a mi hija de allí.—Sí señor, le respondió asustada y nerviosa. Entonces entró y la encontró atándose sin éxito los zapatos, ya que de los nervios no alcanzaba a amarrárselos debidamente. Cuando la vio, se quedó mirándola con ojos de desamparo y ella se precipitó donde estaba para ayudarla. —Señorita, déjeme ayudarla. —Camille ¿qué haces aquí? —Su padre me trajo. —¿Mi papá está aquí? —Dijo sorprendida. —Sí, señorita, pero no se asuste. Tranquila, lo importante es que salgamos de aquí cuanto antes. —No quiero ir con él. —Tendrá que hacerlo, déjeme ponerle esto —le dijo quitándose la chaqueta y colocándosela para taparla. —No quiero hablar con él —dijo con lágrimas en los ojos. —Vamos señorita, levántese, tenemos que irnos. Ella miró con cara desesperada a Abel, mientras este trataba de darle ánimo, le sonrió, pero a duras penas su expresión parecía una mueca, pues él mismo no sabía qué sería de sí luego de que su padre terminara de sermonearlo. Se quedaron mirando unos segundos. —¿Prométeme que no vas a dejar que nos separen? —Nunca, nunca nos van a separar, te lo prometo y la tomó de la mano. —Te amo. —Yo también te amo Isabella, nadie nos va a separar —le dijo con súbita valentía. Salieron juntos, en cuanto vio la mirada severa y colérica de su padre, supo que las cosas serían mucho más difíciles de lo que pensó. Él la miraba con molestia y decepción, en su frente se pronunciaba una enorme vena que solo había visto en las peores situaciones de la familia o en las crisis del gobierno, eso significaba que era grave, las cosas no serían sencillas y ella estaba en una situación de dificultad tremenda. —Bien Isabella, vámonos. —Papá yo… —Vámonos, en la casa hablamos.

—Pero es que Abel. —En la casa hablamos, camina —le dijo tomándola por el brazo—. Y tú jovencito, mantente alejado de mi hija o me veré en la necesidad de recurrir a otros medios. —Por favor General, espere —le dijo el señor Ricard. —No, Ricard es mi hija, mi hija. Mantenga a su hijo alejado de ella o se las verá conmigo —y su voz tomó un matiz velado muy desagradable que Isabella nunca había oído. Isabella volteó mientras su padre se la llevaba mirando a Abel y este le hizo un gesto de adiós con la mano, mientras lloraba, ella se volteaba cada tanto para verlo hasta que su padre la obligó a meterse en el auto. Entonces, desde el asiento trasero se seguía volteando hacia Abel, el cual todavía la observaba mientras su padre parecía regañarlo, él bajaba los ojos y luego volvía a buscarla, así estuvieron hasta que el auto dio una curva y ya no pudo verlo más. Luego, rompió a llorar y Camille trataba de consolarla sobándole la espalda. Su padre se mantuvo en un silencio hermético, ella sabía de sobra que esa era la peor actitud que podía tomar Eleazar Valencia, un hombre tan extrovertido y audaz jamás se ponía de esa forma al menos que el caso fuese extremo, y él estuviese pensando qué medidas tomar para subsanar la situación. Generalmente, cuando esto pasaba, sus resoluciones eran completas y no había margen para la discusión, ni el diálogo, simplemente había que hacer lo que él dijese y más nada. —Papá yo… —Te dije que hablamos en la casa Isabella, ¡no hables! —Y la miró de una manera que daba terror. Así que ella se quedó callada y no se atrevió a decir mi una palabra porque sabía que su padre no se andaba con juegos cuando decía algo y era capaz de todo, tenía miedo por Abel, así que pensó que lo mejor era quedarse en silencio y sólo escuchar lo que su padre tenía por decir, nunca le había visto tan contrariado, sintió escalofríos en su cuerpo. Miró a Camille, quien seguía sobándole la espalda y agradeció profundamente que ella estuviese ahí para apoyarla, de lo contrario, de haber estado sola con su padre, se habría sentido desamparada y con mucha ansiedad. Cuando al fin llegaron a la casa, ella casi temblaba del frío y el temor, no sabía qué decisiones tomaría su padre, pero en todo caso, era evidente que odiaba a Abel y que no la dejaría acercarse a él de ninguna manera, en su mente maquinada ideas para poder verlo o encontrarse con él, pero sabía que era bastante improbable que pudiese engañar a su padre. En estrategias, no había quien le ganase y precisamente por eso el gobierno lo había seleccionado para ese puesto tan importante que ostentaba. —¡Bájate! —Le dijo muy molesto. Ella lo hizo en silencio y sin decir ninguna palabra, se dejó conducir hasta donde él quería, allí dentro en una de las estancias estaba su mamá sentada con el rostro estragado y una cara de gran preocupación. Ella sintió un retorcijón en el estómago, mientras se sentó en el sofá como le indicó su padre, tenía el cuerpo dormido. —Puedes retirarte Camille, gracias. —Sí señor, mientras buscaba con los ojos a Isabella para darle apoyo. —Y bien Isabella, ¿qué significa todo esto? —Yo… —No, tú nada, tú eres una chica de 16 años que supuestamente estaba en casa de una amiga, y en vez de eso, estabas en esa carpa con un chico obviamente haciendo… haciendo por Dios, ¡maldita sea! Solo tienes 16 años, eres mi niña ¿cómo es posible que haya tenido que ver eso? Verte así como una cualquiera con ese tipo. —No soy una cualquiera papá, yo lo amo. —¿Tú lo amas? Jajajajajajaja, ¿escuchaste lo que dijo tu hija? Ella lo ama, claro eso lo explica todo. Bien, ahora me siento mucho más conforme.

—Isabella ¿por qué nos mentiste?, ¿quién es ese chico?, no entiendo. —Es mi novio. —Es su novio ves —dijo su padre con sarcasmo—, ¿y desde cuándo te dimos permiso para tener novio?, ¿cuándo nos pediste permiso para eso? —Yo lo amo papá, él es el amor de mi vida. —¡Bah!, ¡qué vas a saber tú de amor! Sólo eres una chica malcriada y voluntariosa. —Tú no lo aceptas, ya no soy una niña. Soy una persona grande y tú quieres seguirme tratando como a una niña de cinco años, no me dejas avanzar. —Imagínate, no la dejo avanzar, si soy tan malo y te encontré teniendo sexo con ese chico, imagínate si te diera más libertad, esto es increíble. —¡Teniendo sexo! ¿A qué te refieres Eleazar? —Pregúntale a tu hija y al amor de su vida, Abel Ricard, el hijo del embajador, el que vino para acá una vez, fingiendo ser sólo un amigo. ¿Qué te parece?, ¿cómo crees que la encontré? Revolcándose con ese tipo, lo vieras. ¡Por Dios! Se nota por encima que está acostumbrado a seducir muchachitas ingenuas como Isabella para llevárselas a la cama o bueno, a cualquier lado básicamente. —Eso no es cierto. —Cállate Isabella, deja que hable tu padre, por Dios, esto es… —dijo completamente atribulada, tapándose la boca mientras se le salían unas lágrimas. —Y si sales embarazada, ¿qué vas a hacer? —Eso no va a pasar. —Ah bueno, por lo menos te cuidaste, gracias. —Papá, no voy a hablar de mi vida íntima contigo. —¡Oh Dios cállate!, ¡cállate Isabella! O te voy a voltear la cara y, créeme, no quiero hacer eso —dijo colérico. —Después de todo lo que hemos hecho por ti, ¡cómo es posible que salgas con esto Isabella!, eres la última chica que pensé podría hacer una locura como esta. —Al parecer, todos estábamos equivocados —dijo su padre atribulado y sentándose en el sofá, mientras se tocaba las sienes. —¿Crees que merecemos esto?, mira a tu padre, con todas las responsabilidades que tiene, ¿crees que merece le hagas esto? —Yo siempre tengo que depender de lo que esté pasando mi padre, pero no puedo supeditar mi vida a las responsabilidades de mi padre, yo soy una persona, un ser individual y tengo derecho a vivir mi vida. —¡Isabella cállate! ¡Cállate por favor!, no quiero tener que pegarte, pero ya no me estás dejando más opciones, por favor no hables más. —Isabella, deja de retar a tu padre, mira lo mal que está, eso no le hace bien a su salud. —No los entiendo, ¿ustedes no quieren que yo sea feliz? —Eres muy egoísta Isabella. —¿Egoísta? Yo vivía muy bien en Francia, allá era feliz y ustedes me obligaron a venir acá, ¿ahora me siento bien aquí y tampoco les gusta?, la verdad no sé qué quieren ustedes, no los entiendo para nada. —Queremos lo mejor para ti Isabella, somos tus padres y definitivamente lo mejor para ti no es un chico como ese, que se nota que está acostumbrado a acostarse con una y con otra. Ese chico tiene fama de estar con todas, es un casanova hija, eso no es lo que te conviene, además, estás muy joven para eso, eres una niña, ahora sólo debes dedicarte a otras cosas como tus estudios.

—Yo lo amo, dices así porque no lo conoces, no lo conoces mamá, no tienes idea de quién es, pero no es nada de eso que ustedes están mencionando, él es un buen muchacho, ustedes no lo conocen. —¿Ves cómo lo defiende? Es increíble, yo no puedo con esto, es… es demasiado para mí — dijo él levantándose del sofá—, necesito descansar —entonces, se dirigió hacia la escalera, se volteó y la miró directo a los ojos…— No creas que vas ver a ese chico otra vez, olvídate de ese muchacho, no lo quiero cerca de ti ni a 20 kilómetros. —No puedes evitar eso.

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