Hace cincuenta años que H. Bustos Domecq ocupa un puesto de honor en el poco dilatado territorio de la literatura argentina. Nacido de la amistad entre Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, este curioso personaje no es,
sin embargo, una mera suma de sus dos ilustres padres, sino el original producto de una afortunada empresa literaria en común.
Su singular e insigne bibliografía incluye, aparte de los cuentos quizá más originales de este género ya casi infinito, algunos de los más ilustres ejemplos de humor y parodia con que cuenta la literatura en castellano.
Virtudes manifiestas en estos Nuevos cuentos, que son nueve, y que, como la esfera del filósofo, proclaman la circunferencia pero ocultan las múltiples formas del universo.
Hace cincuenta años que H. Bustos Domecq ocupa un puesto de honor en el poco dilatado territorio de la literatura argentina. Nacido de la amistad entre Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, este curioso personaje
—Cuya H. es la inicial de Honorio y cuyo doble apellido junta el de un antepasado que fue caudillo de la provincia de Córdoba y el de un extravagante bisabuelo de origen francés
— no es, sin embargo, una mera suma de sus dos ilustres padres, sino el original producto de una afortunada empresa literaria en común.
Su singular e insigne bibliografía incluye, aparte de los cuentos quizá más originales de este género ya casi infinito, algunos de los más ilustres ejemplos de humor y parodia con que cuenta la literatura en castellano.
Virtudes manifiestas en estos Nuevos cuentos, que son nueve, y que, como la esfera del filósofo, proclaman la circunferencia pero ocultan las múltiples formas del universo.
Le doy mucha razón a mi colega de oficina don Tulio Savastano, que esta mañana estaba como fuera de sí con el entusiasmo de ponderar la fiesta ofrecida las otras noches por la señora Webster de Tejedor, a una vasta porción de sus amistades, en su residencia de Olivos.
El que innegablemente asistió en persona a la fiesta fue José Carlos Pérez, figura de gran desplazamiento social con el apodo de Baulito.
Escaso de cogote, fornido dentro de la ropa ajustada, bajo pero paquete y elástico, un patotero estilo guardia vieja, famoso por el mal genio y por las trompadas, el Baulito es por derecho propio un elemento popular y querido en todos los círculos, particularmente donde haya coristas y caballos.
Don Tulio, por el mismo hecho de llevarle los libros, goza de franco acceso a la casa de nuestro héroe, donde ha conseguido infiltrarse en las dependencias de servicio, sin perdonar la recepción ni el sótano de la bodega.
Por el momento el Baulito le otorga toda su confianza y le revela, bajo forma de confidencia, entretelón que bueno, bueno.
Hablo con fundamento; en cuanto lo diviso a don Tulio, me lo apestillo y no lo dejo en paz hasta sonsacarle los chismes de la víspera. Paso a la última hornada; esta mañana Savastano, para sacarme de algún modo de encima, puntualizó:
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