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Noches de neon – Scarlett de Pablo

No fue hasta el tercer intento que Jessica consiguió que la llave entrara en la cerradura. En circunstancias normales, eso no hubiese sido ningún problema, sin embargo, no todos los días una tenía un tiro en la pierna para justificarse. De haber tenido otra opción, quizás se lo hubiera pensado mejor y no habría acudido a él. No obstante, su propia casa estaba lejos, a las afueras, y allí tampoco había alguien que pudiera salvarla. Lo necesitaba a él; estaba desesperada, y el muy capullo no estaba en casa. No iba a negar que se lo merecía. Por suerte, no estaba todo perdido. Jessica aún conservaba la llave y él no había cambiado la cerradura después de que dejaran su relación. Se prometió entonces que le compensaría. A partir de ahora haría las cosas bien, pero para eso tenía que sobrevivir. Cuando volvió a tomar conciencia de lo que estaba haciendo, se dio cuenta de que ya había traspasado el umbral y había dejado todo un reguero de sangre a su paso. «Genial», pensó, «una cosa más por la que pedir perdón». Cerrar la puerta tras de sí suponía tener que retroceder, y decidió que era algo que no valía la pena hacer. Cuando Blake llegase, ya se daría cuenta de que algo no iba a bien y se ocuparía de todo, siempre lo hacía. Ahora lo que Jessica necesitaba era una buena dosis de calmantes. Sin el dolor punzante que le atravesaba toda la pierna, estaba segura de que sería mucho más eficiente de lo que había demostrado hasta el momento. De modo que soltó la condenada bolsa que la había llevado a tales circunstancias y la empujó contra una pared para que no quedara muy a la vista. Luego se arrastró por el suelo y llegó hasta el baño. Cabía la posibilidad de que Blake guardara las benditas pastillas en la mesilla de noche, lo había visto hacerlo cuando había tenido que recuperarse de una pelea jodida, pero por regla general, también recordaba que en el baño siempre había alguna reserva. Escogió la opción más segura y la más cercana. No tardó en dar con las pastillas y se tomó tres de un trago. Jessica empezó a preocuparse cuando su vista se nubló por unos instantes. Era imposible que ya le estuvieran haciendo efecto, así que debía ser una señal de que estaba perdiendo bastante sangre. Si seguía así, no le quedaría mucho que hacer en este mundo. No se lo pensó demasiado y tiró de una toalla que había colgada tras la puerta del baño.


Escuchó un «crack», probablemente porque había arrancado el gancho que la sujetaba, y se hizo una nota mental para pedirle disculpas a Blake también por eso. Luego enredó la toalla a su pierna y apretó la herida. No tenía ni idea de si eso serviría; nunca había visto a nadie hacerse un torniquete e imaginaba que una toalla no era la herramienta más indicada para ello. Aun así, insistió y trató de retorcerla para que hiciera más presión sobre su muslo. Fue entonces cuando se le escapó un grito que contenía todo el dolor y la frustración que había estado reprimiendo. Acto seguido, se echó a llorar. ¿Cómo había podido salir todo tan mal? Se suponía que aquello iba a cambiar sus vidas, pero para mejor. Y ahora Jim estaba muerto y yacía inerte en un callejón, con un agujero de bala en la cabeza. Eso no se parecía ni de lejos a lo que habían planeado. —Jim —sollozó rota por el dolor y se miró el anillo de un compromiso que jamás iba a llevarse a cabo—. Mierda, Jim. Acababa de tomar conciencia de que todos los sueños que habían compartido, una vez hubieran conseguido el dinero, se habrían esfumado de un plumazo. Un dinero cargado de promesas con el que ya no sabría qué hacer. Sin embargo, por muy desoladoras que fueran sus circunstancias actuales, debía intentar tranquilizarse o ella acabaría igual que su novio. Trató de recomponerse y decidir cuál iba a ser su siguiente paso: llamar a Blake. Muy despacio, sacó su teléfono de un bolsillo de los pantalones. No contaba con que el gesto le volvería a provocar una oleada de dolor insoportable. Apretó los dientes. Cuando por fin pasaron los espasmos y pudo volver a respirar, centró la vista en la pantalla. Se permitió relajarse un poco al escuchar los tonos de llamada, pero no duró mucho, pues Blake no contestó y le saltó el buzón de voz. Por lo menos tenía la certeza de que tampoco había cambiado de número. Abrió la ventana de mensajes y comprobó que hacía horas que no se conectaba. Luego suspiró arrepentida al ver los últimos comentarios que se habían enviado, hacía ya casi dos años; no se decían precisamente cosas muy bonitas. ¡Mierda! ¿Dónde demonios se había metido? Necesitaba su ayuda. No era una exageración afirmar que era una cuestión de vida o muerte.

Pensó entonces que tal vez habría una persona más a la que podría llamar. Encontrar ese número le costó un poco más. Su mente empezaba a abotagarse y los dedos no le respondían muy bien. O tal vez era que haber salpicado la pantalla del teléfono con sangre confundía al dispositivo táctil. «Jim sabría de eso», pensó, y sintió un ardor que le subió por la garganta y le humedeció los ojos de nuevo. —Freddy’s Muscle Palace —escuchó al otro lado de la línea después de superar el reto que le había supuesto marcar el número. —Hola, Freddy —saludó. Se estaba esforzando para que su voz saliera más o menos normal—. Soy Jessica, Jessica Spencer. ¿Me recuerdas? —¿Estas de broma, nena? ¿Cómo no voy a acordarme? ¿Cómo estás? Hace mucho que no sabía de ti. —¿Está Blake ahí? Necesito… —Hizo una pausa para reprimir una arcada, como si con el dolor de la pierna no tuviera suficiente—. Necesito hablar con él. —No, no está. ¿Estás bien? Suenas medio rara, chica. —Estoy… bien —mintió. Estar desangrándose en las baldosas del baño de su ex, con dos millones de dólares en una vieja bolsa deportiva en la habitación contigua y con la certeza de haber visto morir a su prometido por orden del puto capo de la ciudad, «medio rara» era una buena manera de describirlo—. Necesito hablar con Blake. —Blake no está aquí, ya te lo he dicho. Tenía una pelea esta noche. Si quieres, le puedo decir que le has llamado. Quizás se debía a los efectos de los calmantes, pero mantener los ojos abiertos estaba empezando a costarle un horror. —Ya sería muy tarde —dijo finalmente ella. —¿De qué hablas? —Necesito ayuda, Freddy. No tengo a nadie más a quien acudir. Qué demonios, si le confesaba eso, quizás Freddy le buscaba a Blake y… —¿Dónde estás? —No estaba preparada para esa pregunta.

Se quedó sin saber qué contestar hasta que la voz de Freddy volvió a sonar al otro lado, más insistente esta vez—: Jessica, ¿dónde estás? Solo dímelo. Había razones para no decírselo, pero a esas alturas estaban dejando de importarle. La necesidad de no estar sola se estaba volviendo abrumadora. —Estoy en su apartamento. El de Blake. Vine a… recoger… unas cosas. —¿Has tomado algo? —¿Qué? —preguntó ella sin entender de qué le hablaba. —Da igual. Quédate donde estás. Voy a buscarte. «Eso suena muy bien», pensó ella y cerró los ojos. Ya no hacía falta preocuparse. Solo descansaría un poco y luego todo estaría bien. Capítulo 1. Artes marciales mixtas —¿Qué es eso de artes marciales mixtas? —preguntó Mia y estiró con un dedo uno de sus rizos rubios. Al otro lado del teléfono, su amiga Charlotte intentaba convencerla para ir a un evento al que las había invitado su nuevo novio, Carl. —Pues ya sabes, Mia. Tíos peleándose sin camiseta hasta que uno de ellos se queda KO. Dicho así, no sonaba mal. Sin embargo, la joven no estaba muy convencida. La violencia hecha espectáculo no era la idea que tenía de pasar una tarde entretenida. —Empieza a las ocho, pero yo iré directamente desde el apartamento de Carl, ¿Quieres venir con nosotros o prefieres llegar por tu cuenta? —Aún no he dicho que sí —contestó la joven y rápidamente pensó en la alternativa; la semana siguiente tenía que entregar un trabajo sobre contabilidad financiera, y pese a que no era muy importante, ya era la tercera vez que había suspendido la asignatura. Quizás debía hacerlo para no jugarse toda la nota en el examen final. Aunque, qué demonios, ¿acaso importaba? Odiaba sus estudios y odiaba su vida. Bueno, no toda, solo la parte en la que se llamaba Mia Gabrielli y era la hija de un cabronazo con mucha visión para los negocios.

—Si acudes sola, tendrás que decir que vas de parte de Carl para que te dejen pasar. Digamos que el encuentro no es todo lo legal que cabría esperar. —De acuerdo —aceptó sin más miramientos. Si Charlotte hubiese empezado por ahí, Mia no se lo habría pensado tanto. Hacer cosas indebidas era lo que más placer le daba en este mundo. Quizás si su padre no se empeñara en anular todas sus iniciativas, las cosas podrían haber sido distintas. Por el momento, esa era la única forma que conocía para sentirse realmente viva—. ¿Carl? ¿Solo Carl? —Bien. Asumo que vendrás por tu cuenta. Te paso la ubicación por Whatsapp. Es Carl Ritter. Me ofende que no te acuerdes —dijo su amiga con un deje de indignación. La joven no tenía ningún interés en perder el tiempo memorizando los nombres de los novios de Charlotte. Ahora era Carl Ritter, pero el mes pasado había sido Ted no sé qué. La parte positiva era que siempre se trataba de personajes de lo más variopintos, con nuevas experiencias que ofrecer, como en esa ocasión. Por si acaso, anotó el nombre en el bloc de notas de su teléfono. —Nos vemos a las ocho —se despidió y colgó a su amiga para poner el teléfono a cargar. Mia entró en el vestidor y se puso lo primero que encontró. Escogiese lo que escogiese, todo le haría parecer una muñeca frágil y dulce. Desde luego, detestaba verse así, pero la ropa con la que ella se identificaba hubiese sido motivo de un escándalo que, sin lugar a dudas, pensaba evitar a toda costa. Por ello, el apartamento de Charlotte se había convertido en una especie de santuario donde guardaba sus pertenencias más preciadas, el lugar donde podía cambiar de imagen sin tener que dar explicación.

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