debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


No te enamores del vikingo – Becca Devereux

Me va bien así. Ese es mi jodido lema y una verdad como un templo. Me las apaño viviendo solo en una cabaña alejada del pueblo. Adoro la soledad. No tengo que aguantar a nadie y si necesito cualquier cosa solo tengo que coger la camioneta y acercarme hasta Flam, el pueblo más cercano. Allí todos me conocen como Gunnar el ermitaño. Incluso más de uno me llama Gunnar el solitario. Me la pela. Tengo casi cuarenta años y sé cuidar de mí mismo. Aquí tengo leña, hace un frío de cojones y tengo una escopeta con la que salir a cazar de vez en cuando. Estoy en la gloria y me trae sin cuidado lo que diga el idiota de Esben. Esben es el único tipo al que podría considerar mi amigo. Es taxista y de vez en cuando viene a hacerme una visita, sospecho que para cerciorarse de que aún sigo con vida. Me cae bien porque es poco hablador. Se limita a beber cerveza y a comentar el partido de fútbol. Aunque de vez en cuando pregunta lo que otros no se atreven: —¿No te sientes un poco solo viviendo aquí? —No. —Tienes edad de tener una mujer. No lo digo con mala intención, ya lo sabes. Es solo que… me preocupo por ti. —No tienes por qué —le doy un trago a la cerveza y clavo la vista en la pared de madera. No quiero a nadie en mi vida, y menos a una mujer. Las mujeres causan problemas que no me apetece tener. Para eso tengo a Astrid. Astrid y yo nos entendemos bien porque los dos queremos lo mismo. Sexo sin compromiso cuando nos apetece.


Gracias a Dios, Astrid no es de esas que buscan nada serio. Se limita a tomar de mí lo que puedo darle y luego se larga sin decir nada. —A Agneta le encantaría que te pasaras a probar su asado. No hace más que repetírmelo cada vez que vengo a visitarte. ¿Qué tal este fin de semana? —Tal vez en otra ocasión. —¿El fin de semana que viene? —pregunta esperanzado. —No —respondo de manera rotunda, y lo hago a propósito para que lo deje estar. ¿Por qué todos se empeñan en sacarme de mi madriguera? No entiendo esa necesidad de meter las narices en los asuntos ajenos. Incluso cuando Agenta, la mujer de Esben, es una señora encantadora y que no me cae del todo mal. Sé que lo hace con su mejor intención, pero, demonios, ¡me gusta la soledad y no tengo ganas de soportar a su mocosa! —Agneta se enfadará conmigo si no consigo convencerte. Dice que deberías venir a casa porque somos amigos y ella estaría encantada de ser una buena anfitriona y todo eso. ¿Sabes la bronca que me va a caer por tu culpa? Me encojo de hombros. —Tu mujer, tu problema. —Eres de lo que no hay —me mira como si fuera un caso perdido—. Algún día te darás cuenta de que ya no te apetece estar solo. Encontrarás a esa mujer especial de la que no quieras despegarte. Los seres humanos somos animales sociables, ¿no lo sabías? —Si tú lo dices. Lo que no le digo es que no hay ninguna mujer especial que me haga replantearme la vida. No existe. Es imposible. Lo tengo muy claro. De hecho, es una de las cosas que tengo más claras. Desde que pasó aquello de lo que prefiero no hablar… me convertí en quien soy ahora. Y el hombre que soy no le abre las puertas al amor ni de coña. Una cosa es echar un polvo de vez en cuando y otra muy distinta sentar la cabeza con una mujer.

Eso, definitivamente, es imposible. —Recuerda que el lunes te toca el taxi. —Cómo olvidarlo —respondo con ironía. Además de vender leña, los lunes conduzco el taxi de Esben para que él pueda librar y yo me gane un dinero extra que no me viene nada mal. Pero detesto ese trabajo con todas mis fuerzas. Sobre todo por esas condenadas turistas. Las turistas extranjeras y escandalosas porque resulta que el idílico pueblecito de Flam se ha puesto de moda por no sé qué película romántica. Y ahora vienen aquí esperando encontrar al vikingo de sus sueños. Entonces se montan en el taxi y empiezan a hacerme ojitos. Dios, no lo soporto. ¡Cómo si creyeran que no me doy cuenta! No soy un tipo egocéntrico y cuando me miro al espejo veo lo que hay. Un hombre enorme e intimidante que por alguna extraña razón les resulta atractivo porque tiene cierto parecido al protagonista de: ¡No te enamores del vikingo! Ese bodrio cursi que se estrenó hará cosa de seis meses. En el pueblo dicen que me doy un aire al actor protagonista. En fin, que ahora me toca lidiar con turistas que me piden fotos y ligan descaradamente conmigo. Una de ellas hasta me ofreció cincuenta dólares por acompañarla a la cama de su hotel. Joder, esto es un puto infierno. —Pobre Gunnar. Las mujeres se le tiran encima desde que se estrenó esa película —bromea Esben. Mi expresión furiosa le corta la risa. —No tiene ni puñetera gracia. —Agneta dice que eres clavado al tipo ese. —Tu mujer necesita gafas. Esben vuelve a reírse. —Mira, yo no entiendo de esas cosas. Pero ese actor era un tipo delgaducho que hizo pesas para meterse en el papel, se dejó el pelo largo y la barba sin afeitar.

Querían convertirlo en la clase de vikingo hostil que aparece en esas películas bélicas. Y yo me sé de un amigo que se le da un aire. Lo mismo si te afeitaras y te cortaras el pelo… —No me toques los cojones. ¿En serio tengo que afeitarme para no parecerme a ese cretino? Esben se encoge de hombres. —Es una sugerencia. No pienso cortarme el pelo, y mucho menos la barba. Se han vuelto locos. Un día esa maldita película dejará de estar de moda y todos me dejarán en paz. Mientras tanto, me limitaré a conducir el taxi mientras ignoro las miraditas provocadoras de las turistas de turno. Supongo que podré sobrevivir a ello. 2. Bienvenido a mi vida… de mierda María Hoy es el típico sábado en el que estoy a punto de tirarme por la ventana. Te pongo en antecedentes para que comprendas por qué mi vida es un completo fracaso. Tengo treinta y siete años, estoy divorciada, trabajo de cajera en un supermercado por un sueldo mediocre con el que hago malabarismos para llegar a fin de mes y tengo una hija adolescente con el típico humor de perros para la que soy esa clase de madre lapa a la que no quiere ver ni en pintura. Y la crema anticelulítica para la que estuve ahorrando tres meses no sirve de nada, por cierto. Pero, ah, sí que hubo un tiempo en el que era la mar de feliz. Hasta hace cinco años yo era una treintañera que vivía en un adosado a las afueras de la ciudad. La típica ama de casa que se desvivía por hacer feliz a su familia, iba una vez al mes a la peluquería, tres veces en semana al gimnasio, tenía una hija que adoraba pasar tiempo conmigo y un marido que… bueno, estaba ahí. Hasta que mi marido, ahora ex, tuvo un lío con su secretaria y me dijo sin una pizca de culpabilidad que me dejaba por ella. Y de repente mi vida de película se vino abajo. Yo, la mujer llena de sueños que se quedó embarazada por accidente a los veintiún años y que abandonó la carrera por recomendación de su marido. Porque «¿para qué vas a trabajar si yo tengo un buen sueldo y puedo mantener a la familia?». Y como era demasiado orgullosa para aceptar las migajas que él me ofrecía, decidí poner a la venta la casa y salir adelante con la parte del pastel que me correspondía. El resultado fue peor del que me esperaba: encontré empleos basura porque no tenía experiencia ni formación, mi exmarido, volcado por completo en su nueva familia, me dejó completamente sola con Elsa y tuve que apañármelas para sacarnos adelante. Y así pasaron los años… hasta que me convertí en una mujer de treinta y siete años que no sabe ni quién es, ni qué quiere, ni nada en absoluto.

¿Por qué de repente mi hija me odia? ¿Por qué de repente mi exmarido quiere hacer de buen padre? ¿Por qué de repente siento que soy un fracaso como persona? Elsa sigue sin dar señales de vida. Son las doce y media de la noche y tiene dieciséis años. Su hora de llegar a casa son las once en punto, pero pasa de mí. Para ella soy esa madre coñazo que no la entiende. Y para colmo, mi ex se ha convertido en ese padre guay que le compra todo lo que pide y la lleva a conciertos que yo nunca podré permitirme. ¿Te imaginas quien es la mala de la película? Pues eso. De nada sirve apelar al sentido común de una adolescente demasiado preocupada por seguir a sus amigos o ver la última serie de moda. ¿Qué más da que durante su infancia fuera yo la que me ocupé de ella? A veces siento que fui demasiado ilusa por mentirle y decirle que si su padre no la veía tan a menudo era porque estaba demasiado ocupado con su trabajo. —¡Por fin me coges el teléfono! —exclamo irritada, cuando consigo hablar con mi ex. Detesto tener que llamarlo, pero es lo que toca cuando tenemos una hija en común. Creo que nunca llegaré a perdonarlo por lo mal que se portó con nosotras. Lo de la infidelidad lo superé hace mucho, pero que se olvidara de que tenía una hija no lo voy a perdonar en la vida. Es de los que cree que con pasar una pensión alimenticia ya cumplía con su obligación. —¿Qué pasa ahora? —lo pregunta como si lo llamase por teléfono constantemente, lo cual es absurdo y él lo sabe de sobra. —Pasa que tu hija no da señales de vida. Debería haber llegado hace una hora y tiene el móvil apagado. —Mujer… no seas así. Ya llegará. Tiene dieciséis años, ya no es ninguna niña. ¿Por qué no dejas de agobiarla? Normal que luego diga que está cansada de ti. —Joder, Pablo. No sé quién es más crío, si tú o nuestra hija. ¿De verdad te da igual que tu hija ande con el móvil apagado y no sepamos ni dónde está? ¡Podría haberle pasado algo! —A la que le pasa algo es a ti. Estás histérica desde que te contó que se viene a vivir conmigo a Múnich. Supéralo de una vez.

—Desde luego… lo que hay que oír —sacudo la cabeza sin dar crédito—. Me encantaría saber en qué momento te acordaste de que tenías una hija. Déjame que lo adivine. Fue cuando empezaste a salir con Diana y te diste cuenta de que ella tenía una hija de la misma edad que la nuestra. Así le demostrabas que eras un hombre familiar por el que podía apostar. —No sabes de lo que hablas. Estás resentida porque todavía no has superado lo nuestro — dice, con una mezcla de fanfarronería y enfado. Estoy a punto de responderle que lo que no consigo superar es lo imbécil que es cuando oigo abrirse la puerta de la entrada. Cuelgo el teléfono y corro por el pasillo. Suspiro aliviada cuando veo a Elsa. Le huelo la ropa y pongo cara de desagrado al confirmar que ha estado fumando. —¿Se puede saber dónde estabas? ¡Me tenías preocupadísima! Si vas a llegar más tarde de lo acordado al menos podrías haberme avisado…

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |