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No Sonrías que me Enamoro – Blue Jeans

Hasta hace unos meses formaban EL CLUB DE LOS INCOMPRENDIDOS. Cada uno con su personalidad y su carácter, eran los mejores amigos del mundo. Pero ahora, superados los viejos problemas, otros nuevos han separado sus caminos. Con ayuda de nuevas amistades ¿conseguirán recuperar la confianza perdida y volver a la normalidad? Valeria quiere que su felicidad dure para siempre; Bruno despierta pasiones inesperadas; María por fin ha encontrado a alguien que la comprende; Raúl guarda un secreto que puede cambiar su vida; Ester cree que podría estar confundiendo amistad con amor y, sobre todo, ¿alguien sabe algo de Elísabet? Amores secretos, preguntas sin respuesta y ¡muchas ganas de pasarlo bien! La esperadísima segunda parte de ¡Buenos días, princesa!


 

De pie frente a su ordenador, no le quita ojo a la pantalla. Intenta seguir el ritmo de la música y fijarse en todo lo que hacen las hermanas Cimorelli. No se le da del todo mal esa coreografía. Siempre le ha gustado bailar. Y cantar. Lo adora. Cierra los ojos, se deja llevar y grita el estribillo de Million Bucks que ya se sabe de memoria. —You and me is more than enough… ’Cause you make me feel like a million bucks! Y pone los brazos en jarra para continuar con un hábil desplazamiento de izquierda a derecha que concluye delante de un gran espejo. Marina se detiene y se mira en él. Juguetea un poco con su larga melena rubia. Pone morritos y sacude la cabeza a uno y otro lado. —Espejito, espejito… ¿quién es la tía más fea del mundo? La chica se da la vuelta y observa, bajo el umbral de la puerta de su habitación, a un chico algo más joven que ella y peinado con una cresta. Daniel se burla haciendo una mueca y un gesto obsceno con el dedo corazón. Sonríe con ironía, rozando lo desagradable. —No sé quién te ha dado permiso para entrar en mi cuarto. —Nadie. No necesito permiso. —¡Sí lo necesitas! —Vivo aquí, hago lo que me da la gana. —No en mi dormitorio. —La casa no es tuya. —Pero es mi habitación. —Eso es mentira.


Marina, muy enfadada, se dirige hacia el joven descarado. Intenta cerrar la puerta, pero él lo evita con el pie. —¡Idiota! ¡Que te vayas de mi habitación! —¡No es tu casa! —Es tan mía como tuya. —Sabes que eso no es verdad. —¡Claro que lo es! —Venga, estúpida. ¡Búscate otra casa y otros padres! ¡Adoptada! Aquel comentario enfurece todavía más a la chica. Marina resopla, se impulsa y empuja la puerta con todas sus fuerzas. El chico aparta el pie, pero no la mano, que queda atrapada en medio. El alarido de dolor es ensordecedor. Asustada, la muchacha abre rápidamente. —¿Qué pasa con vosotros? Una mujer alta y morena acude, sacudiéndose las manos en un delantal de florecillas, alarmada por el alboroto y los gritos. Carmen percibe en seguida la hinchazón en la mano izquierda de Daniel, que, muy dolorido, la sostiene como puede. Le tiemblan los dedos. —Lo… siento. Estaba… molestándome. —¡Me duele! —Pero ¿vosotros queréis acabar conmigo? —pregunta la mujer al tiempo que agarra con cuidado la mano del chico—. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo te has hecho esto? —¡Me ha dado con la puerta! —¿Qué? —Ha… sido sin querer —señala Marina, que se ha puesto blanca. —¡Mentira! ¡Lo has hecho a propósito! —De verdad… y a no puedo con vosotros. —¡Yo no he hecho nada! ¡Ha sido la adoptada! —¡No llames así a tu hermana! —¿Por qué? ¡Si lo es! Carmen mueve la cabeza negativamente. La tensión entre sus hijos va creciendo conforme se hacen may ores. Aunque nunca habría podido imaginar que la situación llegaría hasta ese punto. No se soportan. O, para ser exactos, Daniel no soporta a Marina. Y desde hace un tiempo, Marina tampoco aguanta ni a Daniel ni sus constantes faltas de respeto. —Tenemos que ir al médico a que te miren esto.

—No pienso ir al médico. —¡Claro que vas a ir! ¡Se te está poniendo muy feo! —¡Dios! ¡Todo por culpa de la gilipollas esta! —¡Daniel! ¡Basta ya! ¡No insultes a tu hermana! —¡No tendrías que haber nacido! —¡Daniel! A Marina aquello le duele en lo más profundo del corazón. Sin embargo, no es capaz de reaccionar. Se sienta en la cama con los ojos rojos, llorosos, pero no dice nada. Cruza los brazos y mira hacia abajo. No puede más. Los insultos de su hermano continúan, y también los gritos de su madre para que se calle. ¿Qué culpa tiene ella de que sus verdaderos padres no la quisieran? Nadie la quiere. Se siente una total incomprendida. Ha hecho todo lo posible por sobrevivir. Por estar bien. Todo lo posible. Todo. Pero… —¡Estúpida adoptada! ¡Mira cómo tengo la mano por tu culpa! —¡O dejas de hablarle así a tu hermana o…! Sin poder soportarlo más, Marina se levanta de la cama y se dirige corriendo hacia el balcón de su habitación. Está cerrado. Pero en esos instantes no le importa. Se lanza contra él y hace añicos el fino cristal que la separa del abismo. La escena parece sacada de una película, sin embargo está ocurriendo de verdad. Su cuerpo vuela hasta aterrizar en la acera de la calle en la que vive, bajo la mirada aterrada de la mujer que un día aceptó que aquella pequeña rubia de ojos verdes fuera su hija. Jueves Capítulo 1 —¿Me das un beso? —¿Dónde? —Sorpréndeme. Raúl sonríe, le aparta el pelo y se inclina sobre Valeria para acercar los labios a su cuello. Suavemente, los posa sobre su piel y le regala el deseado beso. —¿Qué tal? —pregunta tras echarse hacia atrás y mirándola a los ojos. —Bueno. No ha estado mal.

Pero… —Pero ¿qué? —Los he recibido mejores. —¿Ah, sí? —Sí. —¿Mucho mejores? —Mmm. Sí… definitivamente, sí. El joven frunce el ceño y se pone serio. Un reto. Le gustan los retos. Vuelve a aproximarse a su novia y en esta ocasión elige su boca. Sin rodeos. Mezcla lo dulce y lo intenso. Valeria apenas respira, cierra los ojos y se deja llevar. Durante varios segundos, más de un minuto. Hasta que, exhausta, se despega de su chico y resopla. —¿Y ahora? ¿Mejor? —Guau. —Eso significa que te ha gustado, ¿no? —Has acertado. —¿Top diez? —Mmm. Top diez. —¿Sí? —Creo que sí. —Vaya, tiene que haber sido muy bueno para que lo reconozcas. —¿Por qué dices eso? —Por nada. Pero es que te cuesta admitir que y o tengo razón. —¡No es verdad! —Sí que lo es. —¿Me estás llamando cabezota? —Todos lo somos, ¿no? Valeria chasquea la lengua pero termina sonriendo. Después, le da un pequeño beso en los labios. —Te mereces un premio por ese beso top diez —afirma divertida.

Y con el dedo le golpea suavemente la nariz. Se levanta del sofá en el que están sentados y camina hacia la cocina. Raúl la observa con curiosidad. ¿Qué se propone? La quiere. Cada vez más. A pesar de… Sí, la quiere mucho. Durante los cuatro meses y pico que llevan juntos han pasado momentos de todo tipo. Altibajos, euforias, crisis… Incluso han estado a punto de dejarlo un par de veces. En cambio, la relación sigue adelante y cada día supone un pasito más. Una experiencia nueva. Sin embargo, no todo es lo que parece. —¿Qué haces con el delantal puesto? —le pregunta extrañado cuando Valeria aparece de nuevo—. ¿Y con ese cuenco? —Te voy a preparar una tarta. —Pero si tú no sabes hacer tartas. —¿Cómo que no? Ja. Qué poquita confianza tienes en mí. —No es que no tenga confianza. Es que… Pero Valeria ya no quiere continuar escuchando. Se vuelve simulando que se ha enfadado y regresa a la cocina a toda velocidad, pisando con fuerza para hacerse oír. ¿Cuántas veces la ha visto hacer lo mismo? Le divierten esos prontos unas veces más reales y otras más fingidos. Se le enrojecen las mejillas, que le recuerdan a aquella joven tímida que conoció hace un tiempo, aquella pequeña de catorce años que era incapaz de dirigirle la palabra, que se retorcía incómoda cuando la buscaba con la mirada. Cómo han cambiado las cosas. Ahora es la chica que lo hace sentir, la persona con quien comparte sus risas y sus miedos. La que lo saca de quicio, pero por quien lo daría todo. Es la única con quien ha tenido sexo y la que lo hace suspirar de día y de noche.

La musa que tanto añoraba y que hasta aquel momento no había aparecido. Raúl se levanta del sofá y se dirige también a la cocina. Valeria sostiene un libro de recetas entre las manos. —¿Te apetece que sea de chocolate? —le pregunta cuando lo ve—. Mi madre tiene aquí el que utiliza para hacer pasteles en la cafetería. —Vale. Bien. —No, dime, dime. ¿De qué la quieres? Puedo hacértela de más cosas. —De chocolate es perfecto. —Genial —dice muy decidida—. A ver… ¿Por dónde empiezo? Raúl se acerca a ella y le pone su BlackBerry en la mano. —¿Y si llamas a la confitería? —¡Tonto! —exclama, y le devuelve el smartphone—. Voy a hacer una tarta de chocolate casera. Yo sola. Y será… ¡la mejor tarta de chocolate que hayas probado jamás! El joven se encoge de hombros y se sienta sobre la pequeña encimera de la cocina. Contempla a Valeria verter en el cuenco leche, azúcar, chocolate y mantequilla y mezclarlo con una cuchara de madera. Luego, lo pone todo en una cazuela a fuego lento y comienza a removerlo. —No lo haces nada mal. —Claro que no. ¡Qué te pensabas! —Bueno, sólo es el principio. No te confíes. Aún te queda mucho para que eso parezca una tarta. —Paso a paso. Aquí dice que se tarda una hora en hacerla.

—Una hora… Uff. —Sí. Tú puedes irte a hacer otra cosa mientras yo me ocupo de esto. ¿Hoy no hay rodaje? —Sí, pero a las siete. —Puedes dar una vuelta y, cuando vuelvas, tendrás preparado un riquísimo pastel de chocolate. —¿No quieres que te ayude? —No —responde Valeria muy seria—. Ya te he dicho que esto es cosa mía. Vas a chuparte los dedos cuando esté hecha. —Ya lo veremos. Y sonríe. Se baja de la encimera de un saltito. La envuelve entre sus brazos mientras la chica trata de controlar con la cuchara la masa que se está formando. La besa dulcemente en los labios, pero Valeria no tarda en zafarse. —¡Vete y a! ¡Si se estropea será por tu culpa! —Ya me voy, y a me voy. El olor a chocolate empieza a impregnar toda la cocina. Es una fragancia deliciosa y penetrante que invade la pequeña habitación. Raúl la inspira y, tras acariciar el pelo de la chica, regresa al salón. Se pone la sudadera y sale de la casa después de avisar con un grito de que se marcha. Es un día nublado, hace un poco de viento y las hojas se amontonan en las esquinas de las calles. Sus pasos son tranquilos. Camina lentamente. Una hora… Pensativo, saca de uno de los bolsillos de la sudadera su BlackBerry y entra en el WhatsApp. Repasa lo último que se ha dicho en el grupo del corto que está dirigiendo. Parece que hoy el protagonista no puede ir. Siempre pasa algo.

Cuando se animó a hacerlo ya sabía que no sería sencillo. ¡Pero es que todos los días hay algún problema! No importa. Es su primera experiencia. Ningún comienzo es fácil. Lo que cuenta es que esto le servirá para el futuro. El futuro que tanto desea: convertirse en un gran director de cine. Aunque el corto también le ha servido para otras cosas. Suena un pitido. Tiene un WhatsApp. Lo abre y lee con una sonrisa: Siento ser tan cabezota. Aunque el beso que me has dado, pensándolo bien, no es un top diez. Y en seguida otro mensaje. Claramente, es un top cinco. Es un encanto. Se piensa la respuesta. Continúa andando con la BlackBerry en la mano, mientras siente el aire en la cara. Se sabe el camino de memoria. Aunque ella sólo lo ha acompañado una vez a lo largo de los últimos meses. Seguro que tu tarta también entra en el top cinco de las mejores que he comido. Responde al fin. Se detiene en un semáforo y sigue escribiendo. Y si no, tienes muchos años para seducirme y complacerme a base de azúcar y chocolate. Te quiamo. Te quiamo. Una vez, escribiendo en el chat de Tuenti, el joven se equivocó y mezcló un « te quiero» con un « te amo» .

Desde entonces, sus despedidas por escrito se han convertido en « te quiamos» llenos de sentimientos. Cruza la calle cuando el muñequito se pone verde. Un nuevo WhatsApp de Valeria le dice que ella también lo quiere. Jamás dudará de eso. Se le nota. Y le demuestra a cada instante que realmente lo ama. En cambio, a pesar de que siempre comenta que la verdadera verdad no está en quien la dice sino en quien la cree, le duele engañarla una y otra vez. Pero, de momento, a Raúl no le queda más remedio. Capítulo 2 Sus labios lo hipnotizan. Es hablar con ella, y no poder despegar los ojos de su boca. A veces ni siquiera se entera de lo que le dice. Es tan preciosa. —¡Bruno! ¿Me has oído? —Claro. —¿Sí? ¿Qué te he preguntado? —Que si la solución es tres. —¿Y lo es? —No. Es menos tres. Ester resopla y se deja caer de espaldas sobre la cama. El chico se acerca a ella y se sienta a su lado. —No voy a ser capaz de aprobar mates —señala con la mirada clavada en el techo de la habitación de su amigo. —Ya verás como sí. No lo llevas mal. —¿Que no? ¡Lo llevo peor! —No exageres. Sólo te has equivocado en que la solución era en negativo, no en positivo. Pero has hecho bien el ejercicio. —Demasiados fallos.

—Errores normales. Seguro que en el examen todo te sale perfecto. —Si tú lo dices… Claro que lo dice. ¡Y lo asegura! Pone la mano en el fuego por ella. Está convencido de que su amiga no tendrá problemas para superar el examen final de matemáticas del segundo trimestre. Para eso está él, para ayudarla en lo que le haga falta. ¿Qué importan las horas que tengan que pasar juntos para que Ester lo comprenda todo a la perfección? ¿Los amigos no deben darlo todo los unos por los otros? Aunque a Bruno le encantaría que hubiera algo más que amistad entre ellos. Desde que sucedió lo de Rodrigo, se han unido más, si cabe. Ester lo pasó muy mal durante unas cuantas semanas tras lo que le hizo su entrenador. Y Bruno puso a su disposición su hombro para que llorase y su imaginación para hacerla reír. La escuchó, comprendió, consoló y atendió en cada momento de bajón. Siempre que necesitaba hablar. Han pasado algo más de cuatro meses y la joven no ha vuelto a salir con nadie ni a quedar con ningún tío. Cero ligues, ni de su edad ni mayores. Y eso le ha permitido a Bruno mantener viva la remota esperanza de que él podría ser el elegido. Sin embargo, los días pasan y se van, pero sólo avanza el tiempo. Lo peor es que su amor sigue ahí, en su sufrido corazón, incluso más intenso y fuerte que nunca. —¿Quieres que volvamos a hacer el ejercicio? —le pregunta sonriendo. —No, déjalo. No quiero darle vueltas a lo mismo otra vez. Además, tengo que irme, que todavía debo terminar el trabajo de Lengua y estudiar Francés. Y si las Mates me preocupan, el Francés ni te cuento. —¿No te puede ayudar Raúl con eso? —No. Está muy liado con el tema del corto. —Amí no es que se me dé demasiado bien, pero podemos mirarlo si quieres.

—No te preocupes. He buscado un profesor para que me dé clases. —¿Qué? ¿Un profesor de Francés? —Sí. Es el novio de mi prima —contesta tras recostarse sobre el costado derecho—. A las siete va a mi casa. —¿Lo conoces? —No, no lo he visto nunca. Hacía mucho que no hablaba con mi prima, hasta ayer. Ella no es demasiado de redes sociales ni de WhatsApp. Pero el otro día mis padres se encontraron con su madre y le contaron lo de su novio. Es francés, aunque habla español perfectamente. —Y la llamaste para cotillear. —¡No! —grita, riendo culpable—. La llamé para explicarle mi problema con la asignatura. Bueno, vale… y de paso cotillear un poco. —¡Lo sabía! —Jo. —Entonces el novio de tu prima va a darte clases particulares… —Sí. Una hora de lunes a viernes hasta que termine el curso. Y gratis… Aquello no le gusta nada a Bruno. Ester no se va con el primero que pasa, y menos si tiene pareja y ésta es su prima, pero nunca se sabe. Además, no le hace gracia que pase tiempo a solas con un chico que no sea él. Aunque entre ellos sólo hay a amistad y en ocasiones lo pase mal por no poder alcanzar algo más, su compañía es lo mejor que tiene en el mundo. —Espero que te ayude a aprobar. —¡Más me vale! —exclama, y a continuación se sienta en la cama frente a Bruno. Los dos se miran y sonríen, pero son sonrisas diferentes. Bruno sonríe resignado, el gesto de Ester es de agradecimiento.

Se siente bien a su lado. Ha sido muy importante durante los últimos meses. Sin él no habría superado lo de Rodrigo. ¿Qué es lo que realmente siente por su amigo? ¿Es posible que le guste? Ese silencio acompañado de sus miradas no es el habitual entre ellos. Su complicidad va por otro lado. Aquel instante es diferente. —¡Chicos! ¿Queréis algo para merendar? La madre de Bruno aparece de repente, como siempre, y abre la puerta de su habitación sin llamar antes. —No, gracias —se anticipa a decir Ester al tiempo que se pone de pie y se alisa la camiseta—. Yo y a me iba. —¿Ya te marchas? ¿No quieres un trozo de una tarta de manzana riquísima que acabo de preparar? —pregunta la mujer, afligida. —Si me guarda un poquito, mañana la pruebo. —Un día tienes que quedarte a cenar —insiste la madre de Bruno. —Mamá, déjala y a. Qué pesada eres. No la agobies. —No te preocupes —interviene Ester con una sonrisa—. Me apetece. Algún día prometo quedarme a cenar. —¿Ves? Aprende de ella, que es todo amabilidad. Y tú, qué cafré que eres a veces, hijo mío. La mujer sonríe a la chica, de la que se despide, y hace un gesto de desagrado cuando mira al joven, que cabecea molesto. —No te sientas obligada a nada de lo que te diga mi madre. Ya sabes cómo es. —No pasa nada. Me cae genial.

—Porque a ti te cae bien todo el mundo. La joven esboza una sonrisa y, tras alcanzar su carpeta, sale de la habitación. Bruno camina detrás hasta que llegan a la puerta principal del piso. —Luego te envío un WhatsApp para contarte qué tal me ha ido con el profe de Francés. —Bien. « Espero que sea feo, desagradable y todavía más bajito que yo» . Pero no lo cree. Con la suerte que tiene, seguramente, será un galán francés: alto, guapo y con los ojos claros, le susurrará bonitas palabras al oído en el idioma más sensual y romántico que existe. —Hasta mañana, Bruno. —Hasta… mañana. Ester se inclina sobre el chico y lo besa en la mejilla. Un solo beso. Quizá demasiado cerca de la comisura de los labios, pero lo suficientemente lejos como para evitar cualquier confusión. Un beso de amiga. De una buena amiga. A Bruno le gusta sentir el contacto de su boca en la cara, ahora más caliente. Esos besos le dan la vida, pero al mismo tiempo le provocan un intenso dolor. En cuanto la chica desaparece por la escalera, se pone a pensar en cuánto le gusta, en cuánto la quiere. A veces es insufrible. Y a pesar de que no quiere regresar a aquel pasado en el que le costaba hasta respirar cuando pensaba en ella, es inevitable que se le encoja el corazón. ¿Por qué no pueden tener algo más? ¿Por qué no es posible una historia juntos? Sabe la respuesta. Está grabada a fuego en su interior, como si se tratara de un tatuaje. Es la realidad. La cruda y triste realidad. Suspira y regresa a su habitación seguro de que a lo único a lo que puede aspirar con ella es a esa gran amistad.

Sin embargo, lo que no sabe Bruno es que los sentimientos son impredecibles y que los labios de Ester han estado a punto de posarse sobre los suy os hace sólo unos segundos. —¿Cuándo vas a pasarme una foto tuya? La pregunta no le sorprende. Ya son varias veces las que se la ha pedido. Pero es que María no termina de fiarse. —No tengo ninguna. Ya te lo he dicho. —¡Venga ya! ¡No te creo! —De verdad. No tengo ninguna foto en el ordenador. Miente. A pesar de que odia las cámaras, guarda alguna que otra fotografía en una carpeta de su portátil. —Yo ya te pasé una mía. Creo que es justo que tú también me envíes una tuy a, ¿no? —Paloma, no tengo fotos en este ordenador. —No te creo. —De verdad. Créeme. —Mentira. Adiós. El usuario PalomaLavigne ha abandonado la conversación. Meri resopla y también sale de la página. Qué enérgica es. Menudo carácter tiene esa chica, si es que de verdad resulta ser una chica. Ya no sabe qué pensar. Son los riesgos de ese chat en el que « chicas buscan chicas» . Un chat de lesbianas… ¿Cómo ha llegado a ese punto? Hace un par de semanas que frecuenta esa web. Al principio lo hizo por curiosidad.

Luego se convirtió en una especie de obsesión. Siente cierta necesidad de hablar con otras chicas que sientan lo mismo que ella, de manera anónima y sin arriesgar absolutamente nada. No obstante, hasta el momento la mayoría han resultado ser tíos haciéndose pasar por algo que no son. Por eso toma tantas precauciones a la hora de dar información sobre sí misma. Ni fotos, ni cam, ni teléfono, ni mucho menos quedar con alguien. Se levanta de la silla y camina por su habitación. Se siente sola. Todo ha cambiado en poco tiempo. Ni siquiera tiene a Gadea para charlar un rato de cualquier cosa. Su hermana continúa en Barcelona con su padre, en el lugar que debería haber ocupado la propia María. Si hubiera sabido que iba a seguir en Madrid, no la habría besado. Habría seguido ocultando sus sentimientos por Ester. Pero y a no hay marcha atrás. Han pasado más de cuatro meses desde aquella noche, cuatro meses extraños.

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