debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Ni un zapato mas – Irene Ferb

Mis manos se mueven de un lado para otro lo que el reducido espacio les permite, palpando, tanteando, compulsas, nerviosas, ellas y toda entera yo. Ellas van por libre, ellas sí, yo no, he perdido mi libertad, es lo único que alcanzo a saber. Ahora aprietan las cuencas de mis ojos, pareciera que quieren castigarme por lo que les está pasando. Injustas. Hasta donde sé yo no tengo nada que ver con esto. No, nada. Respiro. No puedo. El aire entra y sale muy rápido de mis pulmones, como si no le gustara lo que ve dentro de mí. Miedo. Miedo profundo y verdadero. El miedo más hondo y menos lógico que he vivido jamás. ¡Despierta! Ya lo estoy. Esto no es una pesadilla. El amargor de mi boca no lo provoca ningún mal sueño. Esto es pura verdad. Como siga respirando a este ritmo me quedo sin aire en unos minutos. Obligo a mis anárquicas manos a empujar a mi pecho para que pare este ritmo mortal. …Cálmate. Calma. Me han secuestrado. Decirlo me provoca otra racha de «inhala/exhala» superficial y errática. Un trueno rompe mi silencio, y grito haciéndole la competencia del mismo susto. Nada ayuda a mis nervios, pero desde luego una tormenta infernal le suma una macabra dosis de realidad. Es el peor momento de mi vida.


Sin duda. Estoy a oscuras. Me muevo. Es decir, me mueven. Oigo un ruido de un motor… Me han secuestrado. En un maletero. Alucino. Antes me palpé. Mi ropa intacta, pero sin rastro de mis zapatos. Me los han quitado. Ahogo un grito de socorro. ¿Me van a matar? ¿A mí? ¿Saldré en las noticias? ¿Hablarán de mí? ¿Cuándo se van a dar cuenta de que he desaparecido? ¿Y si nadie lo hace? ¿Por qué estoy aquí? El tropel de preguntas se ve interrumpido por un brusco salto del coche, que me ha desplazado en el maletero, y me he golpeado en la cabeza. Me siento aturdida, lenta, han debido de inyectarme algo… Sí, ahora lo recuerdo. Mi agitada respiración, el golpe en la cabeza y la certeza de que me han inyectado algún sedante son la excusa perfecta para darme por vencida y entregarme al sueño con un lamentable y derrotista deseo: «Ojalá no vuelva a despertar nunca». Capítulo 1 Rubén MARIANA CARMEN. 43 AÑOS. MADRID. ESTRANGULADA. A veces tengo la sensación de que sí hay algo o alguien que lo controla todo, y entonces caigo en la cuenta de que no debo de ser de su agrado; más bien su muñeco de vudú. Soy consciente de que el que me ve desde fuera se cree que soy un tipo con suerte al que la vida le sonríe. Claro que desde lejos el devenir de los demás nos parece mucho más mágico e interesante de lo que realmente lo experimenta la persona en cuestión. Tendemos a idealizar, eso es una verdad tan universal como que si vas al dentista además de las muelas te sacan los ojos. Pero sí, en teoría, no debería quejarme; tengo trabajo fijo (aunque suene a topicazo, en los tiempos que corren es un tesoro), salud, una familia que me quiere, éxito con las féminas… Aunque nada es tan rotundamente irrebatible. No, nada. Acepto que no estoy pasando por mi mejor momento.

Y ya es mucho que lo acepte. Me ha costado darme cuenta más de lo que mi salud mental puede tolerar. No estoy deprimido, no creo que llegue a eso, más bien me siento desganado. Tengo mis días. Y tengo mis noches. Si mis dos últimos años cupiesen en un ovillo de lana y tirásemos del hilo hasta dar con qué me perturba, descubriríamos que todo comenzó con una ruptura y un traslado. Una ruptura suficientemente traumática como para revolverme el estómago cada vez que me llega una invitación de boda. Para una vez que suelto el freno y me adentro en aquello que todos me decían que me iba a sentar fenomenal, una relación, voy y me estrello contra una ola monstruosa de esas que te pillan por sorpresa y te revuelcan y revuelcan hasta hacerte creer que vas a morir ahogado. Siempre he sido un vividor, alguien al que la palabra «noviazgo» le daba dentera; yo prefería disfrutar de todas la curvas que se me ofrecieran sin contratos ni etiquetas, con la temporalidad como principal enfoque, repitiéndome este eslogan «Si puedes comerte un escaparate entero, ¿para qué quedarte solo con unas magdalenas?». Esa era mi teoría hasta que me confundí con Aridane, mi exjefa. Realmente surgió porque casi me asesinan unos rusos mafiosos de un caso que estábamos investigando en mi antigua comisaría; me sacaron de la carretera y sufrí un accidente en el que casi dejo de existir. Eso me hizo cambiar la perspectiva. Cuando ves la muerte tan de cerca sientes que debes hacer mucho más con tu vida. Y ahí estaba ella, Aridane, una mujer inteligente, guapa, divertida; mi amiga y jefa Aridane. Sabía que me atraía, pero no quería intentar nada hasta que aquel accidente transformó mi escala de valores. Y ella en ese momento era lo que más necesitaba, su voz, su compañía…, pero me rechazó y se enamoró de otro. Primer palo. El caso es que creo que ese fue el detonante para querer aparcar mis aventuras y dedicarme solo a una mujer. Apareció Fátima y creí que era ella. Lo fue. Hasta que… Mejor otro día lo cuento. Segundo palo. Me volqué en mi carrera, aprobé el examen para inspector y tras un año de estudio y otro en Ávila lo conseguí, pero me tocó fuera de Madrid y me he tenido que trasladar. Tercer palo. Mi antigua comisaría era mi vida.

Mi familia. Ahora vivo en Mar Menor, en Los Alcázares, sí, donde centenas de jubilados se creen que van a recuperar la suavidad de los bebés untándose de barro hasta las orejas. Apasionante, vamos… Lo único es que habito frente al mar, que no es poco, aunque cada vez que me asomo veo a esas figuras añosas paseando al sol y se me quitan las ganas de salir. ¿Dónde están esas bellas mujeres en bikini que patinan por el paseo marítimo? Aquí desde luego no, cuentan que en California. Y, por si fuera poco, mi hermana Vera, la samaritana, decidió que para alegrar mis días y no ahogarme en la soledad, un cachorro de pomerania sería el mejor de mis amigos. No había raza más ladradora, juguetona, ansiosa y desobediente, no. Aquello es la revolución en forma de perra. Si pudiera hablar gritaría a los cuatro vientos: «¡Viva la anarquía!, ¡fuera las correas!, ¡hagamos nuestras necesidades donde nos plazca!». Cierto es que me entretiene y me da qué pensar y gracias a ella he hecho algunas amistades por aquí, además de los compañeros del trabajo. Mis vecinos. Dos hombres de lo más dispares. Julián, un prejubilado serio y formal como un ministro, y Rafa, un treintañero exfumeta más pasado que un pretérito, pero que, a veces, cuando se le descorre la cortina y le da por pensar, nos deja con la boca abierta. Suena mi móvil. No creo que sea del trabajo. Hoy es sábado y estoy en mi día libre. Me imagino quién me llama. Efectivamente, mi hermana Vera. Descuelgo: —¡Morenazo! —Imita la voz del anuncio—. ¿Qué haces? —Limpieza general. Ya me conoces. Estoy lavando las cortinas a mano. —Ja, ja, ja —ríe—. Hermanito, no olvides que he estado en tu casa y no tienes cortinas, algo que deberías solucionar porque con el trajín que me imagino que te traes por las noches vas a atraer a todos los voyeristas de la zona. —Por eso no las pongo, hermanita, para detener a alguien… —¿Cómo estás? ¿Te adaptas? —Cambia el tono jovial. Mi hermana no puede ocultar su preocupación.

—Ya sabes, poco a poco. Pero sí, estoy mejor. —¿De verdad? —Desde las ondas telefónicas advierto su subida de ánimo. —Sí, un poco, de verdad. Ya me voy haciendo, además comienzan a llegar turistas y seguro que la cosa se anima y se nos llenan los calabozos. —El invierno ha sido duro, lo sé… —Más que el pan de tía Enriqueta —la interrumpo. Nuestra madre se empeñaba en comprar el pan a Enriqueta y o te lo comías antes del mediodía o maduraba a piedra rompedientes de leche. Yo, sinceramente, lo desmigaba y lo usaba como armamento para mi tirachinas. —¡El pan de Enriqueta! ¿Cómo te acuerdas de esas cosas, Rubén? Ja, ja, ja. —La siento desternillarse—. Si no fuera por ti habría olvidado toda mi infancia. En el reparto te quedaste con toda la memoria. —Y tú con la belleza. —¡Te quejarás! ¡No te digo! —Se toma un segundo—. Te escucho mejor, no sabes cuánto me alegro. Tienes que intentar hacer vida allí. —Esto es temporal, Vera. —Eso no lo sabes, Rubén. Hoy por hoy allí está tu comisaría y hasta que no te concedan otro traslado vas a tener que seguir. Has de adaptarte. —OK. Me echaré unos barritos ahora por el cuerpo, creo que es la mejor manera de simpatizar con el vecindario. —¿Vas a salir esta noche? —ignora mi broma. —Sí, cenaré con Julián y Rafa y luego saldré de copas con Rafa. —¿Con Spike? —Mi hermana le ha apodado, no sin razón, como al excéntrico compañero de piso de Hugh Grant en Notting Hill—.

No sé cómo aguantas a ese cromañón. —Porque me hace reír y además me sigue el ritmo. —Como continúes así, el que no te va a seguir el ritmo es tu hígado, Rubén. Tienes treinta y dos años, no eres un chavalín. —¿No? ¡Vaya! ¡Qué bajón! Y yo que pensaba que no podía salir sin el DNI por si me lo piden. —¡Eres imposible! —Pero ¿me quieres? —Uso mi tono encandilador. —Sabes que mucho, tonto. Tanto que pronto volveré a hacerte una visita. —¡Otra! ¡Yo creo que te estás haciendo adicta a los peelings de barro! — bromeo—. No, en serio, ven pronto. Spike te añora. —¡No me hables de ese pesado que se me quitan las ganas! Si consigo terminar unas cosas a tiempo en dos semanas me tienes allí. —Te esperaré ansioso. Sabes que me encantan tus visitas. —Te quiero, morenazo. —Y yo, gitana. Las cenas con Julián y Rafa siempre me destensan, aunque a mi estómago no tanto, porque me hincho a pizza hasta aborrecerla durante una semana. Y eso que Julián habitualmente nos trae alguna receta cocinada por él, es un adicto a todos esos programas de cocineros tan de moda, y nosotros somos quienes catamos sus platos, pero la pizza de segundo no puede faltar. Podría decirse que somos tres tipos totalmente distintos, y sería tan cierto como erróneo. Nuestras vidas laborales lo son, nuestros orígenes también, pero, si rascas, no somos más que tres tíos solteros sin ganas de preocupaciones que lo único que desean es disfrutar un poco de la vida, de la forma que sea. Nos sentimos un poco inadaptados. Cuando atraviesas cierta edad y no has estado casado o emparejado por muchos años la gente te ve como un bicho raro, alguien con alguna tarilla oculta. No estoy exagerando, es así. Cuando estoy en un bar conociendo a una mujer y me pregunta por mis relaciones, no hace falta ser inspector de policía para darse cuenta de sus pensamientos:

.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |